El 12 de agosto de 1936 las tropas del General Yagüe
iniciaron el asalto a Badajoz dejando tras de sí un balance de 3.800
muertos. “Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted que
continuara con 4.000 prisioneros o que los dejara libres para que
Badajoz fuera roja otra vez?”, contestó Yagüe a la pregunta del ‘New
York Herald Tribune’ sobre lo sucedido.
El
25 de marzo de 1936 la provincia de Badajoz firmó su condena a muerte.
España aún no estaba en guerra, pero el destino de esta ciudad extremeña
y sus habitantes quedó escrito. Más de 60.000 jornaleros pacenses,
dirigidos por la Federación Española de Trabajadores de la Tierra
(FETT), ocuparon 23.500 hectáreas de tierra sin trabajar cuya propiedad
se repartía entre tan sólo siete propietarios. Fue la mayor ocupación de
tierras del período republicano y el pretexto para una de las mayores matanzas llevadas a cabo durante la Guerra Civil.
El 12 de agosto las tropas procedentes del norte de Áfricada
comandados por el General Yagüe iniciaron el asalto de la provincia
extremeña. “Sólo en la ciudad de Badajoz fueron asesinadas 3.800 personas durante la Guerra
y los primeros años de dictadura”, asegura a Público el historiador
Francisco Espinosa, autor de la obra La columna de la muerte. “La matanza fue un escarmiento a petición de los terratenientes y una señal al resto de las zonas republicanas”, añade el historiador Justo Villa.
Testigo directo de la masacre que durante la segunda quincena de
agosto de 1936, las tropas del General Yagüe perpretaron en Badajoz es
Luis Pla. A sus 87 años de edad, Luis recuerda a la perfección lo que
sucedió en su ciudad cuando él apenas tenía 11 años. Su padre y su tío,
Luis y Carlos, fueron asesinados por los militares meses antes de que se
iniciara un juicio militar contra ellos que los declaró inocentes. “Los
soldados los soltaron y les dijeron que estaban libres. Cuando se
dieron la vuelta, los dispararon por la espalda”, recuerda Luis.
La historia de la familia de Luis Pla difiere de la mayoría de
tragedias de la Guerra Civil. Su familia no era jornalera, ni pobre y no
le faltaban contactos en las altas esferas. Había nacido en una familia
acomodada en una región en que la burguesía era escasa y más bien de
derechas. En 1936, los hermanos Pla Álvarez poseían negocios en
Extremadura relacionados con el automóvil, la distribución de Campsa y
alguna explotación agraria. Los dos militaban en el partido de Manuel
Azaña, Izquierda Republicana.
Primero asesinados, después multados
La militancia republicana de los Pla no fue bien visto por el resto
de terratenientes de la zona, amenazados ante las ocupaciones de
tierras de los campesinos. El 19 de agosto de 1936 los dos fueron
ejecutados. “Casi tres meses después de su asesinato, se les abre un
expediente calificándoles de individuos culpables de actividades
marxistas y rebeldes, y acusándoles de contribuir al triunfo del Frente
Popular y hasta de que tenían en su poder los rublos que financiarían la
Revolución que Rusia pretendía en España”, describe Luis Pla.
La
Audiencia de Cáceres cerró el caso por “inconsistencia de los cargos” y
condenó a la familia Pla a pagar unas multas de 75.000 pesetas por
pertenencia a partidos políticos ilegales según la Ley de
responsabilidades políticas. Pero para entonces, los dos hermanos ya
llevaban casi cuatro años muertos y la multa recaía sobre una ya
maltrecha economía familiar. “Los negocios y bienes de la familia habían
sido incautados por la nueva autoridad militar, todos los vehículos con
los que comerciaba mi padre fueron saqueados por los marroquíes y su
coche personal pasó a ser disfrutado personalmente por Yagüe”, rememora
Luis Pla.
“Que el único delito que mi padre y mi tío y los miles de
asesinados cometieron, si es que eso era delito, era haberse manifestado
republicanos o socialistas o comunistas o sindicalistas. Con la
diferencia de que aquellos a los que se estaba castigando tan ferozmente
nunca habían declarado su apoyo y aplauso a ninguna masacre ni al
terrorismo institucional como el que se estaba practicando por los
sublevados como norma aberrante”, indica Pla
Repercusión internacional
La masacre de la que habla Pla fue recogida por diversos medios
internacionales que, por primera vez, habían entrado a España durante el
conflicto. El primero en llegar fue el periodista portugués Mario
Neves, quien trabajaba para el medio luso Diario de Lisboa. Tras cinco
días de conflicto, el periodista abandonó Extremadura espantado por la
barbarie y juró no volver jamás. El historiador Justo Villa lo conoció
muchos años después. “Siempre me contaba que lo que más le espanto y el
día que decidió salir de aquí, fue una tarde que encontrándose a varios
kilómetros de la ciudad vio un densa columna de humo. Se acercó y cuando
llegó se encontró con 300 o 400 cadáveres ardiendo. Ese día salió
‘pitando’ de este país”, recuerda Justo.
Las crónicas de Neves no son las únicas que se conservan del
momento. El periodista estadounidense Jay Allen escribió para el Chicago
Tribune: “Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir.
La escribo a las cuatro de la madrugada, enfermo de cuerpo y alma, en el
hediondo patio de la Pensión Central (…). Miles fueron asesinados
sanguinariamente después de la caída de la ciudad. Desde entonces de 50 a
100 personas eran ejecutadas cada día. Los moros y legionarios están
saqueando. Pero lo más negro de todo: la policía internacional
portuguesa está devolviendo gran número de gente y cientos de refugiados
republicanos hacia una muerte certera por las descargas de las
cuadrillas rebeldes”, escribe Allen.
No obstante, la declaración que mejor resume el espíritu de
revancha de aquellos días y que permaneció durante los siguientes
cuarenta años la consiguió el también periodista estadounidense John T.
Whitaker, del New York Herald Tribune, cuando preguntó al General Yagüe
sobre lo sucedido: “Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Que iba a llevar 4.000 prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?, concluyó.
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