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sábado, 18 de octubre de 2014

ASESINATO DE THOMAS SANKARA

“Llaman provocación a las verdades que nosotros proclamamos, mientras que las mentiras que ellos cuentan se convierten en verdades absolutas. Nuestra lucha por la independencia y el bienestar de nuestros pueblos es tachada de insumisión, y el saqueo que ellos hacen de nuestras riquezas se llama obra civilizadora. Así escriben ellos la historia, y así se la aprende la mayor parte de la Humanidad. Por eso yo prefiero sentir a mí lado al Ché antes que a cualquiera de ellos”. Thomas Sankara.

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El 15 de octubre se cumple el aniversario del asesinato del presidente de Burkina Faso, Thomas Sankara, a mano de los hombres de Blaise Compaoré, antiguo compañero de armas, que sigue siendo hoy el primer mandatario del país.

La historia del capitán de paracaidistas Thomas Sankara es fascinante. Su heroica y desgraciada peripecia vital se funde con la del propio continente africano, tan cerca y tan lejos de nosotros, al mismo tiempo. No en vano, el revolucionario burkinabés fue conocido cómo el Che Guevara negro.

Thomas Sankara nació a finales de 1949 en Yako, enclave situado en la colonia francesa de Alto Volta. Su país obtuvo la independencia formal en 1960, en plena era de la descolonización. Por aquel entonces el futuro presidente sólo era un niño.

En su juventud, Sankara se sintió fuertemente atraído por la figura de Jesucristo e, incluso, estuvo a punto de ordenarse sacerdote. Pero, finalmente, tuvo que dedicarse a la milicia para intentar aliviar la delicada situación económica de su familia.

Fue en la Academia Militar de Antsirabé (Magadascar) donde el joven soldado africano se hizo marxista. La guerra que enfrentó a su país con Malí en 1974 lo convirtió en un héroe nacional.

En 1976, Sankara, junto con un grupo de jóvenes militares, fundó el Grupo de Oficiales Comunistas. Dos años después conoció en Rabat al también capitán Blaise Compairé, y desde entonces el destino de estos dos hombres quedaría unido para siempre.

En los años siguientes, Sankara ocupó diversos cargos en los gobiernos militares que regían la vida de Alto Volta. En 1983 se convirtió en primer ministro, siendo derrocado por un golpe de estado derechista a las pocas semanas.

El 5 de agosto de ese mismo año una insurrección cívico-militar liderada por Compairé liberó a Sankara de la prisión e inicio el proceso revolucionario. El capitán Tom Sank, cómo lo llamaba su amado pueblo, se convirtió en Jefe del Estado, dando paso a la época más floreciente de Burkina Fasso.

Precisamente, una de las primeras medidas del presidente Sankara, fue el cambio del nombre del país. A partir de entonces, la pequeña excolonia francesa fue conocida cómo Burkina Fasso, “La tierra de los Hombres Íntegros”. La integridad del joven dirigente burkinabés le costaría la vida años más tarde.

Durante los escasos 4 años que duró su gobierno, Thomas Sankara, se preocupó por liberar a su país de las históricas ligaduras que impedían su pleno desarrollo cómo nación independiente. Sankara intentó elevar el nivel de vida de sus habitantes, eliminar el hambre y alfabetizar a sus compatriotas. Una de sus principales metas fue lograr la igualdad del hombre y la mujer. Para ello, abolió la ablación, prohibió la poligamia y promovió el uso de anticonceptivos, para luchar contra el fatal virus del SIDA.

El presidente Sankara se movía por su país en un humilde Renault 5, el coche más barato del mercado automovilístico burknaibés. Era una persona decente, querida por su pueblo y admirada por gentes de toda África. Francia nunca se lo perdonó.

La lucha contra la corrupción fue uno de los grandes retos -y también de los grandes logros- del sankarismo. Los Tribunales Populares Revolucionarios fueron un instrumento fundamental para erradicar una lacra que azotaba a la totalidad del continente africano. Pero su estilo de gobierno lo llevó a mantener actitudes personales extremadamente llamativas: Nada más llegar al poder, vendió las limusinas del Estado y las cambió por el modesto Renault 5, convertido en coche presidencial. Su sueldo como presidente siguió siendo el mismo que el del cargo de capitán que ejercía antes de llegar al poder, y a su muerte, su única posesión era una modesta vivienda cuya hipoteca no había sido aún enteramente liquidada. Su madre seguía ejerciendo, siendo él presidente, como vendedora de especias en un puesto de un mercado de Uagadugú.

Pero la obra política de Sankara no se detuvo en la lucha contra la corrupción. Fue un firme defensor de la igualdad entre el hombre y la mujer y dictó leyes contra la ablación, la poligamia, e incorporó a la mujer a los más altos cargos de la administración del país. La erradicación del analfabetismo fue otro de sus grandes logros, con resultados espectaculares en sus cuatro años de gobierno y la construcción de centenares de escuelas rurales.

En el campo de la sanidad, la obra de Sankara fue también notable. Puso en marcha acciones espectaculares, como los “comandos de vacunación”, encargados de vacunar a millones de niños en todo el país, con la ayuda -como en otras muchas iniciativas sociales- de voluntarios venidos de distintos países.
La obsesión de Sankara -y para él el principal objetivo de cualquier revolución- era mejorar las condiciones de vida de su pueblo. Que la gente pudiera alimentarse correctamente, vivir dignamente, acceder a la educación, expresarse libremente era el objetivo de su trabajo diario. Dio un giro radical a la economía de su país, centrando todos sus esfuerzos en el desarrollo de la agricultura y la ganadería, creando centenares de mini-embalses, promoviendo y protegiendo la producción local frente a los productos importados que sangraban la economía nacional. Rechazó de plano cualquier ayuda internacional que se pareciera a una limosna y sólo estuvo de acuerdo en gestionar aquella que contribuyera a facilitar los objetivos que su gobierno se había marcado -para satisfacción de muchas ONG que veían en esa actitud un modelo de gestión de la ayuda externa.

Pero todo ello se tuvo que hacer desoyendo las consignas de los organismos financieros internacionales -FMI y Banco Mundial- y de la Francia de Mitterrand, que le cortaron, todos ellos y de forma repetida, el acceso a los créditos necesarios para su programa. Los enfrentamientos con el presidente francés fueron, por otra parte, sonados. Sankara, en efecto, no tenía ningún reparo, y lo hizo en alguna ocasión teniendo a Mitterrand a su vera, en reprochar a la antigua metrópoli su pasado colonial y el empeño en seguir manteniendo el control sobre los recursos naturales africanos y, para ello, también ejercer el control político por la vía interpuesta de jefes de Estado locales corruptos y sumisos.

El nuevo nombre que dio Sankara al país, Burkina Faso -la tierra de los hombres íntegros-, no fue en vano. La población recuperó una dignidad perdida a lo largo de un siglo de sumisión al poder extranjero, de vejaciones, de miseria, de represión. Ser burkinabé se convirtió en sinónimo de orgullo en todo el continente africano. La lucha de Sankara fue asumida por la juventud de todo el continente, donde se convirtió en un héroe, un líder carismático, el presidente valiente y honrado que todos los pueblos africanos querían para sí.

Por eso, al día siguiente de su muerte, millones de africanos salieron a la calle enfurecidos; por ello, aún hoy  en las calles de toda África, en los taxis y en las motocicletas, en los cuadernos escolares, el nombre y la foto de Sankara están presentes y en los mercadillos se pueden adquirir grabaciones de sus discursos; por ello, campus y comedores universitarios de toda África han tomado el nombre de Thomas Sankara.

El 15 de octubre de 1987, Sankara fue asesinado por esbirros de su antiguo amigo y camarada Blaise Compairé. El traidor se autoproclamó presidente y acabó con la obra de Tom Sank. Compairé ha sido desde entonces un fiel aliado del imperialismo francés y un alumno aplicado del FMI y del Banco Mundial. Aún hoy,  continúa en la presidencia del país.

No podemos olvidar a la persona que ordenó, directa o indirectamente, el asesinato del capitán Sankara. El presidente de la República Francesa era, en aquellos años, el socialista François Mitterrand.

Dos décadas después del crimen, Sankara es un ídolo para la juventud africana. Su humilde tumba es lugar de peregrinación para la izquierda del continente olvidado. Sobre ella, reza la famosa leyenda de la Revolución Cubana: «Patria o Muerte. Venceremos».

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