
- John
Kerry y Mohammad Javad Zarif llegaron a un preacuerdo político
bilateral secreto. Y concluyeron a la vez un acuerdo público en el marco
de las negociaciones multilaterales 5+1.
Las conversaciones bilaterales secretas
Estados Unidos e Irán vienen conversando en secreto
desde marzo de 2013. Esos contactos secretos se iniciaron en Omán.
Ahogados por un asedio económico y monetario sin precedente en la
historia, los iraníes no tenían intenciones de ceder ante
el imperialismo sino de obtener varios años de tregua, un tiempo para
respirar y recuperar fuerzas. Para Estados Unidos, que quiere desplazar
sus tropas del Medio Oriente hacia el Lejano Oriente, esta oportunidad
tenía que venir acompañada de garantías precisas de que Teherán
no aprovechará ese respiro para seguir extendiendo su influencia.
Dos negociadores excepcionalmente hábiles, Jake Sullivan y William
Burns, encabezaban el equipo estadounidense. Se desconoce la composición
de la delegación iraní.
Sullivan había sido uno de los principales consejeros de la
secretaria de Estado Hillary Clinton, con quien no compartía sin embargo
ni el respaldo incondicional a Israel ni la fascinación por la
Hermandad Musulmana. Organizó las guerras contra Libia y contra Siria.
Cuando el presidente Obama decidió deshacerse de la señora Clinton,
Sullivan se convirtió en consejero de seguridad nacional del
vicepresidente Joe Biden y fue desde ese puesto que inició los contactos
con Irán. William Burns, por su parte, es un diplomático de carrera,
se dice que uno de los mejores de Estados Unidos, y se unió a las
conversaciones a título de adjunto del secretario de Estado John Kerry.
De esos contactos salieron al menos 2 decisiones. En primer lugar, el
Guía de la Revolución, ayatola Ali Khamenei, se ocuparía de excluir de
la carrera presidencial a Esfandiar Rahim Mashaie –el ex responsable del
servicio de inteligencia de los Guardianes de la Revolución, convertido
en jefe de la oficina del entonces presidente iraní Mahmud Ahmadinejad.
El objetivo era garantizar que Irán bajara el tono en las instancias
internacionales. Posteriormente, Estados Unidos se ocuparía de que sus
aliados anti-iraníes también bajaran el tono y desbloquearan las
negociaciones con el grupo 5+1 sobre el tema nuclear para preparar el
fin de las sanciones.
De hecho, para sorpresa general, el Consejo de los Guardianes de la
Constitución (la mitad de sus miembros son nombrados por el ayatola
Khamenei) rechazó la candidatura de Esfandiar Rahim Mashaie, a quien los
sondeos de opinión daban como ganador desde la primera vuelta de la
elección presidencial iraní. Fue gracias a la división así creada en el
campo de los revolucionarios, y hábilmente alimentada por el Guía, que
el jeque Hassan Rohani ganó la elección.
Rohani era el hombre de la situación. Este religioso nacionalista
había sido negociador en jefe sobre la cuestión nuclear desde 2003 hasta
2005.
Había aceptado todas las exigencias europeas antes de que Mahmud
Ahmadinejad, al llegar a la presidencia, decidiera sustituirlo. Rohani
había estudiado derecho constitucional en Escocia y fue el primer
contacto iraní de Israel y Estados Unidos en el escándalo Irángate.
En 2009, durante el intento de revolución de color organizado por la CIA
con ayuda de los ayatolas Rafsanjani y Khatami, Rohani se puso del lado
de los pro-occidentales en contra del presidente Ahmadinejad. Y
de paso, el estatus clerical de Rohani permitía a los molas reconquistar
el Estado iraní de manos de los Guardianes de la Revolución.
Por su parte, Estados Unidos impartía instrucciones a sus aliados
sauditas para que también bajaran el tono y aceptaran la mano tendida
del nuevo gobierno iraní. Durante varios meses hubo sonrisas entre Riad y
Teherán mientras que el jeque Rohani se ponía personalmente en contacto
con su homólogo estadounidense.
El plan de la Casa Blanca
La idea de la Casa Blanca era tomar nota de los éxitos iraníes en
Palestina, Líbano, Siria, Irak y Bahréin y permitir que Teherán goce de
su influencia en esos países a cambio de que renuncie a seguir
expandiendo su revolución.
Después de abandonar la idea de compartir el
Medio Oriente con los rusos, Washington preveía distribuirlo entre
Arabia Saudita e Irán antes de retirar sus propias tropas de esa región.
El anuncio de esta posible división fortaleció abruptamente
la lectura de los acontecimientos regionales como un conflicto entre
sunnitas (sauditas) y chiitas (iraníes), lo cual resulta absurdo ya que
la religión de los cabecillas a menudo no corresponde con la de quienes
los apoyan.
Pero esa división devolvía el Medio Oriente a la época del Pacto de Bagdad [
1],
o sea a los tiempos de la guerra fría, con la diferencia de que Irán
ocuparía el lugar que antes tenía la URSS y que la repartición de las
zonas de influencia sería diferente.
Además de que eso obligatoriamente molestaría a la actual Federación
Rusa, esta nueva repartición devolvía Israel a la época en que
no disponía del paraguas estadounidense. Algo inaceptable desde el punto
de vista del primer ministro Benyamin Netanyahu, partidario de la
expansión de Israel «
desde el Nilo hasta el Éufrates». Así que Netanyahu hizo todo lo posible por sabotear la continuación del programa.
Es por eso que, a pesar de que a principios de 2014 ya se había
alcanzado en Ginebra un acuerdo sobre la cuestión nuclear,
la negociadora estadounidense Wendy Sherman utilizó las exigencias
israelíes para tratar de obtener más concesiones y afirmó
sorpresivamente que Washington no se conformaría con eliminar la
posibilidad de que Irán obtuviese la bomba atómica sino que también
exigía que Teherán renunciara a desarrollar sus misiles balísticos. Esta
sorprendente exigencia fue rechazada por China y Rusia señalando que
no tenía absolutamente nada que ver con el Tratado de No Proliferación
nuclear ni entraba en el campo de competencia de los 5+1.
Eso demuestra que la bomba atómica nunca fue la preocupación de
Estados Unidos en todo este asunto y que Washington sólo utilizó ese
pretexto para contener a Irán imponiéndole un terrible cerco económico y
monetario.
Lo más interesante es que el propio presidente Obama
lo reconoció implícitamente en su discurso del 2 de abril cuando
mencionó la
fatwa del Guía de la Revolución prohibiendo el arma
atómica. En realidad, la República Islámica de Irán puso fin a su
programa nuclear militar poco después de la declaración del ayatola
Khomeiny contra las armas de destrucción masiva, en 1988. A partir de
aquel momento, Teherán se ha limitado a la investigación nuclear de
carácter civil, que en algunos casos puede tener implicaciones
militares, como –por ejemplo– garantizar la fuerza motriz en navíos de
guerra. La decisión del imam Khomeiny adquirió fuerza de ley con la
fatwa del ayatola Khamenei, el 9 de agosto de 2005 [
2].
En todo caso, como en Washington estiman que Benyamin Netanyahu es un «
fanático histérico»,
los estadounidenses pasaron el año todo el año 2014 tratando de llegar a
un acuerdo con Tsahal [las fuerzas armadas de Israel]. Poco a poco, fue
imponiéndose la idea de que, en la repartición de la región entre
Arabia Saudita e Irán, habría que imaginar un sistema de protección para
la colonia judía. De ahí surgió el proyecto de crear una especie de
nuevo Pacto de Bagdad, algo así como una OTAN regional, presidida
oficialmente por los sauditas –para que fuese aceptable para los árabes–
pero dirigida en realidad por Israel, como el antiguo Pacto presidido
de facto por Estados Unidos a pesar de que este país no era miembro. El presidente Obama hizo público este proyecto en su
Doctrina de Seguridad Nacional, el 6 de febrero de 2015 [
3].
Así que el acuerdo nuclear y el fin de las sanciones fueron
pospuestos. Washington organizó la rebelión de Tsahal contra Netanyahu,
creyendo que al primer ministro no le quedaba mucho tiempo en el poder.
Pero, a pesar de la creación de
Commanders for Israel’s Security y
de los llamados de casi todos los ex oficiales superiores a no votar
por Netanyahu, este último logró convencer a sus electores de que él
único defensor de la colonia judía y acabó siendo reelecto.
En lo tocante a Palestina, Washington y Teherán habían previsto
congelar la situación de Israel y crear un Estado palestino, conforme a
los acuerdos de Oslo.
Netanyahu, que estaba espiando no sólo las
negociaciones de los 5+1 sino también las conversaciones bilaterales
secretas [
4],
reaccionó anunciando públicamente que mientras él esté vivo Israel
nunca aceptará que se reconozca un Estado palestino. Al hacer esa
declaración, Netanyahu reconocía implícitamente que Tel Aviv no tiene
intenciones de respetar la firma israelí estampada en los acuerdos de
Oslo y que ha venido negociando con la Autoridad Palestina durante
20 años únicamente para ganar tiempo.
La Fuerza Común Árabe
Apurados por completar su plan, Washington y Londres decidieron
utilizar la rebelión yemenita para concretar todo el asunto. Los chiitas
hutis aliados a los soldados fieles al ex presidente Saleh habían
exigido y obtenido la renuncia del presidente Hadi, quien a última hora
decidió tratar de recuperar su puesto.
Aunque la verdad es que
su estancia en el cargo ya no era ni legal ni legítima desde hacía mucho
tiempo. Hadi se había mantenido en el poder después de terminar
su mandato sin haber cumplido ninguno de los compromisos que había
contraído sin intenciones de respetarlos. Ni Estados Unidos ni el Reino
Unido tenían ningún tipo de simpatía por ninguno de los dos bandos,
después de haberlos respaldado alternativamente en diferentes momentos.
Así que permitieron que Arabia Saudita afirmara que la revolución era un
golpe de Estado y que justificara así su nuevo intento de anexar Yemen.
Londres montó una operación militar para respaldar a Adén desde el
Estado pirata de Somalilandia. Al mismo tiempo, con el pretexto de la
crisis yemenita, la Liga Árabe hizo pública la parte árabe de la nueva
OTAN regional: la Fuerza Común Árabe.
Tres días más tarde, también se hacía público el acuerdo de los 5+1
negociado un año antes. Sin embargo, el secretario de Estado John Kerry y
el ministro iraní de Relaciones Exteriores Mohammad Javad Zarif
dedicaban todo un día a pasar revista a todos los puntos políticos en
discusión. Se decidió que Washington y Teherán reducirán la tensión en
Palestina, Líbano, Siria, Irak y Bahréin durante los próximos 3 meses y
que el acuerdo de Ginebra no se firmaría hasta finales de junio y por
10 años si ambas partes respetaban su palabra.
Consecuencias

Es
probable que Netanyahu trate nuevamente, en los 3 próximos meses, de
hacer fracasar el plan estadounidense. No sería por lo tanto
sorprendente que veamos toda una serie de actos de terrorismo o de
asesinatos políticos no reivindicados pero cuya responsabilidad será
atribuida a Washington o a Teherán para impedir la firma prevista para
el 30 de junio de 2015.
Lógicamente, Washington estimulará en Israel una evolución política
que limite los poderes del primer ministro. Eso es lo que se desprende
del durísimo discurso que pronunció el presidente israelí Reouven Rivlin
cuando encargó a Netanyahu la formación del próximo gobierno.

La
cuestión de Yémen nunca llegó a mencionarse en las discusiones
bilaterales. Si se firma el acuerdo, ese país podría mantenerse como
único punto de conflicto en la región durante los próximos 10 años.

Al
concluir un acuerdo con Teherán y promover una alianza militar en torno
a Arabia Saudita, Washington favorece, por un lado, una división de la
región entre Estados. Por otro lado, fragmenta las sociedades utilizando
para ello el terrorismo e incluso acaba de crear un sub-Estado
terrorista: el Emirato Islámico, también conocido como «
Daesh».

Estados
Unidos había previsto originalmente conformar la Fuerza Común Árabe con
las monarquías del Golfo y Jordania, con la posibilidad de incorporar
posteriormente a Marruecos. Existe en ello una coherencia entre los
regímenes implicados. Sin embargo, Omán se ha mantenido al margen,
a pesar de ser miembro del Consejo de Cooperación del Golfo, mientras
que Arabia Saudita está tratando de utilizar su influencia para incluir a
Egipto y Pakistán, a pesar de que este último no es un país árabe.
En el caso de Egipto, El Cairo no dispone de ningún margen de
maniobra y tiene que plegarse a todas las presiones sin implicarse en
materia de actuación. El país no dispone de medios sustanciales y
sólo puede alimentar a su población gracias a la ayuda internacional,
o sea gracias a Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Rusia y
Estados Unidos. Egipto se ve implicado en la operación «
Tempestad Decisiva»
contra Yemen, nuevamente junto a la gente del sur, como en la guerra
civil (1962-1970), con la diferencia de que en vez de estar con los
comunistas ahora está del lado de los miembros de al-Qaeda y que El
Cairo es ahora aliado de la monarquía saudita. Es evidente que Egipto
debería tratar de salir de ese enredo lo más rápido posible.

Más
allá del Levante y del Golfo, la evolución de la situación regional
planteará problemas a Rusia y a China. Para Moscú, el cese del fuego de
10 años es una buena noticia pero le resultará amargo tener que
renunciar a sus esperanzas mientras que Irán se beneficia únicamente
porque la dirigencia rusa tardó en reconstituir sus fuerzas después de
la disolución de la URSS. Esto explica el acuerdo concluido con Siria
para desarrollar el puerto militar de Tartús. La marina de guerra rusa
debería implementar de forma duradera su presencia en el Mediterráneo,
tanto en Siria como en Chipre.
En cuanto a China, el cese del fuego entre Estados Unidos e Irán se
traducirá rápidamente en un traslado de las tropas estadounidenses hacia
el Lejano Oriente. El Pentágono ya se plantea la construcción de la
mayor base militar estadounidense del mundo en Brunei. Para Pekín, poner
sus fuerzas armadas al nivel de esa amenaza se convierte desde ahora en
una carrera contra reloj: China debe estar lista para hacer frente al
Imperio estadounidense antes de que este último esté en condiciones de
atacarla.