La policía encontró al juez Miloslav Studnicka con el cuello cortado
y con varias heridas en diferentes partes de su cuerpo. Sus compañeros
del juzgado extrañados de que no se incorporara a su trabajo en el
Tribunal de Ostrava, dieron la alarma. Encontraron el cadáver en su casa
de campo.
La policía encontró al juez Miloslav
Studnicka con el cuello cortado y con varias heridas en diferentes
partes de su cuerpo. Sus compañeros del juzgado extrañados de que no se
incorporara a su trabajo en el Tribunal de Ostrava, dieron la alarma.
Encontraron el cadáver en su casa de campo a las afueras de la ciudad.
El juez Miloslav Studnicka, de 64 años, era un ciudadano bueno y justo.
Hace dos años dictó una sentencia ejemplar posicionándose abiertamente
en contra de los racistas perseguidores de nuestra comunidad. Condenó a
20 años de cárcel a los cuatro nazis que arrojaron una bomba incendiaria
al interior de una casa habitada por una familia gitana. Una de las
hijas del matrimonio, una niña de solo dos años, sufrió quemaduras en
todo su cuerpo, quedando marcada para el resto de su vida.
El juez Studnicka, Dios lo tenga en su gloria, no lo dudó y los envió a prisión para que permanecieran en ella durante 20 y 22 años. Hoy
la policía no descarta que la muerte del juez esté relacionada
directamente con aquella condena. Y el propio ministro de justicia
checo, Pavel Blazer, ha dicho que «en caso de que se demuestre
que la muerte del juez está vinculada con las sentencias dictadas, esto
representaría una tragedia para la justicia checa».
El juez Miloslav Studnicka amaba
la vida, respetaba y era respetado por todo el mundo. Pero tenía un amor
especial por los perros. Posiblemente esta sea una característica que
le acercó más a los gitanos perseguidos de su país. Seguramente él
sabría que los perros siempre nos han acompañado a los gitanos en
nuestra interminable caminata por el mundo. Por eso tenía varios
ejemplares en su casa de campo de Ostrava. Los periódicos han publicado
la imagen de sus cinco perritos que ahora han quedado huérfanos.
Y nosotros, los gitanos españoles y de
todo el mundo seguimos preguntándonos: ¿cómo es posible que quepa tanta
maldad en el corazón de cualquier persona? ¿Hasta donde puede llegar la
ceguera racista de quienes piensan que hay seres humanos inferiores a
los que hay que exterminar? ¿Por qué estos monstruos quisieron
achicharrar a una niña de dos añitos y a sus padres que ningún daño les
habían hecho? ¿Qué borrachera de odio, qué cortina de sangre puede
enturbiar la retina de quienes se creen elegidos por la naturaleza para
preservar la raza de cualquier impureza? ¿Qué dios del averno ha podido
envenenar sus negros corazones para justificar la muerte de un hombre
bueno, apacible que solo cumplió con su deber administrando justicia?
¿Qué orgía de placer puede provocar a estos monstruos la contemplación
del cuchillo ensangrentado con el que rebanaron el cuello del juez?
Por un momento me había olvidado de que
no hace tanto tiempo existieron Auschwitz-Birkenau, Belzec, Chelmno,
Majdanek, Sobibor, Treblinca… y tantos otros lugares donde seis millones
de personas perdieron la vida sólo por no ser considerados arios.
(*) Juan de Dios Ramírez-Heredia es abogado y periodista.
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