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sábado, 4 de mayo de 2013

ISLANDIA, CUANDO LAS REVOLUCIONES NO SON REVOLUCIONES




La que se denominó "revolución islandesa", era perfecta. Era el fruto de la indignación colectiva ante el saqueo bancario, pedía que se juzgara a los políticos culpables y plantaba cara a la banca extranjera acreedora.

 Por si fuera poco, no apelaba a la violencia ni a la lucha de clases, no había banderas rojas ni negras, ni asaltos a los cuarteles del invierno islandés, no pedía la ruptura del sistema capitalista para dar paso a un proceso revolucionario que desembocara en el socialismo. Muy por el contrario, Gandhi era el personaje que inspiraba ese otro mundo posible; nada de Ché, Lenin o Bakunin, que esas ideologías ya se sabe que no traen nada bueno (perdón por la ironía).

 Islandia, una revolución perfecta para la Europa rica, desarrollada, moderna, culta, pragmática, reformista, democrática y amante de la paz, que -como no podía ser de otro modo- tuvo la simpatía de la prensa toda.

Los más viejos del lugar no quisieron amargar el entusiasmo surgido, ni siquiera cuando los socialdemócratas y sus aliados verdes canalizaron el descontento y las movilizaciones y se hicieron con el gobierno. Podía más el hecho de ver a algunos miembros de la clase política islandesa en la picota, pasando un mal trago y camino del banquillo.

 Apenas unos meses después, las elecciones han vuelto a traer a los conservadores+progresistas al gobierno, confirmando que una revolución es otra cosa, tiene que ver con la clase social que ostenta el poder y no con actos más o menos folklóricos que el sistema capitalista asume sin dificultad.

EDITORIAL

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