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miércoles, 22 de agosto de 2012

EXPERIENCIA DE AUTOGESTIÓN EN ARGENTINA: LECCIONES PARA EL CASO ESPAÑOL

 




 
Ibán Diaz

De forma similar aunque, por el momento, muchísimo más intensa que en Estado español, en Argentina, entre 2000 y 2003 hubo una eclosión de las prácticas autogestivas y asamblearias de la población. Esto se debió a dos factores ineludibles para comprender lo sucedido: la disipación del Estado y del sistema de mercado capitalista, en la medida en que las necesidades básicas de la población dejaron de ser cubiertas por estos agentes (volatilización de los ahorros, desvalorización del peso, desconcierto del sistema judicial, etcétera). A ambos se los culpabilizaba tanto de generar la propia crisis como de una nefasta gestión posterior, dando lugar a una importante deslegitimación de cara tanto a las clases populares como a las clases medias. Coincidieron por lo tanto las condiciones de necesidad material con la orfandad ideológica ante el desprestigio de los discursos anteriormente hegemónicos, escorados hacia el neoliberalismo.

El tinte ideológico que adoptaron las mencionadas formas autogestionadas fue claramente obrerista y lo que podría denominarse autonomista-asambleario. Este último atributo sería predominante, en apariencia, en algunas de las fórmulas más representativas de la auto-organización de masas como los piqueteros y las asambleas de barrio. Los piqueteros llegaron al “Argentinazo” con una cierta trayectoria. Movimiento enfocado a la lucha contra el desempleo y enclavado en los sectores más humildes de la ciudad, puede ser asociado al empobrecimiento de las clases populares durante el periodo de gobierno neoliberal y desindustrialización, situación que se tornó extrema con la crisis. Tuvo muchísima difusión su táctica de cortes de ruta, algunos de los cuales acabaron en los enfrentamientos más sangrientos con la policía (y que profundizó en el desprestigio de la misma a ojos de la población) durante el periodo de crisis. Las asambleas de barrio fueron fruto directo de la crisis de 2000-2001, con mayor protagonismo de la capital federal y asociadas a menudo a las clases medias afectadas por la quiebra del sistema bancario y el corralito. Es este, recordemos, el detonante que transforma en Argentina la crisis económica y social en crisis política. Por su parte, las fábricas tomadas adoptarían una identidad política en mayor medida obrerista, aunque las conexiones entre todas estas fórmulas fueron y son notables.

El predominio de las tendencias izquierdistas, en primer lugar, ha de ser entendido en un contexto de deslegitimación del neoliberalismo, impuesto en el ámbito geopolítico del cono sur por dictaduras militares y claramente hegemónico en los primeros gobiernos democráticos, algunos de ellos tutelados militarmente, por lo general responsabilizados de la crisis. El predominio de las tendencias autonomistas ha de entenderse en el contexto de apogeo del movimiento antiglobalización, cenit del reconocimiento internacional del neozapatismo y primeros pasos hacia la hegemonía política la izquierda nacionalista en Brasil y Venezuela. Esta emergencia de las políticas identitarias y de tipos autóctonos y particulares de consejismo y socialdemocracia también han de relacionarse con el declive que venía sufriendo desde los setenta la concepción táctico-estratégica del marxismo-leninismo.

Las formas autogestivas que emergieron se dirigieron a favorecer al autoorganización bajo criterios de democracia radical y a permitir el consumo colectivo y el acceso a la renta a través de formulas cooperativas. En los casos más relevantes los colectivos se apoyaron en infraestructuras físicas dirigidas a favorecer la consecución de sus objetivos. Así, surgieron centros sociales, algunos por ocupación de instalaciones abandonadas; mercadillos, mercados y redes de trueque (que en un primer momento se convirtieron en el único medio de distribución de recursos básicos para la población) y otras tácticas de consumo colectivo como compras y cocina colectiva; y cooperativas de productores utilizando diversas tácticas, siendo relevantes las tomas de fábricas e instalaciones productivas abandonadas por propietarios capitalistas y el apoyo (posterior) en políticas concretas de fomento del cooperativismo y la economía social. Estas últimas serían especialmente relevantes a partir de la llegada de los Kirshner al poder, que desplegarían una estrategia de apoyo a las iniciativas autogestivas como socio comprador-empleador de las cooperativas, muchas surgidas a partir de los grupos piqueteros o de las asambleas de barrio, y expropiando fábricas bajo control obrero en algunos casos.

De entre los colectivos que han sobrevivido a la década posterior al Argentinazo , la toma o adquisición por cesión o alquiler de estructuras edilicias parece haber sido predominante, como soporte fundamental de su actividad. Las características más relevantes de estos espacios fueron en principio la toma (ocupación) y el reciclaje de instalaciones abandonadas de diverso origen. La toma se hizo posible en gran medida por la deslegitimación del sistema, que afectó también al complejo judicial-policial, algo que todavía es notorio en la sociedad argentina. Además, tanto la toma como el reciclaje partieron de un periodo anterior de superproducción de edificios y de desindustrialización y abandono de estructuras fabriles. El reciclaje además fue de uso generalizado y obligado en el contexto dado. Aunque en un principio la ocupación fue una táctica muy frecuente, especialmente entre 2001 y 2003, a partir de la normalización político económica y la creación de nueva legitimidad, la mayor parte de iniciativas de este tipo van desapareciendo por una variedad de razones. Una buena parte de las instalaciones simplemente va dejando de tener sentido en la medida en que la situación económica mejora (caso claro de los mercadillos del trueque). En este mismo plano, las asambleas van desapareciendo progresivamente con la normalización y los gobiernos reformistas, quedando pocas de ellas en funcionamiento. Esto tiende a asociarse con una vuelta a la normalidad de las clases medias, que recuperan su estatus acomodado con el nuevo auge económico . En relación a esto se produce la mutación de algunas iniciativas. Así, en casos muy relevantes, los mercados del trueque fueron dejando lugar a mercados de economía social, dirigidos fundamentalmente a un consumidor de clase media (artesanía, producción ecológica, etcétera). Por su parte, el movimiento piquetero ha mostrado ser más resistente y más conservador en cuanto a sus tácticas, apuntando este hecho a la extracción social humilde de sus bases. La alianza entre piquetes y asambleas fue una alianza entre clases populares y clases medias. La retirada de estas últimas a partir de 2004 mostró que existían intereses diversos. Mientras los piquetes eran fruto de la pobreza estructural de la región, las segundas eran la expresión de una situación coyuntural.
En la actualidad, en general, los proyectos autogestionarios y cooperativos tienen una fuerte legitimidad y respaldo social, además de una notable coordinación. Diez años después, es destacable la imbricación conseguida entre cooperativas, fábricas tomadas, redes de distribución y estructuras de consumo colectivo, red en la que sigue teniendo un peso importante la alianza entre las clases populares y la clase media. Otra característica relevante es la clara situación de dependencia para con la administración pública en la que se han ido introduciendo prácticamente todos los proyectos. Algo que se ha ido fraguando a partir de la llegada de los Kirchner al poder.

Algunas lecciones para España.

  En cierta medida son sorprendentes las similitudes entre las asambleas de barrio en Argentina y España. Un dato a tener en cuenta a este respecto es que las asambleas, en su diversidad y complejidad, como los órganos estructurantes de la sociedad en que llegaron convertirse en el periodo álgido de crisis, han tendido a ser efímeras y a tener un carácter meramente coyuntural. Las asambleas, colectivos e iniciativas que llegaron a ser más potentes y que perduraron más lo hicieron en base a su transformación en proyectos que permitían la generación de renta o el consumo colectivo. Otro elemento claramente relacionado con el éxito de los colectivos es la vinculación al lugar, a un espacio determinado, centros sociales, mercados cubiertos, mercadillos al aire libre, talleres o fábricas, soporte de la actividad y georeferencia para la atracción de militantes y visitantes.

Parece que el carácter efímero de las asambleas y la mayor solidez de los piqueteros está relacionada con sus componentes de clase. Las alianzas con las clases medias son efímeras por naturaleza, desaparecen a medida que pasa la crisis, aunque resultan imprescindibles para un impulso inicial, estallido que permita gestar iniciativas radicales. Claramente, la alternativa radical que se ofrece ante la deslegitimización del sistema debe proceder de los grupos más castigados por el mismo y no de grupos que tienen desencuentros puntuales pero que conservan en todo momento la esperanza de volver al estatus quo anterior (cuando hablo aquí de clases medias me refiero más a cierto tipo de burguesía asalariada o clases profesionales con elevados patrones de consumo que a lo que muchos en España entienden por clase media).

Por otro lado, es muy llamativo que un movimiento tan volcado sobre lo horizontal y lo autogestionario acabe aliándose con gobiernos fundamentalmente nacionalistas y reformistas, pero muy alejados de suponer una ruptura radical con el sistema anterior y totalmente dependientes de liderazgos fuertes. La cuestión es que este tipo de alternativas políticas crecen en Latinoamérica de forma paralela y parecen encajar bastante bien con movimientos de base sin aspiraciones sobre el poder político del Estado. Desde el punto de vista de las iniciativas de base, el sentido de esto parece encontrarse en que, a partir de un determinado momento, la movilización parece necesitar de algún tipo de alternativa política (en el sentido de poder territorial). Así, ante la falta de otras alternativas, la alianza con las instituciones existentes parece inevitable, concretada en algún tipo de grupo parlamentario reformista. En este sentido, en Argentina la situación era similar a la del Estado español, dado que no existían y siguen sin existir alternativas políticas de izquierda con posibilidades de recoger el descontento social, con lo que fueron movimientos dentro del peronismo más o menos progresista los que acabaron cubriendo ese espacio. Desde cierto punto de vista, la alianza que se ha producido entre los movimientos de base y los gobiernos de los Kirshner puede verse como fundamental a la hora de defender las iniciativas populares autogestivas a través de expropiaciones, subvenciones, cesiones de espacios o políticas de fomento de la economía social. Aunque fuese en plazos determinados, la alianza con organizaciones con presencia en las instituciones parece necesaria estratégicamente. Desde otro punto de vista, la alternativa política que toma el poder y que puede obtener las simpatías de las iniciativas de base resulta fundamental para restablecer la legitimidad del sistema y lleva en su seno la anulación de las iniciativas autogestivas y de la política de base no institucional. Esta contrariedad no tiene fácil solución. No parece que el movimiento haya ofrecido otras alternativas que permitieran la construcción social amplia fuera o más allá de las típicas instituciones liberales. Por el momento, no se han ofrecido soluciones al callejón sin salida del parlamentarismo de izquierdas.

Este texto recoge algunas reflexiones suscitadas por un viaje de su autor y debe ser entendido como la percepción de un visitante foráneo ante la experiencia Argentina. Si bien es posible que incurra en confusiones propias de un andaluz en Buenos Aires (el excepcionalismo político argentino es complejo), espero al menos que este texto contribuya a los necesarios debates que se están desarrollando en el Estado español.

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