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sábado, 9 de junio de 2012

FICHA DE FORMACION POLITICA III. LA ECONOMIA CAPITALISTA(2): SUS FORMAS EXTERIORES

  • Sabado, 09.06.2012
MA.GAV.RO.CH
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Para las masas obreras, la lucha de clases suele empezar por sus reivindicaciones materiales inmediatas: las subidas salariales, la reducción de la jornada de trabajo, la creación de empleo, la estabilidad de los contratos laborales, la salud en el trabajo, etc. Sólo si nos unimos, los trabajadores podemos resistir a la creciente e insaciable explotación capitalista. Pero, para que esta resistencia tenga eficacia y, más allá, para que podamos liberarnos de nuestra condición de mercancías sometidas al monopolio del capital, debemos fundamentar científicamente nuestra lucha. Como advierte Marx: “Las verdades científicas son siempre paradójicas, si se las mide por el rasero de la experiencia cotidiana, que sólo percibe la apariencia engañosa de las cosas”. 

Los salarios

La burguesía se opone a las subidas salariales con el argumento de que provocan un alza de los precios, con lo cual no tienen ninguna utilidad para los obreros y perjudican a la economía (por ejemplo, desaniman la inversión extranjera). En realidad, la inflación habitual se debe exclusivamente a la acción de los monopolios en la economía en connivencia con el Estado burgués, al que han convertido en su dócil instrumento contra todas las demás clases sociales. Además, las luchas por subidas salariales son, en la gran mayoría de los casos, consecuencia de alzas de precios ocurridas con anterioridad.
El alza de los salarios no tiene por qué presionar sobre los precios de las mercancías puesto que la cantidad de éstas suele crecer más deprisa que los salarios. Pero, aunque éstos fueran por delante del incremento de la “productividad”, ya explicamos en el En Marcha anterior que el salario no es el equivalente del trabajo realizado, que sólo es el precio de la fuerza de trabajo, por lo que su aumento no alteraría el precio de las mercancías producidas sino que haría disminuir la plusvalía, la ganancia de los capitalistas.
Sin embargo, visto superficialmente, el contrato de trabajo reviste una apariencia engañosa: como sólo cobra su salario después de realizar su trabajo; como, además, sabe que lo que entrega realmente al capitalista es su trabajo; como el salario cambia al cambiar la duración de la jornada de trabajo; como existen diferencias individuales en los salarios de los que ejecutan una misma función; etc., el obrero necesariamente se imagina que el valor o precio de su fuerza de trabajo es el precio o valor de su trabajo mismo. Aunque sólo se paga una parte del trabajo diario del obrero, mientras que la otra parte queda sin retribuir, y aunque este trabajo no retribuido o plustrabajo es precisamente el fondo del que sale la plusvalía o ganancia, parece como si todo el trabajo fuese trabajo retribuido. Esta apariencia engañosa es lo que distingue la explotación del trabajador asalariado de la explotación del esclavo o del siervo. Es la que permite a los apologistas identificar el capitalismo con la “democracia” y los derechos humanos.

Los precios y las formas de la plusvalía

A esta mistificación del capitalismo que viene a encubrir su esencia para embellecerlo, contribuyen las otras formas externas en que ésta se manifiesta.
Los precios de las mercancías sólo son los valores de éstas medidos en dinero. Pero, rara vez coinciden con éstos, sino que oscilan continuamente en torno a ellos, dependiendo de la oferta y la demanda de tales mercancías, del valor del dinero y de la relación de éste con sus signos representativos, con el papel-moneda (relación que da lugar a la inflación o alza del costo de la vida).
La cosa se complica aún más por el hecho de que el capitalismo no es un mero régimen de productores de mercancías, sino de poseedores de capital. En este régimen económico, los capitales se invierten en unas u otras ramas de la producción en busca de la mayor ganancia, pero el centro de gravedad no se establece ya en torno a los valores de las mercancías, sino en torno a la media de ganancia producida por una misma cantidad de capital. Los capitalistas exigen su parte del botín en proporción al capital invertido y se desplazan de una a otra rama de la producción para conseguirlo. Así los precios de producción ya no se corresponden con los valores de las mercancías, sino con el capital incorporado a ellas, más la ganancia media. Sólo en el movimiento de conjunto de la economía se verifica la ley del valor: la suma total de los precios de producción de las mercancías es igual a la suma total de los valores de éstas.
Además, no existe una única forma de ganancia. La burguesía capitalista se ha desarrollado sobre una realidad social marcada por la propiedad territorial. Sus industrias necesitan suelo y los terratenientes lo ponen a su disposición a cambio de una renta que es una fracción de la plusvalía obtenida por el industrial de la explotación de sus obreros. Con el desarrollo del capitalismo, se ha desarrollado su división del trabajo y, con ella, la ganancia comercial y el interés por el capital a préstamo como otras tantas fracciones de esa misma plusvalía.
Por último, desde inicios del siglo XX, la acumulación de capital ha transformado el capitalismo de libre competencia en capitalismo monopolista. Cada rama de la producción es dominada por uno o varios gigantes que determinan el precio o la cantidad de las mercancías, vendiéndolas así a precios de monopolio y obteniendo por ellas una superganancia.
Así, parece que los problemas de las masas se deben a los comerciantes, a los banqueros, a los propietarios del suelo, a los intermediarios, a los monopolios, etc., y no se comprende que todos ellos son categorías subordinadas al capital como relación de producción fundamental de nuestra sociedad.

Los ciclos periódicos del capitalismo: crisis y prosperidad

La producción capitalista se desenvuelve a través de determinados ciclos periódicos. Pasa por fases de calma, de animación creciente, de prosperidad, de superproducción, de crisis y de estancamiento. Esto se debe a que los capitales se incrementan hasta que no encuentran salida en los mercados, no pueden satisfacer a tiempo sus deudas, los obreros carecen de la suficiente capacidad de compra, etc. En definitiva, cada crisis pone de manifiesto que la socialización de la producción engendrada por el capitalismo choca el marco estrecho del interés privado y exige que éste sea sacrificado en beneficio de una economía socialista planificada. Pues bien, durante las fases de crisis y estancamiento, para salvar el máximo posible de capitales, se sacrifican masas de fuerzas productivas (cierre de empresas, despidos, guerras, etc.), además de redoblar la explotación de los obreros.

El desempleo


La máquina está en continua competencia con el trabajo. Con la acumulación progresiva de capital, se opera un cambio progresivo en la composición de éste: la parte destinada a la compra de maquinaria y medios de producción en general crece más deprisa que la parte destinada a salarios, a comprar fuerza de trabajo. Con ello, se crea una superpoblación, un exceso de población obrera comparada con las necesidades de la explotación del capital. Por eso la oferta de la fuerza de trabajo siempre creciente acaba superando su demanda por parte de los empresarios. En esto consiste la causa del problema del paro. Por consiguiente, el propio desarrollo de la moderna industria contribuye por fuerza a inclinar la balanza cada vez más en favor del capitalista y en contra del obrero.
Frente a esta tendencia, la clase obrera debe defenderse contra las usurpaciones del capital y aprovechar todas las posibilidades que se le ofrezcan para mejorar temporalmente su situación, pero sin “exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de “¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!”, deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: “¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!” (C. Marx, Salario, precio y ganancia).

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