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sábado, 9 de febrero de 2013

LA INTELIGENCIA DE DESTRUIR LO PUBLICO EN LA CIENCIA



Los investigadores y docentes de las universidades españolas investigan. En muchos casos, el Estado, todas nosotras, pagamos dinero para que así lo hagan. Luego, a veces, publican. El Estado, todas nosotras, a través de la FECYT -Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, una fundación pública dependiente del Ministerio de Economía y Competitividad- pagamos millones de  euros a la empresa multinacional Thomson Reuters para que las universidades españolas puedan entrar en su Web of Knowledge, que es la base de datos donde teóricamente se encuentran las mejores revistas del mundo. Hay dinero que no deja de fluir en ciertas direcciones.
Datos según el BOE (4 de octubre de 2012):
- En 2008: 1.488.985,24 euros. “En esta partida se encuentra incluida la base de datos «1900-1944 Science Citation Index Expanded», adquirida en 2008 por 2.320.000  dólares USA (1.488.985,24 euros) y que está accesible a través del acceso a la Web of Knowledge.” (Sec. III.  Pág. 70.544)
- En 2011: 3.073.848 euros. “El importe de los pagos realizados fuera del plazo máximo legal  durante el ejercicio 2011 ascendió a 4.697.547 euros, incluyendo la  deuda por el acceso a la base de datos de Thomson Reuters por importe  de 3.073.848 euros, cuyo pago se realizó a los 120 días”. (Sec. III.  Pág.  70.567)
Conviene aclarar que los más de 3 millones correspondientes a 2011 son distintos a los 1.488.985,24 euros del apartado anterior. Hablamos, pues, de más de 4 millones de euros. Por un lado. Porque hay otros lados, otras facturas a otras multinacionales con fines semejantes.
Gracias a ese pago, los investigadores de las universidades españolas  pueden acceder al resultado de sus propias investigaciones y  las de  otros. Esos millones los pagamos para poder acceder a ese “escaparate”; aunque pueda parecer increíble, los resultados de investigaciones financiadas con dinero público a veces terminan siendo publicados en revistas de acceso privado. El placer de pagar por leer lo que tú mismo escribes. Inteligente bucle ¿verdad?  A cualquiera se le pone cara de tonto si tiene que confesar que hace tal cosa, pero tal como está establecida la carrera académica actualmente, resulta crucial hacer ese tipo de operaciones “inteligentes”. Es lo que tiene la inteligencia cuando permite que su métrica la decida un organismo sujeto a mercado.  Más pagas, más vales. Inteligencia pura.
Mientras tanto, en España también se han elaborado herramientas de interés científico y funciones equivalentes. Entre ellas destacan DICE, MIAR, In-RECS, In-RECJ, In-RECH… Todas ellas son competentes, reconocidas internacionalmente, eficientes y altamente especializadas.  Trabajan con métodos objetivables, ninguna de ellas recibe dinero de las publicaciones que estudia, evalúa o cataloga, ni de los interesados que consultan sus productos, a diferencia de lo que hace el JCR (Journal Citation Reports), también de la multinacional Thomson Reuters. Este índice privado es el que generalmente se toma como referencia para evaluar la producción científica. Sin embargo, los anteriormente citados son equiparables en calidad, aunque cada una de ellas ofrece servicios diferentes. En cualquier caso, las de lengua castellana (las hay también latinoamericanas, como Redalyc o Latindex) son mucho más baratas.
El trabajo de los profesores de universidad en España se valora en función de las publicaciones en que aparece su firma. Por eso, entre otras cosas, los índices y bases de datos resultan clave. ANECA, la agencia pública que evalúa a los docentes en España y les acredita o no para seguir la carrera académica en sus distintos escalafones, utiliza el DICE. De hecho, el DICE nació por un convenio de la ANECA con el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), también público. MIAR lo elabora un cada vez más reducido grupo de profesores de la Universidad de Barcelona. In-RECS e In-RECJ los hace un equipo de investigadores de la  Universidad de Granada. Los investigadores que trabajan en estas entidades tienen reconocimiento  internacional, son independientes, están integrados en instituciones públicas y realizan su trabajo con fondos públicos, cada vez más menguados cuando existen, y con una continuidad vinculada a programas de financiación no siempre regulares. Y aun en esas difíciles condiciones realizan una tarea imprescindible en el ámbito español y latinoamericano para la evaluación de la producción científica, de la cual depende buena parte del sistema académico.
El trabajo del equipo de Granada está siendo ahogado de forma  indirecta. Indirecta pero  muy torticera. Se puede consultar aquí y aquí. Con el dinero pagado a Thomson Reuters -solo contando lo que consta en documentos públicos- se podría financiar durante más de una década el valioso trabajo sobre índices de impacto que hace el grupo de investigación de la Universidad de Granada, el EC3, que cuesta 30.000 euros anuales. Pero en esa dirección, al dinero le cuesta trabajo fluir. Parece claro que el criterio económico no es el que explica las decisiones políticas que se están tomando.
El DICE nos acaba de dar una noticia nefasta. Otra agresión más a las fuentes públicas de indicadores de calidad de la publicación científica. Lo paralizan. Una nueva embestida a la independencia de la investigación y la ciencia. Se suprime un indicador público, un servicio público necesario, útil, de calidad. Se despeja el camino para crear oportunidad a que algunos rufianes consoliden sus negocios, lucrándose del privilegio de ser  ellos quienes, sin control ni obligación de transparencia, decidan qué importa y qué no en el mundo del conocimiento.
Ese negocio de rufianes está cociéndose en estos momentos. No pierdan de vista ese hilo que apunta la misiva de Giménez Toledo (miembro del Grupo de Investigación de Evaluación de Publicaciones Científicas del CSIC) que se reproduce al final del post. DICE se paraliza, pero la necesidad de evaluación no cesa ni es cesada políticamente. No es que se haya decidido prescindir de ella. Se seguirá diciendo que es importante y necesaria, criterio básico para la promoción en la carrera académica, para la articulación del  sistema, para la distribución de financiación. ¿Entonces? Si la evaluación es tan necesaria, ¿es que ya no se va a hacer? ¿Quién se supone que la seguirá haciendo? ¿Suponía algún problema que se hiciera de forma independiente, transparente, profesional, pública y barata?  ¿Qué tipo de problema? ¿Acaso, por ser tiempos de crisis, hay que destruir un producto de calidad barato y eficiente para abrir nicho de mercado a alguna ambición privada en busca de negocio?
Esas operaciones no se llaman ajustes, crisis ni recortes.
Tiene otros nombres, varios, ninguno digno.

OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA 

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