Desde el inicio de esta colosal crisis
que destruye derechos y conquistas de la clase trabajadora como un
rodillo imparable, a pesar de que el visionario Ministro Montoro haya
tenido los bemoles de afirmar “la crisis ha terminado” se han alzado
todo tipo de voces teorizando sobre ésta en distintas direcciones, con
diversos enfoques y culpables. Dentro de la izquierda, del campo
popular, se han vertido explicaciones que van desde las hipotecas
subprime a la conversión de la Deuda privada en Deuda Pública, pasando
por la crisis-estafa. Desde la visión marxista hemos expuesto de forma
clara que la crisis proviene de la sobreproducción capitalista, del
agotamiento del propio sistema que pone frenos al progreso de la
humanidad con el fin de mantener el orden de cosas existente.
Sin embargo, hemos de reconocer que la
consigna de “unir a los países del Sur de Europa frente a los del Norte”
(a pesar de no haberse desarrollado en demasía su argumentario) ha ido
consolidándose como una de las posiciones más repetidas por la
democracia pequeñoburguesa y varios de sus representantes, como son
Pablo Iglesias, J. Carlos Monedero y algunos intelectuales de
formaciones como Izquierda Anticapitalista (que desde hace algunos años
viene entonando este lema). La irrupción de PODEMOS en el Europarlamento
ha multiplicado enormemente el eco de esta consigna. Iglesias en rueda
de prensa en Bruselas declaró: “Los países del sur de Europa no queremos
ser colonias de poderes financieros que no ha elegido nadie. Pensamos
que otra Europa es posible”; del mismo modo, en su primer discurso en el
Parlamento Europeo pidió a las formaciones afines de los llamados PIGS
“no votar como izquierda o derecha, sino como españoles, italianos,
portugueses y griegos”.
La división Norte (rico)- Sur (pobre) no
es una novedad, sino que responde a una ya vieja tradición de difuminar
las diferencias existentes entre las clases sociales aludiendo a un
argumentario no totalmente erróneo, pero ínfimamente científico. Puede
ser cierto, por citar un ejemplo, que en el Norte del globo se concentre
una mayor cantidad de potencias capitalistas y que los niveles de
subdesarrollo del hemisferio Sur sean superiores, pero es un absurdo
obviar que dentro de cada uno de estos países existen todo tipo de
desigualdades sociales, políticas y económicas generadas por el dominio
de la propiedad privada que, en la fase imperialista del Capitalismo, se
traduce en el monopolio de la riqueza y los medios para producirla en
manos de un pequeño número de oligarcas.
Un país no determina su “posición
mundial” por su situación geográfica sino por su lugar en la cadena del
sistema internacional existente, del mismo modo que una persona no es
rica o pobre por nacer en USA o en Congo, pues dependerá del estrato
social al que pertenezca.
Es necesario partir de un análisis
científico para determinar si un país es “dominante” o “dependiente”, y,
a su vez, ahondar para clarificar su posición dentro del campo al que
pertenece. Errar en este análisis nos conduce a una conclusión fallida y
a decantarnos por una opción inválida para actuar sobre la realidad que
intentamos transformar, pues las tareas de lucha a desempeñar por la
clase obrera y el resto de capas del pueblo en una colonia no son las
mismas que en un país imperialista como es el Estado Español. Deben
cuidarse nuestros “pro-sureuropeos” de extrapolar la realidad
venezolana, brasileña, etc, a la de los países de la latitud sur
europea.
La “versión europea” entonada por este
sector de la izquierda viene a sintetizarse en que ante el mando de
hierro de las potencias ricas del Norte, principalmente Alemania aunque
lo haremos extensible a los gobiernos de “la Troika”, los azotados
países del Sur debemos aunar nuestras fuerzas para pelear por la
democracia y el “sueño europeo”, poniendo la Unión Europea al servicio
de la mayoría social. Es decir, que interpretan el hecho de que las
potencias periféricas que forman parte de la UE no sean la cúspide del
Imperialismo europeo como una muestra evidente de que estos países son
dependientes, colonias o “protectorados” de unos viles gendarmes. Cabe
preguntarse, ¿acaso los capitalistas españoles, o de cualquiera de estos
otros países del Sur, no encuentran en la UE la representación y
salvaguarda de sus intereses como clase dominante? ¿Pueden los
Berlusconi o Botín considerarse como opositores a sus homónimos
alemanes, por ejemplo? ¿Hemos de apostar por una confluencia nacional de
los PIGS contra la Troika lo que implicaría que los intereses
nacionales de estos países son conciliables con los de las distintas
clases sociales?
Sin lugar a dudas a los empresarios y
banqueros españoles les agradaría de forma desmedida ser los primeros de
su liga, pero es innegable que lo primordial para ellos es seguir
formando parte de esa liga aunque sea en una posición de segundo orden
que supedite parcialmente sus intereses a los del grupo de cabeza.
Los capitalistas españoles tienen
intereses transnacionales a través de sus monopolios, se benefician
enormemente de la pertenencia a la UE (como organismo supranacional que
permite una explotación sistemática de los trabajadores de los países
miembros y de los de otros lugares del mundo dependientes), y han
participado en guerras de claro rasgo imperialista como Irak o
Afganistán. El capitalismo español destruye puestos de trabajo y
potencia industrial para trasladarla a lugares del mundo donde los
costes son menores y sus beneficios puedan verse engordados y a través
de sus políticos aplaude y respalda genocidios (como el sufrido por
Palestina a manos del sionismo), atentados contra la soberanía nacional
(Ucrania o Libia), etc.
Considerar España una colonia alemana o
un protectorado del Imperialismo de USA y la Troika supone afirmar que
no nos encontramos en un país imperialista y que, en consecuencia, el
capitalismo vigente en España se encuentra en antagónica contradicción
con el orden europeo e internacional, supone afirmar que el Estado
Español es explotado por potencias ajenas y que la clase dominante
española no forma parte de la oligarquía que maneja los hilos a escala
internacional. Abogar por la unidad (casi patriótica) de los países del
Sur y no de los trabajadores de toda Europa, supone velar las
diferencias de clase (y su lucha) que acontecen en cada uno de estos
estados y romper los vínculos con la clase obrera de los países de esas
potencias de la cúspide imperialista (a las que, no olvidemos, parte de
la población del Sur de Europa está marchándose a buscar una vida en
general miserable) y del este europeo, a pesar de algún pequeño guiño
hacia éstas que los citados intelectuales han realizado a colación de
Ucrania.
Europa no se divide entre un Sur donde
están todos los pobres y un Norte donde están todos los ricos. En
Alemania hay 7,5 millones de personas que viven con “minijobs” que les
proporcionan menos de 450 euros al mes y que tienen que completar con
subsidios sociales. Una persona que pase toda su vida en estos miniempleos
se podrá jubilar a los 67 años con una pensión de 140 euros pues estos
empleos garantizan ¡3 euros al mes de pensión por año trabajado![1]
Según las estadísticas, en Alemania una
de cada tres personas no puede hacer frente a gastos inesperados, una de
cada cinco no puede permitirse irse de vacaciones y un 16 por ciento se
encuentra en riesgo de pobreza y exclusión social.[2] Tampoco
son muy diferentes las cosas en el ámbito de la desigualdad: en
Alemania hay 135 personas con un patrimonio superior a los 1.000
millones de euros y el 10% de la población más rica posee dos terceras
partes de la riqueza nacional.
Desde el Partido del Trabajo Democrático
reconocemos la necesidad de establecer una fuerte alianza entre las
masas trabajadoras de los países de la Unión Europea (incluso
reconociendo grandes similitudes con países como Grecia y Portugal),
pero también con el resto, en especial, con aquellos que son víctimas de
las agresiones del imperialismo occidental -que no ha dudado de lanzar
fuerzas de choque fascistas contra la soberanía del pueblo de Ucrania-
pero partiendo de los intereses de las clases populares de estos países,
que sea impulsada por las/os obreras/os conscientes que reclaman pan,
trabajo y dignidad, que van convenciéndose de que pelear por la
democracia es hacerlo por ser los “gobernantes de sus propias vidas” y
que un monstruo construido para su explotación, como es la UE, no tiene
posibilidad de ser embellecido para convertirse en un proyecto común.
Mastropiero, militante del Partido del Trabajo Democrático
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