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jueves, 8 de noviembre de 2012

EL CÁNCER OPORTUNISTA

08.11.2012.
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Un artículo de Manuel Navarrete.

Al calor de las últimas movilizaciones populares, resurge la pasión por el espontaneísmo. Aun yendo a contracorriente, debemos decirlo con claridad: el activismo por el activismo, ciego, sin estrategia y sin objetivos, no lleva a ningún lado. Las líneas políticas de cada etapa deben debatirse minuciosamente; sólo aquellos que tienen complejos, quizá por carecer de una trayectoria práctica real, pueden dudarlo.

Tener una línea política justa en cada etapa implica huir igualmente del exceso y del defecto. Para ello hay que comprender la dialéctica entre emisor, mensaje y destinatario. Toda consigna que refuerce el nivel actual de conciencia de clase del pueblo, y por tanto sus prejuicios, es imperdonable. Por ejemplo, reforzar el pacifismo, la idea de que la revolución puede hacerse lanzando besitos o florecitas a los arco iris (¿qué diría el Che Guevara de esto?), es un acto contrarrevolucionario. Y lo mismo cabe decir de reforzar la idea de que el socialismo real, empezando por la Unión Soviética, no fue más que un Gulag represivo y odioso. O la idea de que allá donde diga el telediario y le convenga al imperialismo (por ejemplo: en Libia, Siria, Irán o hasta el Tíbet) debemos inventarnos una ilusoria “revolución popular” apoyada, por mera casualidad, por la “humanitaria” OTAN.

Naturalmente, todos estos absurdos forman parte de un discurso adaptativo a lo que dice el telediario, que puede comprobarse a la perfección hablando con esta peculiar “izquierda” sobre Cuba, sobre Venezuela, sobre la lucha armada o sobre el mantra o comodín de “la burocracia”. Esta “izquierda” teme chocar con los prejuicios inducidos por los mass media, de modo que se adapta a ellos fortaleciéndolos y creyendo que así podrá esquivarlos. Lo único que consigue en realidad es alimentarlos, reforzando involuntariamente la ilusión democrático-burguesa occidental (como mal menor en comparación con el supuesto “totalitarismo soviético”) y escondiendo estos prejuicios inducidos debajo la alfombra inútilmente, hasta que salen por otro lado por no haber sido debidamente eliminados.

Pero, por otra parte, toda consigna que, pese a su refinamiento, no sea comprendida por los de abajo también es inútil. Por ejemplo, aquellos compañeros que no aceptan las iniciativas de cooperativismo, aduciendo que su producción habrá de venderse a través de los mecanismos mercantiles del capitalismo, creen que aislarse del sistema perjudica a dicho sistema. La realidad es que una cooperativa (siempre que no crezca hasta corromperse, como Eroski) puede servir de ejemplo práctico de que los trabajadores son capaces de producir sin capitalistas. El poder no se combate creando una isla felizmente salvada, al margen y fuera de la realidad, sino creando un contrapoder popular cada vez más fuerte que algún día pueda enfrentar al poder capitalista y asaltar el poder estatal.

La conclusión de todo esto es que las consignas no deben ser sólo propagandísticas, ni sólo revolucionarias; las consignas deben ser principalmente pedagógicas. No hay que decir lo que el pueblo quiere oír (oportunismo), ni tampoco lo que a los activistas nos apetece decir (sectarismo); hay que decir lo que el pueblo necesita escuchar.

No debemos rebajarnos al nivel de conciencia actual de los trabajadores, sino elevarlo progresivamente; pero debemos hacerlo sin descolgarnos hacia adelante y quedarnos solos. ¿Hay que ir, pues, “donde esté la gente”? Sí, pero no para favorecer que sigan inmóviles en ese lugar (lo que reforzaría un status quo que, estaremos de acuerdo, no es excesivamente deseable), sino para animarles a moverse.
No debemos ni aislarnos del pueblo, ni diluir nuestra línea política dentro de la del pueblo, sino combatir las líneas reaccionarias con la fracción del pueblo que nos apoye y a la vista del resto del pueblo. ¿Hay que distinguir, pues, entre “base y dirección”? Sí, pero sin olvidar que la dirección dirige y, por tanto, determina el carácter de clase de su organización. Por eso podemos decir claramente que el PSOE y CC OO son organizaciones enemigas del pueblo trabajador, sin necesidad de aclaraciones absurdas sobre cada uno de sus militantes particulares.

Contemplar la diferencia entre base y dirección puede ser útil a determinados niveles de análisis; por ejemplo, para comprender la pertinencia de instar a los trabajadores a abandonar  esas organizaciones y agruparse bajo (y en) una dirección que no esté al servicio de la burguesía. Pero si dicha diferenciación se emplea para reforzar la permanencia y la confianza del pueblo trabajador en el PSOE y CC OO (en lugar de favorecer la destrucción de ambas organizaciones), entonces es una idea profundamente reaccionaria.
Como también es reaccionaria la obsesión por “incrementar el número de militantes”, aun a costa de los principios. Y, sobre todo, además de reaccionaria, absurda. Este absurdo se deriva del error de mezclar planos organizativos diferentes. Una organización de cuadros es un batallón de combate y es, por definición, minoritario (ya que lo que aspira a generalizar no es su ridículo carné de afiliación, sino la influencia política de determinadas ideas). Una organización de masas, en cambio, tiene principios más laxos. Pero si adoptas la línea política de una organización de masas en una supuesta organización de cuadros, además de crear una duplicidad absurda y perder tu sentido como organización, a la larga acabarás sucumbiendo, ya que los movimientos sociales ofrecerán lo mismo que tu, pero “mejor”, con más trayectoria y más medios, y más dispuestos a seguir vendiéndose en cuestiones clave para “incrementar el número” de miembros.

No vamos a solucionar estas dos desviaciones (oportunismo y sectarismo, sin duda la primera más extendida en nuestra coyuntura política particular) con este breve texto. Probablemente unos acaben proponiendo fotos de modelos desnudas en nuestros carteles para “atraer a la masa”, y los otros terminen lanzando la rupturista proclama de beber de los charcos para no participar en el sistema opresor que controla el servicio de aguas. Sí aspiramos, en cambio, a reconducir el debate para que los oportunistas no puedan camuflar nuestras diferencias políticas (y sus traiciones) actuales bajo el envoltorio irrisorio de líderes (y “traiciones”) de hace un siglo. Falta nos hace.

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