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sábado, 8 de noviembre de 2014

DIVIDIR PARA SUBYUGAR; LA ETERNA POLÍTICA IMPERIAL


Escrito por  Jair de Souza

Si es verdad que no han encontrado casi ninguna receptividad entra la la mayoría de los seguidores del chavismo, su objetivo prioritario parece ser sembrar cizanna y causar desaliento entre los seguidores del Presidente Nicolás Maduro para que, con el desgaste del gobierno, las oligarquías y el ..

A través de la historia, ningún imperio jamás estuvo dirigido por imbéciles. Si, vez por otra, algún imbécil aparece formalmente en su comando (como en el caso de Hitler, en el III Reich, o George W. Bush, en el imperio yanqui) es porque los que realmente detienen el poder prefieren no ser vistos en tal función.
Hago este comentario inicial tan solo para dejar patente que todo imperio siempre dispone de cuadros altamente preparados para trazar las políticas que buscan garantizar la defensa de sus intereses, o sea, de los intereses de quienes verdaderamente lo comandan.
Todo imperio tiene que tener necesariamente bajo su control a otros países o naciones. Un imperio que no domine a nadie no es de veras un imperio.
Así que, como dominar y subyugar a otros pueblos o países es parte esencial de un imperio, este está obligado a contar con equipos muy bien preparados para formular los planes y las directrices que le faciliten vencer las resistencias de los que osen insubordinarse contra su dominación.
Como es sabido por todos, una máxima fundamental de cualquier imperio en relación a sus víctimas es: “dividir para dominar”.  En consonancia con esta máxima, los imperios siempre tratan de buscar maneras de fracturar las fuerzas que se opongan a sus planes.
Tomando por base esta pequeña introducción, vamos a analizar dos casos recientes de intentos hechos por agentes imperiales con el propósito de escindir las fuerzas rebeladas en su contra. Vamos a ver brevemente los casos de la Nicaragua reciente y el de la Venezuela en el gobierno de Nicolás Maduro.
En relación con Nicaragua, después de haber inviabilizado por medio de la fuerza y de todas las maneras imaginables, por más sórdidas que fueran, al gobierno sandinista que había derrocado a la dictadura de Anastasio Somoza, un títere de los Estados Unidos, los revolucionarios fueron derrotados en las urnas por los defensores de los intereses del imperio estadounidense. A partir de ahí, Nicaragua pasó a vivir una fase de horrible pesadilla para sus mayorías humildes y, en contraposición, de un sueño casi perfecto para la minoría de potentados asociados al imperio.
Sin embargo, los sandinistas nunca aceptaron que su derrota era definitiva, sino que, meramente, circunstancial. Por eso empezaron a trabajar duro desde el día siguiente a su derrota para prepararse para la retomada del poder en condiciones bastante diferentes de lo que había ocurrido la vez anterior. Ahora, por vía electoral enfrentándose a un gobierno neoliberal lacayo respaldado por toda la corporación mediática y por la asesoría directa yanqui.
El FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional), dirigido por Daniel Ortega, tenía claro que, en las nuevas circunstancias, solo se podría derrotar al gobierno neoliberal lacayo si se lograra ampliar el abanico de alianzas más allá de las fuerzas esencialmente revolucionarias. Así fue que se buscó un entendimiento con sectores conservadores de la Iglesia Católica (liderados por el cardinal Obando y Bravo) y con el grupo político de Arnold Alemán, un notorio corrupto que se sentía desplazado del poder por los que conducían el gobierno.
Tanto Daniel Ortega como la mayoría de los dirigentes del FSLN sabían que tenían que hacer concesiones a los nuevos aliados si deseaban contar con su respaldo en aquel momento. Habría que evaluar si se iba a ganar o perder al hacer tal alianza. Pero, ¿que podría ser peor para los trabajadores y la mayoría del pueblo que permanecer enteramente subordinados a los dictámenes de Washington y de la política neoliberal que se había impuesto al país?
Fue así que tomaron la decisión de llevar adelante dicha alianza momentánea con grupos no identificados con la línea política de cuño popular y socialista, tradicionalmente defendida por el FSLN.
Por otro lado, los agentes imperiales sintieron en esta movida del FSLN una amenaza concreta a la situación que, hasta entonces, parecía mantenerse enteramente bajo su control. En vista de eso, empezaron en su tarea de resquebrajar la tenue unidad que se había logrado establecer alrededor del FSLN. Lamentablemente (para los agentes imperiales, claro), no pudieron impedir su consecución en aquel entonces.
Como no les fue posible aislar al FSLN de otras fuerzas políticas no populares, los agentes imperiales se decidieron por el intento de fraccionar el propio movimiento sandinista, ahora por la izquierda. Fue en tales circunstancias que surgió el MRS (Movimiento de Rescate Sandinista), con gente como Mónica Baltodano, que en el pasado era un personaje respetado entre los sandinistas. A ellos no les cabía dudas de que deberían presentarse al público como los “verdaderos sandinistas”, los que se rehusaban a traicionar los legados del líder patriótico Augusto César Sandino como, según ellos, estaban haciendo los dirigentes del FSLN.
A partir de ahí, el MRS empezó su proceso de difamación de Daniel Ortega, Tomás Borge y los demás dirigentes del FSLN. No tuvieron éxito en su tarea, y el FSLN venció los comicios y asumió el gobierno.
Con el paso del tiempo, el FSLN fue ganando cada vez más fuerza propia y poniendo en práctica cambios profundos en las políticas neoliberales que había heredado del anterior gobierno pro-yanqui. A su vez, el MRS se fue mostrando cada vez más claramente cómo lo que realmente era: un grupo entregado por entero a la política del imperio.
No pasó mucho para que se descubriera que el MRS estaba en la lista de pagos de las agencias imperiales encargadas de las tareas sucias de promover contrarrevoluciones en los países rebelados. Fue la propia NED (National Endowment for Democracy), organismo que asumió las tareas de financiación antes ejercida por la CIA, la que publicó en su balance anual de gastos los datos acerca de la entrega de recursos a esos “verdaderos sandinistas”. Desde entonces, Mónica Baltodano y los demás integrantes del MRS siquiera se preocupan en disfrazar su condición de grupo de apoyo abierto a las oligarquías y al imperialismo.
¿Y qué pasa en Venezuela en estos momentos?
Podemos constatar que los planes para dividir el movimiento chavista no presentan muchas diferencias con lo que se intentó hacer en Nicaragua. Quizás, la diferencia más significativa sea que en Venezuela no se logró encontrar ningún nombre con algún peso representativo entre los chavistas tradicionales para ejercer funciones similares a la de Mónica Baltodano en Nicaragua.
Por tal motivo, el imperio ha tenido que depositar toda su esperanza en un grupo de ultraizquierdistas (en su mayoría autotitulados trotskistas) con poca o ninguna representatividad entre las masas seguidoras del chavismo.
Pero, por lo menos, esos elementos ya venían demostrando mantener gran afinidad con las políticas imperiales alrededor del mundo. Basta con recordar como se solidarizaron con la campaña del imperialismo para causarle problemas a China en el Tibet, su apoyo criminal a las fuerzas mercenarias que destruyeron el Estado de Libia y asesinaron vilmente a su líder, Muammar Gadafi, su descarado apoyo a la intervención militar mercenaria que intenta derrocar el gobierno legítimo de Siria y, aún más recientemente, la simpatía que externaron en relación con el golpe de estado propulsado en Ucrania por los nazifascistas, y su abierto apoyo a toda y cualquier actitud del imperio estadounidense que ponga en peligro la existencia de Rusia. Es que, para ellos, Rusia sigue siendo lo mismo que la antigua Unión Soviética, en otras palabras, el enemigo principal al cual deben derrotar a toda costa.
Como era de esperarse, los voceros de este grupo mayoritariamente trotskista se esfuerzan por hacerse pasar como “los verdaderos chavistas”, los que quieren impedir que el legado de Hugo Chávez sea “traicionado” por Nicolás Maduro y los demás miembros y dirigentes del Gobierno Bolivariano y del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), el partido que creó Chávez para conducir la Revolución.
Si es verdad que no han encontrado casi ninguna receptividad entre la mayoría de los seguidores del chavismo, su objetivo prioritario parece ser sembrar cizaña y causar un desaliento entre los seguidores del Presidente Nicolás Maduro para que, con el desgaste del gobierno, las oligarquías y el imperio puedan derrotarlo y reasumir el control de las principales fuentes de petróleo del planeta. No es mera casualidad que el principal órgano a través del cual expresan sus opiniones sea actualmente más leído y divulgado por los derechistas y sus medios que por revolucionarios.

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