23 de abril de 2015
Por José Manzaneda, Cuba Información.
Algunos
 detalles que los medios prefieren no contar, y que contrastan con la 
realidad de las democracias estándar: el Parlamento cubano ha conseguido
 la paridad entre hombres y mujeres sin necesidad de cuotas por ley; el 
promedio de edad en él es de 48 años, y los jóvenes menores de 25 son el
 18 % de la Asamblea, algo que destruye el mito de la “gerontocracia” 
cubana.
Acaban
 de celebrarse elecciones en Cuba. Y resulta curioso que, en un país 
presentado en los medios de todo el mundo como un “estado totalitario”, 
haya participado en ellas el 90% de la población, sin que el voto –al 
contrario que en algunos países de la región- sea obligatorio1.
De hecho, ninguna crónica internacional narra suceso alguno de 
intimidación o amenaza contra personas que decidieron no acudir a votar.
La llamada “disidencia” cubana –caracterizada en los medios como 
“oposición política”- proponía como fórmula de protesta contra estos 
comicios la abstención, el voto nulo o el voto en blanco2.
 Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, la suma total de todas las 
modalidades de boicot (abstención más boletas blancas y nulas) no superó
 el 16%3.
Sin embargo, el mensaje común de la gran prensa internacional sobre 
estas elecciones coincide con el de esta “disidencia” que apenas 
moviliza seguidores. Para ambos, las elecciones cubanas son un mero 
formalismo4.
Para demostrar la supuesta falta de legitimidad de las elecciones 
cubanas, algunos medios han difundido diversas falsedades sobre sus 
procedimientos. Por ejemplo, que las candidaturas son propuestas por el 
Partido Comunista. La agencia británica Reuters afirmaba que la “lista 
de 612 diputados (fue) seleccionada por el Partido Comunista para la 
Asamblea Nacional”5.
 La Cadena Ser, radio del grupo español Prisa, decía que “el Partido 
Comunista Cubano (PCC) (…) copa todos los puestos relevantes en las 
diferentes instituciones”6.
 Nada de esto es cierto. El Partido Comunista de Cuba no interviene en 
el proceso electoral, que se realiza en dos fases: la primera, realizada
 en octubre del pasado año, fue la de los comicios municipales. Allí, 
cualquiera, en su barrio, pudo proponerse o proponer como candidata a 
otra persona de su vecindario, fuera militante del Partido o no7.
 También lo pudieron hacer los llamados “disidentes” que, en las 
rarísimas ocasiones en que han participado, jamás han sido electos en 
las asambleas de base.
Este derecho que tiene la población cubana a participar directamente en 
la composición de las candidaturas es algo desconocido en la mayor parte
 de las supuestas “democracias” occidentales8.
En una segunda fase, la realizada este pasado domingo, la población 
votaba por sus representantes provinciales y para la Asamblea Nacional o
 parlamento. En la lista de candidaturas para este parlamento, se 
incluía un 50% de delegados o delegadas de barrio que fueron electos por
 la población en la primera fase municipal9. Por ello, si algún “disidente” hubiera sido elegido desde la base, habría tenido opción de llegar al Parlamento.
Pero hay otros datos y detalles que los medios prefieren no contar, 
porque contrastan con la realidad de las “democracias estándar”. Por 
ejemplo, que el Parlamento cubano ha conseguido la paridad entre hombres
 y mujeres sin necesidad de cuotas por ley; que el promedio de edad es 
de 48 años, y que los jóvenes menores de 25 son el 18% de la Asamblea, 
algo que destruye el mito de la “gerontocracia” cubana; que la población
 negra o mestiza ocupa el 37% de los escaños; o que el parlamento –lejos
 del elitismo de otros países- acoge un completo arco iris social de 
artistas, líderes religiosos, campesinas, estudiantes u obreros 
metalúrgicos, que no cobran salario alguno por su trabajo parlamentario10.
Para entender el modelo electoral de Cuba, y no aplicar comparaciones 
mecánicas con el vigente en otras sociedades, es necesario tomar en 
cuenta dos elementos clave: uno, la composición socio-clasista del país,
 radicalmente distinta a la de las polarizadas sociedades capitalistas 
de su entorno; y dos, la guerra y bloqueo económico impuestos al país 
por la mayor potencia del mundo, elemento condicionante número uno para 
la posible ampliación de espacios políticos y sociales en la Isla.
Pero parece que a los medios internacionales les resulta menos incómodo 
enjuiciar la democracia cubana aplicando los viejos cánones de la 
desgastada democracia burguesa.

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