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domingo, 1 de julio de 2012

SUITE PROLETARIA I

 
 
Domingo, 1 de julio del 2012.
 
La lluvia no había dejado de caer en todo el día, por lo que tampoco cubría ya del agua el denso bosque que cerraba el cielo. Todo, hasta el aire, absolutamente todo estaba mojado, y nosotros por supuesto. Estábamos encalados por el monte, y tres camaradas organizaban un enfrentamiento directo con la Guardia Civil. Iba a ser durísimo, pero sobre todo para los agentes que pretendieran subir y atacar a los mineros.
“Aquí tienen que ponerse dos tiradores, bien defendidos, y el resto cuando toque, lanzar piedras sin parar, y abrásenlos vivos, te lo digo yo, abrásenlos vivos”. Yo imaginaba la magnitud de la batalla, y sabía que como siguiesen así las cosas, tarde o temprano habría un mártir, y nosotros no queremos mártires.

El día siguiente se esperaba más tranquilo, pero no lo fue. Los mineros cortaron la autovía a la altura de Riaño, y después de hacer varias barricadas en caminos y carreteras cercanas para evitar un embolsamiento por los antidisturbios colocaron más de una centena de neumáticos y les prendieron fuego. Cortar es relativamente fácil, aunque supone un peligro detener a vehículos que pasan a 120Km/h. De hecho, en ese corte un todoterreno no hizo caso de las señas con los brazos en alto que hacían varios mineros y aceleró para intentar pasar por el arcén. Todavía en movimiento, aunque ya frenando a muy pocos metros de un minero, el puñetazo de este se hundió en la chapa del capó, y comenzaron los gritos. El conductor bajó del coche. “¡A mi no me pisa nadie! ¡A mi no me pisa nadie!”. En la solapa de la chaqueta llevaba un pin del ejército, un águila dorada con la rojigualda al fondo. Se le acercó un minero como si fuera a empujarle. “¡Súbete al coche!”. Tuve un sentimiento extraño, como apenado, al ver como en ese momento tanta chulería y decisión del casi anciano corpulento se apagaba de golpe y ponía una expresión asustada.
“¡Eh, anda, déja al paisano en paz!” le gritaba otro minero mientras colocaba la barricada. Dejé de observarlos porque parecían haberse calmado, seguí haciendo fotos cuando vi de nuevo al conductor gritar a los mineros. Entonces uno de ellos levantó una garrafa y le dijo “Mira, a mi no me cuesta nada tirarte esto al coche y prenderle fuego. Que no sabes lo bien que quema eso. Cállate ya que te lo digo muy en serio”. Eran 5 litros de gasolina y lo decía de verdad. El hombre calló definitivamente.
Comenzaron a llegar varias patrullas de tráfico de la Guardia Civil, normalmente el precedente al cuerpo de élite de la Guardia Civil, el GRS (Grupo Rural de Seguridad), por lo que subimos unos metros monte arriba. Este cuerpo es lo más preparado que hay en toda España para este tipo de conflictos. Yo los veo como unos caballos, pueden subir pendientes increíbles y seguir avanzando por el bosque más denso. Los ves llegar y en un descuido los tienes encima. O eso es lo que se cree de ellos, porque cuando vimos el brillo de sus cascos en lo más bajo del prado muchos mineros empezaron a subir rápidamente por el bosque.
Aunque días más tarde supimos que durante la batalla en Pozo Sotón, que fue el viernes 15 de junio, un grupo de GRS tenía que ser empujado por un sargento para que avanzasen, porque a cada estallido de un volador (cohetes) se iban tirando hacia atrás.
Yo me quedé abajo, con 3 mineros que comenzaron a disparárles agachados entre unas ortigas. Cada vez que los GRS escuchaban la explosión del cañón se agachaban y se separaban con miedo. Los teníamos a poco más de 60 metros y empezaron a dispararnos pelotas de goma y luego botes lacrimógenos. En el bosque las pelotas de goma no pueden dispararlas con un rebote en el suelo, ya que entre tierra y plantas se desvían o vuelven, por lo que tiran directamente al cuerpo y las heridas son terribles. El minero que llevaba el cañón no paró hasta haberles disparado 3 o 4 veces más. Entonces ya fuimos adentrándonos en el bosque y salimos casi dos horas más tarde a la altura de unas casas desperdigadas por el monte. Dos ancianas salieron y empezaron a hablar con los mineros y apoyarles.
Otro día en Sariego me acerqué a una barricada mientras los mineros corrían a sus coches aparcados por la zona, porque llegaba la Guardia Civil y no tenían defensa preparada. Llevaría ya 10 minutos en lo mío, metiéndome entre los conductores que esperaban la reapertura del tráfico, cuando a lo lejos un Guardia Civil comenzó a gritarme. No podían coger a los mineros y estaban muy hartos de que les hiciesen correr de un sitio a otro todos los días, por eso empezaron a pagarlo con muchos fotógrafos.“¡Eh, eh! ¡Venga aquí!”. Me paré, le dije “¿Qué pasa?”, y él venía casi corriendo hacia mi. “¡Documentación! ¡Venga! ¡Deja la cámara en el suelo!”, “¿Pero qué es lo que ocurre?”, “Ahora verás, ve a aquél furgón y deja la cámara en el suelo”. Me acerqué al furgón de conservación de carreteras.
El agente, que me recordaba a Tejero o a uno de esos tenientes de la vieja escuela más rancia, me hizo ponerme contra el furgón para registrarme. No dejaba de hablarme con chulería y una voz de pito insoportable. Apuntó mis datos en una libreta mientras le decía a su compañero “Este viene concertado con los mineros”. Él sabia que eso no es ningún delito y se lo dije. “Eso ya lo decidirá el juez.” me contestó. Entonces se fue corriendo a por el fotógrafo con el que yo iba en ese momento, que trabajaba para El País, y le hizo exactamente lo mismo.
Así era el día a día de mis 10 días con los mineros. Aunque cada día era radicalmente distinto al anterior y siguiente, en todos estaba de base la asamblea casi de madrugada donde organizaban las acciones del día, los cortes, la organización, las reuniones y la incesante lucha. Todas las horas del día en una dedicación absoluta y satisfactoriamente agotadora, y hasta en las pocas 5 o 6 horas que como mucho se podía dormir soñaba, y aún hoy en Valencia sueño, con las barricadas y haberme echado al monte con la Guardia Civil detrás. Lo que también sueño, pero con los ojos abiertos es el momento en el que no existan clases subordinadas ni explotadas por otras, ni que un Gobierno tenga la potestad para acabar con la dura subsistencia de miles de familias acabando con su empleo, que es un bien social primordial.
Y es que este conflicto para el Gobierno no es una cuestión económica, sino política. La reducción en un 64% de las partidas a la minería supone la muerte definitiva del sector. Menos de 400 millones de euros son los que separan a miles de los 8.310 mineros que quedan en España del trabajo a la lista de millones de parados. Y en este contexto donde un banco percibe 23.450 millones de euros del Estado queda claro que no se trata de una cuestión económica. Hay que tener en cuenta, que el sector de la minería es probablemente el último movimiento obrero organizado de España, donde el 100% de sus trabajadores están afiliados a sindicatos. El Gobierno sabe que doblegar al sector más combativo supone haber doblegado a toda la clase trabajadora de este país, y además, haber ganado un pulso contra los sindicatos.
De cara al público han utilizado varios pretextos, especialmente tres. Dicen que hay que recortar y ser austeros para ahorrar, y así podría pasar por un recorte más de los que han hecho en todos los sectores, pero en este caso, un 64% de recorte supone el cierre definitivo, y así lo es del 100%. Por otro lado dicen que el carbón es una fuente de energía contaminante, y que hay que apostar por las renovables, pero la Agencia Internacional de la Energía calcula un incremento del 65% de consumo de carbón en España durante las próximas décadas y además, se está comenzando a aplicar una forma de captación de CO2 durante su combustión, que reduce enormemente la contaminación. Entonces pasan al último pretexto “el carbón no es rentable”. Es cierto que el carbón en España es más caro que el importado, evidentemente. La importación de carbón proviene de Colombia, Indonesia y otros países donde la mano de obra es esclavista, muchas veces infantil y con jornadas laborales de hasta 16 horas. Así el carbón a la fuerza es más barato.
Si quisieran cerrar las minas con un buen plan de reconversión industrial esto no pasaría. Pero lo que pretenden es dejar a miles de trabajadores sin empleo, e indirectamente a las miles de familias que viven de ellos en las Cuencas Mineras.
Los mineros conocen las mentiras, y la lucha se hace también con la información. Goebbels y el Ministro de Industria lo saben. Por eso es muy importante que se conozca todo lo que rodea al conflicto del carbón para no repetir los juicios y opiniones que salen y se pueden crear con la información sesgada que se ofrece en los medios de masas.
Asturias, como en el 34, en el 62, ahora en el 12. “Mi abuelo luchó en el 34, mi padre en el 62, y ahora me toca a mi” decía el camarada con el que estuve en las revueltas. Y es que por encima de defender su trabajo, la lucha minera, es la lucha de un pueblo por quitarse las cadenas, y como no puede ser de otra forma, siempre tendrá los ojos puestos en la libertad.


A Lisardo, Almudena, Peri, Vidarte, y todos los camaradas del Partido Comunista de Asturias y la Juventud Comunista de Asturias.

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