Viernes, 21 de Octubre de 2012 23:28
¡Recordemos cada 11 de octubre a los que nos antecedieron en esta
tierra y que enseñaron a sus hijos a cuidarla porque, como dice un
proverbio mapuche, nadie es dueño de la tierra, la recibe en préstamo
cuando nace y la debe devolver a la naturaleza más próspera y fértil
cuando se va.
11 de octubre, el último día de libertad de América...
Felipe Pigna. Bersuit Vergarabat - El Historiador
...El
aniversario de la llegada de un comerciante aventurero que se tropezó
con un continente maravilloso donde los hombres vivían en libertad y en
armonía con la naturaleza. Pueblos como los arahuacos, que le ofrecieron
a Colón y sus secuaces toda su amistad, porque para decir amigo decían
"mi otro corazón", y al arco iris lo llamaban "serpiente de collares de
colores". Colón no tenía vocación para la poesía y rápidamente los
esclavizó y los puso a buscar oro para el Papa y los Reyes Católicos. En
treinta años la población de las Antillas fue exterminada por los
invasores empachados de codicia. ¿Qué festejamos el 12 de
Octubre?Festejamos la introducción en América de los secuestros
extorsivos. El asesino Hernán Cortés secuestró y mató a Moctezuma a
pesar de que los aztecas pagaron un rescate de toneladas de oro y plata.
Lo mismo hará su compañero Pizarro con Atahualpa en el Perú. La
conquista le costó a América 80 millones de vidas que quedaron en las
minas, en los obrajes, en las haciendas, para enriquecer al reino de
España y a los banqueros europeos. Pero de entrada nomás pintó la
rebelión y el caballo, traído por los españoles para dominar, fue
adoptado por los nativos que se formaron las caballerías rebeldes de los
ejércitos libertadores como el de Túpac Amaru, que les metió miedo a
los conquistadores y los obligó a cambiar su política de explotación y
genocidio. Hoy a más de 500 años, la conquista sigue y sigue la lucha
desigual de los mapuches contra el emporio Benetton, dueño de 900.000
hectáreas en la Patagonia. En este territorio entrarían varios estados
europeos, pero no les alcanza y quieren quitarle la poca tierra que les
quedó a nuestros habitantes originarios después del saqueo de Roca y sus
secuaces.
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Los indios son anarquistas
Osvaldo Bayer
Hoy es el último día de Libertad. Así
consideran los habitantes originarios de América al 11 de octubre. Luego
llegarían los europeos. Un día para que los descendientes de los barcos
piensen y recuerden. No en la línea Bush sino en la línea de la
justicia y la solidaridad. ¿Recuerda el lector los “500 años”? ¿Las
fiestas que hicieron los españoles para ganar turistas?
Recuerdo siempre el gran cartel que
había en la Expo ‘92 de Sevilla para recordar el “descubrimiento”
cristiano de América: “Apúntate a una cena en un galeón, a los bailes
del Palenque, a los gauchos de la Pampa, a las tumbas mochicas, a los
viajes de los descubridores, a las pizzas y cuscús, al túnel del tiempo
maya, al enterramiento del señor de Sipén, a la gran pirámide azteca, a
un fortín colonial de Puerto Rico. ¡Pega un salto al mundo de 1492! Un
espectáculo lleno de magia, con actores, máquinas, proyecciones, efectos
especiales y animatrónicos con robots parlantes que nos sumergen en la
época del Descubrimiento (con mayúscula) de América; con Pavarotti y
Plácido Domingo podrás subir a la nao Victoria, el primer barco que dio
la vuelta al mundo. ¡Diviértete, relájate, disfruta! ADULTOS, CUATRO MIL
PESETAS”.
Y debajo se retrataron sonrientes
González y Aznar, los dos representantes del Partido Socialista Español y
de la derecha franquista. Viva la pepa. Eso había sido la conquista
española.
Nada de Túpac Amaru despedazado por
caballos atados a sus piernas y brazos, ni los miles de esclavos
muertos, ni la destrucción a puro fuego de las aldeas indígenas. Que no
fueron sólo los españoles en nombre de Cristo sino también los
“patriotas” latinoamericanos. Véase la Campaña del Desierto de Roca.
Pues bien. Todo un ejemplo: los representantes de los 42 mil aborígenes
que viven todavía en nuestras pampas, se reunieron en La Plata para el
Parlamento Indígena. Sus resoluciones fueron el respeto a sus normas de
vida y a su derecho a vivir. Olga Garay, tataranieta del cacique Andrés
Raninqueo, dijo al empezar: “Nuestro objetivo es que la comunidad sepa
de nuestra existencia y hacer poder oír nuestras voces.
Los huincas nos impusieron su religión,
su ideología, su lengua, perdiéndose de alguna manera las nativas.
Queremos que se reconozca y valorice la cultura de los distintos grupos
étnicos para lograr una mejor convivencia. Que el aborigen no siga
sintiéndose un paria en su propio suelo. Que se vea la posibilidad de
enseñar en las escuelas nuestras propias lenguas y de esa forma no
perderíamos nuestras raíces, y las personas que nos desconocen se
enterarían de que todavía existimos”. Y el Congreso todo aprobará una
declaración honesta y bella. Dice: “Estamos transitando un nuevo milenio
desde aquel 12 de octubre de 1492, trágico encuentro de dos
civilizaciones.
...Así como ellos salen a nuestro
encuentro, debemos hacer lo mismo, terminar con todos los feroces
detalles que los hacen aparecer como vencidos: borrar de nuestro paisaje
y de nuestras ciudades el nombre de militares y civiles genocidas.
Devolver el poético nombre de cerros, lagos, ríos y pampas que tenían
antes de la Conquista del Desierto y de la presencia en esas latitudes
del Perito Moreno...
12 de octubre: la rebelión de los 'flojos'
Otramérica
El 12 de
octubre es herida abierta, historia descontada, exclusión en forma de
fiesta racial. Pero en países como Bolivia arranca el Toki Onqoi (baile
de sanación) o en Venezuela se celebra el Día de la Resistencia. Es la
rebelión de los ‘flojos’ que nunca lo fueron. El pasado hay que
recontarlo para que el futuro sea diferente.
“Es pues evidente que los españoles no
tenían ni aún sombra de pretexto para llevar la guerra y sus estragos al
continente americano; es evidente también que no han hecho una guerra
en forma. Sus hostilidades han sido, pues, injustas, sus victorias
asesinatos, y sus conquistas rapiñas y usurpaciones. La sangre
derramada, las ciudades saqueadas, las provincias destruidas, he aquí
sus crímenes delante de Dios y de los hombres”
Francisco de Miranda / 1801
En muchos lugares de la América invadida
por los españoles se le sigue denominando como el Día de la Raza y no
hay ‘mejor’ nombre cuando la excusa racial ha sido el argumento para
exterminar, marginar o sacar de la historia a millones de seres
humanos. El “encubrimiento de América”, como lo denomina certeramente Aníbal Quijano, se viene resquebrajando con la visibilización de las resistencias y las luchas de los pueblos originarios y los de la afrodiáspora de estos 520 años.
Muchas personas lo ignoran –otras lo quieren ignorar-, pero la
resistencia arrancó casi desde el día uno de la invasión y los pueblos
de ABya Yala han sido sujetos activos y protagónicos de su propia
historia.
Han sido ocultadas las rebeliones con diferentes mecanismos culturales e ideológicos (sumados a la violencia física). Indígenas y afrodescendientes cargan con la maldición racial que
los despoja de su carácter de obreros, de su condición de clase. Una
condición a la que, por cierto, no llegaron de forma voluntaria, sino
como mano de obra forzada para la mayor empresa capitalista de la historia.
Si los capitalistas de la Revolución Industrial inglesa tuvieron que
‘utilizar' a la religión –y su corpus de nuevos mensajes inventados-
para justificar la explotación fabril de los que, hasta ese momento,
eran campesinos europeos, en las Américas se fue más allá al eliminar de
raíz la posibilidad de que los trabajadores se considerasen parte de la
nueva clase obrera. Escribía Eduardo Galeano en Las Venas Abiertas de América Latina:
“La economía colonial latinoamericana dispuso de la mayor concentración
de fuerza de trabajo hasta entonces conocida, para hacer posible la
mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispuesto civilización
alguna en la historia mundial”. Sin embargo, históricamente, la
cosificación de indígenas y esclavizados es tan radical que ni siquiera
se les ha permitido categorizarse como los trabajadores que generaron
esa gigante plusvalía, algo que abriría la puerta a la exigencia de
derechos o, como mínimo, a la negociación sobre las condiciones de
trabajo con el patrón.
El proyecto económico de Europa siempre necesitó de mano de obra.
Las disculpas para justificar el negocio esclavista fueron tan
efectivas como la clave racial –de hecho, se confunden-. El negro era
necesario por dos razones: la pereza y ‘flojera’ del indio y la dureza
del clima, sólo soportable por los africanos. Ambas disculpas son
falaces, aunque todavía perduren en el imaginario popular europeo e,
incluso, entre muchos criollos latinoamericanos. No había tal flojera indígena:
las minas de Potosí, Zacatecas, Guanajuato, Pachuca, Tomebamba,
Antioquia, Carabaya, Maipo, Confines o Quilacoya dan fe del trabajo
brutal al que se vieron sometidos los ‘indios’ para ‘rescatar’ plata y
oro para la Colonia española. Sólo entre 1503 y 1660, cuando los mecanismos de extracción eran más primitivos, España sacó de las entrañas de Abya Yala 16 millones de kilos de plata y unos180.000 kilos de oro. No está mal para tanta flojera.
La intención de los españoles era explotar a la población originaria. Los necesitaban. Pero la resistencia que se encontraron, la necesidad de acabar con poderes fuertes (como el Azteca o el Inca) y la desestructuración de la forma de vida indígena (lo
que les privó de sus mecanismos tradicionales de subsistencia y de sus
estrategias para enfrentar las calamidades) provocó lo que, visto con la
distancia histórica y los datos en la mano, es un genocidio en toda
regla.
Si la mano de obra indígena no resultó suficiente se debe a dos razones: la resistencia indígena en muchos puntos de las tierras conquistadas (hombres
que huían de la mita, naciones que se escondían en los lugares más
inhóspitos, pueblos que lucharon bélicamente con los españoles hasta
bien entrado el siglo XVII…) y el genocidio (o
etnocidio) cometido en zonas claves para este desarrollo capitalista
(como en el Caribe donde sólo en La Española –actual Dominicana y
Haití-, Bartolomé de las Casas consignaba la muerte de dos tercios de
los habitantes originarios como consecuencia de la opresión, la
resistencia, las enfermedades y el hambre, que acabó con 50.000
indígenas).
La resistencia indígena se da casi desde el primer momento de la invasión europea y aún hoy continúa. “Hambre,
carajo, que muerde las tripas de los indios callados, humildes. La
humildad debe ser virtud de dioses; los indios se sienten hombres”, escribía el ecuatoriano Jorge Icaza en Huasiungo,
esa novela reivindicativa e hiriente que refleja la servidumbre a la
que estaban sometidos los indígenas y la imposibilidad de aguantarla sin
rechistar. Los ejemplos de esa resistencia se multiplican, a pesar de
no ocupar ni una línea en los libros de texto de la historia oficial.
Al recibir a los conquistadores, los caciques de Haití (alias La Española) pecaron de buena fe,
pero cuando comenzaron las muertes, las violaciones y la imposición de
una cuota de oro a cada mayor de 14 años, los ojos se abrieron. En 1492,
en El Cibao (La Española), el cacique Canoabo se levanta contra las
injusticias de Colón y sus hombres y desde ese día no han cesado las
revueltas indígenas en Abya Yala. Los nombres de los líderes están en la
memoria ancestral de sus pueblos, de sur a norte: Enriquillo, Agueybana II, Cuauhtemoc, Cémaco, Lempira, Urraca, Rumiñahui, Lautaro, Tupac Amaru II, Bartolina Sisa, Tupac Catari…
Los indígenas “perezosos” nunca dudaron en defender su autonomía y en
algunos casos, como en el de los Mapuche, la corona española tuvo que
agachar la cabeza y negociar acuerdos de paz y de respeto mutuo ante la
fuerza de la resistencia armada indígena. El imperio mientras, trataba
(y muchas veces lo lograba) de dividirlos, comprarlos o engañarlos y, si
no funcionaba, secuestraba, mataba, torturaba y violaba.
Aunque las técnicas del imperialismo
económico contemporáneo no son muy diferentes (sólo aparecen como más
sofisticadas), la resistencia ahora es más visible. Y, a los pueblos
originarios y afrodescendientes se han sumado sectores organizados de
las clases excluidas históricamente y edulcoradas con el anhelo del
“desarrollo” prometido. El 12 de octubre es un día de dignidad y
resistencia, no la conmemoración del inicio de una campaña sin igual de
explotación del ser humano.
http://otramerica.com/temas/12-octubre-la-rebelion-flojos-dia-la-resistencia/2500
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