Este artículo aborda la cuestión del doble rasero que hay en
Occidente para medir la importancia mediática que se le da a las
víctimas de masacres, en función de si son del 1º o del 3º mundo, cuando
todas deberían tener la misma consideración.
Ante los asesinatos de París, se movilizaron todos los medios de comunicación occidentales y acudieron muchos líderes políticos europeos a la posterior manifestación multitudinaria que se celebró en esa ciudad, como condena de esos crímenes y en defensa de la llamada “libertad de expresión”. Curiosamente, muchos de los líderes políticos que estuvieron allí presentes aplican en sus países medidas restrictivas sobre la libertad de expresión, como es el caso de Rajoy, que aprobó hace pocos meses en España la llamada `Ley Mordaza´, que, entre otras cosas, limita derechos fundamentales como la libertad de manifestarse en la calle. La magnitud que alcanzó el acto criminal en París contrasta con la que tuvieron en cambio los terribles asesinatos en Baga, cuya noticia apenas ocupó unas líneas en los periódicos y no desembocó en una concentración masiva de gente en alguna ciudad europea y, ni mucho menos, provocó la presencia de algún líder político mundial en Nigeria como apoyo de condena a la matanza allí cometida.
Esllamativo observar cómo, en las
sociedades occidentales actuales, la cobertura mediática en relación con
los actos terroristas varía enormemente según afecte a unos países u
otros. Un ejemplo muy claro lo podemos encontrar al ver cómo cada año se
conmemora a nivel mundial (como es lógico) la terrible matanza que se
produjo en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. El mundo se
paraliza en esa fecha y se recuerda a las víctimas de aquellos
atentados.
En cambio, no ocurre lo mismo, ni muchísimo menos, con
relación a las numerosísimas víctimas civiles muertas en múltiples
atentados cometidos en países como Irak, Siria o Afganistán, lugar
donde, por ejemplo, el 1 de julio de 2002 un helicóptero de Estados
Unidos bombardeó sobre una aldea de la provincia de Uruzgan, en un sitio
donde solamente se estaba celebrando una boda, lo que ocasionó varias
decenas de muertos entre los asistentes al enlace. Esa atroz matanza
quedó en el olvido. El mundo no se paraliza cada 1 de julio, ni se
recuerda a sus víctimas.
Esa doble vara para calibrar la
repercusión mediática de la importancia de los muertos se ha utilizado
en numerosísimas ocasiones. Hace poco pudimos observar otro ejemplo muy
claro. El mismo día en que se produjo el cruel y condenable asesinato de
12 personas en la sede de la revista Charlie Hebdo en París, la milicia
islamista Boko Haram llevó a cabo su 2ª matanza en una semana en la
localidad nigeriana de Baga. Entre ambas, se estima que murieron en
torno a 2.000 personas.
Ante los asesinatos de París, se movilizaron todos los medios de comunicación occidentales y acudieron muchos líderes políticos europeos a la posterior manifestación multitudinaria que se celebró en esa ciudad, como condena de esos crímenes y en defensa de la llamada “libertad de expresión”. Curiosamente, muchos de los líderes políticos que estuvieron allí presentes aplican en sus países medidas restrictivas sobre la libertad de expresión, como es el caso de Rajoy, que aprobó hace pocos meses en España la llamada `Ley Mordaza´, que, entre otras cosas, limita derechos fundamentales como la libertad de manifestarse en la calle. La magnitud que alcanzó el acto criminal en París contrasta con la que tuvieron en cambio los terribles asesinatos en Baga, cuya noticia apenas ocupó unas líneas en los periódicos y no desembocó en una concentración masiva de gente en alguna ciudad europea y, ni mucho menos, provocó la presencia de algún líder político mundial en Nigeria como apoyo de condena a la matanza allí cometida.
Esta doble moral, que se aplica de forma
tan palpable, lleva a poder plantearnos una incómoda cuestión: ¿Por qué
vivimos en una era donde, tristemente, parece que en Occidente mucha
gente considera que hay muertos de 1ª (los suyos) y muertos de 3ª (los
demás)?
Existe en la actualidad un peligroso
etnocentrismo en los países occidentales, donde da la sensación de que,
como es lógico, asumimos como normal escandalizarnos por el asesinato de
12 personas si ocurre en uno de los grandes países de nuestro entorno,
pero por el contrario pasamos de puntillas, sin preocuparnos ni
removernos, al conocer la matanza de 2.000 personas en un país del 3º
mundo (lo cual debería ser intolerable).
En este contexto, donde está instalada
esta doble moral en nuestras sociedades, es lógico que hoy en día el
concepto de “libertad de expresión” parezca significar que públicamente
se pueda decir cualquier cosa, admitiéndose como válido siempre que, eso
sí, no nos afecte a nosotros. En Occidente se llega a asumir como
normal la portada del número 1099 de la revista Charlie Hebdo, en julio
de 2013, donde se trivializaba la matanza en Egipto de más de mil
personas por parte de la dictadura militar de ese país. Su titular
decía: “Matanza en Egipto. El Corán es una mierda. No detiene las
balas”, y la caricatura que lo ilustraba era la de un hombre musulmán
acribillado mientras sujetaba el Corán. Una viñeta completamente burda e
irrespetuosa, que debería ser considerada inadmisible, pero en
Occidente parece que mientras se hable de otros no nos importa que un
medio de comunicación al satirizar cruce la línea y llegue a burlarse de
la muerte de personas, porque, al fin y al cabo, esa gente es de un
país lejano y tiene otra religión.
Se debe potenciar en la sociedad un
espíritu crítico y contestatario, pero este queda devaluado si olvidamos
que todos los seres humanos merecemos respeto, porque todos somos
personas. No deberían existir categorías de vivos, ni deberían existir
categorías de muertos. Todas las víctimas de matanzas merecen el respeto
a su memoria y la condena de sus asesinos, y es por esto que no
deberíamos olvidar que en la libertad de expresión no vale todo, ya que
esta libertad existe si primero se parte del respeto en cuestiones tan
básicas como es la muerte, sea de quien sea. Se puede alentar que los
medios de comunicación utilicen la sátira, pero para ello no es
necesario ofender groseramente. Es aquí cuando conviene recordar las
recientes y muy acertadas palabras del máximo representante de la
religión católica en el mundo, el papa Francisco, en relación al
comentado caso de Charlie Hebdo. Aclarando que “tanto la libertad de
expresión como la religiosa son derechos fundamentales del ser humano”,
seguidamente remarcó que “no puedes jugar con la religión de los demás.
No puedes insultar su fe o reírte de ella. En la libertad de expresión
hay límites”.
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