Una reflexión de Silvio Rodríguez.
Hay
varias formas de violencia. Existe la ancestral violencia religiosa,
hija del fanatismo y la intolerancia, hijos estos a su vez de la
ignorancia. Existe la antiquísima violencia política, que inició el
primer ser vivo que agredió a otro para quedarse con lo que tenía. Pero
la violencia que asola a muchas ciudades y barrios de Nuestra América
suele ser la económica, con sus remotos orígenes en la desigualdad, la
explotación, la miseria y la ignorancia, fermentadas en la ira que
provoca venir al mundo para encontrar vedado lo que nos garantiza una
existencia digna.
En
el sentido de esta violencia, que es de la que se viene hablando en
Segunda cita, creo que el gobierno de Venezuela ha dado pasos efectivos,
desarrollando lo que ellos llaman misiones. Y, a pesar de que este
principio de atención social elemental es de reciente práctica, ya hoy
Venezuela recoge los frutos de miles de humildes atendidos de sus
dolencias, operados de cataratas y, al menos, dos millones de recién
alfabetizados.
Circunstancialmente
me tocó visitar a Venezuela durante sus gobiernos anteriores, más que
con este. Recuerdo que entonces existía la misma violencia, a pesar de
que el país tenía los recursos para ser una de las naciones más
prósperas de nuestro hemisferio.
Nunca
llegó a serlo, en la proporción que merecía, con el bienestar social
que sus riquezas parecían garantizar, gracias al entreguismo de aquellas
administraciones y al desprecio de la mayoría de los ricos por los
humildes, a quienes supieron mantener marginados. De aquellos viajes
recuerdo las noticias de hechos sangrientos entre chabolas que las
lluvias arrastraban a menudo. Y la advertencia de: “jamás se te ocurra subirte a uno de esos cerros”.
Hoy
la violencia llegó las calles de Caracas, y no me parece extraño. No en
balde desde hace tanto se fueron enracimando, excluidos, los que por
humano crecimiento ahora invaden la futurista ciudad que diseñó Pérez
Jiménez.
Conozco
a varios que han huido de la terrible realidad de la violencia. Pero es
obvio que la mayoría se ha quedado, apoyando con su trabajo y su
esperanza los proyectos del gobierno bolivariano.
Nadie
quiere la violencia para sus hijos, para su familia, para si mismo. La
mayoría de los que la ejercen tampoco la hubieran adoptado, de haber
tenido la suerte de una vida mejor. Si no hubieran visto morir a sus
hijos sin el médico que necesitaban, fueran otros. Si hubieran tenido la
oportunidad de estudiar, otra sería la realidad.
Lo
escalofriante no son las cifras de muertos diarios o anuales, víctimas
de la violencia. Lo terrible es saber que esas cifras pudieron, al
menos, haber sido mucho menores, pero se siguieron alimentando. ¿Quiénes
fueron los autores de estas estadísticas amargas y del espanto que da
saberlas? ¿Qué injusticias, qué malos gobiernos, cuanta complicidad, y
de quienes?
La
violencia marginal fue fabricada por la desigualdad, por la indolencia y
por el egoísmo. Convencido de que no hay sistema político perfecto,
aunque sí perfectible, dejo a ustedes nombrar el que más los genera.
Chávez es el primer presidente moderno de Venezuela que ha dado pasos
correctos para empezar a detener y revertir, desde la hondura de la
atención al ser humano, el viejo y grave problema de la violencia, entre
otros muchos.
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