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martes, 3 de marzo de 2015

EL ARTÍCULO DE SÁNCHEZ PIÑOL CENSURADO EN LA VANGUARDIA: " ZARZALEJOS, LEJOS, LEJOS"

03.03.2015

Traducimos el artículo que el domingo no publicó el diario del Grupo Godó. El escritor anuncia en su página de Facebook que deja de colaborar con La Vanguardia.

Los lectores de Albert Sánchez Piñol se volvieron a quedar parados ayer cuando vieron que La Vanguardia tampoco publicaba su artículo quincenal. Su último artículo, publicado hace quince días, ya salió una semana más tarde del día que tocaba para que La Vanguardia no la había querido publicar de entrada. Ayer tampoco salió, lo volvió a generar fuerza indignación en la red. El escritor lo ha publicado hoy, en su perfil de Facebook, donde ha anunciado que deja de colaborar con el diario del grupo Godó. He aquí su explicación y el artículo íntegro que La Vanguardia no le ha querido publicar:

«Como muchos ya sabréis, últimamente he mantenido ciertas discrepancias con la dirección de La Vanguardia. Mis dos últimos artículos han sido rechazados. Eso, y otras cuestiones, me han hecho tomar la decisión de dejar de colaborar con el periódico. En cualquier caso me sabría mal que mi último artículo no viera la luz, de modo que el cuelgo en el facebook para que lo lea quien quiera y lo publique libremente cualquier medio que así lo desee:
Zarzalejos, lejos, lejos

«Puede haber nada más gravoso, más fastidiando y más digno de animadversión que los artículos del señor José Antonio Zarzalejos? Pase lo que pase en el mundo, el señor Zarzalejos dedicará todas y cada una de sus piezas periodísticas a atacar, denostar y vituperar el proceso soberanista.
Lo que acaba resultando insufrible no son tanto las opiniones expuestas como la reiterada idiotez de los argumentos; la insidiosa cuento de nunca acabar contra Artur Mas, obtusa y sin duda contraproducente, porque el acoso monomaníaco haría parecer simpático el mismo Barrabás. El tono de estratega de salón, de domador de pulgas. Los razonamientos alienígenas. Las ínfulas baratas.
Seamos justos: la prosa zarzalejiana no es exaltada ni descabellada; ni es estulticia furibunda ni abunda en desatinos, pero sufre un daño mucho peor, un mal imperdonable en un hombre que de periodista de élite: es de laboratorio. Los catalanes de quien habla diríais que son moléculas enfocadas por un microscopio. Y cuando nuestro insigne ex-director del ABC alega un sincerísimo amor por Cataluña, este sentimiento es tan creíble como inmodificable: él nos amará siempre que los catalanes sean lo que él exige que sean: que no lo sean.
En Madrid la política es cosa de gabinete. Para las élites españolas, la calle no existe. Sólo hay sedes, cúpulas y ministerios. Tan sólo un mundo como el aznariano podía ser capaz de crear el vocablo pancarteros. Y Zarzalejos viene de este mundo. Por lo tanto, que la mirada zarzalejiana intente valorar el Proceso es como pedir a un daltónico que nos describa el Arco Iris.
¿Cuántos secesionistas habrá convertido a la fe unionista, el señor Zarzalejos? La pregunta es irrelevante. En cierta ocasión me encontraba en una remota ciudad del Congo donde sólo había dos blancos: yo y un viejo misionero belga. Recuerdo que le pregunté, de la manera más delicada posible: '¿Está seguro que las ideas religiosas del millón de personas que nos rodean son perfectamente erróneas y en cambio las suyas, que no mantiene a nadie más que usted, son verdades de una abrumadora perfección, incuestionables y superiores? ' Respuesta: 'Por supuesto'. La siguiente pregunta fue cuántos africanos había convertido a la fe apostólica y romana en treinta años de misión. 'Ah, no, eso no', confesó, todo satisfecho: 'Ninguno'. Lo que importaba era el apostolado.
Pero volvamos a la cuestión del principio: ¿deberíamos encontrar odioso José Antonio Zarzalejos, o al menos sus artículos fútiles y vocingleros, sus estruendos de ideólogo arcaico y periclitado?
En un relato autobiográfico, Herman Hesse explica que se recluyó en un balneario para superar una crisis nerviosa. Todo va bien hasta que en la habitación contigua se instala un cliente holandés, impertinente y barrigón, que le convierte la estancia en un infierno. Sólo los separa un leve tabique, y el holandés arrastra muebles, sus carcajadas son escandalosas. Su cama chirría y relincha, abuchea la mujer con unos aullidos guturales. Más que toser, retumbe. Hesse no puede más. Y había acudido al balneario para superar un estado depresivo! Pero entonces se hace una pregunta mágica: ¿y si por un instante, sólo uno, sustituyo el odio por la conmiseración? Hesse intenta visualizar el holandés cuando era pequeño, sus frustraciones, sus penas. Toda su vida. Intenta imaginar qué dolor profundo la había llevado al balneario. La madrugada siguiente, Hesse ya se mira su vecino de otro modo. Comulga con su sufrimiento. El ama. ¿Podríamos hacer lo mismo con Zarzalejos? A ver.
Dicen del joven Churchill que la primera vez que ocupó un escaño, sentado junto a un viejo parlamentario de su mismo partido, miró las filas rivales y exclamó: 'Ajajá! De modo que estos son nuestros enemigos! ' (Recordemos que el parlamento inglés no es un hemiciclo, es un rectángulo: los grupos opuestos se sientan cara a cara). Y el veterano diputado le contesta: 'No, joven, no; los de aquí delante son nuestros adversarios. El enemigo detrás nuestro '.
Al pobre José Antonio Zarzalejos le pasa lo mismo. Decir que su gente lo apaleó sería quedarse corto. Fue triturado, descuartizado, aniquilado en varias pugnas de estas de gabinete, tan madrileñas, que las moléculas no entienden. (Y que les importan un rábano, además). Como nos puede resultar odioso un hombre que ha sufrido el ataque cavernario desde todos sus frentes? Yo no sabía que la cosa fuera tan salvaje hasta que leí una sentencia en la que el juez condenaba Jiménez Losantos por haber difamado Zarzalejos. Durante más de un año, al parecer, Losantos había usado su micrófono para dedicarle los epítetos siguientes: calvorotas (sic), mentiroso, traidor, sicario, embustero, bobo, analfabeto funcional, inútil, zote, zoquete, fracasada, pobre diablo, pobre enfermo, nulidad, ruindad, pésimo director, director incompetente, ignorante, escobilla para los restos, Zanzalejos (sic), Carcalejos (sic) y, para acabarlo de rematar, Despojo intelectual y detritus humano. Amén.
Muy bien: la amaremos. Algo, por lo menos. Pero por favor, que se nos concedan dos gracias. Primera: que, antes de bramidos que en Cataluña vivimos un ambiente crispado, lea en voz alta las sentencias de sus batallitas intestinas. Y segunda: en lugar de hacernos tanto la murga, ¿no se podría dedicar un poco más a sus enemigos?
Albert Sánchez Piñol

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