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lunes, 9 de julio de 2012

ESTRATEGIA Y TACTICA DE LA CLASE OBRERA(3)

MA.GAV.RO.CHE.
 
La estrategia de la clase obrera determina las relaciones generales y fundamentales de ésta con otras clases y la táctica, las relaciones parciales y transitorias.
“La táctica consiste en determinar la línea de conducta del proletariado durante un período relativamente corto de flujo o de reflujo, de ascenso o de descenso de la revolución; la táctica es la lucha por la aplicación de esta línea de conducta mediante la sustitución de las viejas formas de lucha y de organización por formas nuevas, de las viejas consignas por consignas nuevas, mediante la combinación de estas formas, etc., etc. (…) la táctica persigue objetivos menos esenciales [que la estrategia], pues no se propone ganar la guerra tomada en su conjunto, sino tal o cual batalla, tal o cual combate, llevar a cabo con éxito esta o aquella campaña, esta o aquella acción, en correspondencia con la situación concreta del período dado de ascenso o de descenso de la revolución. La táctica es una parte de la estrategia, a la que está supeditada, a la que sirve.”[1]
Así, mientras que el objetivo estratégico inmediato de la clase obrera permanece invariable dentro de cada etapa de la revolución (en España, ya es la Revolución Socialista), la táctica del Partido proletario debe cambiar con arreglo a los flujos y reflujos que experimenta la lucha de clases.
Durante los períodos de auge revolucionario, hay que adoptar una táctica ofensiva: las formas de lucha pueden ser huelgas políticas locales, manifestaciones políticas, huelga política general, boicot al parlamento, insurrección, consignas revolucionarias combativas, etc.; y las formas de organización correspondientes pueden ser comités revolucionarios de obreros, de campesinos, milicias, Soviets o Consejos de diputados obreros, etc.
Durante los períodos de retroceso revolucionario, como el que venimos sufriendo desde hace unos 20-30 años,  hay que adoptar una táctica de repliegue: las formas de lucha pueden pasar del boicot al parlamento a la participación en él, de las huelgas generales políticas a las huelgas económicas parciales o incluso a la calma, etc.; y las formas de organización adecuadas ya no son las organizaciones revolucionarias de masas sino, tal vez, organizaciones culturales y educativas, cooperativas, sindicatos y otras organizaciones legales, mientras que el Partido puede verse constreñido a reorganizarse en la más rigurosa clandestinidad.
Las principales condiciones necesarias para una acertada dirección táctica son:
Primera: “Poner en primer plano precisamente las formas de lucha y de organización que mejor correspondan a las condiciones de flujo y reflujo del movimiento en el momento dado y que faciliten y permitan conducir a las masas a posiciones revolucionarias, incorporar a millones de hombres al frente de la revolución y distribuirlos en dicho frente.”[2]
Para lanzarse a las formas de lucha y de organización correspondientes a la ofensiva revolucionaria, no basta con que la vanguardia haya comprendido la necesidad de la revolución. Tampoco bastará para llegar a este punto la labor de agitación y propaganda de la vanguardia del proletariado. Es preciso que las masas además hagan su experiencia de manera espontánea y, sobre todo, mediante el impulso por los comunistas de objetivos tácticos parciales e inmediatos que tengan en cuenta la correlación de fuerzas de clase existente y el nivel de conciencia de la mayoría del proletariado. El peligro de la táctica de los “izquierdistas” consiste en que amenaza con transformar al Partido –en palabras de Stalin-, de jefe de la revolución proletaria, en un puñado de conspiradores vacuos y sin base.
“Con la vanguardia sola es imposible triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia o, al menos, de neutralidad benévola con respecto a ella y no son incapaces por completo de apoyar al adversario, sería no sólo una estupidez, sino, además, un crimen. Y para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar esa posición, la propaganda y la agitación, por sí solas, son insuficientes. Para ello se precisa la propia experiencia política de las masas. Tal es la ley fundamental de todas las grandes revoluciones, …”[3]
Segunda: “Toda cuestión ‘se mueve en un círculo vicioso’, pues toda la vida política es una cadena sin fin compuesta por una serie infinita de eslabones. Todo el arte de un político consiste precisamente en encontrar y asirse con fuerza, precisamente al eslaboncito que menos pueda ser arrancado de las manos, que sea el más importante en un momento determinado, que garantice lo más posible a quien lo posea la posesión de toda la cadena.”[4]

Es decir que, entre las tareas que tiene el Partido, hay que encontrar la tarea principal cuya solución permite seguir avanzando hasta el logro del objetivo estratégico. En nuestras actuales condiciones, el eslabón principal es reconstituir el Partido Comunista: esto es, acabar con la dispersión política y organizativa de los marxistas-leninistas, unirlos entre sí y con las grandes masas proletarias.
Los giros tácticos, enmarcados en una determinada estrategia de la vanguardia proletaria y dictados por las necesidades de desarrollo del movimiento revolucionario, deben significar, en su sucesión, el cumplimiento de la estrategia diseñada. Lo contrario es tacticismo, traición al objetivo revolucionario y, a fin de cuentas, reformismo. ¿En qué consiste la oposición entre la táctica reformista y la táctica revolucionaria?
Al contrario que los “izquierdistas” pequeñoburgueses, los marxistas-leninistas consideramos que, en ciertas condiciones, las reformas, los compromisos y los acuerdos son necesarios y útiles.
Hacer la guerra para derrocar a la burguesía internacional, una guerra cien veces más difícil, prolongada y compleja que la más encarnizada de las guerras corrientes entre Estados, y renunciar de antemano a toda maniobra, a explotar los antagonismos de intereses (aunque sólo sean temporales) que dividen a nuestros enemigos, renunciar a acuerdos y compromisos con posibles aliados (aunque sean provisionales, inconsistentes, vacilantes, condicionales), ¿no es, acaso, algo indeciblemente ridículo? ¿No viene a ser eso como si, en la difícil ascensión a una montaña inexplorada, en la que nadie hubiera puesto la planta todavía, se renunciase de antemano a hacer a veces zigzags, a desandar a veces lo andado, a abandonar la dirección elegida al principio para probar otras direcciones”.[5]
La diferencia entre reformistas y revolucionarios está en el uso que hacen de las reformas.
“Para el reformista, las reformas son todo, y la labor revolucionaria cosa sin importancia, de la que se puede hablar para echar tierra a los ojos. Por eso, con la táctica reformista, bajo el poder burgués, las reformas se convierten inevitablemente en instrumento de consolidación de este poder, en instrumento de descomposición de la revolución.
Para el revolucionario, en cambio, lo principal es la labor revolucionaria, y no las reformas; para él, las reformas son un producto accesorio de la revolución. Por eso, con la táctica revolucionaria, bajo el poder burgués, las reformas se convierten, naturalmente, en un instrumento para descomponer este poder, en un instrumento para vigorizar la revolución, en un punto de apoyo para seguir desarrollando el movimiento revolucionario.”[6]

[1] Los fundamentos del leninismo, Stalin, pág. 90, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín 1972.
[2] Ibídem, pág. 99.
[3] La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Lenin, pág. 79, Ed. Progreso.
[4] ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, Lenin, pág. 162, Ed. Progreso.
[5] La enfermedad infantil…, pág. 56.
[6] Los fundamentos…, pág. 104.

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