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lunes, 12 de noviembre de 2012

AUTODESTRUCCIÓN SISTÉMATICA, INSURGENCIA Y UTOPÍAS

  • disminuir el tamaño de la fuente 12.11.2012



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Jorge Beinstein

Aceleración de la crisis (cambio de discurso)

El fatalismo global abandona su máscara optimista neoliberal de otros tiempos (que
sobrevivió durante el primer tramo de la crisis desatada en 2008) y va asumiendo un
pesimismo no menos avasallador. En el pasado los medios de comunicación nos
explicaban que nada era posible hacer ante un planeta capitalista cada día más próspero
(aunque plagado de crueldades), solo nos quedaba la posibilidad de adaptarnos, una
ruidosa masa de expertos avalaban las grandes consignas con argumentos científicos
irrefutables

(los críticos no podían hacerse oír frente a la avalancha mediática). A eso se
le llamó
discurso único, aparecía como un formidable instrumento ideológico y prometía
acompañarnos durante varios siglos aunque duro unas pocas décadas y se esfumó en
menos de un lustro.
Ahora la reproducción ideológica del sistema mundial de poder empieza a acudir a un
nuevo fatalismo profundamente pesimista basado en la afirmación de que la degradación
social (desplegada como resultado de
“la crisis”) es inevitable y se prolongará durante
mucho tiempo.

Como en el caso anterior los medios de comunicación y su corte de expertos nos explican
que nada es posible hacer más que adaptarnos (nuevamente) ante fenómenos
universales inevitables. Como cualquier otra civilización, la actual en última instancia
controla a sus súbditos persuadiéndolos acerca de la presencia de fuerzas inmensamente
superiores a sus pequeñas existencias imponiendo el orden (y el caos) ante las cuales
deben inclinarse respetuosamente. El “mercado global”, “Dios” u otra potencia de
dimensión oceánica cumplen dicha función y sus sacerdotes, tecnócratas, generales,
empresarios o dirigentes políticos no son otra cosa que ejecutores o intérpretes del
destino

lo que de paso legitima sus lujos y abusos.

Así es como en Septiembre de 2012 Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo
Monetario Internacional anunciaba que
“la economía mundial necesitará por lo menos
diez años para salir de la crisis financiera que comenzó en 2008

” (1). Según Blanchard el
enfriamiento durable de los cuatro motores de la economía global (Estados Unidos,
Japón, China y la Unión Europea) nos obliga a descartar cualquier esperanza en una
recuperación general a corto plazo. Aún más duro en agosto del mismo año el Banco
Natixis integrante de un grupo que asegura el financiamiento de aproximadamente el 20%
de la economía francesa publicaba un informe titulado “
La crisis de la zona euro puede
durar veinte años”

(2).
Nos encontramos ante un problema que difícilmente puedan resolver las élites
dominantes: la cultura moderna es hija del mito del progreso, una y otra vez pudo cautivar
a los de abajo con la promesa de un futuro mejor en este mundo y al alcance de la mano,
eso la diferencia de experiencias históricas anteriores. Las épocas de penuria son

1

siempre descriptas como provisorias preparatorias de un gran salto hacia tiempos
mejores. La reconversión de la cultura dominante en un pesimismo de larga duración
aceptado por las mayorías no parece viable, por lo menos es de muy difícil realización
exitosa no solo en los países ricos sino también en la periferia sobre todo en las llamadas
sociedades emergentes. Solo poblaciones radicalmente degradadas podrían aceptar
pasivamente un futuro negro sin salida a la vista, las élites imperialistas golpeadas,
desestabilizadas por la decadencia económica, sin proyectos de integración social
podrían encontrar en la degradación integral de los de abajo (sus pobres internos y los
pueblos periféricos) una riesgosa alternativa posible de supervivencia sistémica.
Autodestrucción.

El capitalismo como civilización ha ingresado en un período de declinación acelerada, una
primera aproximación al tema muestra que nos encontramos ante el fracaso de las
tentativas de superación financiera de la crisis que se desató en 2008 aunque una
evaluación más profunda nos llevaría a la conclusión de que el objetivo anunciado por los
gobiernos de los países ricos (la recomposición de la prosperidad económica) ocultaba el
verdadero objetivo: impedir el derrumbe de la actividad financiera que había sido la droga
milagrosa de las economías centrales durante varias décadas. Desde ese punto de vista
la estrategias aplicadas fueron exitosas, consiguieron aplazar durante cerca de un lustro
un desenlace que se acercaba velozmente cuando se desinfló la burbuja inmobiliaria
norteamericana.
Una visión más amplia nos estaría indicando que lo ocurrido en 2008 fue el resultado de
un proceso iniciado entre fines de los años 1960 y comienzos de los años 1970 cuando la
mayor crisis económica de la historia del capitalismo no siguió el
camino clásico (tal
como lo mostró el siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX) con gigantescos
derrumbes empresarios y una rápida mega avalancha de desempleo en las potencias
centrales, sino que fue controlada gracias a la utilización de poderosos instrumentos de
intervención estatal en combinación con reingenierías tecnológicas y financieras de los
grandes grupos económicos.

Esa respuesta no permitió superar las causas de la crisis, en realidad las potenció hasta
niveles nunca antes alcanzados desatando una ola planetaria de parasitismo y de saqueo
de recursos naturales que ha engendrado un estancamiento productivo global en torno del
área imperial del mundo imponiendo la contracción económica del sistema no como
fenómeno pasajero sino como tendencia de larga duración.
Se trata de un complejo proceso de decadencia, basta con repasar datos tales como el
del volumen de la masa financiera equivalente a veinte veces el Producto Bruto Mundial y
su pilar principal: el super endeudamiento público-privado en los países ricos que bloquea
la expansión del consumo y la inversión, el de la declinación de los recursos energéticos
tradicionales (sin reemplazo decisivo cercano) o el de la destrucción ambiental. Y también
el de la transformación de las élites capitalistas en un entramado de redes mafiosas que
marca con su sello a las estructuras de agresión militar convirtiéndolas en una
combinación de instrumentos
formales (convencionales) e informales donde estos últimos
van predominando a través de una inedita articulación de bandas de mercenarios y
manipulaciones mediáticas de alcance global, “bombardeos humanitarios” y otras
acciones inscriptas en estrategias de desestabilización integral apuntando hacia la
desestructuración de vastas zonas periféricas. Afganistán, Iraq, Libia, Siria... México

2

ilustran acerca del futuro burgués de las naciones pobres.
El área imperial del sistema se degrada y al mismo tiempo intenta degradar, caotizar al
resto del mundo cuando pretende controlarlo, superexplotarlo. Es la lógica de la muerte
convertida en pulsión central del capitalismo devenido senil y extendiendo su manto
tanático (su
cultura final) que es en última instancia autodestrucción aunque pretende ser
una constelación de estrategias de supervivencia.

Cada paso de las potencias centrales hacia la superación de su crisis es en realidad un
nuevo empujón hacia el abismo. Los subsidios otorgados a los grupos financieros
abultaron las deudas públicas sin lograr la recomposición durable de la economía y
cuando luego tratan de frenar dicho endeudamiento restringiendo gastos estatales al
tiempo que aplastan salarios con el fin de mejorar las ganancias empresarias agravan el
estancamiento convirtiéndolo en recesión, deterioran las fuentes de los recursos fiscales y
eternizan el peso de las deudas. Frente al desastre impulsado por las mafias financieras
se alza un coro variopinto de neoliberales moderados, semikeynesianos, regulacionistas y
otros grupos que exigen suavizar los ajustes y alentar la inversión y el consumo... es decir
seguir inflando las deudas públicas y privadas... hasta que se recomponga un supuesto
circulo virtuoso del crecimiento (y del endeudamiento) encargado de pagar las deudas y
restablecer la prosperidad... a lo que los tecnócratas duros (sobre todo en Europa)
responden que los estados, las empresas y los consumidores están saturados de deudas
y que el viejo camino de la exuberancia monetaria-consumista ha dejado de ser
transitable. Ambos bandos tienen razón porque ni los ajustes ni los repartos de fondos son
viables a mediano plazo, en realidad el sistema es inviable.
Las agresiones imperiales cuando consiguen derrotar a sus “
enemigos” no logran
instalar sistemas coloniales o semi coloniales estables como en el pasado sino que
engendran espacios caóticos. Es así porque la economía mundial en declive no permite
integrar a las nuevas zonas periféricas sometidas, los espacios conquistados no son
absorbidos por negocios productivos o comerciales medianamente estables de la
metrópolis sino saqueados por grupos mafiosos y a veces simplemente empujados hacia
la descomposición. Mientras tanto los gastos militares y paramilitares de los Estados
Unidos, el centro hegemónico del capitalismo, incrementan su déficit fiscal y sus deudas.
Queda así al descubierto un aspecto esencial del imperialismo del siglo XXI mutando
hacia una dinámica de desintegración general de alcance planetario. Esto es advertido no
solo por algunos partidarios del anticapitalismo sino desde hace un cierto tiempo por un
número creciente de “prestigiosos”(mediáticos) defensores del sistema como el gurú
financiero Nuriel Roubini cuando proclamaba hacia mediados de 2011 que el capitalismo
había ingresado en un período de autodestrucción (3).

Es un lugar común la afirmación de que el capitalismo no se derrumbará por si solo sino
que
es necesario derribarlo, por consiguiente quienes señalan la tendencia hacia la
autodestrucción del sistema
son acusados de ignorar sus fortalezas y sobre todo de
fomentar la pasividad o las ilusiones acerca de posibles
“victorias fáciles” que desarman,
distraen a los que luchan por un mundo mejor.
En realidad ignorar o subestimar el carácter autodestructivo del capitalismo global del
siglo XXI significa desconocer o subestimar fenómenos que sobredeterminan su
funcionamiento como la hegemonía del parasitismo financiero, la catástrofe ecológica en
3
curso, la declinación de los recursos naturales especialmente los energéticos catalizada
por la dinámica tecnológica dominante, la incapacidad de la economía mundial para
seguir creciendo lo que la lleva a acelerar la concentración de riquezas y la marginación
de miles de millones de seres humanos que
“están de más” desde el punto de vista de
la reproducción del sistema. En suma el ingreso a una era marcada por la reproducción
ampliada negativa de las fuerzas productivas de la civilización burguesa amenazando a
largo plazo la supervivencia de la mayor parte de la especie humana.
Presenciamos entonces una subestimación de apariencia voluntarista que oculta la
devastadora radicalidad de la decadencia y en consecuencia la necesidad de la irrupción
de un voluntarismo insurgente (anticapitalista) capaz de impedir que el derrumbe nos
sepulte a todos. Dicho de otra manera no nos encontramos ante una
“crisis cíclica” con
alternativas de recomposición de una nueva prosperidad burguesa aunque sea elitista
sino ante un proceso de degeneración sistémica total.
La historia de las civilizaciones nos recuerda numerosos casos (empezando por el del
Imperio Romano) donde la hegemonía civilizacional que conseguía reproducirse en medio
de la decadencia anulaba las tentativas superadoras engendrando descomposiciones que
incluían a víctimas y a verdugos.
La contrarrevolución ideológica que dominó la post guerra fría acunó a una suerte de
marxismo conservador

que caricaturizó la teoría de la crisis de Marx reduciéndola a
una sucesión infinita de
“crisis cíclicas” de las que el capitalismo conseguía siempre salir
gracias a la explotación de los trabajadores y de la periferia, el ogro era denunciado
quedando demostrado una
vez más quien era el villano del film.

Pero la historia no se repite, ninguna crisis cíclica mundial se parece otra y todas ellas
para ser realmente entendidas deben ser incluidas en el recorrido temporal del
capitalismo, en su gran y único súper ciclo, es lo que nos permite por ejemplo distinguir a
las crisis cíclicas de crecimiento, juveniles del siglo XIX de las crisis seniles de finales del
siglo XX y del siglo XXI.
Por otra parte es necesario descartar la idea superficial de que la autodestrucción del
sistema equivale al suicidio histórico aislado de las élites globales liberando
automáticamente de sus cadenas al resto del mundo que un buen día descubre que el
amo ha muerto y entonces da rienda suelta a su creatividad. Es el mundo burgués en su
totalidad el que ha iniciado su autodestrucción y no solo sus élites, es toda una civilización
con sus jerarquías y mecanismos de reproducción simbólica, productiva, etc. que llega a
su techo histórico y comienza a contraerse, a desordenarse pretendiendo arrastrar a
todos sus integrantes, centro y periferia, privilegiados y marginales, opresores y
oprimidos... el naufragio incluye a todos los pasajeros del barco.
Decadencia global.
La autodestrucción aparece como la culminación de la decadencia y abarca al conjunto de
la civilización burguesa no como un fenómeno
“estructural” sino como totalidad histórica
con todas sus herencias a cuestas: culturales, militares, productivas, institucionales,
religiosas, tecnológicas, morales, científicas, etc. Se trata de la etapa descendente de un
prolongado proceso civilizacional con un auge de algo más de doscientos años precedido
por una prolongada etapa preparatoria y que llegó a asumir una dimensión planetaria.
4
Decadencia general

, mucho más que “crisis” (las crisis que se van sucediendo aparecen
como turbulencias, sacudones en el recorrido de la enfermedad), el fenómeno incluye a
las dos configuraciones básicas del sistema: la central (imperialista, “desarrollada”, rica) y
la periférica (“subdesarrollada”, globalmente pobre, “emergente” o sumergida, con sus
áreas de prosperidad dependiente y de miseria extrema).

Los primeros años posteriores a la ruptura de 2008 mostraron el comienzo del fin de la
prosperidad de las economías dominantes mientras un buen número de países periféricos
seguían creciendo sobre todo China en torno de la cual se tejieron ilusiones acerca de
una recomposición mundial del capitalismo a partir del subdesarrollo convertido en
avalancha industrial-exportadora. Pero la expansión de la economía china dependía del
poder de compra de sus principales clientes: los Estados Unidos, Japón y la Unión
Europea, como ya se pudo ver en 2012 el desinfle de esos compradores desinfla al
engendro industrial exportador de la periferia (el negocio de la superexplotación de la
mano de obra barata china encuentra límites significativos). En síntesis: no hay ningún
desacople capitalista posible de la declinación mundial del sistema.
La decadencia es ante todo
decadencia occidental, degradación del centro imperialista.
Desde fines del siglo XVIII, cuando se inició el ascenso industrial, hasta los primeros años
del siglo XXI, el capitalismo estuvo marcado por la dominación
inglesa-norteamericana.

Inglaterra en el siglo XIX y los Estados Unidos en la mayor parte del siglo XX han
cumplido la función reguladora del conjunto del sistema, imponiendo la hegemonía
occidental y al mismo tiempo subordinando a los rivales que aparecían al interior de
Occidente, Francia fue desplazada a comienzos del siglo XIX y Alemania en la primera
mitad del siglo XX.

El sello occidental del capitalismo viene dado no solo por factores económicos y militares
sino por un conjunto más vasto de aspectos decisivos del sistema (estilo de consumo,
arte, ciencia, perfiles tecnológicos, diseños políticos, etc.). Lo que ahora es visualizado
como despolarización o fin de la unipolaridad, es decir como pérdida de peso del
imperialismo norteamericano (paralelo a la declinación europea) sin reemplazante a la
vista expresa la desarticulación del capitalismo en tanto sistema global que debe ser
entendida no solo como desestructuraciòn polìtica y militar sino también cultural en el
sentido amplio del concepto, es la historia de una civilización que entra en el ocaso.
Dicho de otra manera, la reproducción ampliada universal pero no occidentalista del
capitalismo es una ilusión sin asidero histórico, sin embriones visibles reales en el
presente. Recordemos el fiasco del llamado
milagro japonés de los años 1960-1970-1980
y los pronósticos de esa época acerca de
“Japón primera potencia mundial del siglo XXI”
seguidos hasta hace poco por especulaciones no menos fantasiosas sobre el inminente
ascenso chino al rango de primera potencia capitalista del planeta.

Agotamiento financiero.

Es posible señalar fenómenos que marcan a la declinación sistémica. Uno de ellos es el
de la hipertrofia financiera que como sabemos se fue expandiendo mientras descendían
las tasas de crecimiento del Producto Bruto Mundial desde los años 1970. Cuando estalló
la crisis de 2008 la masa financiera global equivalía aproximadamente a unas veinte
veces el PBM. Su columna vertebral visible, los
productos financieros derivados
5
registrados por el Banco de Basilea representaban en Junio de 2008 11,7 veces el PBM
(contra 2,5 veces en Junio de 1998, 3,9 veces en Junio de 2002, 5,5 veces en Junio de
2004, 7,8 veces en Junio de 2006). Pero desde mediados de 2008 esa masa dejó de
crecer tanto en su relación con el PBM como en términos absolutos, había llegado en ese
momento a unos 683 billones (millones de millones) de dólares nominales, alcanzó los
703 billones en Junio de 2011 bajando a 647 billones en diciembre de 2011 (4).
Nos encontramos ahora ante un fenómeno de agotamiento financiero, en el pasado
(posterior de los años 1970) la expansión de las deudas de los estados, las empresas y
los consumidores permitió crecer a las economías de los países ricos pero el
endeudamiento fue llegando al límite mientras allí se saturaban importantes mercados
(como los del automóvil y otros bienes durables). Deudas, consumos tradicionales y
parasitarios, redes comerciales, etc. en torno de los cuales se inflaban las actividades
especulativas alcanzaron su frontera hacia 2007-2008, la droga había terminado por
agotar la dinámica capitalista y al decaer los clientes se estancaron los negocios de los
dealers
es decir del espacio hegemónico del sistema.
El capitalismo financierizado, resultado de una prolongada crisis de sobreproducción
potencial controlada pero no resuelta, parásito cada día más voraz, finalmente agotó a su
víctima y al hacerlo bloqueó su propia expansión.
Visto de otra manera, la reproducción ampliada del capitalismo atravesando exitosamente
una larga sucesión de crisis de sobreproducción dio finalmente alas al hijo de uno de sus
padres fundadores: las finanzas, lo hizo para sobrevivir, porque sin esa droga no habría
podido salir del atolladero de los años 1970-1980, iniciado el camino quedó atrapado para
siempre, más difícil era el crecimiento más droga necesitaba el adicto y después de cada
breve ola de prosperidad económica global (su euforia efímera) llegaba el estado
depresivo que reclamaba más droga, las tasas de crecimiento zigzageaban en torno de
una linea de tendencia descendente y la masa financiera mundial se expandía en
progresión geométrica. La fiesta terminó en 2008.
6
Bloqueo energético y crisis tecnológica.

Otro fenómeno importante es el del bloqueo energético, el capitalismo industrial pudo
despegar hacia finales del siglo XVIII porque la Europa imperial agregó a la explotación
colonial y a la desestructuración de su universo rural (que le proporcionó mano de obra
abundante y barata) un proceso de emancipación productiva respecto de las limitadas y
caras fuentes energéticas convencionales como la corrientes de los ríos que permitían el
funcionamiento de los molinos, la madera de los bosques y la energía animal. La solución
fue el carbón mineral y en torno del mismo la ampliación sin precedentes de la explotación
minera, su polo dinámico fue el capitalismo inglés.

La depredación creciente de recursos naturales atravesó a todos los modelos
tecnológicos del capitalismo y si consideramos a la totalidad del ciclo industrial (entre fines
del siglo XVIII y la actualidad) podríamos referirnos al
sistema tecnológico de la
civilización burguesa
basado en la disociación cultural del hombre y la “naturaleza
asumiendo a esta última como universo hostil, objeto de conquista y pillaje.
Al auge del carbón mineral del siglo XIX le sucedió el del petróleo en el siglo XX y hacia
comienzos del siglo XXI ha sido agotada aproximadamente la mitad de la reserva original
de ese recurso. Eso significa que ya nos encontramos en la zona calificada como cima o
nivel máximo posible de extracción petrolera a partir de la cual se extiende un inevitable
descenso extractivo, desde mediados de la década pasada ha dejado de crecer la
extracción de petróleo crudo.
Suponiendo la existencia de reemplazos energéticos viables a gran escala y a largo plazo
cuando aceptamos las promesas tecnológicas del sistema (para un futuro incierto) y los
los introducimos en el mundo real con sus ritmos de reproducción económica concretos a
mediano y corto plazo nos encontramos ante un bloqueo energético insuperable. Si
pensamos en lo que resta de la década actual comprobaremos que no aparecen
reemplazos energéticos capaces de compensar la declinación petrolera.
Dicho de otra manera, el precio del petróleo tiende a subir y la especulación financiera en
torno del producto lo empuja aún más hacia arriba, además alguna aventura militar
occidental como por ejemplo un ataque israelí-estadounidense contra Irán y el
consiguiente cierre del estrecho de Ormuz llevarían el precio a las nubes. Todo ello
significa que los costos energéticos de la economía se han convertido en una factor
decisivo limitante de su expansión y en algún escenario turbulento causarían una
contracción catastrófica de las actividades económicas a nivel global .
No se trata solo del petróleo sino de un amplio abanico de recursos mineros que se
encuentran en la cima de su explotación, cerca de la misma o ya en la etapa de
extracción declinante (5) afectando a la industria y a la agricultura, por ejemplo la
declinación de la producción mundial de fosfatos, componente esencial para la producción
de alimentos, desde hace algo más de dos décadas (6).

Pasamos entonces del tema del bloqueo energético a otro más vasto, el del bloqueo de los
recursos mineros en general y de allí al del sistema tecnológico de la civilización burguesa que lo
ha engendrado. En dicho sistema tenemos que incluir a sus materias primas básicas, sus
procedimientos productivos y su respaldo técnico-científico, su dinámica y estilo de consumo civil
y de guerra, etc., es decir al capitalismo como civilización.
7
Asistimos ahora a la búsqueda vertiginosa de “reemplazos” energéticos, de diversos
minerales, etc., destinados a seguir alimentando una estructura social decadente cuya
dinámica de reproducción nos dice que más de la mitad de la humanidad “está de más” y
que en consecuencia la “
civilización” ha marcado un camino futuro habitado por una
sucesión de mega genocidios.
Pero la decadencia nos lleva a pensar que todos esos “r
ecursos necesarios” para el
sostenimiento de sociedades y élites parasitarias no son necesarios en otro tipo de
civilización o por lo menos lo son en volúmenes mucho más reducidos. No están de más
los pobres y excluidos del planeta, está de más el capitalismo con sus objetos de
consumo lujoso, sus sistemas militares, su despilfarro obsceno.
8
De la sobreproducción controlada a la crisis general de subproducción.
Es posible describir el trayecto de algo más de cuatro décadas que ha conducido a la
situación actual. En el comienzo entre aproximadamente 1968 y 1973 nos encontramos
ante un gran crisis de sobreproducción en los países centrales que, como ya he señalado
no derivó en un derrumbe generalizado de empresas y una avalancha de desocupación al
el estilo “clásico” sino en una complejo proceso de control de la crisis que incluyó
instrumentos de intervención pública destinados a sostener la demanda, la liberalización
de los mercado financieros, esfuerzos tecnológicos y comerciales de las grandes
empresas. Y también la ampliación del espacio del sistema, por ejemplo integrando a la
ex Unión Soviética como proveedora de gas y petróleo y a China como proveedora de
mano de obra industrial barata.

Los cambios no se produjeron de manera instantánea sino gradualmente en respuesta a
las sucesivas coyunturas pero finalmente se conviertieron en un nuevo modelo de gestión
del sistema llamado
neoliberalismo girando en torno de tres orientaciones decisivas
marcadas por el parasitismo: la financierización de la economía, la militarización y el
saqueo desenfrenado de recursos naturales.
El proceso de financierización concentró capitales parasitando sobre la producción y el
consumo, la incorporación de centenares de millones de obreros chinos y de otras zonas
periféricas y el saqueo de recursos naturales permitió bajar costos, desacelerar la caída
de los beneficios industriales.
El resultado visible al comenzar el siglo XXI es el ahogo financiero del sistema, la
degradación ambiental y el comienzo de la declinación de la explotación de numerosos
recursos naturales tanto los no renovables como los renovables (al ser quebrados sus
ciclos de reproducción).
Finalmente la crisis de sobreproducción controlada engendra una crisis prolongada de
subproducción que está dando ahora sus primeros pasos. El sistema encuentra “
barreras
físicas”
para la reproducción ampliada de sus fuerzas productivas, los recursos naturales
declinan, no se trata de
“fronteras exógenas”, de bloqueos causados por fuerzas
sobrehumanas sino de autobloqueos, de los efectos de la actividad productiva del
capitalismo, prisionero de un sistema tecnológico muy dinámico basado en la explotación
salvaje de la naturaleza y en la expansión acelerada de las masas proletarias del planeta
(poblaciones miserables de la periferia, obreros pobres, campesinos sumergidos,
marginales de todo tipo, etc.).
Asistimos entonces a la paradoja de industrias como la automotriz con altos niveles de
capacidad productivas ociosa, si por alguna magia de los mercados esas empresas llegan
a encontrar demandas adicionales significativas se producirían saltos espectaculares en
los precios de una amplia variedad de materias primas, por ejemplo el petróleo, que
anularían dichas demandas.
No estamos pasando del crecimiento al estancamiento, esté último no es más que el
transito hacia la contracción, más o menos rápida, más o menos caótica del sistema,
hacia la reproducción ampliada negativa de las fuerzas productivas al ritmo de la
concentración de capitales, la marginación social y el agotamiento de los recursos
naturales. No tiene porque ser un proceso de declinación inexorable de la especie
9
humana, se trata de la decadencia de una civilización, de sus sistemas productivos y
perfiles de consumo.
Capitalismo mafioso
De este proceso forma parte la mutación del núcleo dirigente del capitalismo mundial en
un conglomerado de redes parasitarias mafiosas una de cuyas características
psicológicas es la del acortamiento temporal de expectativas, cortoplacismo que junto a
otras perturbaciones lo conduce hacia una creciente crisis de percepción de la realidad. El
negocio financiero en tanto cultura hegemónica del mundo empresario, el gigantismo
tecnológico (especialmente su capítulo militar), la súper concentración económica y otros
factores convergentes impulsan esta desconexión psicológica liberando una amplia
variedad de proyectos irracionales que sirven como apoyatura de políticas económicas,
sociales, comunicacionales, militares, etc (el cuerpo parasitario engorda y la mente
racional del obeso se contrae). La élite global dominante (imperialista) se va convirtiendo
en un sujeto extremadamente peligroso empecinado en el empleo salvador de lo que
considera su instrumento imbatible: el aparato militar (aunque experiencias concretas
como en el pasado su derrota en Vietnam y actualmente el empantanamiento en
Afganistan demuestran lo contrario).

Tres enfoques convergentes.

Es posible abordar la historia de la civilización burguesa, su gestación, ascenso y
decadencia, desde tres visiones de largo plazo.
La primera de ellas enfoca una trayectoria de aproximadamente quinientos años. Arranca
a entre fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI europeo con la conquista de América
y el pillaje de sus riquezas generando un derrame de oro y plata sobre las sociedades
imperiales europeas impulsando su expansión económica y transformación burguesa.
Luego del primer atracón (siglo XVI) llegó el tiempo de la digestión y de la
desestructuración de los bloqueos precapìtalistas y de la emergencia de embriones
sólidos del estado y de la ciencia modernos y de núcleos capitalistas emergentes, todo
ello expresado como “
larga crisis del siglo XVII”.

Al comenzar el siglo XVIII esas sociedades ya estaban culturalmente preparadas para la
gran aventura capitalista. Su despegue estuvo marcado por una crisis de mediana
duración entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX marcada por la revolución
industrial inglesa, la revolución francesa y las guerras napoleónicas. Fue atravesando
todo el siglo XIX al ritmo de las expansiones coloniales y neocoloniales y las
tranformaciones industriales y políticas.

En torno del año 1900 el capitalismo, con centro en Occidente había establecido su
sistema imperial a nivel planetario. Hasta llegar a la primera guerra mundial que señala el
fin de la juventud del sistema y el inicio de una nueva crisis de mediana duración entre
1914 y 1945, punto de inflexión entre la etapa juvenil ascendente y una era de
turbulencias que empiezan a mostrar los límites históricos de un sistema que dispone de
recursos (financieros, tecnológicos, naturales, demográficos, militares) como para
prolongar su existencia en medio de amenazas como la aparición de la Unión Soviética,
luego la revolución china, etc.

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Y despues de una recomposición que trae la prosperidad a un capitalismo amputado,
acosado (entre fines de los años 1940 y fines de los años 1960) el sistema ingresa en una
crisis larga (que consigue atrapar a los grandes ensayos protosocialistas: la URSS y
China) que se prolonga hasta el presente. Esta última etapa, que ya dura más de cuatro
décadas se caracteriza por el descenso gradual zigzageante y persistente de las tasas
globales de crecimiento económico sobredetermido por la desaceleración de las
economías imperialistas (en primer lugar los Estados Unidos) y por el incremento de las
más diversas formas de parasitismo (principalmente el financiero).
En esta etapa es posible distinguir un primer período entre 1968-1973 y 2007-2008 de
desaceleración relativamente lenta, de pérdida gradual de dinamismo y un segundo
período (en el que nos encontramos) de agotamiento del crecimiento apuntado hacia la
contracción general del sistema.
En síntesis: a partir del primer impulso colonial exitoso (en el siglo XVI, el anterior: las
Cruzadas había fracasado) es posible hacer girar la historia de la civilización burguesa en
torno de cuatro grandes crisis; la larga crisis del siglo XVII vista como etapa preparatoria
del gran salto, la crisis de mediana duración de nacimiento del capitalismo industrial (fines
del siglo XVIII - comienzos del siglo XIX), una segunda crisis de mediana duración (1914-
1945) seguida por una prosperidad de aproximadamente un cuarto de siglo y finalmente
una nueva crisis de larga duración (que se inicia hacia fines de los años 1960) de
decadencia del sistema, suave primero y acelerada desde fines de la primera década del
siglo XXI.
Un segundo enfoque restringido a un poco más de doscientos años arranca con la
revolución industrial inglesa, la Revolución Francesa, la independencia de los Estados
Unidos, las guerras napoleónicas y otros acontecimientos que señalan el inicio del
capitalismo industrial consolidándose en una larga etapa juvenil del sistema abarcando la
mayor parte del siglo XIX. Las turbulencias son cortas, las crisis de sobreproducción
siguiendo el modelo desarrollado por Marx son “crisis de crecimiento” del sistema que van
acumulando heridas, deformaciones, problemas que terminan por provocar el gran
desastre de 1914. Karl Polanyi se refiere a rol de la cúpula financiera europea en el
11
mantenimiento de equilibrios económicos y políticos, en esa élite está la base de la futura
hipertrofia financiera de finales del siglo XX (6).

Luego de la etapa juvenil se desarrolla un período de madurez signado por guerras,
fuertes depresiones y una prosperidad de mediana duración (1945-1970).
Con la crisis de los años 1970, el fin del patrón dólar-oro, la derrota norteamericana en
Vietnam, la estanflación y los dos shocks petroleros, etc., el capitalismo entra en su vejez
que deriva en senilidad. El concepto de “capitalismo senil” fue introducido por Roger
Dangeville hacia finales de los años 1970 señalando que desde ese momento el sistema
devenía senil (8), se desagregaba, perdía el rumbo. En realidad la senilidad del sistema
se hace evidente tres décadas después, a partir del estampido financiero-energéticoalimentario
de 2008 cuando se acelera el descenso del crecimiento hasta acercarnos
ahora a crecimientos iguales a cero o negativos en el conjunto de la zona central del
capitalismo y cuando el motor financiero se ha estancado apuntando a la caída.
Un tercer enfoque de desagregación del superciclo en “
ciclos parciales” permite detallar
fenómenos decisivos de la historia del sistema. Es necesario limitar los aspectos de
autonomía de esos “ciclos” haciéndolos interactuar entre si y refiriéndolos siempre a la
totalidad sistémica.
El crepúsculo del sistema arranca con las turbulencias de 2007-2008, la multiplicidad de
“crisis” que estallaron en ese período (financiera, productiva, alimentaria, energética)
convergieron con otras como la ambiental o la del Complejo Industrial-Militar del Imperio
empantanado en las guerras asiáticas.
El cáncer financiero irrumpió triunfal entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX y
obtuvo el control absoluto del sistema siete u ocho décadas después, pero su desarrollo
había comenzado mucho tiempo (varios siglos) antes financiando estados imperiales
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donde se expandían las burocracias civiles y militares al ritmo de las aventuras colonialescomerciales
y luego también a negocios industriales cada vez más concentrados. La
hegemonía de la ideología del progreso y del discurso productivista sirvió para ocultar el
fenómeno, instaló la idea de que el capitalismo a la inversa de las civilizaciones anteriores
no acumulaba parasitismo sino fuerzas productivas que al expandirse creaban problemas
de adaptación superables al interior del sistema mundial, resueltos a través de procesos
de “destrucción-creadora”.

Por su parte el militarismo moderno hunde sus raíces más fuertes en el siglo XIX
occidental, desde las guerras napoleónicas, llegando a la guerra franco-prusiana hasta
irrumpir en la Primera Guerra Mundial como
“Complejo Militar-Industrial” (aunque es
posible encontrar antecedentes importantes en Occidente en las primeras industrias de
armamentos de tipo moderno aproximadamente a partir del siglo XVI
). Fue percibido en
un comienzo como un instrumento privilegiado de las estrategias imperialistas y más
adelante como reactivador económico del capitalismo. Solo se veían ciertos aspectos del
problema pero se ignoraba o subestimaba su profunda naturaleza parasitaria, el hecho de
que detrás del monstruo militar al servicio de la reproducción del sistema se ocultaba un
monstruo mucho más poderoso: el del consumo improductivo, causante de déficits
públicos que no incentivan la expansión sino el estancamiento o la contracción de la
economía.

Actualmente el Complejo Militar-Industrial norteamericano (en torno del cual se
reproducen los de sus socios de la OTAN) gasta en términos reales más de un billón (un
millón de millones) de dólares, contribuye de manera creciente al déficit fiscal y por
consiguiente al endeudamiento del Imperio (y a la prosperidad de los negocios financieros
beneficiarios de dicho déficit). Su eficacia militar es declinante pero su burocracia es cada
vez mayor, la corrupción ha penetrado en todas sus actividades, ya no es el gran
generador de empleos como en otras épocas, el desarrollo de la tecnología industrialmilitar
ha reducido significativamente esa función. La época del keynesiamismo militar
como eficaz estrategia anti-crisis pertenece al pasado.
Presenciamos actualmente en los Estados Unidos la integración de negocios entre la
esfera industrial-militar, las redes financieras, las grandes empresas energéticas, las
camarillas mafiosas, las “empresas” de seguridad y otros actividades muy dinámicas
conformando el espacio dominante del sistema de poder imperial. La historia de las
decadencias de civilizaciones, por ejemplo la del Imperio Romano muestran que ya
comenzada la declinación general y durante un largo período posterior la estructura militar
se sigue expandiendo sosteniendo tentativas desesperas e inútiles de preservación del
sistema.

En consecuencia la decadencia general y la exacerbación de la agresividad militarista del
Imperio podrían llegar a ser perfectamente compatibles, de allí se deriva la conclusión de
que al escenario previsible de desintegración mas o menos caótica de la superpotencia
deberíamos agregar otro escenario no menos previsible de declinación sanguinaria,
guerrerista.

Tampoco la crisis energética en torno de la llegada del
“Peak Oil” debería ser restringida a
la historia de las últimas décadas, es necesario entenderla como fase declinante del largo
ciclo de la explotación moderna de los recursos naturales no renovables. Ese ciclo
energético bisecular condicionó todo el desarrollo tecnológico del sistema y expresó, fue
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la vanguardia de la dinámica depredadora del capitalismo extendida al conjunto de
recursos naturales y del ecosistema en general.
Lo que durante casi dos siglos fue considerado como una de las grandes proezas de la
civilización burguesa, su aventura industrial y tecnológica, aparece ahora como la madre
de todos los desastres, como una expansión depredadora que pone en peligro la
supervivencia de la especie humana.

En síntesis, el desarrollo de la civilización burguesa durante los dos últimos siglos (con
raíces en un pasado occidental mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un
proceso irreversible de decadencia, la depredación ambiental y la expansión parasitaria
están en la base del fenómeno.
Existe una interrelación dialéctica perversa entre la expansión de la masa global de
ganancias, su velocidad creciente, la multiplicación de las estructuras burocráticas civiles
y militares de control social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso de la marea
parasitaria y la depredación del ecosistema.

Las revoluciones tecnológicas del capitalismo han sido en apariencia sus tablas de
salvación, así fue durante mucho tiempo incrementando la productividad industrial y
agraria, mejorando las comunicaciones y los transportes, pero en el largo plazo histórico,
en el balance de varios siglos constituyen su trampa mortal, han terminado por degradar
el desarrollo que han impulsado al estar estructuralmente basadas en la depredación
ambiental, al generar un crecimiento exponencial de masas humanas súper explotadas y
marginadas.

El progreso técnico integra así el proceso de autodestrucción general del capitalismo (es
su columna vertebral) en la ruta hacia un horizonte de barbarie. No se trata de la
incapacidad del actual sistema tecnológico para seguir desarrollando fuerzas productivas
sino de su alta capacidad en tanto instrumento de destrucción neta de fuerzas
productivas. Se confirma así el sombrío pronóstico formulado por Marx y Engels en pleno
auge juvenil del capitalismo:
“Dado un cierto nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas, aparecen fuerzas de producción y de medios de comunicación tales que, en
las condiciones existentes solo provocan catástrofes, ya no son más fuerzas de
producción sino de destrucción”
(9).

En fin, el ciclo histórico iniciado hacia fines del siglo XVIII contó con dos grandes
articuladores hoy declinantes: la dominación imperialista anglo-norteamericano (etapa
inglesa en el siglo XIX y norteamericana en el siglo XX) y el ciclo del estado burgués
desde su etapa “liberal industrial” en el siglo XIX, pasando por su etapa intervencionista
productiva (keynesiana clásica) en buena parte del siglo XX para llegar a su degradación
“neoliberal” a partir de los años 1970-1980.
Capitalismo mundial, imperialismo y predominio anglo-norteamericano constituyen un solo
fenómeno, una primera conclusión es que la articulación sistémica del capitalismo
aparece históricamente indisociable del articulador imperial (historia imperialista del
capitalismo). Una segunda conclusión es que al ser cada vez más evidente que en el
futuro previsible no aparece ningún nuevo articulador imperial ascendente a escala global
entonces desaparece del futuro una pieza decisiva de la reproducción capitalista global a
menos que supongamos el surgimiento de una suerte de
mano invisible universal (y
burguesa) capaz de imponer el orden (monetario, comercial, político-militar, etc.). En ese
14
caso estaríamos extrapolando al nivel de la humanidad futura la referencia a la mano
invisible (realmente inexistente) del mercado capitalista pregonada por la teoría
económica liberal.
La declinación imperial de Occidente incluye la de su soporte estatal abarcando una
primera etapa (neoliberalismo) marcada por el endeudamiento público, el sometimiento
del estado a los grupos financieros, la concentración de ingresos, la elitización y pérdida
de representatividad de los sistemas políticos y una segunda etapa de saturación del
endeudamiento público, enfriamiento económico y crisis de legitimidad del estado.
El colonialismo-imperialismo y el estado moderno han sido en términos históricos pilares
esenciales de la construcción de la civilización burguesa. Sobre los antecedentes
coloniales del capitalismo no hay mucho más que agregar. Respecto de la relación
estado-burguesía es evidente sobre todo a partir del siglo XVI en Europa la estrecha
interacción entre ambos fenómenos, no es posible entender el ascenso del estado
moderno sin el respaldo financiero y de toda la articulación social emergente de la
naciente burguesía cuyo nacimiento y consolidación hubieran sido imposibles sin el
aparato de coerción y el espacio de negocios ofrecido por las monarquías militaristas. Y
tambien es necesario tomar en cuenta el mutuo respaldo legitimador, cultural, social que
permitió a ambos crecer, transformarse hasta llegar a la instauración del capitalismo
industrial y su contraparte estatal, la historia de la modernidad nos sugiere tratarlos como
partes de un único sistema (heterogéneo) de poder.
Hacia el final, en la fase descendente del capitalismo sesgada por la financierización
integral de la economía, el Estado (en primer lugar los estados de las grandes potencias)
también se financieriza, se va convirtiendo en una estructura parasitaria (una componente
de las redes parasitarias), entra en decadencia.
La convergencia de numerosas “crisis” mundiales puede indicar la existencia de una
perturbación grave pero no necesariamente el despliegue de un proceso de decadencia
general del sistema. La decadencia aparece como la última etapa de un largo súper ciclo
histórico, su fase declinante, su envejecimiento irreversible (su senilidad). Extremando los
reduccionismos tan practicados por las “ciencias sociales” podríamos hablar de “ciclos”
parciales: energético, alimentario, militar, financiero, productivo, estatal y otros, y así
describir en cada caso trayectorias que despegan en Occidente entre fines del siglo XVIII
y comienzos del siglo XIX con raíces anteriores e involucrando espacios geográficos
crecientes hasta asumir finalmente una dimensión planetaria para luego declinar cada uno
de ellos. La coincidencia histórica de todas esas declinaciones y la fácil detección de
densas interrelaciones entre todos esos “ciclos” nos sugieren la existencia de un único
súper ciclo que los incluye a todos. Dicho de otra manera se trata del ciclo de la
civilización burguesa que se expresa a través de una multiplicidad de aspectos parciales.
15
El siglo XX.

A partir de un enfoque plurisecular del capitalismo es posible avanzar una explicación del
ascenso y derrota de la ola anticapitalista que sacudió al siglo XX. La Revolución Rusa
inauguró en 1917 una larga sucesión de rupturas que amenazaron erradicar al capitalismo
como sistema universal, el despegue revolucionario se apoyaba en una crisis profunda y
prolongada del sistema que podríamos ubicar aproximadamente entre 1914 y 1945 y
cuyas secuelas se extendieron más allá de ese período.
Dicha crisis fue interpretada por los revolucionarios rusos como el comienzo del fin del
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sistema pero el sistema aún sufriendo sucesivas amputaciones “socialistas” (Europa del
Este, China, Cuba, Vietnam...) y la proliferación de rebeldías y autonomizaciones
nacionalistas en la periferia pudo finalmente recomponerse y sus enemigos fueron
cayendo uno tras otro a través de restauraciones explícitas como en el caso soviético o
sinuosas como en el caso chino. Las élites occidentales pudieron entonces afirmar que la
tan anunciada declinación del capitalismo y su remplazo socialista no fue más que una
ilusión alimentada por la crisis pero que al ser esta superada la ilusión se fue esfumando.
Y algunos gurús como el ahora olvidado Francis Fukuyama hasta proclamaban el fin de la
historia y el pleno desarrollo de un milenio capitalista liberal.
Existe una visión falsa (pero no totalmente falsa) de la decadencia occidental frente a la
emergencia del mundo nuevo a partir de la Revolución Rusa incluso si es entendida como
decadencia hegemónica”, esa visión pareció quedar desmentida por la realidad con el
sometimiento chino (1978) y el derrumbe soviético (1991), sin embargo era apuntalada
desde 1968-73 cuando empezaron a declinar las tasas de crecimiento del Producto Bruto
Mundial y parcialmente confirmada desde 2008 porque el sistema se degrada velozmente
(condición necesaria para su superación) aunque su sepulturero no aparece o aparece en
una dispersión de pequeñas dosis históricamente insuficientes.
Insurgencias (hacia la negación absoluta del sistema).
La contracara positiva de la decadencia podría ser sintetizada como la combinación de
resistencias y ofensivas de todo tipo contra el sistema operando como un fenómeno de
dimensión global y actuando en orden disperso, expresando una gran diversidad de
culturas, diferentes niveles de conciencia y de formas de lucha.
Desde los indignados europeos o norteamericanos que (por ahora) solo pretenden
depurar al capitalismo de sus tumores financieros y elitistas, hasta los combatientes
afganos peleando contra el invasor occidental o la insurgencia colombiana animada por la
perspectiva anticapitalista pasando por un muy complejo abanico de movimientos
sociales, minorías y pequeños grupos críticos y rebeldes.
Oposiciones a gobiernos abiertamente reaccionarios y a ocupaciones coloniales pero
también a las fachadas democráticas más o menos deterioradas que intentan suministrar
gobernabilidad al capitalismo. Lo que plantea la hipótesis de la convergencia y
radicalización de esos procesos y entonces la posibilidad de profundizar el concepto de
insurgencia global

pensado como realidad en formación alimentada por la declinación
de la civilización burguesa. La alternativa insurgente emergiendo como rechazo y
apuntando hacia la negación radical del sistema y al mismo tiempo abriendo el espacio de
las utopías post capitalistas.
El sujeto central de la insurgencia es la humanidad sumergida en expansión a la que la
dinámica de la marginación y la superexplotación (la dinámica de la decadencia) empuja
hacia la rebelión como alternativa a la degradación extrema, se trata de miles de millones
de habitantes de los espacios rurales y urbanos. Este proletariado es mucho mas
extendido y variado que la masa de obreros industriales (incluye a sus franjas periféricas
y empobrecidas), no es el nuevo portador de la antorcha del progreso construida por la
modernidad sino su negador potencial absoluto el cual en la medida en que vaya
destruyendo las posiciones enemigas (sus estructuras de dominación) estará
construyendo una nueva cultura libertaria.
17
Sin embargo la irrupción universal de ese sujeto se demora, un gigantesco muro de
ilusiones bloquea su rebelión. Es que la autodestrucción del sistema global recién está en
sus inicios, su hegemonía civilizacional es todavía muy fuerte, es casi imposible
pronosticar, establecer teóricamente el recorrido temporal, el calendario de su
desarticulación. Si es posible establecer teóricamente la trayectoria descendente aunque
sin pegarle fechas.
Utopías (el retorno del fantasma).
Aquí aparece el postcapitalismo como necesidad y posibilidad histórica concreta, como
utopía radical que hunde sus raíces en el pasado revolucionario de los siglos XIX y XX y
mucho más allá en las culturas comunitarias precapitalistas de Asia, Africa, América Latina
y de la Europa anterior a la modernidad. No se trata de una etapa inevitable (une suerte
de “resultado inexorable” de la declinación del sistema decidido por alguna “ley de la
historia”) sino del resultado posible, viable del desarrollo de la voluntad de las mayorías
oprimidas.
Ya en la génesis del sistema existía su enemigo absoluto, negando, rechazando su
expansión opresora. En Europa en torno del siglo XVI emergían los despliegues
coloniales, la industria de guerra bajo moldes pos artesanales, las primeras formas
estatales modernas, los capitalistas comerciales y financieros asociados a las aventuras
militares de las monarquías. Y la superexplotación de los campesinos, la destrucción de
sus culturas, de sus sistemas comunitarios generando rebeliones como la que encabezó
el comunista cristiano Tomas Müntzer en el corazón de Europa bajo la consigna “
Omnia
sunt communia”
(todo es de todos, todas las cosas nos son comunes).
El amanecer de la modernidad burguesa fue también el de su negación absoluta, ambos
bandos aportaban nuevas culturas pero al mismo tiempo heredaban viejas culturas de
opresión y emancipación.
La alianza de banqueros, terratenientes y príncipes que derrotaron a los campesinos en la
batalla de Frankenhausen (mayo de 1525) y asesinó a Müntzer unía sus nuevos apetitos
burgueses con los viejos privilegios feudales (convertidos en base de acumulación de las
nuevas formas de poder) mientras los campesinos rebeldes reinterpretaban los
evangelios de manera comunista y asumían la herencia de libertad comunitaria del
pasado, incluidas valiosas tradiciones precristianas. La construcción de alternativas
innovadoras (de opresión y de emancipación) hundía sus raíces en el pasado.
Repasando luego el siglo XIX europeo y más adelante la crisis occidental entre 1914 y
1945 y sus consecuencias vemos como una y otra vez el demonio burgués derrota a su
enemigo mortal que renace más adelante para presentar nuevamente batalla. Desde las
insurgencias obreras europeas hasta llegar a la derrota de la Comuna de París en la era
del capitalismo industrial juvenil que ya asumía una dimensión imperialista planetaria
hasta llegar a las revoluciones comunistas rusa y china concluyendo con la degeneración
burocrática y la implosión de la primera y la mutación capitalista-salvaje de la segunda.
En su prolongada historia la civilización burguesa fue pasando desde su infancia europea
hasta su madurez en el siglo XX y finalmente a su vejez y su degradación senil desde
fines del siglo XX hasta nuestros días.
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En la era de la decadencia del capitalismo va asomando nuevamente la figura de su
enemigo, se trata de un nuevo fantasma heredero y al mismo tiempo superador de los
anteriores. Una mirada pesimista nos señalaría que será nuevamente derrotado, si ello
ocurre esta civilización planetaria se irá sumergiendo en niveles de barbarie nunca antes
vistos ya que su capacidad (auto)destructiva supera a cualquier otra decadencia
civilizacional. Ahora no está en juego la supervivencia de algunos millones de seres
humanos sino de más de siete mil millones.

Pero ese pesimismo se apoya en la historia de la modernidad pensada como una infinita
repetición de escenarios donde cambian la dimensión, la complejidad tecnológica, los
modelos de consumo, etc. pero queda intacta la dinámica amo-esclavo, el primero
controlando los instrumentos que le permiten renovar su dominación y el segundo
embarcado en batallas perdidas de antemano. De esa manera es ocultado el hecho de
que la modernidad burguesa ha entrado en decadencia lo que abre la posibilidad del
quiebre, del colapso de dicha dinámica perversa abriendo el horizonte de la victoria de los
oprimidos. Ello no fue posible en la etapas de adolescencia, juventud o madurez del
sistema pero si es posible ahora.

Es la declinación de Occidente (entendido como civilización burguesa universal) lo que
abre el espacio para el nuevo fantasma anticapitalista que necesita para imponerse
irrumpir bajo la forma de una vasto, plural proceso de desoccidentalización, de critica
radical a la modernidad imperialista, sus modelos de consumo y producción, de
organización institucional, etc. Se trata entonces de la
abolición del sistema en el sentido
hegeliano del concepto: negar, destruir, anular las bases de la civilización declinante y al
mismo tiempo recuperar positivamente en otro contexto cultural todo aquello que pueda
ser utilizable.
Volviendo a Hegel para superarlo es necesario afirmar que la marcha de la libertad que él
suponía avanzando desde “Oriente” (entendido como la periferia del mundo occidentalmoderno)
para realizarse plenamente en Occidente en realidad avanza desde el subsuelo
del mundo y puede llegar a dar un salto gigantesco aplastando, desbordando a los
baluartes de la opresión occidental, irrumpiendo como una ola universal de pueblos
insurgentes.
El primer fantasma fue europeo de cuerpo y alma y dio su última batalla en 1871 en la
Comuna de París. El segundo fantasma asumió una envergadura planetaria, levantó su
bandera roja en Rusia y China alentando un amplio espectro de rebeliones periféricas,
tenía un cuerpo universal pero su cabeza estaba impregnada de ilusiones progresistas
occidentales (el tecnologismo, el aparatismo, el estatismo, el consumismo). Su fecha o
período de defunción podemos fijarla entre 1978 cuando China ingresa en la via
capitalista y 1991 (derrumbe de la URSS).
Lo que necesita el siglo XXI es el desarrollo de un tercer fantasma revolucionario,
completamente desoccidentalizado, es decir negador absoluto de la modernidad burguesa
y por consiguiente universal de cuerpo y alma, anticapitalista radical, construyendo la
nueva cultura postcapitalista a partir de la confrontación intransigente con el sistema.
Heredando los antiguos combates, levantando la bandera multicolor de la rebeldía de
todos los pueblos esclavizados del planeta, de sus identidades aplastadas, sumergidas
convertidas gracias a sus combates en contraculturas opuestas al capitalismo.
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En suma la emergencia, la avalancha plural de pueblos sometidos, de la humanidad
verdadera, liberada (en proceso de emancipación) de la prehistoria, de la historia inferior
del hombre enemigo de su entorno ambiental, del espacio que le permite vivir, y en
consecuencia del hombre enemigo de si mismo.
No se trata de una utopía universal única apuntando a una humanidad homogénea sino
de una amplia variedad de utopías comunitarias ancladas en identidades populares
específicas interrelacionadas conformando un gran espacio plural marcado por la
abolición de las clases sociales y del estado.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------
(1),Blanchard, del FMI, dice que la crisis durará una década, www.que.es/ultimas-noticias/internacionales/201210031112-blancharddice-
crisis-durara-decada-reut.html
(2), Natixis- Banque de financement & d

'investissement, “La crise de la zone euro peut durer 20 ans”, Flash Économie – Recherche
Économique, 8 Août 2012 – N°. 534.
(3),

Ansuya Harjan, “Roubini: My 'Perfect Storm' Scenario Is Unfolding Now”, CNBC 9 Jul 2012, http://www.cnbc.com/id/48116835 y
Nouriel Roubini, “A Global Perfect Storm”, Proyect Syndicate, 15 June 2012,

http://www.project-syndicate.org/print/a-global-perfectstorm.
(4), “Banco de Basilea”, Bank for International Settlements, Monetary and Economic Department, OTC derivatives market activity.
(www.bis.org).
(5), Ugo Bardi and Marco Pagani. “Peak Minerals”, The Oil Drum:Europe, October 15, 2007,

http://europe.theoildrum.com/node/3086.
(6), Patrick Déry and Bart Anderson, “Peak Phosphorus”, The Oil Drum:Europe , August 17, 2007,
http://www.theoildrum.com/node/2882.
(7), Karl Polanyi, “La gran transformación. Los orígenes económicos y políticos de nuestro tiempo”, Fondo de Cultura Económica,
Mexico DF, 2011.
(8), Roger Dangeville, “Marx-Engels, La Crise”, Union Générale D`Editions-10/18, Paris 1978.
(9), (Marx-Engels, “La ideología alemana”, 1845-46) en Marx & Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1974.

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