Difícilmente podríamos desentrañar las causas de la crisis si no
focalizamos nuestros esfuerzos en analizar la relación entre la tasa de
rentabilidad y las políticas de ajuste. Esto es, la tasa de rentabilidad
se entiende como la tasa de beneficio
Difícilmente podríamos desentrañar
las causas de la crisis si no focalizamos nuestros esfuerzos en analizar
la relación entre la tasa de rentabilidad y las políticas de ajuste.
Esto es, la tasa de rentabilidad se entiende como la tasa de beneficio,
en tanto que se trata del cociente entre los beneficios y el stock de
capital fijo de una economía. De este modo, la evolución histórica de la
tasa de beneficio en la economía española representa un potente
instrumento para comprender la naturaleza de la crisis actual desde una
perspectiva estructural que escape a los simplismos de los análisis de
coyuntura. Así pues, en nuestra empresa por dilucidar las causas,
nuestro análisis no puede ignorar la dinámica histórica; desde la década
de 1970, las economías capitalistas más desarrolladas empezaron a
experimentar el estancamiento de la productividad, traduciéndose en la
imposibilidad de perpetuar el modelo fordista basado en el pacto social,
el cual se caracterizó por el aumento de los salarios por encima del
índice general de precios, lo que se traducía en un mayor poder
adquisitivo de los trabajadores, al mismo tiempo que los beneficios
empresariales también crecían. Por tanto, las condiciones que
consensuaron el pacto social estaban sujetas al incremento de la
productividad. Empero, el estancamiento de la productividad
imposibilitaba el aumento salarial sin comprometer los beneficios,
asimismo, durante las décadas de 1950 y 1960, las estructuras
productivas de las economías más desarrolladas evolucionaron hacia
procesos productivos cada vez más intensivos en capital, los cuales
requerían mayores inversiones en capital fijo. Si bien los procesos
productivos intensivos en capital presuponen mayor productividad y
menores costes, el constante aumento de las inversiones en capital fijo
puede socavar la tasa de beneficio. Por tanto, razonar las relaciones
entre las políticas de ajustes y la tasa de rentabilidad implica
vislumbrar cuáles son los determinantes de la inversión, siendo ésta la
palanca del crecimiento económico.
El ahorro no determina la inversión
De un modo u otro, la economía
convencional sigue reproduciendo la mayoría de los acervos erróneos
heredados de los economistas neoclásicos del siglo XIX: en varios
manuales de macroeconomía se asevera que el determinante de la inversión
es el ahorro, desprendiéndose de esta afirmación que a mayor ahorro
mayor inversión, por ende, mayor crecimiento y desarrollo económico. Por
otro lado, esta afirmación tiene en cuenta la siguiente relación; la
mayor propensión al consumo de los trabajadores implica una menor
propensión al ahorro, esto es, cuanto más bajo sean los ingresos de los
trabajadores, la proporción de los salarios que dedicarán en el consumo
de bienes básicos para su subsistencia será mayor y su capacidad para
ahorrar limitada. Así pues, existe una relación inversa entre la renta y
la propensión al consumo; cuanto mayor sea la renta, menor la
propensión a consumir. Aquello nos lleva a la siguiente conclusión: solo
las rentas más altas tendrán la capacidad de ahorrar, asimismo, las
rentas más altas corresponden a los capitalistas. Entonces, si el ahorro
determina la inversión, y las rentas más altas son las propensas a
ahorrar, la lógica a seguir es sencilla de deducir; cuanto mayor sea la
participación de los beneficios de los capitalistas en la renta
nacional, la propensión al ahorro de éstos será mayor. Si aumenta la
propensión a ahorrar de la clase capitalista, la inversión obrará en la
misma dirección, dando como resultado la reactivación de la economía y
el aumento de la producción.
Según el recetario neoliberal, esta
transferencia inicial de recursos desde los más pobres hacia los más
ricos, (que se efectúa mediante mayores impuestos y aumentos de
impuestos regresivos a los más pobres y reducciones impositivas a los
más ricos, así como recortes en gasto social en educación, sanidad,
etc.), redunda en un crecimiento económico que “derramará” sus frutos
hacia toda la sociedad, inclusive hacia los inicialmente perjudicados
con mayores impuestos y recortes del gasto público. El Estado cede su
lugar a la inversión privada, que animada por los menores salarios y la
menor intromisión del Estado, impulsa a la economía. Las políticas
neoliberales se basan en este supuesto de que menores salarios serán en
el largo plazo beneficiosos, incluso para aquellos que sufren las
reducciones salariales, la flexibilidad y la precariedad laboral y el
paro. No obstante, la realidad es tozuda en confirmar esta premisa. La
inversión, en modo alguno, está determinada por el ahorro, en tanto que
las crisis de rentabilidad se caracterizan por que el ahorro es mayor
que la inversión. Esto mismo se observa si focalizamos nuestra atención
en la evolución del ahorro y la inversión en España (Gráfico 1). Desde
2006, la inversión presenta una tendencia decreciente, asimismo, el
ahorro crece, lo que invalida la correlación de que a mayor ahorro mayor
inversión. Igualmente, durante el período que abarca de 1996 a 2006, el
ahorro nacional era menor que la inversión, desprendiéndose que la
inversión se financiaba con ahorro externo, es decir, a través del
endeudamiento.
Gráfico. 1
Fuente: Elaboración propia con datos de AMECO
Por tanto, ¿qué es lo que determina la
inversión? Como hemos señalado, el determinante de la inversión en modo
alguno puede ser el ahorro. Aquella errada afirmación supone un alegato a
favor de aumentar la participación de los beneficios en la renta
nacional en detrimento de la participación de los asalariados. Pudiera
parecer que se vislumbra una de las razones por las que se adoptan las
políticas de ajuste impuestas desde Bruselas y el Banco Central Europeo,
mas sería un análisis vago y parcial. Hasta este punto tan solo hemos
desmitificado una premisa discutible, el ahorro como determinante de la
inversión. Como indicamos al inicio, difícilmente podríamos analizar las
causas de la crisis si no atendemos a la relación entre la tasa de
rentabilidad y las políticas de ajustes, asimismo, la lógica que subyace
de las políticas de ajuste se halla en los determinantes de la
inversión; las decisiones a invertir están sujetas a las expectativas de
beneficios, los tipos de interés y la tasa de beneficio. Por
consiguiente, la tendencia de la tasa de beneficio explica en gran
medida las políticas de ajuste. Desde 1965, la tendencia de la tasa de
beneficio en la economía española es decreciente, coincidiendo con el
estancamiento de la productividad en las economías de los países más
industrializados (Gráfico.2).
Nos enfrentamos, por ende, ante una
situación estructural, que se ha caracterizado por las políticas de
ajuste a nivel mundial iniciadas con los Acuerdos de Washington de 1971 y
1973 y el auge de la hegemonía del neoliberalismo. No es de extrañar
que la desindustrialización y la terciarización de la estructura
productiva de la economía española sea una respuesta a la caída de la
tasa de rentabilidad, en tanto que redirigir la economía a procesos
productivos intensivos en fuerza de trabajo se traduce en menores
inversiones de capital fijo y mayor rentabilidad. Sin embargo, antes de
imbuirnos en las políticas de ajuste como medidas contrarrestantes de la
caída de la tasa de rentabilidad, es importante señalar que la
distribución de la renta y el ingreso en el sistema capitalista está
sujeta a la naturaleza de la producción, esto es, como indicamos, la
inversión aparte de estar determinada por la tasa de beneficios, está
sujeta a las expectativas de beneficios y los tipos de interés. Por
consiguiente, el estancamiento de la productividad implica que un
aumento de los salarios por encima del IPC deprimirá la tasa de
beneficio y reducirá las expectativas de beneficios, lo que socavará la
inversión. El salario es considerado fundamentalmente como un coste de
producción, más que como una fuente de demanda. Así pues, es harto
improbable consensuar el objetivo de crecimiento económico y una
política de distribución de la renta y los ingresos nacionales a favor
de los trabajadores, si las condiciones de producción no son favorables.
Así, nos enfrentamos a la relación
inversa entre salarios y tasa de beneficio; en el actual escenario de
crisis, incrementar los salarios deprimirá aún más la tasa de beneficio y
la decisión de los capitalistas será la de no invertir. Por el
contrario, la vía del gasto público para estimular el consumo y la
inversión es inviable, más cuando el ratio de la deuda pública sobre el
PIB supera el 90 % y el coste de la financiación puede encarecerse más
si la deuda continúa un camino ascendente. Sin embargo, ¿son las
políticas de ajuste acertadas en el actual contexto económico? La
respuesta a esta cuestión es un tajante no, empero, resulta valioso
comprender por qué se están aplicando estas medidas y no otras.
Gráfico. 2
Las políticas de ajustes como medidas contrarrestantes
El origen de la crisis de rentabilidad
se sitúa en la segunda mitad de la década de 1960, coincidiendo con la
quiebra del modelo fordista y el Estado de bienestar en los países
occidentales más industrializados. Se señala, con bastante razón, que la
crisis actual está estrechamente relacionada con la inestabilidad
provocada por las finanzas. Ahora bien, se afirma que la crisis es de
naturaleza financiera, y ésta emerge de la economía financiera,
trasladándose a la economía productiva. Sin embargo, en nuestro objeto
por esclarecer la lógica de las políticas de ajuste, la financiarización
ha supuesto la redistribución del ingreso y la renta a favor de los
beneficios en pos de estimular la inversión, esto es, se comprende como
respuesta a la crisis de rentabilidad que afecta a las economías
capitalistas desde la década de 1970, por ende, no se puede disociar de
la dinámica de la economía productiva. No obstante, la financiarización
debilitó más la inversión y la acumulación de capital fijo en la
economía productiva, ya que comenzó a resultar más rentable invertir los
beneficios en la actividad especulativa que en la actividad productiva.
Esto se transformó en un verdadero “círculo vicioso” en el cual una
masa enorme de capitales se reinvertían en escala creciente en
actividades que no generan futuros beneficios, sino que sólo
redistribuyen los existentes. Así pues, tal como señalábamos con
anterioridad, el estancamiento de la productividad, la financiarización y
la caída de la tasa de beneficio tuvieron como réplica la
desindustrialización de las economías capitalistas occidentales, en
especial la economía española. Una de las causas de la caída de la tasa
de rentabilidad fue el aumento del stock de capital fijo por encima del
incremento de la productividad, lo que supuso que una mayor parte de la
inversión se dirigiese al consumo de capital fijo, menguando la
inversión productiva que posibilitase un mayor crecimiento. Aquello se
reflejó en el descenso de los beneficios y la insostenibilidad del pacto
social. De este modo, la reconversión de la estructura productiva hacia
sectores intensivos en fuerza de trabajo respondía al imperativo de
reanimar la tasa de beneficio; ya hemos indicado la relación inversa
entre los salarios y la tasa de beneficio, asimismo, la inversión
depende de la evolución de la participación de los beneficios en la
renta nacional, por consiguiente, si estos determinantes no son
favorables, es harto improbable que haya crecimiento económico.
Por tanto, las medidas contrarrestantes
para reanimar la tasa de beneficio dirigen sus esfuerzos en desvalorizar
la fuerza de trabajo. La contención salarial no responde solo a la
reducción de los salarios monetarios, sino también a las cotizaciones a
la seguridad social, en tanto que la economía convencional señala que
cualquier impuesto sobre los salarios hará que éstos se eleven,
situándose por encima de su valor natural al imposibilitar que la
oferta y la demanda regulen los salarios, lo que deprimirá la tasa de
beneficio y acrecentará el desempleo. Bajo esta premisa convencional,
la contrarreforma laboral aprobada por la mayoría parlamentaria
del PP, busca aumentar la participación de los beneficios en la renta
nacional en un intento por reanimar la inversión, alegando que la
reducción de las cotizaciones sociales y el abaratamiento del despido
crearán empleo.
De nuevo la realidad es tozuda en confirmar los presupuestos convencionales; desde la aprobación de la contrarreforma laboral en
diciembre de 2012, la tasa de desempleo en España pasó del 26 %
registrada en el cuarto trimestre de 2012, al 27,16 % en abril de 2013.
No es difícil dilucidar el porqué de la esterilidad de las políticas de
ajuste, las cuales han concentrado sus esfuerzos en contener y reducir
los salarios; la política de devaluación interna, o deflación de costes,
descansa sobre la errada premisa de que los costes son crecientes en el
sector industrial, o en otras palabras, el precio se iguala al coste de
la última unidad producida. Tengamos en cuenta que de cumplirse esta
premisa estaríamos presuponiendo la plena utilización de la capacidad
instalada en la industria, trasladándose la idea de que para incrementar
la producción, es necesario disminuir los costes a través de la
reducción de los salarios. Esta proposición es totalmente infundada; en
primer lugar, la utilización de la capacidad instalada está lejos de ser
plena, y en segundo lugar, la reducción de los salarios se traduce en
la caída del poder adquisitivo real de los trabajadores, contrayéndose
la demanda de bienes de consumo e impactando directamente en la
industria de bienes-salario.
Ahora bien, no debemos conformarnos con
pensar que la actual crisis se explica por la sobreproducción de bienes
de consumo a consecuencia de la caída del poder adquisitivo de los
trabajadores y la contracción de la demanda agregada. En efecto, las
políticas de ajuste socavan la capacidad de consumo de los trabajadores,
no obstante, la crisis de rentabilidad se forja desde la producción y
se traslada al consumo, por ende, nos enfrentamos a una crisis de
sobreacumulación de capital, sobreproducción de bienes de capital y
sobreproducción de bienes de consumo, lo que no solo invalida gran parte
del recetario impuesto desde el Banco Central Europeo, sino también las
propuestas de cortekeynesiano, siendo éstas insuficientes e
inviables en el actual escenario. En definitiva, las políticas de ajuste
son una respuesta a las dificultades estructurales reflejadas en la
caída de la tasa de rentabilidad, cuyas medidas por contrarrestarla han
debilitado la economía española, la cual está enfrentando el actual
contexto de crisis con una débil y escasamente diversificada estructura
productiva caracterizada por el gran peso del sector terciario.
Fuente: http://periodistas-es.com/tasa-de-rentabilidad-y-politicas-de-ajuste-2-10706
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