Un español sobre la nacionalización: "España no necesita repsoles"
Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.
La única manera de entender las razones que provocan el furor
con que el gobierno español, los medios de comunicación y tantos
tertulianos de toda laya defienden a Repsol no puede ser otra que
comprobar el amplio listado de ex autoridades del Estado, incluyendo
actuales ministros, que han estado en su nómina, las miles de páginas y
horas de su publicidad que financian a los medios y quién sabe qué otro
tipo de influencias más inconfensables e inconfesadas.
Defender la españolidad de Repsol es algo demasiado forzado y
olvidar que los que ahora lo hacen con tanto ímpetu fueron, en su gran
mayoría, los que promovieron y llevaron a cabo la privatización de
empresas que entonces sí que eran efectivamente españolas, no solo
porque la totalidad o la inmensa mayoría de su capital era español, lo
que quizá incluso sea lo de menos, sino porque la estrategia empresarial
que perseguían respondía a intereses nacionales y no globales que
apenas si repercuten en el progreso de España y en el bienestar de sus
ciudadanos.
Desde que fue privatizada, Repsol tiene su cerebro y su alma
puestos en otros lugares e intereses y no se puede decir que haya sido
España en su conjunto quien se haya beneficiado de su actividad
empresarial. Utiliza paraísos fiscales para tratar de tener aquí la
menor carga fiscal posible, ha destruido empleo y a docenas de pequeñas y
medianas empresas española al someterlas a condiciones de pagos
draconianas a pesar de que cuenta con abundantes recursos financieros y
liquidez suficientes.
Es por ello una perversión inaudita que el gobierno y ex
políticos en su nómina salgan a defenderla y que no dijeran nada cuando
Repsol actuaba de esa manera lesiva para la economía nacional.
Y si la actuación en España de Repsol ha resultado tan
escasamente beneficiosa para nuestros intereses nacionales su
comportamiento en el exterior resulta sencillamente vergonzoso y
justifica que los españoles “de bien y como Dios manda”, por utilizar la
expresión que tanto le gusta a Mariano Rajoy, hubieran condenado hace
tiempo sus desmanes y tropelías, especialmente, por cierto, en las
tierras que en los discursos oficiales tanto alabamos considerándolas
como nuestras hermanas. En Ecuador, Bolivia y otras latitudes ha
provocado grandes daños medioambientales y sociales y vulnera
constantemente los derechos humanos de pueblos enteros, generando una
ingente deuda ecológica allí donde actúa. Como otras multinacionales,
que en realidad no tienen Patria alguna, Repsol ha promovido gobiernos
totalitarios con los que poder llegar a acuerdos que la exonerasen de
pagar impuestos y cuando otros dignos y con vergüenza se lo han exigido
ha puesto el grito en el cielo y recurrido a su españolidad, como ahora,
para recabar el apoyo de gobiernos y medios de comunicación.
¿Dónde estaban entonces los defensores del libre mercado y la competencia, de la justicia, la libertad y los derechos humanos?
En Argentina, como en otros países, Repsol utiliza las
respectivas filiales nacionales, como hacen todas las empresas
multinacionales, para fijar los llamados “precios de transferencia”
(artificialmente bajos para hacer que aparezcan pérdidas allí donde
conviene y beneficios en donde pueden conseguir tratamiento fiscal y
condiciones políticas más favorables). Y en lugar de orientar la
explotación de los recursos nacionales hacia el abastecimiento interno
que cubra las necesidades de la población y satisfaga los respectivos
intereses nacionales, se utiliza como parte de una estrategia de
maximización de beneficios global que, entre otras cosas, pasa por
considerar al petróleo, y al resto de las materias primas, como una
commodity, es decir, no solo un bien orientado a la producción y el
consumo sino, sobre todo, a su utilización como activo financiero para
especular con él en los mercados.
Confundir los intereses de Repsol con los de España es un
insulto a la inteligencia de los españoles. Ni es española por la
composición de su capital -mayoritariamente en manos de intereses
extranjeros-, ni por la estrategia empresarial que persigue ni, como he
dicho, porque beneficie principal o sustancialmente a las familias o
empresas españolas. Más bien todo lo contrario.
Y la defensa numantina que ahora quiere hacer de Repsol el
gobierno resulta verdaderamente patética y vergonzosa cuando día a día
se somete sin más a los mercados, a los bancos que han provocado la
crisis, a los grandes grupos empresariales y al gobierno alemán que
impone medidas totalmente lesivas para los intereses españoles. ¡Eso sí
que merecería una respuesta valiente y patriota por parte de nuestro
gobierno y de los medios de comunicación!
Lo que está haciendo el gobierno es patético y se debe decir
claramente: no está defendiendo los intereses de España y de sus
ciudadanos, como dice, sino de una gran empresa a la que España, el
bienestar de su población o la situación de las empresas que
verdaderamente están aquí tratando de sacar adelante la actividad y el
empleo sin gozar del apoyo y los privilegios de Repsol, le importan un
rábano en el día a día de sus actuaciones.
Ya está bien de tanto teatro y de tanta sumisión ante los
grandes. Lo que necesitamos en España no son precisamente repsoles que
se dediquen a ganar dinero a espuertas en Argentina y otros países a
base de mal explotar sus recursos, de evadir impuestos y expatriar
beneficios a paraísos fiscales, sino un gobierno digno que se plante
ante quienes de verdad están llevando a la ruina a la economía española.
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