No lo suelen reconocer, pero se trata de una forma de pensar muy habitual entre los profesionales de los recursos humanos: si pueden evitarlo, no contratan a nadie que esté en paro, y menos aún si se trata de un desempleado de larga duración. En pocas ocasiones estas ideas se hacen explícitas, por lo que es de agradecer que alguien lo formule en público, y más si es con un tono tan desinhibido como el que utiliza Alex Comana, propietario de una agencia inmobiliaria californiana, en un reciente artículo, al señalar las razones por las que nunca incorporará a su empresa a alguien que esté en el paro. Y el texto tiene interés porque lo que el empresario americano señala, es lo que también ocurre en el contexto español.
Los motivos para no contratar a un desempleado se pueden resumir en tres:
- Si alguien ha perdido su trabajo, por algo será.
- Si alguien está en paro, es fácil que haya quedado obsoleto.
- ¿De verdad quiere trabajar?
Unas creencias plenamente instaladas
Pero estas convicciones no son formas esporádicas de valorar a futuros empleados, sino creencias plenamente instaladas entre buena parte de los profesionales que se dedican a los recursos humanos. La idea en la que se sostienen es que quien atraviesa una mala situación es en gran medida responsable de ella; que quien está en paro es porque algo ha hecho para estar en esa situación.
Para Arturo Lahera, profesor de sociología del trabajo en la Universidad Complutense, estas creencias se ven moduladas por la crisis. En la época de la expansión económica, si alguien estaba desempleado, y aún más si permanecía mucho tiempo en esa situación, se le contemplaba desde la sospecha. Si habiendo trabajo (independientemente de la calidad del mismo) estaba en paro, es que algo raro pasaba: quizá carecía de competencias, o no quería dedicar el suficiente tiempo a la empresa o se sentía muy cómodo en su casa. Hoy, sin embargo, con un desempleo tan elevado, las cosas se ven de otra manera, especialmente en lo que se refiere a los trabajos no cualificados. Para los puestos directivos o los que requieren especialización, no obstante, estas ideas siguen plenamente vigentes.
Y eso lleva a situaciones paradójicas. De un lado, porque provoca que las empresas que buscan directivos o personal altamente formado, al querer contratar a personas que están trabajando, cuenten con menores opciones. Y no sólo porque haya más trabajadores en paro, “sino porque la única manera de atraerles es mejorando sus condiciones laborales, lo cual es complicado en este contexto. Además, muchos trabajadores no quieren cambiar de empresa, porque nadie les asegura que la nueva compañía, aun cuando les ofrezca mejor salario, no va a tener que cerrar o no va a despedir a parte de su plantilla en los próximos meses”.
En otro sentido, la crisis está dejando fuera del mercado a trabajadores de empresas pequeñas y medianas, que son fundamentalmente las que han cerrado. Las cualificaciones que poseen no son las que se demandan desde las grandes empresas, ya sea porque éstas proporcionan oportunidades de formación que raramente se dan en firmas de dimensiones reducidas, ya se porque las habilidades que buscan no se pueden desarrollar más que en las grandes compañías. Y eso, señala Lahera, “está provocando cierta fractura social, ya que ese empleado medio está comenzando a sufrir procesos de desclasamiento. Son personas que nunca pensaron que iban a acabar en el paro, lo que le además del deterioro en sus condiciones de vida, les lleva a sufrir problemas personales y familiares porque ven sus estructuras vitales socavadas. Ese shockles lleva a tener problemas a la hora de buscar empleo de forma eficaz”.
Por último, estas creencias están llevando a los desempleados a una suerte de trampa de la que no parece posible salir. Porque si estar en el paro es un motivo añadido para que nadie te contrate, al final la desconexión con el mercado laboral será absoluta. Para Lahera, “hacen falta soluciones a esta situación”, porque no es posible que quien pierda pie lo tenga tan difícil para regresar a la superficie.
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