lunes, 2 de septiembre de 2013
"¿Quiere saber cómo son
las fuerzas democráticas que luchan por la libertad del pueblo sirio?",
pregunta el soldado dirigiendo la luz de su farol a una de las paredes
del búnker apenas reconquistado a los rebeldes en el centro de Jobar, un
suburbio de Damasco. Esa pregunta se la podrían traspasar a algunos
intelectuales "alternativos"
RT.- Los corresponsales
de 'Izvestia' Yuri Matsarski y Mijaíl Fomichov acaban de volver de
Siria, donde entrevistaron a los militares sirios que están combatiendo
con los grupos armados de la oposición.
Los búnkeres
subterráneos, en algunas ocasiones de varios pisos, son una cosa muy
común en los alrededores de Damasco, testimonian los periodistas en su
reportaje. El Ejército gubernamental suele hallar ahí folletos que
llaman a la yihad, amplios arsenales de armamento y talleres para
producir explosivos. Incluso si el fuego de artillería derriba un
edificio que tiene un búnker en su sótano, este permanece a salvo. Unas
casas convencionales no pueden tener sótanos tan resistentes, comentan
los servicios especiales sirios, y concluyen que los rebeldes estaban
preparando una guerra desde hace décadas, desde la época de la
urbanización masiva de la zona.
"No había nadie aquí
cuando llegamos. Pero todo estaba minado. Organizaron aquí una verdadera
planta militar. En el segundo piso hay un laboratorio con reactivos
químicos. Parece que intentaban fabricar armas químicas. Arriba, fuera,
había una 'plazoleta' con un mortero dirigido contra Damasco", cuenta el
comandante de la unidad de los zapadores en Jobar.
La característica común
de todos los militares sirios es el fatalismo. Los de Infantería se dan
cuenta de que cualquier momento pueden perder la vida bajo el fuego
enemigo, los zapadores no dudan que un día se equivocarán desminando un
búnker abandonado por los rebeldes, los médicos militares viven a la
espera de los morteros que en cualquier momento pueden acertar su
convoy.
Ninguno de los oficiales
permite mencionar su nombre o publicar sus fotos. Es cuestión de
seguridad. Los rebeldes pueden identificarles y acabar con sus familias,
según cuenta el comandante del batallón de tanques que combate en
Jobar. O tomar a sus hijos como rehenes y obligar al padre a desertar e
incorporarse a sus filas. El comandante tiene 30 años de edad. Empezó la
guerra con el grado de capitán, ahora es mayor y cree que será general
para el final de la guerra, eso si sobrevive.
Homs, al oeste de Siria,
es un permanente campo de batalla entre las tropas gubernamentales y
los rebeldes. En el centro de la ciudad no hay ni una sola casa entera.
De las paredes destruidas resaltan sofás y armarios con numerosos
agujeros de balas. En las ruinas se esconden los insurgentes. Para
protegerse de su fuego, en las calles edifican terraplenes de arena o
tienden tejido denso. "Aquí no hay una línea de frente. Nos separan del
enemigo unos cuantos metros. A veces tenemos una pared común con ellos
porque estamos en recintos vecinos y hablamos con ellos por las tardes.
Les ofrecemos que se entreguen, pero ellos nos insultan como respuesta",
cuenta el mayor Ahmad Ali, el único que no esconde su nombre porque el
enemigo ya lo conoce.
Grupos armados de la
oposición ocupan centenares de casas en toda la ciudad. Sin embargo, el
Ejército está seguro de que triunfará. "Han acumulado una gran reserva
de alimentos y armamento y pueden resistir durante meses. Aparte, les
beneficia también la arquitectura de Homs. Muchos edificios aquí son de
la época romana y son de una roca que puede resistir incluso el fuego
directo de los tanques. Pero acabaremos con ellos. No tienen adonde
escapar. Les hemos rodeado por todos lados. Están en la misma situación
que estaban los nazis en Stalingrado. No pueden ni ceder, ni recibir
tropas de refresco", insiste el comandante del frente de Homs cuyo
nombre conoce solo su círculo más cercano.
"¡No he matado a nadie!
¡Solo fabricábamos bombas, nada más!", dice Abu Abdullah, uno de los
líderes rebeldes detenidos por el Ejército. Presidía uno de los grupos
que fabricaban coches bomba y entrenaban kamikazes para explotarlos.
Procedente de Asjabad, la capital de Turkmenistán, una de las repúblicas
del escenario postsoviético, llegó a Siria con su familia para unirse a
los rebeldes. En los videos que aparecen en su 'laptop' confiscado se
ve a su hijo de 4 años, Abdulshahid, montando un fusil de asalto y
embolsando explosivos. Actualmente, Abu se encuentra en una de las
cárceles de Damasco. Su hijo fue adoptado por una familia siria. Se
comporta como cualquier otro niño, pero con una única diferencia: Se
niega a jugar al fútbol ya que está seguro de que es peligroso porque la
pelota puede explotar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario