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miércoles, 16 de octubre de 2013

EL EJERCITO, LA HERMANDAZ MULSUMANA Y LA CRISIS EN EGIPTO

16.10.2013.

 


Los problemas del partido de la Hermandad Musulmana no cesan en la escena política de Egipto. Tras la revolución de enero de 2011, que provocó el derrocamiento del dictador Hosni Mubarak, este movimiento consiguió ascender a las altas esferas políticas, sin embargo, ahora ve cómo va siendo apartado totalmente del poder en el país africano. El derrocamiento de Mohamad Mursi por los militares afectó negativamente el futuro político de esta agrupación y allanó el terreno para su decadencia. 


¿Al eliminar a la Hermandad Musulmana de la escena político-social de Egipto, recurrirá este movimiento a las medidas violentas? ¿Qué opciones tiene ante la actuación del Ejército? ¿Podrá el país recuperar la tranquilidad tras la eliminación de la Hermandad Musulmana? 

La revolución egipcia del 25 de enero de 2011 se produjo en unas condiciones de total insatisfacción popular por la dictadura de Mubarak, la notable brecha social y una creciente tasa de corrupción, desempleo y pobreza de la población. La presencia de los militares en la escena política durante tres décadas consecutivas y la represión de los opositores motivaron las huelgas indefinidas en las calles del país, especialmente en la plaza Tahrir, en El Cairo, cuyo lema era “Pan y Libertad”. 

En este sentido, el partido de la Hermandad Musulmana, fundado en 1928 por Hasan al-Banna en la ciudad de Alejandría, al ver la continua represión ejercida por los agentes del orden contra los manifestantes, se sumó a las voces opositoras y organizó sus fuerzas políticas para convertirse en un factor independiente y eficaz en el traspaso del poder. 

La falta de una oposición fuerte y el apoyo obligatorio de los generales de Mubarak a la Hermandad Musulmana, allanó el terreno para esta transición, mediante las elecciones. Las presidenciales de Egipto se celebraron con un Parlamento disuelto debido a las discrepancias entre los movimientos islámicos, los liberales y el Ejército, por lo que resultaba extremadamente necesario que alguien asumiera el poder con el apoyo del pueblo y, de esta forma, aliviase la situación del país. Las elecciones, que no contaron con una asistencia masiva del pueblo egipcio, casi un 50 por ciento de participación en las urnas, tuvo un ganador: Mohamad Mursi. El escaso margen de ventaja alcanzado, un 51,7 por ciento de los votos válidos, significó para el mandatario contar con el apoyo de casi el 25 por ciento de la población del país, algo más de unos 13 millones de personas, lo que reduce las posibilidades de cualquiera a la hora de gobernar una nación. 

Con el transcurso del tiempo, se profundizaron las contradicciones y discrepancias entre los militares y el nuevo ejecutivo. El electo presidente Mursi, en lugar de responder a las necesidades reales de los ciudadanos, reducir la brecha social y luchar para erradicar la pobreza de la población, ignoró una amplia parte de las voces opositoras de los liberales y otros grupos nacionales y se dedicó a gobernar el país, contando únicamente con los miembros de su propio partido, el mismo método de Husni Mobarak. A la vez, mientras aumentaba la insatisfacción de la mayoría de los egipcios por las medidas del gobierno, éste concentró todos sus esfuerzos para aumentar el poder de su partido y conceder a la Hermandad Musulmana diferentes cargos y puestos claves en la administración, decisiones que propiciaron la aparición de un inmenso distanciamiento entre él y la población. Dadas las características de la sociedad egipcia, el triunfo de una revolución y una transición sociopolítica en la estructura de poder del país requieren de mucho tiempo y de un equilibrio entre las fuerzas. 

Resultaba muy evidente que la convivencia pacífica del Ejército y la Hermandad Musulmana se encontraba dominada por los intereses de algunos países occidentales y árabes, por lo que esa situación no podía continuar por mucho tiempo. Mursi, tan pronto asumió el poder, se esforzó por reducir la influencia de la junta militar, un grupo que por más de 60 años se mantuvo en la élite del poder político y económico del país. Si bien pudo, aparentemente, reducir su influencia, todos sabían que la junta militar nunca se retiraría de la escena política, sino que se mantendría a la espera de la oportunidad propicia para vengarse del mandatario, exactamente lo que sucedió el pasado mes de julio. El conjunto de medidas adoptadas por Mursi en el país empañaron la imagen de su partido y provocaron la pérdida de la confianza del pueblo en su persona. 

El fracaso del movimiento por mejorar la seguridad y la economía del país, creó las condiciones para que el Ejército decidiera derrocar el nuevo gobierno, por lo que a través de un golpe de estado blando, apoyado por los opositores, derrocaron a Mursi y formaron un gobierno de transición, liderado por Adli Mansur. 

El arresto de los líderes de la Hermandad Musulmana y el cierre de los periódicos partidarios de este movimiento dificultaron la situación del grupo. Además, el Gobierno egipcio anunció su decisión de eliminar a la HM del registro de Asociaciones Civiles y Organizaciones No Gubernamentales (ONG), luego de que un tribunal emitiera una orden judicial que prohibía todas las actividades y congelaba los bienes del partido, algo que también había sucedido con este partido en la época del expresidente, Gamal Abdel Nasser. 

Teniendo en cuenta el asesinato del tercer presidente egipcio, Anwar el-Sadat, a manos del movimiento de la Yihad Islámica, rama radical de la Hermandad Musulmana, debido a su cercanía al régimen de Israel y por haber firmado el Acuerdo de Paz de Camp David, no resulta en absoluto imposible que este partido sea nuevamente testigo de este tipo de sucesos. No obstante, hay que mencionar que mientras los principales miembros y líderes de este partido hacen hincapié en sus medidas pacíficas para llegar a un acuerdo que beneficie a todas las partes, la rama extremista de la Hermandad Musulmana insiste en vengarse de sus opositores a través de actos violentos. 

Aunque lo sucedido el pasado tres de Julio fue algo inaudito en la historia egipcia y el Gobierno de Mursi fue derrocado por sus errores, tanto en el ámbito interno como el externo, a pesar de haber sido elegido por voto popular, muestra claramente que este país se ha acostumbrado a la presencia de las dictaduras. En este sentido, instaurar la democracia y una sociedad civil no es más que una utopía, los militares son quienes deciden el futuro del país y adecuan la estructura política a su favor, características inherentes a una verdadera dictadura. 

Pese al aumento de las presiones, la Hermandad Musulmana aún cuentan con una organización y formación política adecuadas, y su alejamiento del extremismo puede augurar su vuelta a la escena política de Egipto. Al mismo tiempo, hay que destacar que la decisión del Ejército de hacer uso de la violencia y la represión brutal contra la Hermandad Musulmana, también, puede allanar el terreno para una guerra civil y, por ende, la masacre de más civiles. Razón por la cual, la única opción ante esta situación estriba, por un lado, en que Mursi y sus seguidores dejen de enfrentarse al gobierno interino y al Ejército y analicen y corrijan sus puntos débiles, para regresar así con un mayor poder a la escena política del país. Por otro lado, el Ejército debe respetar a los seguidores de este partido, que cuenta con más de 80 años de fundación, y abandonar los actos hostiles en su contra, para que la Hermandad Musulmana puedan seguir con sus actividades políticas. 
Hispan TV

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