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lunes, 13 de enero de 2014

EL EGORREVISIONISMO: TEORÍA Y PRAXIS


Manuel Navarrete

Introducción

El reloj de la historia no se detiene y la situación política evoluciona. Cada vez más sectores de la juventud comprenden que, definitivamente, la crisis ha pulverizado el margen de maniobra antaño existente para los ensayos del reformismo. Que el dilema no es ya -ni lo fue nunca- entre reforma y revolución, sino entre revolución y pérdida de todas las conquistas históricas. Que si permanecemos dentro de las instituciones imperialistas europeas, si no expropiamos la banca privada, y sin la consecuente ruptura total con el sistema capitalista que ello conlleva, otro mundo no es posible.


Lenin como pos-posmoderno

A despecho de Toni Negris y multitudes, Lenin tenía razón y el centro del sistema cada vez se reduce más y más, empujando un país tras otro hacia la periferia saqueada por el imperialismo. Y si antaño países de nuestro entorno -incluido el nuestro- salían de la crisis de los 70 exportándola, en definitiva, a su periferia a través de la deuda (Cfr. “La crisis boomerang”, un artículo de Vicente Sarasa), ahora es el "Estado del bienestar" alemán el que nos condena, de la mano de su oligarquía financiera, a ser la parte sumergida del iceberg reformista, en la más perfecta escenificación del proyecto propuesto hace un siglo por el “socialista” Eduard Bernstein: que el colonialismo alemán mejore el nivel de vida de la clase obrera... alemana. Reforzando, faltaría más, la explotación y la opresión del proletariado como clase mundial.

Pero hay más, pues, a despecho de Holloways y posmodernos, Lenin volvía a tener razón y el mundo sólo puede cambiarse destrozando la maquinaria del poder capitalista y construyendo, sobre sus escombros, un poder popular revolucionario, no refugiado en los márgenes del sistema, sino con vocación de ser el nuevo centro de poder. Cada vez más gente llana de barrio despierta de la pesadilla institucionalista y electoralista, comprendiendo que estas reglas del juego sólo garantizarán el avance sin obstáculos del plan del capital para huir hacia adelante y, aunque sea reduciéndonos a una vida de perros, contrarrestar la inevitable caída de su tasa de ganancia. Y con ello sucede algo aún más avanzado: que cada vez más gente llana de barrio comprende también las limitaciones del formato-manifestación, si se hace abstracción de su carácter meramente simbólico y se convierte en un fetiche ritual o en un objetivo autosuficiente en sí mismo.

Así, paradójicamente, nos encontramos con que “el anticuado Lenin” se nos va apareciendo más moderno aún que los pos-modernos. Es pos-posmoderno. Y vuelve con fuerza un siglo después porque explica lo que estamos viviendo, mientras tan “novedosos” teóricos, ante el profundo desengaño popular que se extiende, devienen conservadores defensores de un estéril pasado. Pero, naturalmente, el ojo del sistema nos observa y no se mantiene de brazos cruzados.


Instinto (de clase) básico

Ya en 2004, antes del retorno de esta nueva/vieja crisis capitalista, un conocido editorial del ABC se lamentaba del declive de IU. El reaccionario periódico se preocupaba entonces por las horas bajas de tan útil dique de contención que canalizaba a la población más descontenta, evitando que muchos cayeran, y cito textualmente, en "tentaciones rupturistas". No es de extrañar tan aliviada simpatía. Una IU que amenaza de expulsión a quienes no pacten con el PSOE para “ni por activa ni por pasiva dejar que gobierne el PP”; que, cuando hay escraches, expropiación de carritos en el Mercadona o iniciativas para rodear el Congreso, se desmarca alegando compartir "el fondo pero no las formas"; que pide reforzar la industria militar española; que se posiciona contra el ejercicio práctico del derecho de autodeterminación nacional, etc. En fin, esa IU que suprime toda democracia interna si surge el riesgo de que las bases apuesten por iniciativas como la ruptura con la UE y el euro. Nada nuevo en realidad, sino el viejo “revisionismo carrillista” de toda la vida.

Sin embargo, ahora asistimos a un fenómeno que sí tiene algo de nuevo y que surge sobre la base de las nuevas tecnologías de la comunicación y el boom de Internet. Cuando La Tuerka comenzó sus emisiones, muchos vieron con buenos ojos el esperanzador surgimiento de un formato televisivo interesante. Y, efectivamente, en cierta medida supuso un soplo de aire fresco y nos permitió presenciar debates “diferentes”. Por desgracia, pronto este programa demostró que no dejaría de alimentar los mismos equívocos que la vieja socialdemocracia, con Vicenç Navarro a la cabeza, viene alimentando desde hace años: el equívoco de que una posición antineoliberal equivale a una posición anticapitalista; el equívoco de que la línea política y sindical de organizaciones como el PSOE, IU, CC OO o UGT es capaz de lograr mejoras perdurables de la situación de la clase trabajadora y los sectores populares; el equívoco de que el keynesianismo es posible y realista actualmente, mientras que el socialismo es imposible y utópico; y el equívoco de que los logros sociales obtenidos en otro tiempo en ciertas zonas del planeta no fueron, en realidad, un mérito de la práctica revolucionaria mundial (encabezada por la URSS que, ya se sabe, tenía más tanques que el Vaticano), sino del revisionismo moderno, sus "manifas" y sus mágicas urnas.  Equívocos que ya trató de refutar una declaración política de Red Roja titulada “El mito de la vuelta del Estado del Bienestar: otro capitalismo es imposible”.

La cantinela, por supuesto, es bien conocida. Los medios de comunicación del sistema llevan repitiéndola desde hace un siglo. Las tradiciones del marxismo, del leninismo y del movimiento comunista en definitiva están desfasadas, anticuadas y llenas de polvo. En su lugar hay que proponer algo aparentemente muy novedoso, pero más antiguo que el marxismo en realidad: el “socialismo utópico” (barnizado, eso sí, con lenguaje algo más chic cool). En este nuevo utopismo se mezclan dos rasgos: la ilusión de que, por algún extraño e inexplicado motivo, mediante concentraciones de plañideras manos alzadas se logrará que la oligarquía deje de masacrar, bombardear y reprimir pueblo, entregando repentina y pacíficamente sus seculares privilegios; y la ilusión de que la clave ya no está en quién detenta la propiedad de los sectores estratégicos de la economía y los medios de producción, sino en cuál de los partidos existentes es menos “corrupto”, más "democrático" y persigue mayor "progre-sividad fiscal" (nunca mejor dicho lo de progre-).

Como nos recordaba el barbudo, no podemos juzgar a los sujetos por cómo se ven a sí mismos. Por eso a veces el ABC puede contener más verdad e instinto de clase que más de una Tuerka.


Ha nacido una estrella

Pablo Iglesias Turrión es un hombre talentoso. Por eso ha logrado erigirse como el mejor representante de este archipiélago que, en sus versiones más fieles al original, deriva en un progresismo institucionalista de factura Mediapró, que sueña con esa futura Moncloa PSOE-IU que, en definitiva, no dejará de recortarnos (eso sí, con mucha “mano izquierda” e “imperativo legal”, como en Andalucía). Un archipiélago que, además, desaprovecha una oportunidad única para educar a sus espectadores, y especialmente a todo ese espectro de frivolidad posmoderna descentralizada (asamblearia y vegana, por supuesto, pero profundamente reaccionaria en esencia) que, afectada aún por la derrota histórica que supuso la caída del socialismo real, no duda en convertir todas las manifestaciones en un alegre circo sin pan... o incluso en entrar, para prolongar el mismo, en buena sintonía con la policía.

Alguien tan inteligente no podía conformarse con aportar su granito de arena: tenía que volar alto. Por eso, como aspirante a divo de la comunicación “alternativa”, nuestro amigo no pierde ocasión para recordarnos cómo de famoso se ha hecho últimamente, algo que plaga su vida de anécdotas en las cuales la gente se hace fotos con él por la calle o cosas por el estilo. Lo cual, aunque no lo parezca, acaba teniendo siempre una insospechada trascendencia política.

Pero ser un divo de la comunicación no es como ser un "anónimo luchador", que diría Barricada. Para lo primero hay que tener padrinos. Y, para tenerlos, hay que invitar a muchos tertulianos de IU y del PSOE, aunque a algunos, más que una tuerca, les falte un tornillo. Y si muere Santiago Carrillo, hay que escribir un elogioso artículo conmemorándolo (aunque haya protagonizado una de las mayores traiciones y sea uno de los más insignes responsables de que suframos un régimen que la vida y el tiempo han contribuido a desenmascarar). Si echan de Beatriz Talegón de una manifestación, también hay que defenderla (aunque ello supusiera algo histórico, pues marcó un punto de inflexión hacia un nuevo escenario en el que el PSOE lo tendrá más complicado para apropiarse de la confusa indignación popular). Si gente con los pies en la tierra sigue apelando a la clase obrera, hay que subrayar que ya no existe, pues poca gente se pone el "mono azul" (?), y que lo que hay ahora es una multitud de "los de abajo" (aunque eso implique un desconocimiento, impropio en tan ínclito profesor, de la categoría marxista de "proletariado", más rabiosamente actual hoy día que en los propios tiempos de Marx, como sujeto social que sólo dispone de su propia fuerza de trabajo para subsistir). Y si Cao de Benós defiende a un país amenazado y sitiado por resistir al imperio, como Corea del Norte, hay que desmarcarse públicamente de él -con cara de asco, a ser posible- y lavarse las manos; por supuesto, siempre puedes emplear la expresión "burócrata soviético" como insulto contra Esperanza Aguirre (aunque, como ha documentado por ejemplo Herwig Lerouge, sin la existencia de la tan "burocrática" Unión Soviética no se habría logrado una sola de las reformas "bienestaristas" que nuestro héroe dice defender).


Asustar ricos, pero sólo un poquito

Tal es el aliento político de Pablo Iglesias, con el que se ha granjeado la admiración de un público muy elegante, ilustrado y “democrático”, que condena “el terrorismo”, no se cuestiona por qué sólo el Estado puede tener soldados y sonríe desdeñoso y altanero cuando alguien defiende “los horrores del comunismo”. Actitudes significativas que, desgraciadamente, nuestro héroe no combatirá jamás. Por eso sólo a los más despistados pudo sorprender su discurso en el Corrala Rock de Sevilla, en diciembre de 2013, en el que defendió la necesidad de una "izquierda responsable" que entienda el comunismo no como la ruptura revolucionaria que se produjo en (y léase con ostensible tono despectivo) "el Este", sino como un movimiento que "asuste a los ricos" para "obtener algunas reformas" y plasmarlas "en la legalidad". Con esta sola idea, Pablo Iglesias (un hombre -lo sabemos- encantado de conocerse a sí mismo) entronca con el viejo revisionismo en dos sentidos: entronca directamente con el reformismo anti-leninista de Bernstein en su idea de que "el movimiento lo es todo, y el objetivo final nada"; y entronca con el “eurocomunismo” de Berlinguer, Marchais y Carrillo en la falacia histórica de que eran ellos mismos (los reformistas), y no el revolucionario "Este", quienes asustaban a "los ricos" para que cedieran las reformas que caracterizaron el llamado modelo social europeo.

No es de extrañar, en consecuencia, que en dicho discurso Iglesias le reprochara a Ángeles Maestro su ruptura de hace años con el PCE; o que le recordara a Diego Cañamero que, más allá de la simpatía popular despertada por las acciones del SAT, al final son CC OO y UGT quienes negocian los convenios colectivos. Estas enigmáticas afirmaciones sólo encontraban solución en la fórmula preferida de Iglesias y de muchos otros, con la cual finalizó su discurso: la unidad en abstracto. Una unidad en la que, sin informarte debidamente de los objetivos, del trayecto, del timonel y del destino, te invitan a subirte a un barco. Y lo hacen después de que, antes de dicho barco, hayan zarpado otros cincuenta iguales, naufragando todos en mitad del océano.  Pues todo barco que aspire simplemente a “asustar a los ricos” pero sólo un poquito, como el gamberro que llama al portero y sale corriendo, está condenado a un naufragio como el del Titanic, del que sólo se salvan... los ricos. Y la revolución, la URSS, el socialismo y otras realidades (probablemente más “viejas y aburridas” que humillar a Marhuenda en humeantes platós y debates) fueron, ellas sí, especialistas en eso de asustar -e incluso derrocar- ricos.


La oportunidad no oportunista de las Marchas del 22 M

Por eso dicha unidad en abstracto, que no es una "unidad con" ni una "unidad para", sino simplemente una "unidad" enigmática, constituye una de las principales trabas para el desarrollo de la línea revolucionaria que necesitamos en la actualidad. Más aún por el factor de confusión que el "unitarismo abstracto" entraña. Pues la línea revolucionaria sí que contempla, efectivamente, una táctica de "unidad popular", siempre y cuando se identifique correctamente la contradicción principal movilizadora, la que actualmente puede construir el bloque histórico popular -y las relaciones hegemónicas necesarias dentro del mismo- para hacer avanzar el proceso político en curso. Contradicción principal que, como ha sostenido Red Roja en sus Informes de Coyuntura publicados en el último año, no nos enfrenta a Madrid o al gobierno del PP, sino a Bruselas y a la oligarquía financiera alemana parapetada detrás de la Unión Europea y el euro.

Esto es algo que deberán tener muy en cuenta los sectores más consecuentes del heterogéneo bloque que está organizando las Marchas del 22 de marzo a Madrid, a fin de que dichas marchas aprovechen la más que interesante oportunidad que tienen para lograr que la lucha popular suba un peldaño y no se centre en ir “contra el PP”, sino en quebrar el bucle bipartidista reclamando que se vayan todos los que están de acuerdo con pagar la deuda externa, con la secuela de inevitables recortes sociales que ello conlleva... y no por decisión de Rajoy, sino por la ciega acción de las leyes internas del sistema capitalista, especialmente la de la caída tendencial de la tasa de ganancia. Pues ya sabemos que, en realidad, la verdadera estafa es decir que la crisis es una estafa.

Así pues, las abstractas llamadas a la unidad de Iglesias y otros son más peligrosas aún por contener una parte de verdad. El problema dimana entonces de la mala traducción práctica, fruto de la falta de concreción y del muy posmoderno miedo a discutir programas políticos; sin olvidar  la ideológicamente construida incapacidad para hacerlo sin estar maniatados por lo que los taquígrafos del grupo multinacional Mediapró tecleen.


Llegar cómo a la gente

Efectivamente, no se trata de predicar sin más “el socialismo” y “la revolución” como abstracciones de salón, sino que es necesaria una táctica práctica y concreta, un programa democrático y una línea de masas. Línea de masas que los revolucionarios deben implementar a fin de que se vayan abriendo espacio las posiciones revolucionarias en las movilizaciones de masas existentes (Cfr. “Línea revolucionaria y referente político de masas”, de Vicente Sarasa). Para ello (y la insistencia en esta idea no deja de ser proporcional a la insistencia en el error que subsana), lo primero es evitar que dichas movilizaciones populares entren en la órbita gravitatoria del PSOE, con su “unidad de todos contra el gobierno del PP”, su “Cumbre Social”, sus sindicatos vendeobreros, etc. En otras palabras, urge hacer exactamente lo contrario de lo que está haciendo IU (o de lo que está haciendo el Partido de la Izquierda Europea, al que IU pertenece y que hace unos días ha renunciado incluso a luchar por el no pago de la deuda). Y hacerlo sin complejos, desde la convicción, asentada profundamente en la experiencia histórica, de que con ello estaremos beneficiando las aspiraciones populares y dificultando el proyecto de la burguesía para arrebatárnoslo todo.

Así pues, éste es un debate crucial y necesario, aunque también, para muchos, un tema tabú. Toda crítica a "la izquierda posible" y "responsable" es interpretada mecánicamente como sectarismo o izquierdismo infantil. Sin embargo, la crítica comunista del izquierdismo se basa en dos premisas: por un lado, hay que participar en las movilizaciones populares realmente existentes, aunque se basen en consignas incompletas y no revolucionarias; por otro, esa participación debe compaginarse con la denuncia implacable de sus líderes reformistas, pues sólo desbordándolos -y siendo revolucionarios- las bases de dichos movimientos lograrán materializar sus objetivos (incluyendo los objetivos... reformistas).

Pero la cuestión va más allá de lo meramente programático y alcanza dimensiones histórica y políticamente más amplias. He ahí la praxis revisionista que, a base de concesiones de cara a la galería, ofreciendo resquicios al enemigo de clase, le muestra grietas por donde penetrar y acorralarnos con ideología burguesa, desnaturalizándonos inevitablemente. Pues, cuanto más espacio se les dé, más complejos inducirán desde sus medios de comunicación. Pero no somos nosotros quienes debemos pedir perdón, sino ellos. Se empieza por renegar de la URSS, pero eso te obliga a renunciar a la antigua China Popular, y más tarde a Cuba y, por supuesto (ya se sabe, hay que cuidar “la imagen”) a Corea del Norte.

Como unos mass media en los que no deberías confiar (por ejemplo, alguno propiedad de Jaume Roures) te premiarán o castigarán en función de lo que digas, acabas renegando hasta del "anticuado Lenin" y defendiendo simplemente la Revolución Francesa, como Pablo Iglesias. Concesión tras concesión hasta la claudicación final, lo que nos lleva a la pregunta crucial: ¿basta con llegar a la gente, sin importar con qué consigna se llegue, aligerando peso a base de tirar objetivos políticos por el camino? ¿No se tratará, más bien, de hacer llegar ciertas consignas a la gente? Es obvio que no hay que pensar sólo en cómo llegar a la gente... sino también en llegar cómo a la gente.


Quién es quién

No todo lo nuevo es necesariamente mejor, pero, incluso aunque así fuera, ¿qué hay de novedoso en todo esto? Los focos, el estilo musical o determinada corbata pueden constituir algo novedoso. El contenido político, en cambio, es demasiado antiguo para sorprender a nadie. Así, este modelo de tertuliano amortigua los golpes, se sale por la tangente, se niega a enfrentar los debates más cruciales. Y, como dijo el crítico marxista Lucien Goldmann, en toda producción literaria puede rastrearse una "poética del silencio": los autores hablan más por lo que no dicen que por lo que dicen.

Veremos a los tertulianos de turno atacar a Marhuenda, a la "caverna", al PP. La izquierda consecuente coincidirá con dichos tertulianos en muchos frentes: si se trata de defender el aborto, de oponerse a los recortes, de apoyar a Nicolás Maduro. Pero, por otra parte, estos tertulianos callarán en muchas cosas; incluso coincidirán con el enemigo en bastantes temas cruciales: si se trata de insultar a los presos políticos comunistas o a la memoria histórica de los países que se embarcaron en la construcción del socialismo; de condenar toda superación revolucionaria de esos  métodos de lucha institucionalistas y legalistas que sólo nos llevarán a perderlo todo; de alabar a la llamada “democracia” burguesa como si se tratara de un régimen político superior y/o legítimo. Y es justamente en los temas cruciales donde se define quién es quién. Quién se pondrá de parte de la policía y quién de parte de los grupos revolucionarios. Quién, aun estando a favor del aborto y de Maduro, abortará la posibilidad de que aquí llegue a existir un Maduro (e incluso de que aquí llegue a conquistarse el aborto libre), “condenando” y aislando a los que, como Chávez en 1992, se levanten dando un paso al frente.

Porque en realidad esa es, a nivel histórico, la principal diferencia entre este "egorrevisionismo" y el fascismo abierto de Marhuenda u otros. El segundo tiene su propio público. Pero el primero, como diría aquel significativo editorial del ABC, está ahí para domesticarnos a nosotros. Es de facto, aunque inconscientemente, un reparto de tareas. De ahí esa tendencia histórica al bipartidismo que nos anima a creer en el "voto útil" y en el "mal menor". La cuestión es: a estas alturas ¿podemos caer aún en un truco tan burdo? ¿Debemos, pues, olvidar que el sistema capitalista (no un “desafortunado empleo”, neoliberal en lugar de socialdemócrata, del mismo), lejos de ser un "mal menor", es el mayor mal del planeta, el más grande criminal y productor de injusticia y genocidio que existe?


Conclusión

No es casual que el discurso de Pablo Iglesias en el Corrala Rock defraudara a ciertos sectores hasta entonces esperanzados. La gente lo está pasando mal; algunos hasta se suicidan; esto no es un juego. Y cada vez más gente entiende que la hora no es de frase bonita e imagen, sino de “machete en mano”, que diría Nicolás Guillén: el machete de priorizar la táctica realmente necesaria para avanzar en el proceso revolucionario socialista que necesitamos, en un contexto de crisis capitalista en el que ya no tenemos margen de maniobra reformista; en el que hasta la más ínfima reforma requiere la expropiación de la banca privada, cosa que no puede realizarse "pacífica" ni "institucionalmente", como tanto nos gustaría a todos (y no sólo a los Anguita, Garzón o Cayo Lara, los cuales, aparte de desear eso, confunden la realidad con sus deseos). Cada vez más jóvenes sin futuro se preguntan: ¿cuándo dejaremos de decir banalidades que sabemos que son mentira? ¿Cuándo dejaremos de recomendarle a Espartaco que se enfrente a las falanges romanas lanzando besitos y sentimientos amorosos y fraternales? ¿Cuándo decidiremos ser útiles para los olvidados, aunque eso nos aleje de platós, concejalías, diputaciones, liberaciones sindicales y sueldos asegurados? ¿Cuándo dejaremos de buscar el aplauso fácil, superaremos el liberalismo y pensaremos en función de una ética y unos intereses no particulares sino de clase?

Menea y vencerás...


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