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jueves, 25 de julio de 2013

CÓMO SUBIR A UN AUTOBUS

25 de julio de 2013



Toda la antropología capitalista cabe en un autobús. Y lo que es peor, ni siquiera nos damos cuenta de ello. Me refiero a cómo se llena un autobús. 
Es un proceso compuesto por  dos momentos. Primero cuando todo el mundo puede sentarse sin compañía y así lo hacen, y después cuando no hay más remedio que sentarse con otra persona, aquí se da una cómica selección basada en prejuicios.
Si alguien sube al autobús y se sienta con otra persona pudiendo sentarse solo enseguida se convierte en sospechoso. Solo a un tarado se le ocurriría tal cosa, o tal vez a un violador, o un ladrón.  Nadie normal escoge la compañía y la charla, al menos nadie normal para una sociedad burguesa.

El caso es que hasta hace no muchas décadas los autobuses se llenaban precisamente así, es decir, generalmente las personas se iban sentando en compañía y no en soledad. Solo a un chalado o a un delincuente se le ocurría ir en soledad pudiendo ir acompañado. Todavía hoy ocurre de vez en cuando, sobre todo en zonas rurales y con gente muy mayor.
En mi opinión, la burguesía fomenta todo aquello que favorece la ruptura de los lazos afectivos entre sus explotados, pues de ese modo pueden controlarnos con más facilidad. Hasta tal punto es así que ya les sobra hasta la familia, razón por la cual financian y promocionan descaradamente al feminismo de pandereta y a los homosexuales, entre otros movimientos y fenómenos.
Que un padre le ponga un plato de comida a un hijo es intolerable, salvo que le cobre. De hecho eso de tener hijos se está convirtiendo en un estorbo intolerable. Tan intolerable como sentarse con un desconocido y charlar. 
El capitalismo requiere del odio y la desconfianza para reproducirse, pues las personas que se quieren cooperan no compiten. Además, solamente desde el odio se pueden justificar atrocidades como el desempleo, la explotación, la guerra o el hambre.
Fabrican personas asustadas, aptas para el odio y la soledad. Bien podemos cambiar el soma por el prozac, a fin de cuentas Huxley no era solo un novelista, era también miembro de una célebre familia burguesa. Y esa gente sí sabe lo que hace para defender sus intereses. Quienes no saben lo que hacen son los que, pensándose progresistas, no son más que la colaboración decidida a los delirantes planes de la oligarquía.
Entre tanto no estoy seguro, no sé si eso de ir juntos en autobús sin temernos, sin odiarnos, es un objetivo revolucionario  o por el contrario una condición necesaria para la revolución. Al parecer nuestros enemigos no tienen ninguna duda.  

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