Fue una agresión y un crimen que pudo y debió haber sido parado a
tiempo. A la destrucción del país africano le siguieron el
contrarrevolucionario “cambio de régimen” en Costa de Marfil, la
intervención de Somalia y, ahora, la virtual intervención de Mali.
Este sábado pasado se cumple un año del
atroz asesinato de líder libio Muhammar Gadaffi. El 20 de octubre de
2011, unos días después de haber estado en Trípoli, la Secretaria de
Estado Hilary Clinton vio la noticia por televisión y ante las cámaras,
también de televisión, exclamó: “Venimos, vimos y él murió”. Menos de un
año más tarde, el embajador que había enviado a Benghazi, Chris
Stevens, era asesinado por los mismos grupos que su gobierno había
entrenado, armado y asesorado para matar a Gadaffi y a miles de otros
libios.
La destrucción de Libia y el atroz
asesinato de su líder han destapado la Caja de Pandora. Fue una agresión
y un crimen que pudo y debió haber sido parado a tiempo. A la
destrucción del país africano le siguieron el contrarrevolucionario
“cambio de régimen” en Costa de Marfil, la intervención de Somalia y,
ahora, la virtual intervención de Mali. Uno a uno, los países del África
están siendo destruidos ante el avance imperial para asegurarse la
hegemonía y el control de las riquezas de ese vasto continente.
Hoy, Siria se está desangrando en base a
una estrategia similar a la aplicada contra Libia pero con un riesgo
mucho más cercano de una conflagración nuclear en la marcha de la OTAN y
el estado sionista de Israel hacia Teherán. Los sectores más
reaccionarios de la entidad sionista se frotan las manos y actúan con
total impunidad.
Casualmente hoy, a un año del asesinato
de Gadaffi, las fuerzas de “defensa” israelí interceptaron en aguas
internacionales a otro barco, el tercero, que intentaba llevar ayuda
humanitaria a Gaza, donde un millón y medio de palestinos viven
bloqueados por Israel en lo que constituye el campo de concentración más
grande en la historia de la humanidad. A pesar de las airadas quejas,
Israel no hará nada para detener sus crímenes, al contrario, los
escalará.
Los ingenuos que ayer se creyeron el
cuento de que la OTAN iba a “liberar” a Libia de un “dictador”, a estas
alturas se deben de estar dando cuenta de su olvido de la historia.
La muerte de Gadaffi, golpeado, vejado y
salvajemente torturado ante las cámaras, es un episodio más del horror y
la tragedia causados por el imperialismo contra nuestros pueblos. Tiene
ecos en el trágico destino de ese otro gran africano, Patricio Lumumba,
asesinado en condiciones similares por la CIA en enero de 1961.
En realidad, ese tipo de viles
asesinatos de dirigentes revolucionarios tiene sus equivalentes para
muchos pueblos a lo largo y ancho del tercer mundo porque es una
herramienta más del arsenal de las tácticas imperiales de dominación: el
hacer ejemplos de los rebeldes.
En Nicaragua, un 4 de octubre de 1912,
el cadáver de Benjamín Zeledón era arrastrado por las calles de Masaya
por las tropas cachurecas, peleles del yanqui invasor - algo similar a
lo que se hizo con Gadaffi, cuyo cuerpo fue expuesto durante casi 4 días
en un refrigerador industrial en la ciudad de Misrata. El horror de la
escena al ver la forma en que trataban al héroe Benjamín Zeledón, y el
heroismo de los 300 hombres que lo acompañaron en la batalla, despertó
la conciencia de Sandino y cambió para siempre la historia de Nicaragua.
El trágico destino de Mohammar Gadaffi
se suma al de Omar Mukhtar, líder libio de la resistencia contra las
tropas del fascismo italiano, colgado por los imperialistas ante miles
de sus seguidores un 11 de septiembre, pero de 1931. Así como el
asesinato de Mukhtar no paró la resistencia del pueblo libio, la muerte
de Gadaffi no la ha detenido hoy en día.
Libia no está pacificada. La “paz” del
imperio sólo ha sido una prolongación de la guerra. La “liberación” del
pueblo libio a manos de los bombardeos de la OTAN sólo ha desencadenado
la dictadura más cruenta. Una de las primeras disposiciones de los
“rebeldes” peleles del imperio al llegar al poder fue el de prohibir
toda crítica a su “revolución”.
El activista y periodista Sukant Chandan
escribe lo siguiente sobre la Libia postgaddafista: “Vimos como
derrotaron totalmente la ciudad de Tawergha con 30.000 habitantes. Había
muchos libios negros. Vimos a los integrantes de las brigadas de
Misrata, que según ellos mismos dicen, se dedican a eliminar a gente
negra. Una ideología 'maravillosamente humanitaria' y 'ibertadora'. Con
este pretexto derrotaron la ciudad, ellos estaban persiguiendo a la
gente de Tawengha”.
Los enfrentamientos entre las tribus y
entre estas y las fuerzas imperiales van en aumento. Hasta 140 de esos
choques cuentan algunas agencias noticiosas. Los grupos mafiosos y
fascistas usados por la OTAN para destruir a Libia se han salido del
control de sus amos y persiguen otras agendas nada claras.
El mes pasado, grupos de Al Qaida,
probablemente manejados por los servicios israelíes para presionar a
Obama en la recta final de las elecciones, asesinaron al embajador de
EE.UU. en Benghazi, Chris Stevens, un tipo que paradógicamente había
sido enviado para entrenar, apoyar y dirigir a sus propios asesinos.
Dice la agencia imperial Reuters,
experta en instigar contrarrevoluciones, que tiene pruebas de que a
Gadaffi lo asesinó un agente francés. Puede ser que ese sujeto haya
planeado el crimen. Pero desde la ciudad siempre verde de Beni Wallid
nos llegan reportes de que uno de los peleles que participó directamente
en el asesinato fue capturado e intercambiado por otros patriotas en
manos de las bandas mercenarias al servicio de la OTAN.
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Publicado por Jorge Capelán
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