4 octubre, 2013
El cuatro de octubre de 1993 tropas de élite del
Ministerio de Interior de Rusia, tras un intenso bombardeo, asaltan la sede del Congreso de los Diputados del Pueblo (“
Casa Blanca de Rusia”) en cumplimiento de una orden inconstitucional del entonces depuesto presidente ruso
Boris Yeltsin, causando
bajas entre los diputados de una coalición patriótica (comunistas más
nacionalistas) y sus partidarios, quienes resisten en la sede
parlamentaria hasta el apresamiento o la muerte en defensa de la
democracia soviética. La última semana ha sido testigo de
manifestaciones populares en defensa de la URSS y por el acorralamiento
político de un presidente que estaba traicionando abiertamente el
mandato popular y la legalidad constitucional. Yeltsin, verdugo de
Occidente en esas horas fatales, recurre al terror contra la población
para cumplir las órdenes reales que venían de
Washington. Tras la sangrienta represión,
Yeltsin puede continuar con su agenda de reformas neoliberales, provocando una auténtica catástrofe en
Rusia, por las graves consecuencias sociales y económicas.
Antecedentes de la crisis
La sociedad soviética en los años ochenta había atravesado un período
histórico complejo, pero sin dudas el mejor de toda la Historia de
Rusia y de los distintos pueblos que componían en aquel entonces la
URSS, Estado que nació en 1922 al calor de la Revolución de Octubre (1917), que en la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945) aplastó militarmente a los nazis, y que los años cincuenta y sesenta se colocaba a la altura de
EE.UU.
en desarrollo económico y social, aspecto particularmente visible en la
carrera espacial. Lo cierto es que en los ochenta, la dirección del
PCUS consideró que la situación era lo suficientemente grave como para
llevar a cabo una serie de reformas políticas y económicas, a las que en
su momento se les dio el nombre global de Perestroika, siendo el
secretario general del PCUS, Mijail Gorbachov, su principal inspirador.
Esas reformas terminarían fracasando y llevarían el país al colapso, con
la destrucción de la democracia soviética, y al capitalismo en clave
neoliberal. La URSS permite en 1989 la disolución del bloque socialista
en la
Europa del Este, con consecuencias negativas para el
futuro: conflictos étnicos, rupturas territoriales, auge del fascismo…,
tras entregar la soberanía de esos países al imperialismo
norteamericano, en lugar de permitir profundizar el modelo de democracia
popular. A principio de los noventa, la
URSS atravesaba
dificultades, pero también había síntomas de consolidación; hay dos
acontecimientos importantes que a menudo suelen olvidarse: las
elecciones legislativas en Rusia de 1990 en las que el
PCUS obtiene
cerca del 90% de los escaños, en un proceso con distintas candidaturas,
y el referéndum sobre la continuidad de la URSS (marzo de 1991), que el
pueblo soviético ratificó con casi el 80% de los votos
La situación contradictoria de la
URSS se acelera en dirección
hacia el abismo, cuando Boris Yeltsin, quien había roto en 1990 con el
PCUS tras ser uno de los principales apoyos de Gorbachov en Moscú,
conquista la presidencia de la
República Soviética Socialista Federativa de Rusia en
junio de 1991, y plantea la ruptura territorial de la URSS y la
aplicación de reformas neoliberales, violando así la legalidad
soviética. El golpe de Estado de agosto de 1991, un grave error táctico,
realizado por sectores del PCUS y del Ejército soviético en defensa de
la URSS, provoca por el contrario que Yeltsin se consolide y se apropie
ilegalmente de competencias federales soviéticas, al disolver
simultáneamente al PCUS y a la URSS (noviembre/diciembre de 1991), por
ejemplo, y humillando así al presidente de la URSS Mijail Gorbachov,
quien tuvo un comportamiento vergonzoso en todo este período.
El curso de la crisis política de 1993
A partir de 1992, Yeltsin acelera su carrera hacia el neoliberalismo
recortando el gasto social y aplicando medidas de carácter capitalista
que incidirían en alzas de precios de los artículos de primera necesidad
y en el deterioro del aparato productivo. El
PIB se quiebra y
desaparecen los servicios públicos, agravando la situación de la gente:
paro, hambre… Esta situación provoca un cisma en el propio equipo de
Yeltsin,
encabezado por el vicepresidente Alexander Rutskoi, veterano de la
Guerra de Afganistán (1978-1992): Yeltsin exigía cada vez más
competencias al margen de la legalidad soviética, todavía vigente aunque
dañada. En abril de 1993, Yeltsin convoca, mediante un decreto
gubernamental exclusivo, un referéndum de dudosa legalidad con
resultados confusos.
Hasta el verano de 1993, la lucha se centra en clave parlamentaria,
con una serie de pactos tortuosos y conflictos marcados, entre el sector
del Gobierno liderado por Yeltsin y el Parlamento ruso (Congreso de los
Diputados del Pueblo + Soviet Supremo) en torno al espinoso asunto de
la reforma constitucional: para el sector “reformista” (capitalista
neoliberal) la Constitución de la
República Socialista Federativa Soviética de Rusia (1978)
se había quedado “caduca”. Un momento clave tiene lugar cuando el
Parlamento ruso, liderado por Ruslan Jasbulatov, decide recortar los
poderes presidenciales en menoscabo de Yeltsin, quien en marzo acusa al
Legislativo de intentar “imponer el orden soviético”. El Parlamento
plantea celebrar un referéndum revocatorio del presidente ruso y de sus
reformas, con nuevas elecciones.
Tanto el Parlamento como el Tribunal Constitucional rechazan el último decreto de
Yeltsin y el Soviet Supremo vota la destitución de Yeltsin y la elección de
Rutskoi, prácticamente por unanimidad
(El País, 22
de septiembre de 1993). Seguidamente, los parlamentarios cosechan
importantes apoyos populares con manifestaciones de decenas de miles de
personas, en las que destaca el líder comunista
Viktor Anpilov; sin embargo,
Yeltsin, con el apoyo de la antigua
KGB,
va amarrando los apoyos militares necesarios, particularmente en el
Estado Mayor y rompiendo el mando intermedio del Ejército con
nombramientos de centenares de “nuevos oficiales” en puestos clave,
aunque la Unión de Oficiales se posiciona con el Parlamento
(El País, 26
de septiembre de 1993). El día 30, la mayoría de las regiones rusas
exige que Yeltsin abandone el poder y convoque elecciones [
El País, 17 de octubre de 1993,
http://espanol.groups.yahoo.com/group/Movimiento13deabril/message/7741].
La situación se vuelve altamente confusa los días 2 y 3 de octubre
cuando unidades militares próximas al Parlamento y a los manifestantes,
tras romper el cerco con decenas de heridos, levantan barricadas en
Moscú y ocupan la sede de la
Televisión Rusa.
Yeltsin declara el Estado de excepción el día 4 y envía contra el
pueblo unidades blindadas y de artillería, para cerrar definitivamente
el cerco e impedir el acceso de alimentos y medicinas a la sede
parlamentaria, y proceder así al asalto con
“luz verde” del Gobierno de
EE.UU. y el respaldo de la
UE (El País, 5
de octubre de 1993): la orden era “disparar a matar”, incluidos
civiles, diputados y oficiales afectos a la legalidad soviética (Decreto
nº 1575) [
http://espanol.groups.yahoo.com/group/Movimiento13deabril/message/7741]
Las cifras oficiales de muertos en el asalto fueron de unos 200, pero
otras fuentes las amplían a 2.000, víctimas en las que habría que
incluir un número indeterminado de diputados. Hubo, además, detenciones
masivas y torturas. [
http://cuestionatelotodo.blogspot.com.es/2009/10/homenaje-los-comunistas-asesinados-en.html].
El politólogo Emilio Alvarado indica que 90.000 personas fueron
detenidas y otras 10.000 fueron expulsadas de Moscú durante el “régimen
especial presidencial” que Yeltsin pudo consolidar con apoyo occidental.
Los siguientes decretos de Yeltsin (días 5 y 6) hacen referencia a la
prohibición de organizaciones de izquierdas, entre ellas el PC ruso, y
de sus respectivos órganos de prensa.
Consecuencias de la crisis
Posteriormente, Yeltsin gana el referéndum constitucional de
diciembre de 1993 con apenas el 31% del censo electoral y un amplio
rechazo regional. El resultado de las legislativas acentúa la posición
de precaria legitimidad del mandatario ruso impuesto por Occidente: el
bloque de izquierdas, liderado por el PC ruso de
Ziuganov y
Lukianov,
obtiene casi el 30% de los votos frente al 15,5% de los “reformistas”
de Yeltsin; la extrema derecha logra el 23%. La farsa electoral continúa
en junio/julio de 1996 con las elecciones presidenciales, en cuya
primera vuelta
Yeltsin y
Ziuganov quedaron empatados, para
posteriormente cometer Yeltsin un fraude generalizado en la segunda
vuelta, según reconoció el primer ministro ruso,
Dimitri Medvedev (Canarias Semanal, 29 de febrero de 2012).
Como telón de fondo, se ratifica el proceso de privatizaciones
iniciado en 1991, la acumulación de capitales más brutal de la Historia,
y la conversión de la burocracia soviética en oligarquía financiera con
diversos mecanismos: concesiones gubernamentales,
subastas amañadas, expropiaciones
por deudas, actividades comerciales ilegales, privatizaciones en masa,
fraudes financieros para robar ahorros a la población… Los sectores
estratégicos privatizados más importantes fueron la
información/telefonía, las materias primas/energía o la industria de
armamento. El
PIB ruso entre 1990 y 1996 decrece en un 54%,
según señala Emilio Alvarado, dato que ilustra la magnitud del saqueo de
las arcas públicas rusas. No es de extrañar que Yeltsin acabara
implicado en 1999 en un estrepitoso
escándalo de corrupción al
final de su mandato (“Kremlingate”), particularmente cuando es un
conglomerado de 200 empresas en torno a la presidencia el que rige al
menguado aparato de Estado ruso. La Guerra de Chechenia (1994-1996 y
1999-2009), con más de cien mil muertos, es otro de los
méritos históricos de Yeltsin.
El colapso demográfico en
Rusia, por el descenso de la
esperanza de vida y por el aumento de la mortalidad, es una buena
muestra de los costes sociales del modelo económico neoliberal que
Occidente impuso a Rusia, como a los restantes pueblos de la URSS. Unos
escalofriantes informes de la ONU consideran que la población de Rusia
puede pasar de los 149 millones de habitantes de 1991 a un mínimo de 100
millones en 2050 (actualmente es de unos 140 millones) [El País, 29 de
marzo de 2011; Ria Novosti, 27 de julio de 2013,
http://russiaparachilenos.blogspot.com.es/2008/12/la-crisis-demografica-en-rusia-articulo.html,
http://www.un.org/esa/population/publications/migration/presssp.htm,
http://www.un.org/esa/population/publications/WPP2004/2004SpanishES.pdf].
Por tanto, la principal lectura del
Golpe de Estado en Rusia de
1993 es que para el neoliberalismo nada importa, ni la soberanía
popular ni la vida de las personas: los trabajadores y las trabajadoras
de Occidente están viviendo esa amarga lección, actualmente, en carne
propia. El ejemplo de sacrificio de los diputados rusos de izquierdas de
1993 es que se pueden cometer errores en la lucha, pero lo que nunca se
debe hacer es renunciar a la lucha misma. Y pese a las mentiras de los
medios de comunicación burgueses de Occidente, los logros históricos de
la
URSS prevalecerán sobre el genocidio al que se ha sometido al pueblo ruso en los últimos veinte años.
Por Pablo Ojeda Déniz – Canar