En definitiva, hay que derrotar a la actual arquitectura económica
generada en torno al euro, hay que atacarla por todos los frentes y sin
esperar a procesos futuros e inciertos. Dentro de la misma, no hay
salida.
Si tuviéramos que encontrar algún elemento positivo en el
ejercicio de democracia de muy baja intensidad que se celebrará el
próximo 25 de mayo con motivo de las elecciones europeas, y si nos
levantáramos de la cama aquejados de un extraño optimismo impropio de la
actual coyuntura, señalaríamos que una de las cuestiones más
interesantes que pueden aportar estos comicios es la intensificación del
debate, en el seno de las izquierdas, respecto al análisis y a las
propuestas alternativas al proyecto europeo hegemónico.
Con
esta afirmación queremos destacar que el debate en sí es bastante más
significativo que el resultado del formalismo electoral de una Unión
Europea profundamente deslegitimada y antidemocrática, ya que dichos
debates podrían servir en el medio plazo para generar las actualmente
poco sólidas agendas políticas y las articulaciones necesarias para
revertir la situación actual.
De esta manera, mal que bien, más
o menos tímidamente, estos últimos meses están favoreciendo que las
izquierdas políticas –bien con la forma de partido o de movimiento-
definan su diagnóstico de la crisis actual y del papel que las
instituciones europeas están jugando en la misma, a la vez que exponen
cuáles son las propuestas fundamentales, sobre todo en el ámbito
estratégico de la economía.
1. Consenso fundamental: redefinición continental del proyecto europeo
Desde la perspectiva económica, varios son los lugares comunes donde se
suelen encontrar las izquierdas: en primer lugar, se destaca que el
proyecto político europeo no tiene como principio fundacional la
reducción de las fuertes asimetrías entre países ni la construcción de
un marco político europeo de bienestar en el que se blinden los derechos
humanos. Al contrario, la génesis del proyecto se sitúa en la
implementación regional de la lógica capitalista en base a un mercado
único sin unidad política, tomando como pivote la estrategia expansiva
de la economía germana. Por tanto éste es realmente el objetivo
estratégico del proyecto que, más allá de la retórica habitual, permea
el conjunto de actuaciones e iniciativas vinculadas a la construcción
europea.
En segundo lugar, las izquierdas suelen estar también
de acuerdo en que la arquitectura económica derivada de este proyecto
específico, que empieza a tomar forma en el Tratado de Maastricht de
1992, es funcional a dicha lógica de expansión capitalista. Así, ésta se
pone al servicio de los mercados y de quienes los controlan,
enfrentándose si es necesario a las grandes mayorías sociales (como está
ocurriendo actualmente en una fase de agudización de la lucha de
clases). Esta arquitectura económica estaría conformada fundamentalmente
por estos cuatro elementos: una moneda única fundada sobre enormes
asimetrías entre países, regiones y personas; un Banco Central Europeo
(BCE) autónomo (respecto a los gobiernos, claro, no en lo que se refiere
al capital), tecnócrata y estrictamente dedicado a limitar la inflación
y estabilizar el mercado financiero, no a ampliar la reproducción de la
vida de la ciudadanía; unos límites draconianos al déficit público
(máximo del 3% del PIB) y a la emisión de deuda pública (máximo del 60%
del PIB), a partir del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (2005); y una
dirección económica profundamente antidemocrática, liderada por una
élite de representantes políticos, entidades multilaterales y empresas
transnacionales al servicio indiscutible de la reproducción del capital y
la obtención de ganancia mercantil. No obstante, y aún siendo
conscientes de la relevancia de esta arquitectura económica en todo el
proyecto europeo, veremos en el siguiente apartado cómo los principales
disensos actuales se refieren a cómo, cuándo y desde dónde trazar la
estrategia para superar dicha arquitectura.
Finalmente, y
continuando con los consensos existentes, las izquierdas también
convienen, en tercer lugar, en que la política económica aplicada por
las instituciones europeas (austeridad y recorte en derechos;
despilfarro en ayudas a los bancos; descontrol de los superávit
comerciales y de las burbujas financieras generadas por éstos; políticas
pro-mercado y pro-transnacionales, como la Política Agraria Común), no
sólo no está incidiendo positivamente en la superación de la crisis sino
que la está agravando, incrementando los niveles de pobreza y de
vulnerabilidad sistémica con tal de mantener la rueda imparable y
suicida del flujo de capital y ganancia antes comentado.
Son
precisamente estos tres lugares comunes los que conducen a las
izquierdas a convenir que, más allá de cambios en la arquitectura y
política económica, es preciso redefinir el proyecto europeo desde
nuevas bases más democráticas y emancipadoras, en el que se reconozcan,
hagan vigentes y sean exigibles los derechos individuales, colectivos y
nacionales, analizando a su vez qué nos ha llevado a esta situación y
quiénes son los responsables de la misma. De ahí que existe bastante
acuerdo en torno a la exigencia de un proceso constituyente europeo
(aunque existen diferentes posiciones sobre cuál es el ámbito
territorial de dicho proceso), ya la propuesta de una auditoría social
de la deuda, que señale cuál de ella es ilegal e ilegítima, y por tanto
no debe pagarse.
Por supuesto, ambas propuestas deberían formar
parte sin duda de las agendas de las izquierdas europeas, así como la
reclamación de la vigencia, exigibilidad y universalidad de una serie de
derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, que
realmente enfrentaran las asimetrías existentes, no sólo entre países,
sino también entre géneros, razas y clases. Es por tanto un imperativo
para partidos y movimientos tomar como referencia y hacer fuerza común
en torno a estos ejes estratégicos que van a la raíz del problema.
2. Mientras tanto, ¿Qué hacer con la arquitectura económica europea?
No obstante, y a pesar de que se comparten ciertos consensos, es
necesario hacerse la pregunta de si éstos son suficientes en la
coyuntura actual para conformar una agenda política combativa y
realista, que incida directamente sobre el cuadro de mando de la UE
capitalista, y que permita en el medio plazo avanzar en términos
emancipadores. Es aquí donde se sitúan los primeros disensos, ya que
aunque se comparta la pertinencia del proceso constituyente y de la
auditoría integral de la deuda, también es cierto que hay izquierdas que
piensan que no se dan las condiciones para que estos procesos de base
continental sean viables, al menos en el medio plazo. De esta manera, y
ante el escaso dinamismo y proyección de estas iniciativas, nos
encontraríamos empantanados en una propuesta interesante pero irreal,
mientras la estructura básica del proyecto hegemónico (la arquitectura
económica) campa a sus anchas y sin desgaste considerable.
Así,
se aduce que centrar la agenda política únicamente en revertir la
génesis del proyecto europeo se basa en dos condiciones, que a día de
hoy no se cumplen ni parece que se cumplirán en el futuro: la primera,
que existe o pueda existir una correlación continental de fuerzas
positiva para las izquierdas; la segunda, que se constate una voluntad
nítida de éstas por articularse en torno a estas iniciativas, dentro de
una apuesta real por una mayor unidad política europea. Lamentablemente,
la correlación de fuerzas en Europa no sólo no es positiva sino muy
negativa para las izquierdas, con una hegemonía sólida de la derecha
(conservadora, liberal y social-liberal), y con el más que notable
avance de la extrema derecha (en otro momento, y desde la autocrítica,
habría que abordar este fenómeno desde la izquierda). Por otro lado,
tampoco parece que las izquierdas estén haciendo especial hincapié en
una articulación real en torno a un proceso constituyente, y es notorio
que el peso de la política interna es mucho más fuerte que la visión
continental, desgastada incluso en esta agonía generada por la crisis.
No hay en este sentido acuerdo en ámbitos tan importantes como el modelo
socioeconómico hacia el que transitar, o sobre los derechos nacionales y
el ejercicio del derecho de autodeterminación, como para pensar que
esta opción es actualmente viable.
De esta manera, estas
iniciativas continentales podrían convertirse en un brindis al sol en la
práctica cuando realizamos un análisis de la correlación de fuerzas
políticas y de las prioridades de las izquierdas. Mientras tanto, el
proyecto europeo real -capitalista y neoliberal-, sigue azotando a las
grandes mayorías, que no cuentan con alternativas concretas y viables.
En este sentido, varias son las cuestiones que cobran relevancia en
estos momentos: ¿Es necesario esperar a la puesta en marcha de procesos
continentales a la hora de tomar medidas que afecten a la relación de
los países con la Unión Europea y la Eurozona? ¿Un país que alcanzara
una correlación de fuerzas positiva para la izquierda debería acatar la
arquitectura económica y esperar a un hipotético proceso continental
para tomar las riendas de su estrategia económica? ¿Qué posición se
debería mantener desde las izquierdas si países como Catalunya, Escocia o
Euskal Herria consiguieran la independencia y tuvieran que plantearse
su relación con la UE y la Eurozona?
Son estas las preguntas a
las que debemos responder, que en definitiva se podrían resumir en la
siguiente: ¿Qué posición debe mantener la izquierda ante la arquitectura
económica generada en torno al euro? Recordemos que ésta (Maastricht,
BCE, Troika y Euro) juega un papel esencial en todo el entramado europeo
ya que supone, por un lado, la plasmación estructural del proyecto
fundacional y, por el otro, la base que posibilita la implementación de
la política económica actual. Hay por tanto una lógica
proyecto-arquitectura-política económica, en la que la arquitectura
juega un rol de visagra del conjunto.
Ésta es por tanto el nudo
gordiano del asunto, y dentro de la misma es el euro la argamasa que
permite articular en conjunto de la arquitectura económica. Así, un euro
que responde a las ansias de expansión mercantil sin importarle las
profundas asimetrías de partida, cercena la capacidad de enfrentarlas y
las ahonda, con las subsiguientes consecuencias de pobreza,
vulnerabilidad, burbujas financieras, etc. La rueda, a pesar de todo y
frente a los intereses de las mayorías populares, no puede parar y su
reproducción sólo se puede mantener en base a un BCE ajeno a las
necesidades del conjunto de la economía, en base a un disciplinamiento
de los gobiernos en torno a los postulados de Maastricht, y en base a
una dirección económica pseudo-dictatorial de la Troika. Por tanto, el
euro no es sólo una moneda, sino que es la tela de araña donde se teje
la estructura del poder económico y político europeo. De esta manera, el
debate en torno al euro es estratégico a la hora de responder a las
preguntas que antes se han planteado, que son lo que realmente marca los
importantes disensos actualmente existentes, como veremos a
continuación.
3. ¿Es posible la emancipación dentro de la arquitectura económica del euro?
Las izquierdas ofrecen respuestas diferentes a la cuestión de cómo,
cuándo y desde dónde enfrentarse a la arquitectura económica generada en
torno al euro. Sintetizando, podríamos encontrar tres tipos diferentes
de formas de abordar esta cuestión.
En primer lugar están
quienes inciden en la raíz del proyecto europeo y en su manifestación
como política económica, obviando la relevancia de la arquitectura
económica. Así, apuestan por un proceso constituyente en el largo plazo y
de carácter continental, a la vez que critican duramente la política
económica europea (austeridad) y a quienes la ponen en práctica
(Troika), pero sin proponer superar de manera directa la actual
arquitectura económica. Por tanto, se confía en que el resultado del
propio proceso constituyente altere en un futuro dicha arquitectura, que
de momento no hay que tocar, ya que los riesgos de hacerlo -y de
hacerlo unilateral y no continentalmente-, son más altos que los
posibles beneficios que se obtendrían de salir –o no entrar- en el euro.
En segundo lugar están quienes sí pretenden abordar los tres aspectos de la lógica proyecto-arquitectura-política
, planteando en el caso de la
arquitectura su reforma a través de una unión político-fiscal. De esta
manera se propondría hacer fuerza para una reforma en profundidad del
modelo de gobernanza de la Eurozona, haciendo real el tránsito de una UE
mercantil y economicista a una Europa que asume su naturaleza política,
planteando una política fiscal común, un BCE volcado en el apoyo a la
economía real, así como el reconocimiento universal de ciertos derechos
ciudadanos. Todo ello sería la palanca para abordar la reducción de las
asimetrías actuales, sin necesidad de salir del euro (aunque algunas
versiones de estas propuestas sí que definen algunas rupturas con la
arquitectura económica europea en lo referente a la financiación del
déficit público)[1]. Por tanto, hablamos de alterar significativamente
esta arquitectura, pero sin abandonar la moneda única, con la pretensión
de que una fiscalidad progresiva sea capaz de cohesionar el territorio
del euro.
En ambos casos las propuestas son de carácter
continental y nunca desde la capacidad de decisión de un país
determinado -o de un futuro estado independiente-; en ambos casos no se
cuestiona la pertinencia de repensar el marco territorial de la UE, a
pesar de las más que evidentes asimetrías; y, por supuesto, se apuesta
por el euro como moneda única. La diferencia entre ellas consiste en que
la primera lo apuesta todo al proceso constituyente, mientras que la
segunda plantea la reforma de la Eurozona en base a una mayor unidad
política.
Finalmente, y en tercer lugar, estarían quienes
afirman –entre los que me incluyo- que a la vez que se mantiene la
apuesta por un proceso constituyente (que no necesariamente debería
impulsarse dentro del territorio actual de la UE o la Eurozona), es
preciso atacar directamente a la arquitectura económica vigente y
plantear como una posibilidad real y positiva la salida –o no entrada-
en el euro, y sin tener que para ello esperar a un proceso continental
amplio[2].
De esta manera, y siempre después del necesario
análisis particular de riesgos, estructura económica y realidad
geopolítica de cada caso, se apuesta por incluir prioritariamente en la
agenda el abandono –o no ingreso- en el euro, por las siguientes dos
razones: en primer lugar, porque esperar a un proceso continental que
revierta esta situación puede ser ilusorio en el contexto actual, siendo
necesario desgastar desde cualquier frente la manifestación más nítida
del conjunto del proyecto, que no es sino el euro y su arquitectura; en
segundo lugar, porque es la única forma de poder plantear una
estratégica económica emancipadora y soberana desde ámbitos
institucionales, poniendo al servicio de la misma las políticas
cambiaria, monetaria, fiscal, ahora secuestradas por la arquitectura
económica europea y su proyecto suicida.
En este sentido, es
claro que mantenerse ajeno al euro tiene sus costes (sobre todo el shock
inicial), pero pensamos que más costes se generan para la ciudadanía
dentro del euro y mientras no se cuestione el euro. Recordemos, como ya
hemos señalado, la importancia de esta moneda única dentro del proyecto
europeo, convirtiéndose en la tela de araña que articula a éste en su
conjunto. Así, podemos asumir y asumimos lo complejo y arriesgado de no
estar en el euro, pero en sentido contrario devolvemos la siguiente
pregunta: ¿Qué hacer, aquí y ahora, dentro del euro? ¿Es posible la
emancipación política y humana, desde los resortes institucionales,
dentro del euro?
Nuestra respuesta es que no, sobre todo para
los países periféricos, ya que una institucionalidad estatal amputada de
sus capacidades económicas (enredadas en la tela de araña del euro) no
tiene capacidad de maniobra, sin cartas para apostar por un proceso
emancipador dentro de una estructura netamente capitalista. Por tanto,
sería como una especie de apuesta esquizofrénica en la que se ataca al
proyecto europeo ultraliberal a la vez que se acatan sus manifestaciones
estructurales más palmarias. Y todo ello mientras se espera a un
proceso constituyente sin bases sólidas, de tremenda complejidad, y de
escasa proyección en el largo tiempo. No tenemos tanto tiempo.
A
otro nivel, también la incertidumbre y la más que probable inviabilidad
sobrevuelan la segunda opción de reformar parcialmente la arquitectura
económica sin tocar el euro. En primer lugar, en un proyecto
deslegitimado pero poderoso como el actualmente hegemónico, se confía en
alcanzar mayorías continentales suficientes para girar el proceso hacia
una unión política, enfrentándose así a los intereses de la Troika.
Creo que es mucho confiar. En ese sentido, parece mucho más probable que
se pudiera alcanzar esas mayorías en el marco de un estado actual –o
futuro estado independiente- que en el marco de una Europa que gira a la
derecha y que parte de una izquierda desarticulada. En segundo lugar, e
incluso si se llegara a articular a nivel continental la fuerza
suficiente para dicha unión político-fiscal, ¿de verdad creemos que la
fiscalidad, en este momento actual, puede ser la palanca de superación
de las enormes y crecientes desigualdades? Pareciera una medida bastante
tibia, que resta énfasis a la necesidad y urgencia de un cambio
profundo.
En definitiva, y por todas las razones esgrimidas,
apostamos por descarrilar el tren de la arquitectura económica europea
generada a través del euro, situando la salida -o no entrada- en la
moneda única como vía necesaria para emprender cualquier proceso
emancipador, y después de un análisis profundo de riesgos y capacidades.
No obstante, y tal como hemos venido diciendo a lo largo del texto, no
consideramos al euro únicamente como una moneda sino como una argamasa,
como una tela de araña que permite romper con el BCE, con la Troika y
con Maastricht, por lo que mantenerse ajeno al euro precisa de todo un
paquete de medidas y modelo socioeconómico alternativo sobre el que
plantear dicho proceso emancipador.
4. El no al euro como parte de una estrategia económica emancipadora
El no al euro es por tanto una medida necesaria pero no suficiente[3].
Pensamos que no hay posibilidad para la emancipación -desde los resortes
institucionales- dentro del euro, a la vez que afirmamos que no se
trata de cambiar una moneda por otra (el euro por el dracma, la lira, o
el eusko), sino de garantizar que se cuentan con las mínimas garantías y
capacidades para poder desarrollar una estrategia soberana y
emancipadora, en el contexto de un capitalismo globalizado y de una
correlación de fuerzas determinada.
En este sentido, ni el no
al euro es la panacea, ni significa la liberación de todas las ataduras
respecto al sistema, ni mucho menos. No obstante, y dentro de los
límites de dicho sistema, esta medida ofrece una mayor capacidad de
actuación a los procesos de emancipación, e infringiría un duro golpe al
entramado capitalista y antidemocrático de la UE, teniendo así un
impacto significativo en la lucha contra el statu quo.
Por lo
tanto, el no al euro siempre debe ir acompañado de toda una propuesta
socioeconómica alternativa que por un lado mitigue el shock generado por
la salida o no entrada en el euro y que, por el otro, sirva de marco de
referencia de los proyectos no capitalistas que se pretenden impulsar.
En esta línea, y en primer lugar, el no al euro debe ir acompañada de
una propuesta de auditoría social de la deuda a nivel estatal que genere
una suspensión de pagos (impago de la deuda ilegítima, renegociación de
la que sí lo es) que, en última instancia, evite la losa permanente de
la deuda para una ciudadanía ajena al proceso de la burbuja financiera.
En segundo lugar, el no al euro debería ir de la mano de una regulación
fuerte y una actuación enérgica respecto al flujo de capitales, así
como del control público y/o social de al menos parte importante del
sistema financiero, lo que permita recuperar a éste para su apoyo a la
reproducción ampliada de la vida.
En tercer lugar, conllevaría
el control público y/o social de sectores estratégicos como la energía,
las telecomunicaciones o el transporte, como bienes públicos que deben
escapar a cualquier lógica mercantil.
En cuarto lugar, el no al
euro entraría en el paquete de propuestas de desmantelamiento de la
política económica europea actual (también la internacional), erradicando la supresión de derechos y las políticas pro-corporaciones, como la lamentable Política Agraria Común (PAC).
Por último, y en quinto lugar, el no al euro debería ir estrechamente
vinculado de la apuesta inequívoca por un modelo socioeconómico que
dispute espacios al capitalismo, centrado en nuevos modelos de consumo y
producción, con la sostenibilidad de la vida como referencia y en base a
circuitos cortos y a la economía solidaria como marco de actuación que
impulsar.
Además, y como hemos señalado desde el comienzo del
artículo, se hace necesario compaginar esta propuesta socioeconómica
alternativa con una agenda para la redefinición política de Europa en su
conjunto, desde bases democráticas y emancipadoras. Ello supone,
primero, abrir el debate sobre el marco territorial actual de la Unión
Europea, que pudiera ser o no el idóneo a la hora de generar un proceso
político donde se priorice la cohesión y la horizontalidad; después,
supone establecer nítidamente cuáles son los valores fundacionales del
proceso o procesos que se definan, y que éstos realmente respondan a las
demandas de las mayorías populares; y por último, pero no por ello
menos importante, supone explicitar y favorecer el ejercicio del derecho
de autodeterminación para aquéllas naciones que deseen convertirse en
Estado propio.
El no al euro es por tanto una medida a tener en
cuenta dentro de toda una estrategia, pero una medida fundamental en
todo caso. En este sentido, y si se dieran las condiciones, debería
entenderse como una iniciativa perfectamente posible por la que apostar,
tanto en el regreso a viejas monedas o en la creación transitoria de
monedas complementarias. Pero siempre, y en todo caso, debe ir
acompañada por toda una estrategia económica y política que prefigure
una salida a la sinrazón actual, y que permita a las izquierdas hacer
desde ya pedagogía emancipadora.
En definitiva, hay que
derrotar a la actual arquitectura económica generada en torno al euro,
hay que atacarla por todos los frentes y sin esperar a procesos futuros e
inciertos. Dentro de la misma, no hay salida. Fuera de ella,
incertidumbre, sí, pero también se vislumbran nuevos horizontes
emancipadores, con los que la izquierda europea tiene una
responsabilidad global.
Notas:
[1] V.V.A.A: Manifiesto ¿Qué hacer con la deuda y el euro? disponible en http://www.vientosur.info/spip.php?article7930
[2] LAPAVITSAS, Crisis en la zona euro, Editorial Capitán Swing, 2013
[3] MONTERO SOLER, Alberto, Salir de la pesadilla del euro, 2014, disponible en http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Alberto%20Montero%20Soler&inicio=0
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