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miércoles, 18 de marzo de 2015

SÍ SE PUEDE ( ¿O NO)

 
18.03.2015



Dudar, o directamente decir que “No, no se puede”, puede llevar a quien lo haga a las cavernas del pesimismo más reaccionario. Ir contracorriente de las mareas que rompieron la calma chicha que padecíamos, es propio de quien, en el seno de la izquierda, padece enfermedades infantiles que, por no curar, no lo curan ni el dalsy ni el apiretal. Eso dicen.

Pero… ¿realmente se puede?¿Realmente podemos lograr con las actuales herramientas, que no solo el miedo cambie de bando sino que los pobres, los asalariados, los proletarios (perdón por el antigüismo intencionado) venzan a los ricos de una vez por todas? El ánimo general parece, estos días, indicar que sí. Y para eso vaciamos las calles de lucha y protesta, para concentrarnos durante meses en el momento sublime de ir a votar, que el verbo debe tener su miga porque necesita una preparación especial acorde con lo que se viene: cambiar el ritmo de la historia a golpe de votos, esto es, de sumar reformas y más reformas desde las instituciones, hasta la victoria final.

El problema empezaría si preguntáramos hasta dónde podremos o, lo que es lo mismo, hasta dónde nos van a dejar los poderosos que podamos con las actuales herramientas de lucha que manejamos. A los señores del IBEX, y a los que ni necesitan estar ahí para mover los hilos del sistema capitalista, no se les ve muy nerviosos con la correlación de fuerzas actual ni con la venidera a corto plazo, ni con la lucha de clases presente, ni con los sindicatos con mayor número de delegados, ni con la resistencia y avance de las fuerzas obreras y populares. Deben sonreír cuando escuchan el eslogan copiado a Obama de “Sí se puede”, y pensar que es para que el populacho (ellos hablan con ese desprecio de sus enemigos) no pierda el ánimo y alimente paz social.
Es bonito, romántico, y quizás hasta una excusa para acumular fuerzas con un salto gigantesco, llamar a poder, pero tampoco se trata de engañar a nadie, que luego las frustraciones nos llevan a décadas de resignación y cabeza gacha (ver Transición). Digámoslo de una vez: dentro del actual marco jurídico, constitucional, institucional, no se puede. Y no se trata de untar malas noticias, sacudir el saco de la desesperanzas o traer a colación análisis de clásicos. Ocurre que las clases dominantes no dejarán el poder por el mero convencimiento de que se terminó su tiempo y es hora de los trabajadores. Y hay que decirlo para recordárselo, más que a los olvidadizos, a los malintencionados, que nadan como pez en el agua en las campañas electorales y que las usan como prolongación de la cabecera de pancarta de las manifestaciones con aroma a paseo cofrade a las que están abonados. Estos personajes disfrazados de líderes-referentes ni oír quieren de esa máxima que cuando se agudizan las contradicciones de clase, las urnas pasan a ser secundarias.

Caminamos sobre esa obviedad y otras: no vivimos un momento revolucionario, ni siquiera de aproximación al hecho revolucionario, ¿entonces? Sí es cierto que el campo de la resistencia se ha ensanchado con la entrada de nuevos actores, (aunque desde la trinchera enemiga tengan claro que nos quieren mejor ahí, dentro de las instituciones), sabiendo, además, cuántos somos y cuál es exactamente nuestro comportamiento. Es casi un axioma revolucionario decir que es necesario compatibilizar luchas en la calle con lucha en las instituciones; una especie de ley antigua (quizás con necesidad de actualizar) que en estos días no parece respetarse, en beneficio del dichoso voto. Vamos a ir a votar para que el sistema nos gane, pero nos sintamos mejor viendo que el campo de la izquierda (llamémosle así) crece en diputados, concejales… y que es seguro que en las próximas o en las siguientes de las próximas va a haber un número de representantes suficientes para cambiar el régimen –¡por fin!-. Y, por si fuera poco, todo hecho desde dentro del sistema, que es mucho más sosegado y civilizado, porque desde fuera ya sabemos que no solo es imposible (perdón por la ironía) sino también mucho más agitado y convulso.

Jorge López Ave

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