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Una bella mujer dirige el tráfico en Kiev
en el verano de 1947 (foto Robert Capa) |
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Autor: Mikel Itulain
Digo yo, que no soy comunista, y
esto lo tengo más por un defecto que por ningún acierto, que si te
insisten con algo con tanta constancia, con tanta exageración, con
incluso tanto odio, debes pensar que lo que están diciendo puede ser
cierto o no serlo, pues puede haber, debido al modo y frecuencia en
hacerlo, junto a la falta de evidencias claras, algún interés en ello.
Me estoy refiriendo, por si alguien no se aclaraba, a como nos han hecho
odiar a un sistema social y político que se llamó el comunismo. Nos lo
han enseñado a odiar y a despreciar en casa, porque a nuestros padres
así se lo enseñaron, aunque nunca estuviesen en la Unión Soviética ni
conociesen a nadie que estuviese allí, nos lo han enseñado, a odiar y a
despreciar, en la escuela, en el instituto y en la propia universidad.
Porque se decía que era ineficiente, brutal, porque perseguía a la
religión y a quienes piensan diferente, porque no permitía la libertad
de expresión y por otras tantas cosas que ya uno ni se acuerda. Es
cierto que nos lo han enseñado a odiar, otra cosa es que lo hayan
conseguido. ¿Por qué odiar a un sistema de gobierno que persigue el
bienestar general y que nadie quede desamparado? ¿Por qué rechazar a
este y tomar otro donde solo cuenta el interés personal y el cómo
hacerse más rico sin mirar a los demás? ¿Por qué preferir a este último
sistema, el capitalismo, respecto al primero? Muy desalmado habría de
ser uno, ¿no creen?
Bien, entremos a las acusaciones y comparémoslo con lo que tenemos.
¿Fue ineficiente el comunismo?
Descubrí que los métodos de
eficiencia se usan en la URSS al igual que en los Estados Unidos, aunque
con propósitos diferentes. En los Estados Unidos se le pide al experto
en eficiencia obtener más beneficios para los accionistas, mientras que
en la URSS la eficiencia se utiliza para sacar más producción con el
objetivo de abastecer la demanda de los consumidores, ya que hay un
déficit de textiles. El producto de este incremento de la producción se
devuelve a los obreros en forma de salarios más altos, nuevas
maquinarias, más vacaciones, etc. (1)
Esta explicación tal vez exprese
mejor que ninguna otra la diferencia entre una empresa capitalista y
una que no lo es. En la primera, la capitalista, prima el máximo
beneficio para los amos, para los propietarios, a costa de quien sea,
especialmente del propio trabajador, que se convierte en un gasto más a
controlar. En el segundo caso, en el caso comunista, vemos que la
empresa tiene una función que debería tener toda empresa, satisfacer las
necesidades de la gente, tanto por suministrar los productos que la
población necesita, como por preocuparse por las personas que la
conforman y la hacen posible, los trabajadores. Por consiguiente, no es
que no fuesen eficientes las empresas en la antigua Unión Soviética, a
la vista está el progreso económico y técnico experimentado por esta
gran nación, sino que la eficiencia se medía en la satisfacción del
conjunto de la población, no en el de una minoría opulenta y demasiado
rica y avariciosa.
Las empresas en el periodo comunista no eran un completo desorden donde reinaba la dejadez y la holgazanería.
“La granja estatal se llevaba
como una empresa americana. Tenía su director, su equipo directivo, y
sus empleados. Los trabajadores de la granja vivían en casas de
apartamentos nuevas, limpias y agradables. Cada familia tenía su propio
apartamento, y si las mujeres trabajaban en el campo había guarderías
donde dejaban a sus hijos”. (2)
En las granjas colectivas
era algo diferente, cada granjero tenía una participación en los
beneficios colectivos y los miembros de esta podían recibir préstamos a
bajo interés del Estado.
Respecto a la igualdad y a la competencia en la sociedad y el trabajo, los visitantes ven algo muy claro:
“Y aquí, como en todas
partes, había condecoraciones a la competencia. Había una muchacha que
había ganado una medalla por su velocidad al recoger el té, y sus manos
trabajaban como un relámpago en las matas, escogiendo las hojas frescas
de un verde más claro y poniéndola en la cesta que acarreaba”.(2)
Esto es perfectamente
entendible, toda sociedad funciona así. De hecho, un incentivo para la
mejora es la competencia. Y en una sociedad que mejoraba económica y
técnicamente a pasos agigantados esto era necesario. Por tanto, el mito
de la igualdad como sinónimo de que da igual si lo haces bien que mal,
tiene poco que ver con la Rusia soviética, ahí están sus resultados. En
esto tampoco hay tanta distancia con Estados Unidos, porque este país
progresó también en gran medida gracias a la valoración de la capacidad
de emprender y de trabajar, siendo la competencia uno de sus motores.
Luego vendrían los monopolios, cada vez mayores, que crearon una
sociedad estadounidense muy desigual y desequilibrada, algo que
finalmente pasará una costosa factura que puede poner en el borde del
abismo a esa misma sociedad.(3)
Las condiciones laborales y de
vida de los trabajadores eran mejores, algo que en nuestro mundo no
importa, no importa en los medios de comunicación, no importa en las
juntas de accionistas, solo importa que ganen más dinero quienes ya lo
tienen en cantidades para dar y tomar. Una concepción muy materialista
de la vida y de poca humanidad.
Visité la fábrica “La Rosa
Roja” en Leningrado, que es la mayor fábrica textil de Europa.
Fabricaban productos acabados de algodón y algo de lana. En 1930 el
salario promedio en la fábrica era de 93 rublos al mes. En 1935 es de
184, y muchos obreros ganan bastante más.
Las mujeres reciben igual salario que los hombres por el mismo trabajo.
Todas
las máquinas peligrosas están protegidas. Algunas máquinas que no
habríamos pensado en proteger en los Estados Unidos (por ejemplo, las
poleas de correa inferiores en la sala de corte) están cubiertas. En la
sala de tejido se cubre la zona donde la lanzadera golpea el interior de
la carcasa.
La comida de
un obrero con familia cuesta alrededor de 168 rublos al mes. Los
trabajadores pagan el 10% de su salario por el alquiler. Las cuotas
sindicales representan el 1% de los salarios mensuales. (1)
¿Se imaginan una sociedad así
hoy en la misma España, con incremento del poder adquisitivo, con un
gasto solo del 10 % del sueldo en vivienda? Y eso trabajando 7 horas al
día y 5 días a la semana. Parece un sueño, ¿no?, no obstante, hay una
explicación al aumento del poder adquisitivo y a que la vida no fuese
cara.
El salario promedio en la
Unión Soviética en 1932 era de 108 rublos al mes. En 1933 fue de 198, en
1934 de 217 rublos al mes. En la medida que suben los salarios, el
costo de la vida baja. Antes de la revolución, el salario promedio era
de 27 a 38 rublos al mes. ¡Y hoy el poder adquisitivo del rublo es tres
veces mayor!
¿Cómo es
posible que el costo de la vida descienda mientras los salarios suben?
En la medida que los trabajadores en las fábricas, minas y talleres,
sacan más producción, más y mejores bienes, más riqueza social se
produce. Como resultado del aumento de la producción, más y mejores
maquinarias se pueden instalar, y los salarios se elevan. Y debido a que
no hay beneficios y no existen dueños privados de las fábricas o
accionistas, los precios bajan. La producción de las fábricas se
establece para un año determinado a través del Comisariado de la
Industria Ligera, y se basa en las necesidades de las personas del país,
en los materiales que se disponen y en la capacidad de los trabajadores
para producir. El cincuenta por ciento de las riquezas incrementadas se
destina cada año al Fondo de Condiciones de Vida, lo cual se utiliza
para seguir mejorando las condiciones de vivienda y de vida. (1)
No es difícil de entender, los
productos, los bienes, y el dinero que se obtiene con ellos, no se
dedican a especular, se dedican a la producción de necesidades, a una
economía real, a una economía sana con fundamentos reales y al servicio
de las personas. Como en nuestro mundo actual, el del neoliberalismo, se
hace lo contrario, lo que debería ser normal nos resulta anormal e
incluso utópico. Hemos perdido el sentido básico, sensato y real de la
economía y así nos va y nos irá.
En
la empresa en el sistema comunista se piensa en el trabajador como
parte de ella y no en él como en una herramienta para conseguir más
beneficios para otros, que precisamente no trabajan. El trabajador es la
empresa en todo el sentido de la palabra, en hechos y no solo en
palabras.
Un tejedor de seda se ocupa
de tres telares como promedio —nunca de seis como ocurre en los Estados
Unidos. El máximo número de telares que un técnico de reparación se
encarga, es de 40 en las fábricas textiles— nunca de 100 como ocurre
aquí. En la sala de corte, cada ayudante realiza las dimensiones para su
propio operario de tejedoras, y se encarga de una sola máquina. En los
Estados Unidos un ayudante se ocupa de tres máquinas.Puedo decir con
toda franqueza que el sistema de stretchout no se usa. Para que puedan
entender aquellos que no están familiarizados con la industria textil
debo decir que el stretchout es un esquema capitalista con el cual una
tarea se incrementa con el fin de obtener la misma cantidad de trabajo
mediante el empleo de un menor número de personas y el pago de menores
salarios. (1)
El no abuso sobre el trabajador,
el pensar en el modo en que dicha labor se realizará en las mejores
condiciones, es entender el trabajo como algo digno, como algo cabal y
como algo alejado de la explotación y el sufrimiento, todo ello
innecesario en un lugar de producción mínimamente racional.
Y,
¿del desempleo que padecemos?, esa herramienta de sometimiento de las
personas. ¿Cómo se concibe que una persona no pueda acceder a un trabajo
como medio de sustento para sobrevivir? ¿Cómo puede haber al menos 3 de
cada 10 personas sin un empleo, o 5 o 6 de cada 10 jóvenes sin él? ¿Por
qué?, ¿a quién beneficia esto? Vean este enlace para entender como el
desempleo se utiliza como arma de humillación política y económica
contra los seres humanos: El desempleo es una arma política y económica.
Imaginen una sociedad sin desempleo, donde incluso la gente puede
cambiar de trabajo sin problemas y no cobrando menos. Una sociedad donde
la gente no viva con el miedo de si va a tener él o ella y sus hijos
algo para comer mañana, si perderá su vivienda porque perderá su
empleo. Se imaginan un lugar donde todo el mundo tiene el sustento
garantizado, no gratis, no por caridad y lástima, sino con dignidad,
trabajando. ¿Les parece otra utopía?
Aquí, como en cualquier parte
de la Unión Soviética, no había desempleo. En el momento que lo desee,
un obrero puede cambiar de puesto de trabajo. Simplemente le dice al
supervisor a dónde quiere ir y le da un preaviso con siete días de
anticipación. Entonces se le transfiere a su nuevo puesto de trabajo sin
pérdida de salario. No pude evitar hacer una comparación mental con la
incapacidad de la mayoría de los obreros norteamericanos para mantener
su empleo, ya no hablemos de cambiar de un trabajo a otro sin pérdida de
salario. (1).
Y, ¿en relación a la persecución religiosa?
En Leningrado me encontré con
un antiguo compañero de escuela, Rev. Padre Leopold Brim, quien había
asistido conmigo a la escuela parroquial “Sagrado Corazón” en New
Bedford. Es un sacerdote católico romano, de ascendencia
franco-canadiense como yo, que vive en la Unión Soviética y practica su
fe allí. Desde luego resultaba de gran interés para mí, por el hecho de
ser yo un practicante católico y de haberme encontrado con un amigo de
la infancia que era un sacerdote católico en la Unión Soviética.
Me
dijo que el gobierno soviético no tenía ningunas intenciones de
interferir con él o con sus feligreses, ni de impedir que practicase
libremente su religión. Por supuesto que existe mucho sentimiento
antirreligioso entre los obreros, me dijo. Esto es natural, porque, como
me explicó, durante el zarismo la religión fue usada por el capitalismo
para reprimir a los obreros. Desde que los obreros tienen ahora su
propio gobierno y no existe más un gobierno capitalista, la iglesia ha
sido separada del Estado. La religión es ahora lo que debe ser: un
asunto personal. Cuando le pregunté por qué muchas iglesias se han
cerrado y han sido usadas para otros fines, me explicó que la mayoría de
la gente que sigue las doctrinas de la iglesia son personas mayores, y
que son muy pocos como para contribuir al mantenimiento de tantas
iglesias y pagar los impuestos de los bienes de la iglesia. (1)
Esto yo entiendo que es libertad
religiosa, aunque me temo que lo que instituciones como la Iglesia
católica entienden por tal libertad es que el estado les dé privilegios,
que les pague sus sacerdotes, les exima de impuestos y además les dé
prebendas. Y tal cosa, por muy acostumbrados que estemos aquí a tales
desafueros, no es libertad religiosa, sino abuso de la religión, porque
la religión no debe inmiscuirse en la vida política, no debe abusar de
los recursos públicos y es lo que debe ser, un asunto personal, que se
debe respetar y que también debe respetar. No es tan difícil de
entender.
El fenómeno religioso
podía verse y vivirse en cualquier rincón de la Unión Soviética, como en
la misma Georgia, el lugar de donde procedía Stalin.
Cuando descendíamos desde la
Iglesia de David, las campanas de la catedral tocaban violentamente, y
entramos. La iglesia era rica y oriental, y sus pinturas estaban muy
negras a causa del incienso y del tiempo. Estaba abarrotada de gente. El
servicio lo oficiaba un anciano, con pelo blanco y una corona de oro,
tan bello que parecía irreal. El anciano recibe el nombre de Catholicus,
es el jefe de la Iglesia de Georgia, y su vestimenta es de hilo de oro.
Había gran majestuosidad en el servicio, y la música del enorme coro
era incomparable. El incienso se elevaba hasta el alto techo de la
iglesia, y el sol entraba en ella y lo iluminaba. (2), (3)
El tema de la represión, de las
matanzas e incluso de los supuestos genocidios en la Unión Soviética
está muy sacado de contexto cuando no inventado en muchos casos. En
realidad, la brutalidad y barbarie era mucho mayor en la época zarista, y
esa brutalidad no ha sido menor, sino todo lo contrario, en las
actuaciones que ha llevado a cabo el poder económico, político y militar
de los Estados Unidos en su país y en el exterior. Tres cuartos de lo
mismo podemos decir de los países europeos o del propio Japón. Por este
motivo no vayamos a ver en casa foránea lo que tenemos en mayor
abundancia en la nuestra.
Uno de
los mitos extendidos en su día por la prensa nazi con el fin de
justificar su invasión de los países eslavos, y especialmente de
Ucrania, fue el llamado genocidio ucraniano o Holodomor. En relación a
él remito a este informe que escribí en febrero de este año:
La manipulación emocional de la prensa, el genocidio de Ucrania.
Tampoco sigamos con las exageraciones de los millones de encarcelados,
de los famosos gulags, atendamos a los datos concretos de la historia.
Las investigaciones llevadas a cabo por historiadores occidentales tras
la liberación de los registros soviéticos reflejan cifras bastantes más
modestas, con una población carcelaria bastante similar a la que hay hoy
en día en los Estados Unidos de América. (4), (5)
Con
la libertad de expresión deberíamos tener un largo debate, pero
atendiendo de nuevo a lo que tenemos en casa, deberemos pensarlo antes
de hablar de la del vecino.
Cuando se comparan dos
sistemas políticos antagónicos como el capitalismo o el comunismo, se
suele admitir que el primero aventaja en algo claramente al segundo, en
la libertad de expresión. Pues se vive en un mundo libre donde cada cual
puede hacer y decir lo que él mismo quiera y decida. Esto queda muy
bien a nivel teórico y mejor como campaña publicitaria, sin embargo, los
hechos, la realidad de los hechos, dice cosas bien diferentes. Así,
comenta el historiador norteamericano Michael Parenti:
“Los publicistas,
eruditos y profesores pueden trabajar libremente en tanto se mantengan
dentro de ciertos parámetros ideológicos. Cuando entran a territorio
prohibido, manifestando o haciendo cosas iconoclastas, experimentan las
restricciones estructurales impuestas a su subcultura profesional por la
jerarquía social más elevada”.(6)
En el momento que alguien
rebasa estos parámetros ideológicos, marcados por los intereses
económicos de la élite en el poder, empieza a tener problemas. Puede
ser demandado judicialmente, pero puede, más comúnmente, ser silenciado,
no dejándole publicar o expresarse en los medios de comunicación de
masas que están férreamente controlados y vigilados por ese poder
económico, además también será atacado y vilipendiado por colegas de
profesión a sueldo que le harán recapacitar sobre su actitud o lo
marginarán. Esto es así porque las corporaciones que dominan la economía
en nuestras sociedades tienen también el poder y control sobre los
medios de comunicación y sobre la mayor parte de las instituciones,
incluidas las políticas y las docentes. Ante este panorama difícilmente
se puede hablar de libertad de expresión, ¿no lo creen? (7)
El comunismo, por muy gris y
oscuro que nos lo hayan pintado, no lo veían así quienes vivían en él,
al menos lo cuentan buena parte de aquellos que estuvieron viviendo en
este sistema y ahora sufren otro, el nuestro, el capitalismo feroz que
lo devora todo, el medio ambiente y los seres humanos.
Cuando la gente me pregunta
cómo era crecer detrás del telón de acero en Hungría en los años setenta
y ochenta, la mayoría espera escuchar cuentos de policía secreta, las
colas de pan y otras declaraciones desagradables sobre la vida en un
estado de partido único.
Ellos quedan siempre
decepcionados cuando les explico que la realidad era muy diferente, y
Hungría comunista, lejos de ser el infierno en la tierra, era en
realidad, más bien un lugar divertido para vivir. Los comunistas
proporcionaban a todos con trabajo garantizado, buena educación y
atención médica gratuita.
Pero quizá lo mejor de
todo fue la sensación primordial de la camaradería, el espíritu que
falta en mi adoptada Gran Bretaña y, de igual forma, cada vez que voy de
regreso a la Hungría actual. (8)
Ciertamente la solidaridad real, el pensar en los demás, no es la mejor de nuestras virtudes hoy en día.
Porque
me temo que a muchos de los que critican el comunismo lo que realmente
les molesta es la disminución o la eliminación de las clases sociales y
privilegios.
[…] Una de las mejores cosas
fue la manera en que las oportunidades de ocio y vacaciones se abrieron a
todos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, las vacaciones estaban
reservadas para las clases altas y medias. En los inmediatos años de la
posguerra también, la mayoría de los húngaros estaban trabajando muy
duro para reconstruir el país, las vacaciones estaban fuera de cuestión.
En los años sesenta, como
en muchos otros aspectos de la vida, las cosas cambiaron para mejor. A
finales de la década, casi todo el mundo podía permitirse el lujo de
marcharse, gracias a la red de subsidios a sindicatos, empresas y
cooperativas de centros vacacionales.
El gobierno entendió el
valor de la educación y la cultura. Antes de la llegada del comunismo,
las oportunidades para los hijos de los campesinos y la clase obrera
urbana, como yo, para ascender en la escala educativa eran limitadas.
Todo eso cambió después de la guerra. (8)
Cómo se tiene que sufrir viendo
que quienes estaban bajo tu zapato o bastón de mando se ponen a tu
nivel, o mejor dicho, superan claramente tu nivel en todos los sentidos:
humano, intelectual e incluso material. El capitalista no soporta estas
cosas, le dan un mal, le provocan un mal, pueden con su codicia, con su
intolerancia, con su envidia. Por este motivo los capitalistas, cuando
tuvieron oportunidad, arremetieron contra este sistema que igualaba en
oportunidades a las personas, aunque no las hiciese iguales, dos cosas
bien diferentes.
Cuando el comunismo en
Hungría terminó en 1989, no sólo fui sorprendida, también estaba
entristecida, al igual que muchos otros. Sí, había gente marchando en
contra del gobierno, pero la mayoría de la gente común – yo y mi familia
incluida – no participó en las protestas.
Nuestra voz – la voz de
aquellos cuyas vidas fueron mejoradas por el comunismo – rara vez se
escucha cuando se trata de discusiones sobre cómo era la vida detrás del
Telón de Acero. En cambio, los relatos que se escuchan en el Occidente
son casi siempre desde la perspectiva de emigrantes ricos o los
disidentes anti-comunistas con un interés personal. (8)
En toda forma de política o de
economía hay pros y contras, cosas que están muy bien y otras que no
tanto. En el nuestro, en el capitalismo, hay algunas, además de las
comentadas, que fallan de forma estrepitosa
La Cultura se consideró como
extremadamente importante por el gobierno. Los comunistas no quieren
restringir las cosas buenas de la vida para las clases altas y medias -
lo mejor de la música, la literatura y la danza eran para el disfrute de
todos. Esto significó subvenciones generosas para las instituciones,
incluyendo orquestas, óperas, teatros y cines. Los precios de las
entradas estaban subvencionados por el Estado, por lo que las visitas a
la ópera y el teatro eran asequibles. La programación en la televisión
húngara reflejaba la prioridad del régimen para llevar la cultura a las
masas, sin estupidización. Cuando yo era adolescente, la noche del
sábado en prime time por lo general significaba ver una aventura de
Julio Verne, un recital de poesía, un espectáculo de variedades, una
obra de teatro en vivo, o una sencilla película de Bud Spencer. Veinte
años después, la mayor parte de estos logros han sido destruidos. Las
personas ya no tienen estabilidad en el empleo. La pobreza y la
delincuencia van en aumento. Personas de clase trabajadora ya no pueden
permitirse el lujo de ir a la ópera o el teatro. Al igual que en Gran
Bretaña, la televisión ha atontado en un grado preocupante –
irónicamente, nunca hemos tenido Gran Hermano bajo el comunismo, pero lo
tenemos hoy. Y lo más triste de todo, el espíritu de camaradería que
una vez se disfrutó casi ha desaparecido. (8)
En la vida las personas, los
acontecimientos o las ideologías no son blanco o negro, el comunismo no
era negro, por muchos libros poco históricos que se publicaron y se
publiquen al respecto. Tenía cosas buenas, muy buenas, y era, nos guste
reconocerlo o no, mucho mejor para los trabajadores, para los que
levantan y mantienen la sociedad. Para los que viven un poco del cuento,
para los que no dan un palo al agua y se aprovechan de los méritos de
las herencias puede que no fuese tan bueno, pero no por culpa de este
sistema, mucho más justo que nuestro capitalismo.
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Notas:
(1) William H. Duprey. De como engordé buscando el hambre en la Unión Soviética.Mancha Obrera, 19.4.13.
(2) John Steinbeck. Diario de Rusia. Capitan swing libros. 2012.
(3) Mikel Itulain. Diario de Rusia.
(4) Mario Sousa. Lies concerning the history of the Soviet Union. NorthStar, 1.6.1998.
(5) Entrevista al historiador Viktor Zemskov. Todos los muertos de Stalin. La Vanguardia, 3.6.2001.
(6) Michael Parenti. La lucha de la cultura. Hiru. 2007.
(7) Mikel Itulain. No dejemos que el periodismo sea una causa perdida en el mar de los intereses económicos.
(8) Zsuzsanna Clark. Oppresive and grey? No, growing up under communism was the happiest time of my life. Daylymail, 17.10.2009.