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jueves, 23 de mayo de 2013

LA LIBERTAD INDIVIDUAL COMO EXCUSA PARA EL CRIMEN SOCIAL



Claudio Spartak

Ante la situación cada vez más desesperante que vive la clase trabajadora con la actual crisis del capitalismo no faltan los voceros paniaguados de la patronal y la banca que tratan de descargar sobre los hombros de las y los trabajadores la culpa por el infierno que están obligados a sufrir. Según estos sinvergüenzas quienes sufren un desahucio deberían haberlo pensado mejor antes de firmar un contrato hipotecario. O quienes se encuentran en paro deberían haber sido más “competitivos” y trabajar más por menos, en lugar de preferir “vivir sin trabajar” cobrando el subsidio de desempleo. “Lo que a cada uno le pase es culpa suya”, nos dicen. Nada mueve al individuo, según ellos, que no sea su voluntad racional y consciente. “Tú firmas un contrato porque quieres, nadie te obliga”, nos repiten. Se nos presenta el sistema capitalista como el paraíso del individuo, en el que cada cual es dueño de su destino y únicamente depende de sí mismo para subsistir y prosperar. Es la competencia, el todos contra todos. ¡Que cada cual se busque las castañas como pueda!
Pero ocurre que en esta aparente guerra de todos contra todos, mientras la inmensa mayoría no tiene más que piedras, unos pocos tienen tanques y artillería. La supuesta guerra de todos contra todos resulta ser una guerra de clase contra clase. Los trabajadores están desprovistos de todo cuanto necesitan para vivir, mientras que una minoría de empresarios y banqueros monopoliza las fábricas, las empresas, el dinero para financiarlas, etc… Únicamente si los primeros se someten a las condiciones que imponen segundos, éstos les darán a aquéllos el sustento mínimo que necesitan. No existe “elección libre y voluntaria” alguna, a no ser que escoger entre el hambre y la esclavitud sea una tal elección. Pero con la firma de un contrato de trabajo se enmascara esta relación de dominación del empresario sobre el trabajador. La relación parece una mera transacción libre, un simple intercambio de artículos equivalentes. Esta aparentemente inofensiva operación de compra-venta lo que esconde es un auténtico chantaje que tiene como resultado la explotación de una clase por otra. En apariencia las y los trabajadores parecen libres de escoger si quieren o no trabajar bajo las condiciones que les imponga tal o cual empresario. Pero la amenaza de no tener nada para subsistir, para vestirse o para comer obliga a trabajadores y trabajadoras a aceptar las condiciones de explotación que los empresarios les imponen. ¿En qué queda, pues, la libertad individual? En algo tan simple como escoger entre la explotación o la inanición. Y es obvio que nadie en su sano juicio optaría por la segunda opción.

Y lo mismo podríamos decir sobre las hipotecas y sus víctimas. ¿Acaso no se incitó a millones de personas a contraer préstamos hipotecarios durante los años de la famosa burbuja? Aunque muchos lo hayan olvidado, todavía resuenan aquellas voces que tildaban de “tontos” a quienes no contraían una hipoteca y se quedaban sin su vivienda en propiedad. Con tipos de interés efectivos nulos o casi nulos, ¿qué había que perder? ¡Estaba tirado! Pero la relativa bonanza económica se terminó y la crisis de sobreproducción capitalista, contenida durante cierto tiempo, resurgió con aun más fuerza que antaño. Millones de empleos se han destruido. Los salarios de quienes conservan su trabajo han sido recortados. Las hipotecas se han vuelto impagables y el mito de los “tontos” que no las contraían se ha caído. Ahora los “tontos” son quienes contrajeron un préstamo hipotecario “por encima de sus posibilidades”. Ahora resulta que nadie les incitó a ello, que nadie se aprovechó de su situación para venderles la ilusión de que endeudándose podían llegar a ser propietarios, aun cuando apenas llegaran a fin de mes. Se dice que eran personas adultas que “libremente” se comprometieron a pagar lo que debían. Pero nada se dice de cómo la clase de los banqueros y empresarios  promovieron el crédito basura para contener la sobreproducción que ellos mismos han creado compitiendo entre sí por arrebatarse mercados y arruinarse unos a otros. Nada se dice de cómo este crédito se fomentó para que los trabajadores consumieran en masa mientras se les pagaban cada vez menores salarios. Los empresarios y banqueros han empujado masivamente a trabajadores y trabajadoras al abismo. Pero ahora estos mismos empresarios y banqueros pretenden, ya sea directamente o  mediante sus voceros paniaguados, decirle a los trabajadores que son ellos quiénes tienen la culpa de su precaria situación.

Empresarios y banqueros proclaman solemnemente la libertad de trabajadoras y trabajadores como individuos. Pero esta libertad individual solo se puede ejercer dentro de las coordenadas marcadas por esos mismos empresarios y banqueros que monopolizan los medios de producción y de cambio. Esa libertad individual tan solemnemente proclamada se reduce, como decíamos antes, a escoger entre la explotación y la inanición. Es la libertad de elegir entre agarrarse a un clavo ardiendo o dejarse caer. Pero los clavos arden cada vez más. El paro crece sin cesar. Los desahucios continúan. Continúa el recorte de derechos sociales y laborales. Continúa la destrucción de todas las conquistas obreras y populares. Continúa el desmontaje de la sanidad y la educación públicas. Continúa la degradación de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Continúa el crimen social. Un crimen cuya responsabilidad se trata de eludir apelando a la libertad individual.
Frente a hundirse en el hambre y la desesperación solo queda una alternativa: organizarse y luchar. Precisamente, al organizarse y luchar, la clase trabajadora hace que cese la competencia entre sus integrantes. Bloquea esa competencia de la que banqueros y empresarios se aprovechan para presionar a la baja los salarios y las condiciones de trabajo. De ahí la histeria de la banca, la patronal y sus voceros paniaguados contra los piquetes y los “escraches”, a los que acusan de violar la sacrosanta libertad individual. Para ellos es mejor que la clase trabajadora se resigne y sus integrantes se limiten a competir entre sí por no quedarse sin trabajo y sin hogar, aunque ello suponga rebajarse a la categoría de bestias de carga, ante la amenaza del hambre y la indigencia. Pero la clase que no tiene más que su fuerza de trabajo para sobrevivir (o más bien malvivir) no puede conformarse con esa falsa libertad individual que no es más que una mordaza para someterla a la explotación. Solo organizándose y luchando contra este régimen de esclavitud apenas disimulada pueden las y los trabajadores aspirar a ejercer verdaderamente su libertad.

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