Las masas están pasando por un momento
muy difícil en su vida personal. La terrible crisis actual que llevamos
viviendo todos desde hace años ya ha hecho sucumbir a muchas personas:
gente acabando con su propia existencia porque no comprende que pueda
salir adelante perdiendo su casa, su hogar; “hijos de familia” que se
han visto envueltos en acciones que hacía décadas que no se veían, al
menos en gran medida, como puede ser el hurto, el “chanchulleo”, tráfico
ilegal…
Un alto porcentaje de los sectores más
populares están en depresión constante por la falta de trabajo, con
familias en paro desde hace años, cobrando subsidios mínimos que no son
más que caridad, asistiendo a comedores sociales, llevándose ropa de la
iglesia, de centros sociales, en definitiva, sectores volcándose cada
vez más en una depresión, sumiéndose en un estado de ánimo de amargura y
tristeza mezcladas con sentimiento de desamparo.
Y en esta coyuntura, van surgiendo
posibles militantes potenciales (sobre todo jóvenes) que se quieren ir
acercando a un proyecto político que les resuelva sus dudas, que les de
una señal de esperanza y futuro, que les introduzca en lo colectivo, en
la lucha y en la formación de sus incansables ansias de saber, del saber
de su clase, de dónde procede la miseria que viene observando desde
pequeño, y cómo resolver las contradicciones que se va encontrando.
Y por otra parte, nos encontramos con la
pura masa, gente que necesita arropo, calor humano y comprensión,
alguien que les sepa guiar, que les pueda ayudar, y que si encuentran lo
que buscan, serán posibles manos que ayuden en las necesidades del
Partido.
Es aquí donde radica un papel importante
de la militancia comunista, sobre todo de los cuadros más avanzados. Un
verdadero comunista debe aprehender que se debe al pueblo, que debe
intentar resolver en la medida de lo posible las dudas y las malas
situaciones de quien llevará el día de mañana, con la guía del Partido
de la Revolución, a todos a un estado superior.
Un buen militante debe ser capaz de
escuchar y comprender, de ponerse en el lugar de quién necesite ayuda y
de tenderle todas las manos posibles. Enseñarle la importancia de la
autoorganización, de la unidad junto a sus vecinos, compañeros de
trabajo o de estudio, para conseguir aquello que anhela, y de hacerle
comprender que pertenece a una clase, con unas condiciones de
explotación que nunca acabarán mientras vivan bajo la tiranía
oligárquica. Debe ser consejero y una referencia cuando no sepan a quien
acudir para resolver sus problemas laborales.
Enseñarles la utilidad de impartir o
asistir a talleres, de luchar por el deporte de base, de un ocio
alternativo con conciencia, que sirve tanto para elevársela a ellos,
como para mantenerles activos evitando los síntomas depresivos de la
soledad, del no hacer nada.
Desde la caverna poco se puede hacer;
porque no se relaciona, no se sociabiliza, no pone en práctica aquello
que lee en los clásicos, o que se cierra sectariamente y mira por encima
del hombro a quien no piensa como él. Hay que salir al mundo para
conocer la realidad que se quiere transformar, y ser parte de él.
En conclusión, debemos ser capaces de
empatizar con el pueblo, más allá de buscar el simple vínculo, y darles
apoyo y ganas de luchar por el cambio social que queremos conseguir.
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