De no participar crítica e instrumentalmente en la contingencia
electoral de 2013, sólo quedan tres alternativas para el
anticapitalismo: lanzar una ofensiva político-militar del pueblo
revolucionario; llamar a anular el voto como protesta antisistémica; o
dejar hacer.
1. El
uso de una, de otra o de combinadas formas de lucha bajo la dictadura
del capital y sus relaciones de clase y de poder, durante toda su
historia, está determinado por la lucha de clases. Independientemente de
los deseos o ideología de un sujeto individual, de un grupo de interés,
o de una clase social en particular, sea parte de la hegemonía o de los
hegemonizados.
2. La
totalidad de un modo de producción y reproducción de la vida consiste en
el conjunto de las relaciones sociales que caracterizan una manera
histórica de existencia, de asociación, de continuidad y ruptura entre
humanidad y naturaleza, en un momento dado. Esas relaciones sociales se
desenvuelven a través del conflicto. Allí concursan variables
multidimensionales, de las cuales unas son más relevantes que otras. No
es lo mismo una guerra mundial que la formación de un sindicato. No es
lo mismo el cambio climático que la quiebra de un banco en la India. Sin
embargo, en cada uno de esos fenómenos se manifiesta el movimiento
contradictorio e irreductible de la lucha de clases.
3.
Entonces, la totalidad es un movimiento dialéctico que en la actualidad
se resume como la fase de un capitalismo mundializado y maduro, donde
predomina el imperialismo financiero y especulativo, la deuda, el
despojo, la explotación intensificada del trabajo humano. La
contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y sus
relaciones sociales, o entre la apropiación privada del excedente que
sólo produce socialmente el trabajo humano, es clara para quien quiera
ver. Únicamente a la conciencia y conducción de la minoría gran
propietaria le cabe oscurecer, a través de mediaciones alienantes, la
cualidad histórica y finita del modo de producción capitalista y
fomentar la falsa naturalidad de la sociedad de clases. Esa
conciencia de los que mandan y dominan provisionalmente se vale no sólo
de los altos mandos militares y la propiedad de la industria
armamentista. Para producir el consenso ampliado de sus intereses y, en
consecuencia, un tipo de gobernabilidad inestable, debe controlar y
controla los contenidos y maneras de los medios de comunicación de
masas, la producción de un sentido común determinista y fatal, y el
disciplinamiento operativo en los ámbitos del consumo, educativos,
laborales, recreativos y represivos. Asimismo, cuenta con la complicidad
de la alta oficialidad religiosa y con la industria de intelectuales
orgánicos que, tanto institucional como informalmente, fabrica los
relatos mistificados para fortalecer el presente orden de las cosas y su
normalización.
Ese oscurecimiento está destinado a la sociedad en general, incluida la minoría dominante, y para los dominados en particular.
Los pocos gozan de las granjerías que les posibilitan la mala vida y el permiso
de los muchos. Sus políticas tanto de fondo como de utilería teatral
son la dictadura del capital y la democracia representativa, aparente y
funcional.
Sin
embargo, la cuestión no es ‘dar vuelta la tortilla’ por un puro asunto
de justicia social milenaria. Ahora mismo las clases explotadas y
expoliadas, las grandes mayorías, contienen en su desenvolvimiento
conflictivo las potencias objetivas para superar la sociedad de clases.
Esto es, pueden conciente e históricamente precipitar su disolución
como humanidad subordinada, cuando enfrenten el término del modo de
producción capitalista.
4. Para
transformar la vida y demoler el viejo orden es imprescindible la
comprensión conciente de la realidad concreta y contradictoria del
capitalismo y su presente fase por parte de las formaciones políticas
revolucionarias –es decir, de aquellos conjuntos de personas
anticapitalistas y armadas poli-éticamente de vocación de poder- capaces
de formular no sólo un proyecto de sociedad nueva desde y entre los de
abajo (y cuyas pistas están en las propias fracturas tecnónicas y sin
remedio de la sociedad actual), sino también una estrategia y las
tácticas adecuadas según el movimiento real del capitalismo y a la parte
que en él le toca a la mayoría malviviente. Si bien las formas
determinantes de la emancipación son todavía nacionales o regionales, su
contenido, hoy más que ayer, permanece condicionado por las relaciones
de fuerzas internacionales. El sistema mundo nunca fue antes tan total.
5. La
minoría dominante que ofrece contenido, sentido y horizonte al Estado de
Chile es un complejo de facciones de clase dependiente de los
imperialismos centrales, y sobre todo del norteamericano. La burguesía
chilena nunca fue revolucionaria. Siempre ha sido rentista y
transnacionalizada. Su breve período cuasi industrializador y
sustitutivo de importaciones dentro del caduco paradigma desarrollista
de mediados del siglo pasado, no pasó de ser una coyuntura presionada
por la segunda guerra mundial y la existencia de la Unión Soviética. En
efecto, las políticas imperialistas de la Alianza para el Progreso
(administración Kennedy) para Chile y América Latina sólo tuvieron por
objeto aminorar las formas más explícitas de la lucha de clases y
reprimir el ‘peligro comunista’ proveniente del ejemplo de la Revolución
Cubana. Sin embargo, y premeditadamente, los conocimientos científicos y
técnicos estratégicos siempre fueron monopolizados por la burguesía
imperialista. Su fin también era ‘poner al día’ a Chile para su mejor
explotación de acuerdo a los requerimientos del capital en la división
internacional del trabajo. Esto es, para que el territorio chileno –al
igual que todo el denominado ‘tercer mundo’- funcionara como proveedor
de recursos naturales y trabajo barato para los Estados planetarios
hegemónicos.
Pero
Chile no sólo es cobre, litio, celulosa, harina de pescado, unos cuantos
salmones y dos botellas de vino. Para el Estado corporativo
estadounidense es la cuna experimental y paradigma de la vanguardia
ultraliberal, plataforma de financiarización y negocios asociados para
la región, y es un bien simbólico por la derrota de la Unidad Popular en 1973 y la imposición temprana del orden monetarista del liberalismo más rabioso.
6. Cuando
se afirma que los pueblos y los trabajadores, que el conjunto de las
fuerzas sociales que en Chile, conciente o inconcientemente, con su
acción social se enfrentan a la dictadura del capital no tienen más
remedio que emplear todas los medios y formas disponibles según la
situación concreta de la lucha de clases, es preciso diferenciar
aquellas formas estratégicas de las contingentes. Los instrumentos
políticos que expresan los intereses de las grandes mayorías, lejos del
eclecticismo y la conciliación de clases, están condenados a elaborar
tácticas complementarias y flexibles, y que nunca pierdan de vista
hacerse de todo el poder. No de una fracción, sino de todo
el poder. No existe otra condición posible para el ejercicio pleno de
la democracia radical, la superación del capitalismo y la socialización
de todos los ámbitos de la vida.
Ahora
bien, lo estratégico en materia de promoción de una mayoría crítica
creciente, práctica y teóricamente, se encuentra hoy en la acción
directa de los movimientos sociales con miras a la creación de otro
momento de la lucha de clases: el poder popular.
En este
marco, la participación del anticapitalismo en el momento electoral
organizado por la democracia burguesa, no fortalece al sistema por sí
mismo, en tanto el o los instrumentos políticos del pueblo nunca dejen
de subordinarse a la estrategia arriba descrita. Se trata de participar
en un momento, y no de hipotecar, canjear o clientelizar al movimiento social y político del pueblo por una simple campaña electoral.
En
consecuencia, la campaña lectoral se emplea como táctica circunstancial
con el fin de amplificar los contenidos provenientes del propio pueblo
en lucha en un espacio que todavía ofrece la democracia restringida,
tutelada, burguesa, etc., en Chile por razones explicables en otro
borrador. Es imposible negar que las elecciones en el país dan tiempo y
visibilidad en los medios de comunicación masivos a quienes participan
en ellas. Y quien refute el impacto agitador, político, constructor de
opinión, etc., de los grandes medios de masas, tendrá que estudiar sus
efectos sobre la realidad desde la Alemania nazi hasta el imperialismo
contemporáneo. Como botones de muestra frescos: el objetivo imperialista
(norteamericano, israelí, de parte de Europa) de hacerse de los
recursos petroleros de Medio Oriente fue capaz, mediáticamente, de
convertir la invasión a Afganistán en ‘una lucha contra el terrorismo’;
la destrucción de Libia en ‘evitar una masacre de civiles’; la ocupación
de Iraq en ‘la búsqueda de armas de destrucción masiva’; y los
recientes acontecimientos en Siria en ‘la lucha contra una tiranía que
asesina pacifistas’. Cada una de estas ‘nobles’ justificaciones ha
sido probada en su falsedad por comisiones de la ONU, organismos de DDHH
y el periodismo independiente.
De no
participar crítica e instrumentalmente en la contingencia electoral de
2013, sólo quedan tres alternativas para el anticapitalismo: lanzar una
ofensiva político-militar del pueblo revolucionario; llamar a anular el
voto como protesta antisistémica; o dejar hacer.
La
primera no resiste análisis; la segunda probará, una vez más, que anular
en Chile es ineficaz políticamente; que llamar a la abstención,
oportunista; y dejar hacer, cómodo. No participar hoy significa la
pérdida de oportunidades de acceso a la comunicación masiva desde los
intereses del pueblo y a través de medios todavía ‘veraces’ para gruesas
franjas sociales y donde los medios populares aún no llegan (más por
falta de recursos y tecnología, y persecución política, que por sus
probados talentos y creatividad). Siempre considerando que el uso
político popular de la TV, la radio, los periódicos, las web de los que
mandan tiene como finalidad sustantiva potenciar al movimiento social y
sus luchas. En fin. No es un asunto moral, principista, o una
conspiración para distraer políticamente a los de abajo. Simplemente es
útil.
Ante las
elecciones anteriores quien suscribe este artículo llamó a votar nulo.
Pero ahora las condiciones han variado y, además, hay por quién
votar-luchando. Y no se está aludiendo en ningún caso a Marcel Claude,
sino a la candidatura de una luchadora fogueada y con un entorno de
incuestionables militantes populares. De una candidata que desde hace
mucho tiempo es dirigenta de pobres en permanente pelea contra los
dueños de todo. Una que es protagonista del movimiento social
anticapitalista y que siempre ‘ha puesto el cuerpo’. No se trata de una
‘aparecida’ para nadie. Y que aun con procesos judiciales por luchar,
hace de su campaña un todo único con su batallar de siempre ( http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=es&cod=74509 ). Su campaña electoral es una extensión de su condición humana de luchadora social y no lo contrario.
7.
Finalmente y como contribución modesta al debate anticapitalista
chileno. Una Asamblea Constituyente para la construcción de una nueva
Constitución, a la usanza histórica de Chile, es una reunión de abogados
y especialistas de las expresiones políticas del bloque en el poder
para refinar y actualizar la arquitectura legal de dominación.
Lamentablemente, no sería distinto según las actuales relaciones de
fuerzas en el Chile de hoy. De hecho, ni Salvador Allende ni la Unidad
Popular la convocaron. Y la Constitución de 1925 consagraba la propiedad
privada en todos sus niveles y salvaguardaba los intereses de la clase
dominante. Fue legalizada mediante un plebiscito donde participaron 134
mil hombres de más de 21 años que supieran leer y escribir, y el quórum
no alcanzó el 50 % de los pocos habilitados para sufragar. La población
de Chile era de 4 millones de personas.
Una
Asamblea Constituyente radicalmente democrática y una Constitución
Popular es un punto de llegada, posterior a la construcción de la
hegemonía política de los intereses históricos de los trabajadores y los
pueblos. Porque las leyes son también hijas de la lucha de clases y de
las relaciones de poder, y no al revés. Sólo cuando la dictadura militar
contaba 7 años y ya imponía en los hechos la versión del capitalismo
ultraliberal de Friedrich Hayek y Milton Friedman, fabricó una
Constitución.
Primero
es el poder y luego los cuerpos jurídicos que refrendan y legitiman las
relaciones de fuerzas sociales realmente existentes en una sociedad
dada. Los ejemplos recientes en América Latina no hacen más que
confirmarlo.
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