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sábado, 4 de agosto de 2012

CULTURA, EDUCACIÓN Y CORRUPCIÓN


 
por Javier Ávila

Podríamos definir cultura individual como los conocimientos adquiridos personalmente sobre temas científicos (astronómicos, matemáticos, tecnológicos, biológicos, etc.), humanidades (historia, lengua, arte) y tradiciones; mientras que educación serían los comportamientos aprendidos que permiten la convivencia en sociedad y con el entorno. Muchas personas no saben distinguirlo. Ya es un mal síntoma.






En cuanto a la Cultura, en España, ha estado tradicionalmente cercenada por la escasa inversión en investigación, en educación formal (escolar y universitaria) y la acotación católica. Los efectos de este retraso endémico se aprecian, especialmente, en momentos de dificultades, cuando la escasez de preparación es determinante.

En cuanto a la Educación, ha sido una disciplina que la Dictadura entendió desde el lado castrense y la Transición, con su filosofía capitalista, como un apartado de los derechos individuales, cuyo desarrollo se concedió al entorno familiar. En un entorno familiar de tradicional educación de subsistencia, la transmisión de valores ha sido lineal. La introducción tardía de la asignatura “Educación para la ciudadanía” ha sido un intento tímido de cooperar institucionalmente en la mejora educacional, algo que molestó enormemente a la derecha española, que ya se ha aprestado a eliminar su contenido. Ya veremos por qué.

Si el nivel cultural de España está por debajo de la media europea, el nivel educacional se encuentra enterrado bajo varias capas de cal viva. En este ambiente, personas con escasa cultura pero exacerbada codicia son los que consiguen dominar económicamente a la sociedad. Algo anda mal en una sociedad en que obtienen mayores rentas personas sin preparación (muchos políticos, autónomos o empresarios) que personas con titulación universitaria (funcionarios o asalariados). Esas mayores rentas son obtenidas, muchas veces, mediante comportamientos corruptos.

La corrupción es, inexorablemente, la consecuencia de la pérdida de valores colectivos y solidarios y la búsqueda del interés individual por encima de cualquier otro argumento. Sólo se puede atajar la corrupción aumentando el nivel cultural y, sobre todo, educacional, de toda la sociedad. Para ello debe implicarse la educación institucional, como ya se ha demostrado en los países más avanzados.

Sin embargo, la clase alta española lo es económicamente, pero no en capacidades intelectuales. La extensión de la educación formal (la que provee cultura) a toda la población ha permitido que las capas bajas de la población alcancen, si no superen, el nivel intelectual de las clases altas. Éstas, ante su impotencia para mejorar éstos resultados y gracias a su dominio económico de la sociedad, están articulando una reforma del sistema de enseñanza que impedirá acceder al mismo a las clases bajas, con lo que se garantizará en el futuro su superioridad intelectual, además de económica o, precisamente, la seguridad de perpetuar ésta. Es volver al sistema educativo franquista.

Esta política no es nueva, ya se está aplicando en el Ejército (con éxito) desde el gobierno Aznar, al impedir que accedan a las escalas de Suboficiales, jóvenes con mayor preparación que, durante los últimos 20 años del siglo XX, habían adquirido un nivel intelectual, en muchos casos, superior a Oficiales y Generales.
Su objetivo, perpetuar la fractura de clases.

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