Antiguas instalaciones militares griegas sirven como
centro de detención para migrantes
Un millar de personas se hacinan en el campo de internamiento próximo a la
ciudad griega de Corinto. Según denuncian numerosas organizaciones, las
vejaciones y abusos por parte de la policía, las condiciones insalubres y la
falta de atención sanitaria son el día a día de los internos, que pueden
permanecer detenidos hasta un año y medio en virtud de las directivas de la UE.
Fotografía tomada en el centro de detención
de inmigrantes de Corinto.
Azadi llegó a Grecia en agosto de 2012,
procedente del Kurdistán sirio. Los ruegos de su padre y la
muerte de uno de sus amigos le convencieron para abandonar su tierra. Sin haber
podido registrar su solicitud de asilo, fue detenido en Atenas por poseer
documentación falsa (un pasaporte italiano que le había permitido cruzar la
frontera). Tras dos interminables meses rebotando por distintas comisarías
fue internado en el centro de Corinto a la espera de su supuesta
deportación. En la práctica, no se repatría a los inmigrantes
encarcelados debido a la situación de conflicto en la que se encuentran sus
países de origen o a la imposibilidad de establecer con certeza su
nacionalidad.
Las condiciones de vida en Corinto son mucho peores
que las de cualquier cárcel siria, cuenta el joven de 21 años que obtuvo la
libertad hace un mes. Y los policías no dejaban de amenazarnos diciendo que
pertenecían a Amanecer Dorado. Su caso, documentado por Amnistía Internacional, comenzó con una
trifulca entre detenidos reprimida a golpes por la policía. Azadi
grababa lo ocurrido cuando fue descubierto por uno de los policías.
Me atraparon, me retorcieron un brazo y me apretaron el cuello contra la
pared, hasta que no pude respirar. “¿Por qué estabas grabando, acaso eres
periodista?”, me decían. Ante las protestas del resto de detenidos, se lo
llevaron a una parte más alejada de las instalaciones en donde entre varios
agentes le pegaron patadas en el pecho y en la cara. No lo resistía más;
conseguí soltarme y empecé a darme cabezazos contra la pared. Cuando iba a
lanzarme contra un espejo consiguieron sujetarme y pararon, relata
visiblemente afectado por la experiencia.
A pesar de las denuncias de las organizaciones de
derechos humanos, el caso de Azadi no ha sido investigado. Por
cautela, los agresores desaparecieron del centro. Dos semanas después se
reincorporaban y volvían a hacerle la vida imposible. No dejaban pasar a sus
visitas y le sometían a presiones psicológicas. Incluso cuando, conforme a la
decisión del Gobierno, los demás migrantes sirios fueron puestos en libertad,
Azadi continuó encarcelado ilegalmente pese a haber aportado una documentación
en regla. A ti no te vamos a soltar nunca, afirma haber escuchado de
boca de Vassilios Stavrópulos, el máximo responsable del centro. La
policía ha declinado ofrecer su versión de los hechos.
Sin atención médica
El centro de Corinto volvió a ser noticia el pasado 27 de
julio, día de la muerte de Mohamed Hasán. Mohamed, refugiado
afgano, llevaba once meses recluido allí. A pesar de haber requerido en
numerosas ocasiones atención médica para una grave infección respiratoria no fue
transferido hasta principios de julio a un hospital. Sin embargo el traslado,
conseguido gracias a las protestas de sus compañeros, llegó demasiado tarde. Y
éste no es un hecho aislado. Según relata Azadi, él mismo no fue atendido por
ningún médico después de sufrir la brutal agresión policial cuyas secuelas sufre
aún. Tampoco le fueron suministrados desinfectantes ni vendas para las heridas.
En otra ocasión, se le formó una piedra en el riñón debido a la mala calidad del
agua y cuando tras 15 días de ruegos fue trasladado al hospital, únicamente
recibió un supositorio.
A pesar de que sobre el papel un facultativo de Médicos del Mundo visita las
instalaciones una vez a la semana, en la práctica los internos no
reciben asistencia médica de ningún tipo. Otro refugiado sirio relata
cómo sufriendo una inflamación pulmonar que ponía en peligro su vida no le
llevaron al hospital ni dejaron a unos amigos llevarle los antibióticos que
necesitaba. J. también recuerda otros casos como el de un paquistaní que pasó
varias noches sin dormir por los dolores que le producía una piedra en el riñón
o el de un afgano que con varias fracturas por los golpes de la policía fue
abandonado en el patio a la espera de la ambulancia durante tres horas.
A esto se le suman las condiciones insalubres
en que se encuentran estas antiguas instalaciones del ejército que no
disponen de calefacción ni agua caliente. La mala calidad de la comida ha
provocado varias huelgas de hambre de los internos.
También a la orden del día están los intentos de
suicidio, reflejados en periódicos como Avyí, Eleftherotipia o
Efsyn. Hasta tal punto han llegado los datos (desde marzo, se habrían
producido un mínimo de 50 intentos de suicidio) que las autoridades han
tenido que talar árboles y quitar tuberías para evitar los saltos al
vacío, cuentan quienes han estado en el centro.
Denuncias
La flagrante situación en que se encuentran los
internos fue reconocida en enero por un grupo de expertos del Comité de Prevención de la Tortura Naciones
Unidas, que señaló que las instalaciones se encontraban “muy por debajo del
estándar internacional de derechos humanos”. Amnistía Internacional, por su
parte, instó en marzo a las autoridades griegas a investigar con urgencia las
alegaciones de malos tratos y a establecer mecanismos preventivos, así como a
ratificar lo antes posible el OPCAT (Protocolo Opcional de la Convención contra
la Tortura).
Aitima es otra de las organizaciones que
tratan de sacar a la luz la situación. Según cuenta Spyros Rizakos, su director,
en la actualidad son unas 5.000 personas las que se encuentran detenidas
en este tipo de centros aunque, a corto plazo, los planes del Gobierno
pasan por aumentar su capacidad hasta las 10.000 plazas. Pero, ¿cuál es el
objetivo de mantener a estas personas encerradas hasta 18 meses sin que pese
contra ellas ningún cargo? Estas personas no van a ser
deportadas señala Rizakos. De manera que el propósito es disuasorio. La
mentalidad es atormentar a la gente para que los nuevos refugiados se lo piensen
dos veces antes de venir.
¿Un sistema efectivo? Ahora que está en libertad,
Azadi únicamente quiere salir cuanto antes de “éste país de mierda”
y alcanzar Alemania u Holanda para llevar consigo a sus padres y a sus
tres hermanas. Entretanto, todas las noches sueña con que aún sigue en
Corinto.
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario