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domingo, 3 de junio de 2012

FICHA DE FORMACION POLITICA UU. LA CRISIS ECONOMICA CAPITALISTA(1): SU ESENCIA

MA.GAV.RO.CHE.


03.06.2012
El régimen económico es la base de toda sociedad: es lo que va a determinar, en última instancia, el desarrollo de ésta. La economía del capitalismo surge con el desarrollo de la producción mercantil y conduce al predominio absoluto de esta forma de producción. Producir mercancías significa producir objetos para la sociedad, no para uno mismo. Pero la producción de mercancías no es social de manera directa, sino a través del intercambio, de la compra-venta. No parte de la posesión colectiva de los medios de producción por parte de los trabajadores, los cuales podrían así decidir de antemano qué producir, cuánto, cómo y la propia distribución de los productos. Al contrario, el productor de mercancías, a pesar de depender de la sociedad, las fabrica de manera individual, a espaldas de los demás y en competencia con ellos. Esta realidad económica se denomina jurídicamente propiedad privada sobre los medios de producción.
¿Cómo se realiza el cambio de mercancías? Es evidente que pagando su precio, el cual, a su vez, depende de la oferta y la demanda. Ahora bien, la oferta y la demanda no regulan más que las oscilaciones pasajeras de los precios en el mercado, pero, una vez igualadas o equilibradas, las mercancías arrojan, un determinado precio, que es su valor de cambio, medido en dinero (que, a su  vez, es también una mercancía –oro o plata-, por mucho que esté hoy representado por signos como billetes de banco, monedas, cheques, etc.): es el que explica por qué el precio de una barra de pan asciende a 50 céntimos, por ejemplo, y no a 1 céntimo o a 50 euros.

El valor de las mercancías

Por valor de cambio de una mercancía, entendemos las cantidades proporcionales en que se cambia por todas las demás mercancías. Pero, ¿cómo se regulan las proporciones en que se cambian unas mercancías por otras? Para saber en qué proporciones pueden cambiarse mercancías de distinta clase, el primer requisito es poder comparar estas mercancías. Es decir, a pesar de la enorme variedad de mercancías que se encuentran en el mercado, debemos poder reducir todas  ellas a una expresión común, a algo que es la medida común de todas ellas, distinguiéndolas solamente por la proporción en que contienen esta medida igual.
Las mercancías son, por una parte, objetos útiles (valores de uso) y, por otra, objetos capaces de ser cambiados por otros en determinadas proporciones (valores de cambio). Lo común a todas ellas que permite compararlas y determinar las proporciones del cambio no puede tener ninguna relación con su uso o consumo, puesto que, si éste fuese idéntico, no tendría ningún sentido cambiar unos bienes por otros: si, por ejemplo, produzco calcetines y el consumo de éstos me saciase el hambre, no necesitaría venderlos para comprar pan, sino que me alimentaría directamente a base de ellos.
¿Cuál es la sustancia social común a todas las mercancías? Es el trabajo. Para producir una mercancía hay que invertir en ella o incorporar a ella una determinada cantidad de trabajo. Y no simplemente trabajo, sino trabajo social: es decir, una parte integrante de la suma global de trabajo invertido por la sociedad, según la división del trabajo establecida espontáneamente dentro de la misma. De lo contrario, la mercancía no será aceptada y su productor no conseguirá venderla.
Cuando consideramos las mercancías como valores las consideramos exclusivamente bajo el solo aspecto de trabajo social realizadoplasmado, o si se quiere, cristalizado. Pero, ¿cómo se miden las cantidades de trabajo? Por el tiempo que dura el trabajo, midiendo éste por horas, por días, etc. Claro que no se trata de la cantidad de trabajo invertida individualmente, sino de la cantidad invertida en producir cada clase de mercancías por término medio, de la cantidad de trabajo socialmente necesario (en este sentido, el productor más hábil ahorrará esfuerzos, mientras que el más torpe realizará esfuerzos superiores, que no podrá trasladar al precio de venta de su mercancía).
Además, para calcular el valor de cambio total de una mercancía, tenemos que añadir a la cantidad de trabajo últimamente invertido en ella la que se encerró antes en las materias primas con que se elabora la mercancía y el trabajo incorporado a las herramientas, maquinaria y edificios empleados en la producción de dicha mercancía.
La cantidad de trabajo necesario para producir una mercancía cambia constantemente, al cambiar las fuerzas productivas o productividad del trabajo aplicado (fertilidad del suelo, escala del trabajo, cooperación, empleo de maquinaria, medios de comunicación, etc.). Cuantas mayores son éstas, menos trabajo se invierte en una cantidad dada de productos y, por tanto, menor es el valor de estos productos.

El capital

El motivo propulsor de la producción capitalista es que los propietarios del capital obtengan la mayor ganancia posible. Ésta no proviene, en lo esencial, de un recargo de los precios de las mercancías sobre sus valores (este caso explica cómo unos capitalistas se enriquecen a costa de otros, pero no explica cómo se enriquece la clase capitalista en su conjunto). Las ganancias las obtienen incluso vendiendo las mercancías por su valor, porque la retribución del trabajo y la cantidad de trabajo son cosas completamente distintas: los salarios de los obreros no pueden ser  mayores que los valores de las mercancías por ellos producidas, pero sí pueden ser inferiores. Lo que el obrero vende no es directamente su trabajo sino su fuerza de trabajo, cediendo temporalmente al capitalista el derecho a disponer de ella (no puede vender su producción ya que no le pertenece: la realizó con medios que no le pertenecían y en un período de tiempo en que su propia capacidad de trabajar había sido comprada por el capitalista).
En el mercado, nos encontramos con un grupo de compradores que poseen tierras, maquinaria, materias primas y medios de vida, cosas todas que, fuera de la tierra virgen, son otros tantos productos del trabajo, y de otro lado, un grupo de vendedores que no tienen nada que vender más que su fuerza de trabajo, sus brazos laboriosos y sus cerebros. Uno de los grupos compra constantemente para obtener una ganancia y enriquecerse, mientras que el otro grupo vende constantemente para ganar nada más que el sustento de su vida. Esta expropiación de la inmensa mayoría de la humanidad comenzó a finales de la Edad Media y continúa actualmente en los países más atrasados. Sus métodos incluyen la violencia, la conquista, el saqueo, las guerras, etc. Y, una vez consumada la separación entre el trabajador y los medios de trabajo, este estado de cosas se mantiene y se reproduce sobre una escala cada vez más alta, hasta que una nueva y radical revolución del modo de producción dirigida por la clase proletaria lo eche por tierra y restaure la primitiva unidad bajo una forma histórica nueva.
Al igual que el de toda otra mercancía, el valor de la fuerza de trabajo se determina por la cantidad de trabajo necesaria para su producción. La fuerza de trabajo de un hombre existe, pura y exclusivamente, en su individualidad viva. Para poder desarrollarse y sostenerse, un hombre tiene que consumir determinada cantidad de artículos de primera necesidad. Pero este obrero se desgasta y, razón por la cual el capitalista tiene que proveerle otra cantidad para criar determinado número de hijos, llamados a reemplazarle a él en el mercado de trabajo. Además, es preciso dedicar otra suma de valores a la formación del trabajador.

La plusvalía

Al comprar la fuerza de trabajo del obrero y pagarla por su valor, el capitalista adquiere, como cualquier otro comprador, el derecho a consumirla, poniéndolo a trabajar. Por tanto, el capitalista, al pagar el valor diario o semanal de la fuerza de trabajo del obrero, adquiere el derecho a hacerla trabajar durante todo el día o toda la semana. El uso de esta fuerza de trabajo no encuentra más límite que la energía activa y la fuerza física del obrero. De ahí, la lucha entre obreros y patronos en torno al límite de la jornada de trabajo y, en general, al derecho al descanso.
La capacidad del trabajador para producir más de lo que precisa para su sustento es un logro social muy anterior al capitalismo y sobre el cual éste se asienta. El capitalista hará trabajar, por tanto, al obrero, supongamos 8 horas diarias. Es decir que sobre y por encima de las 4 horas necesarias para reponer su salario (para producir un valor igual al de su fuerza de trabajo), el obrero tendrá que trabajar otras 4 horas, que llamamos de plustrabajo; y este plustrabajo se plasmará en un plusproducto cuya venta proporcionará al capitalista una plusvalía, es decir, una ganancia con respecto a la suma de capital por él invertida.
Al repetir diariamente esta operación, el capitalista cada día adelanta 50 euros, pongamos, y se embolsa 100 euros, la mitad de las cuales volverá a invertir en pagar nuevos salarios, mientras que la otra mitad forma la plusvalía, por la que el capitalista no abona ningún equivalente. El grado en que los capitalistas explotan a los obreros se determina comparando la plusvalía que obtienen de éstos con la suma de capital que invierten en pagar salarios (en nuestro ejemplo, será del 50/50 = 100%). Pueden aumentar la plusvalía que les extraen pagándoles salarios más bajos que el valor de la fuerza de trabajo; o bien, prolongando o intensificando la jornada laboral, sin un aumento de salario que compense el mayor desgaste de la fuerza de trabajo; o bien, reduciendo el valor de la fuerza de trabajo mediante una disminución del valor de los bienes de consumo de los obreros conseguida gracias al aumento de la productividad del trabajo allí donde éstos se producen.
Este tipo de intercambio entre el capital y el trabajo es el que sirve de base a la producción capitalista o al sistema del salariado, y tiene incesantemente que conducir a la reproducción del obrero como obrero y del capitalista como capitalista, es decir, a la perpetuación de la división de la sociedad en clases, en explotadores y explotados, y, por consiguiente, a la necesidad de la lucha entre estas clases sociales.

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