02.11.2012.
por Marcos Roitman Rosenman
Los años felices en los cuales España parecía salir del
subdesarrollo se esfuman. Fue un tiempo que se adjetivó, cuando las
cifras macroeconómicas eran un éxito, como el milagro español. Como
sucedió con el milagro brasileño de los años 70 del siglo XX, ambos
carecían de legitimidad política.
Sirva este recordatorio para valorar, en
su dimensión, el significado de los recortes, las reformas laborales y
el aumento de la desigualdad en España. Si a mediados del siglo pasado
sus élites se vanagloriaban de haber dejado atrás la España rural y
caciquil de posguerra, lo hacían convencidas del carácter irreversible
del proceso. La visión lúgubre de un país inconexo, autárquico y fuera
del orden mundial fue sustituida por una España alegre, moderna y
emprendedora. La modernización social hizo acto de presencia. Al férreo
control político, la dictadura opuso un sentido social a sus reformas.
Proteccionista del trabajador y limitante del poder de los empresarios.
Su visión corporativa de la sociedad llevó a la dirigencia franquista a
valorar como triunfo la paz obtenida a base de garrote y represión.
La población sentía que el franquismo
era permisivo y que si no se metía en política, podría gozar de
oportunidades, hasta los años 50, desconocidas. Las cartillas de
racionamiento eran pasado. El pleno empleo se acariciaba y la clase
obrera industrial accedía a vivienda social, crédito privado,
educación... Se edificaba un sistema de salud pública que iba cubriendo
poco a poco a la población. La etapa de la beneficencia, pobreza extrema
y exclusión social eran reminiscencias y así fue interpretada por las
autoridades. Se dejó en manos de la Iglesia y organizaciones de caridad
residual. Por otro lado, las relaciones sociolaborales entraron en un
periodo de poca conflictividad, aunque se mantuvo la represión en los
enclaves tradicionales, como la minería. Sin embargo, hubo acuerdos de
base. Los contratos daban seguridad al trabajador, impedían el despido
arbitrario y libre y sujetaban al empresario a estrictas normas de
negociación colectiva, vía los sindicatos verticales. Los sueldos subían
en proporción al coste de vida. La gente parecía estar contenta. La
mejora en las condiciones de vida de las clases trabajadoras tuvo
efectos inmediatos sobre el consumo, el crecimiento y la distribución de
la renta. Las desigualdades disminuían, y muchos pudieron acceder a una
vivienda de protección oficial. Sus hijos podían incorporarse a la
universidad y la política diseñada de familias numerosas comenzaba a dar
frutos. Con cuatro o cinco hijos, las demandas educativas aumentaron.
La educación, a pesar de sus componentes ideológicos franquistas, sufrió
la avalancha. Si en 1957 había 64 mil 281 estudiantes universitarios,
en 1968 la cifra se disparó a 139 mil 266. Nuevas universidades, más
becas, más profesores, mejores sueldos y sobre todo control político.
Aun así, la vida parecía entrar en esa dinámica de progreso imparable.
Así ocurría en cuanto a las migraciones campo-ciudad. De casi 30
millones de españoles, entre 1961 y 1969 cambiaron de residencia unos
3.5 millones de personas. De ellas un millón abandonó poblaciones de
menos de 10 mil habitantes; casi 300 mil pasaron a engrosar ciudades de
10 mil a 100 mil habitantes, y cerca de 800 mil buscaron asentarse en
ciudades de más de 100 mil habitantes.
La urbanización se consolida y la
industrialización da frutos. La población activa en el sector industrial
crece 7.8 por ciento entre 1964 y 1969. Los trabajadores especializados
fueron las figuras del proceso. La estructura social se diversificaba,
posibilitando el ascenso social. España se integra a las llamadas
sociedades de clases medias. La meritocracia, las reformas de acceso a
la función pública, la perspectiva institucional y menos política,
hicieron que los gobiernos se definieran como tecnocráticos. El
franquismo ideológico tenía los días contados. Lo sustituía una élite
interesada en perpetuar un proyecto que se desprendiera de sus raíces
dictatoriales. La sociedad española debía creer en la instauración de
una monarquía parlamentaria, apoyada en la democracia representativa,
fuente del progreso. Las clases medias se sintieron arropadas, compraron
el discurso. España seguía la senda del progreso.
Pero algo no calzó en los planes. El
neoliberalismo se adueñó de las élites dirigentes. Unos y otros se
hicieron eco de las críticas al Estado de bienestar y comenzaron a
destruir lo poco que de forma paternalista hizo el franquismo. En vez de
hacer una crítica política a la tiranía y separar el polvo de la paja,
se procedió a tirar el agua sucia con el niño dentro. El sector público
se privatizó. Se impuso la categoría de rentabilidad gerencial en
sanidad, educación, construcción social y servicios de atención
primaria. El dinero ha sido la marca universal de medida.
Así han llegado los cambios. También en
la política. El marketing electoral sustituye el debate ideológico, los
programas y las alternativas. Se vende un producto. El ciudadano se
esfuma. Hay consumidores de objetos imposibles que mantienen su
fidelidad al producto. España hoy es una sociedad dual. El subdesarrollo
social, económico y también político es la consecuencia de la fiebre
liberalizadora. Los índices de pobreza, exclusión social, marginación,
desempleo, pérdida de derechos laborales, sindicales o culturales están
en todas las estadísticas. Y lo peor, siguen aumentando.
El suicidio del dueño de un quiosco de
periódicos en Granada, agobiado por las deudas y desahuciado por el
banco, es la punta del iceberg. A diario, las entidades bancarias,
Santander, BBVA, las cajas privatizadas, desahucian a 535 familias.
Padres con hijos en edad escolar, bebés, o personas mayores a su cargo.
Sin trabajo, se ven abocados a vivir en la calle. Son al menos, 2 mil
personas al día. Sin embargo, existen más de 3 millones de pisos vacíos.
Más de la mitad en manos de entidades financieras. Pero eso no les
preocupa ni a la élite política ni a los bancos. Prefieren hacer la
vista gorda y seguir la senda del subdesarrollo. Hoy miles de jóvenes y
familias emprenden, como durante el franquismo, el éxodo. Alemania y
América Latina se convierte en su destino. El milagro español resultó
ser una falacia.
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