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viernes, 27 de marzo de 2015

EL 21% DE LA VERGÜENZA NACIONAL



 27.03.2015
El pasado lunes nueve de marzo de 2015 cierto periódico nacional con excesivo celo por su labor informativa anunció la intención del actual gobierno por reducir el IVA cultural. Nunca sabremos si la noticia se comentó en medio de alguna opípara cena, si casualmente algunos ojos indiscretos la leyeron en un documento encima de una mesa, o  si cayó en alguna oreja a través de una puerta. El caso es que la decana dirección de un imparcial e insobornable diario nacional se hizo eco de tal noticia: que España volverá a los primeros puestos europeos de países con mayor imposición a la cultura al reducir once puntos el IVA cultural. Una tasa que aunque superior a su antecesora y todavía a seis puntos de la imposición al material pornográfico, dará respiro al fin a una industria que además de su aportación económica al PIB., es representante de la historia, la diversidad y la libertad de nuestra sociedad.


El impacto de la noticia fue tremendo, para empezar en los ánimos del estrangulado sector profesional de la cultura, pero también en el resto de la sociedad española. Las televisiones hablaban por fin de la mortífera y desmedida distancia de la imposición a la cultura española. Hablaban de los nuevos precios del mercado cultural. Hablaban, hablaban, hablaban. Y en definitiva hablaban del fin de una carga que a tenor de todos los estudios ha resultado desmedida y cruel. Una carga cuya única repercusión ha residido en el cierre de empresas y en el declive del consumo cultural. Una carga que además no ha tenido repercusión alguna en las arcas estatales. Pero todo había acabado al fin. Hasta que don Mariano hizo su aparición pública desde Guatemala (lo de este señor es increíble) para comunicar al país que no, que probablemente en un futuro, que sí pero que no ahora, que parece que va a llover.

Ojipláticas y afásicas, las voces de la cultura (y los oídos y los ojos de la cultura) escuchamos los acostumbrados circunloquios del registrador de la propiedad, que sonaban como aquel “estamos trabajando en ellou” pero más indefinido y apático. Como una inocentada, como el cubo de agua fría que te espabila en medio de una sesión de tortura. Y el asco y la rabia acrecentados por el escozor de las heridas y por las esperanzas hundidas. Porque es terrible que te pisoteen sin motivo, pero es peor el escarnio y la indolencia.

No podemos aguantar más semejante venganza por parte de nuestro gobierno. Porque esta imposición o es una venganza que ha ido demasiado lejos, o es un descarado atentado contra nuestro patrimonio vivo, contra nuestro intelecto. Una demostración de fuerza con intenciones destructivas, o un violento camino hacia un modelo de sociedad: con una mayoría inculta y enclaustrada, y con una minoría elitista y condicionada. No hay más respuestas. Resistir es la única opción posible. Resistir mientras la muerte se ceba con artistas, salas, proyectos. Resistir… o salir a la calle a gritarles a la cara que ya está bien, que no vamos a seguir consintiéndolo. Resistir, gritar y barrer en las urnas a toda esa panda incapaz de trabajar por el bien común (y de momento aquí solo hablamos de cultura). Ojalá consigamos hacerles desaparecer, sin olvidar nunca su vergonzoso recuerdo. No a la censura y la coacción. No al 21%.

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