05.04.2014
Asistimos a
una nueva oleada de luchas y movilizaciones de la juventud. Pero también
asistimos a un endurecimiento del poder adulto, y lo que es un mal
presagio, vemos cómo la izquierda revolucionaria apenas dedica esfuerzo
alguno a su crítica radical, a su terrible eficacia en el control,
vigilancia y represión de las ansias de libertad de la juventud en
general y muy especialmente de la trabajadora.
«Se sobreentiende que aún
no hay claridad teórica ni firmeza en el órgano juvenil y quizá nunca
la haya, precisamente porque es un órgano de la juventud impetuosa,
burbujeante, indagadora. (…) Una cosa son los adultos que confunden al
proletariado, que pretenden guiar y enseñar a los demás; contra ellos
hay que luchar despiadadamente. Otra cosa son las organizaciones de la juventud,
que declaran de forma abierta que aún están aprendiendo, que su tarea
fundamental es preparar cuadros de los partidos socialistas. A esta
gente hay que ayudarla por todos los medios, encarando con la mayor
paciencia sus errores, tratando de corregirlos poco a poco, sobre todo
con la persuasión y no con la lucha. No pocas veces sucede que los representantes de las generaciones maduras y viejas no saben acercarse como corresponde a la juventud que, necesariamente, está obligada a aproximarse al socialismo de una manera distinta, no por el mismo camino, ni en la misma forma, ni en las mismas circunstancias en que lo han hecho sus padres. Por lo tanto, entre otras cosas, debemos estar incondicionalmente a favor de la independencia orgánica de la unión juvenil, y no sólo
porque esta independencia sea temida por los oportunistas, sino por la
esencia misma del asunto. Porque sin una total independencia, la
juventud no podrá formar de sí misma buenos socialistas ni prepararse para llevar el socialismo hacia delante»
Lenin: La Internacional de la juventud, diciembre 1916
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Presentación
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Breve historia del poder adulto
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Surgimiento del concepto de poder adulto
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Qué es el poder adulto
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Cómo funciona el poder adulto
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Juventud revolucionaria e izquierda adulta
1. Presentación
Asistimos a una nueva
oleada de luchas y movilizaciones de la juventud. Pero también asistimos
a un endurecimiento del poder adulto, y lo que es un mal presagio,
vemos cómo la izquierda revolucionaria apenas dedica esfuerzo alguno a
su crítica radical, a su terrible eficacia en el control, vigilancia y
represión de las ansias de libertad de la juventud en general y muy
especialmente de la trabajadora. Movidos por esta situación
recientemente se han celebrado debates en varios lugares, como en la
Universidad de Filosofía de Valencia y en la Universidad Pública de
Nafarroa, ambos organizados por la juventud independentista y
socialista, así como también se ha recuperado esta reflexión en otros
colectivos de debate teórico y político de Euskal Herria.
Hay que decir bien claro
que si comparamos el esfuerzo teórico y político de la izquierda europea
actual en relación a la explotación juvenil con el realizado por esta
izquierda entre finales de la década de 1960-1970, si hacemos esta
comparación, la actual queda ridiculizada en extremo, sobre todo
considerando que la juventud trabajadora actual se enfrenta a un ataque
capitalista más devastador que el de hace medio siglo.
Y la izquierda actual
sale todavía peor parada si la comparamos con la de finales del siglo
XIX y comienzos del XX, sobre todo durante la explosión de creatividad
crítica en lo relacionado con la llamada vida privada, familiar y
matrimonial, con la emancipación sexual de la mujer y de la juventud,
con la crítica inmisericorde de la familia autoritaria, con el
desarrollo de una pedagogía revolucionaria, etc., entre 1917 y 1933.
Recordemos que fue este año en el que el nazismo tomó el poder y
endureció al máximo la represión desencadenada una década antes por el
fascismo, y aseguró definitivamente el posterior exterminio franquista
de todas las conquistas sociales en estas cuestiones. De hecho, la
izquierda de 1960-1970 se basó en los logros de este período anterior
para sustentar los suyos.
Pero pasemos de la
crítica a la izquierda en general en este aspecto tan decisivo, a la
crítica de la izquierda independentista vasca. En efecto, si la
izquierda en general ha sufrido un retroceso alarmante en la lucha
contra el poder adulto, mayor ha sido el retroceso de la izquierda
abertzale en esta cuestión. Aunque la juventud vasca está recuperándose
rápidamente de los duros mazazos represivos sufridos durante los últimos
años, demostrando una muy encomiable capacidad de reacción, debemos
reconocer que globalmente se encuentra todavía lejos de desarrollar una
implacable lucha de liberación contra el poder adulto.
2. Historia del poder adulto
El poder adulto es tan
viejo como el poder en sí en toda sociedad basada en la explotación,
opresión y dominación necesarias para mantener la propiedad privada de
las fuerzas productivas. Dado que la primera y principal fuerza
productiva es el ser humano, la formación de un ser humano dócil y
obediente, que se deje explotar y que, a poder ser, facilite la
explotación de otros seres humanos, crear semejante chollo para la
minoría propietaria, es una necesidad imperiosa. Dos son las
instituciones fundamentales precapitalistas que han cargado sobre sí la
mayor parte de la tarea de producir docilidad: el poder patriarcal y el
poder adulto.
Aunque el grueso de la investigación del libro coordinado por Ll. deMause (Historia de la infancia,
Alianza Universal, Madrid 1991), trata sobre el duro, avasallador y
violento trato dado a la infancia en la civilización occidental hasta el
siglo XIX, también es cierto que los diez autores que exponen sus
investigaciones ofrecen suficientes datos o indicios sólidos que
muestran frecuentemente el insufrible trato adulto padecido por la
juventud desde que existen fuentes históricas fiables. Las
investigaciones muestran que, en contra de quienes sostienen la tesis
del buen comportamiento de los adultos hacia la infancia, en realidad
fue un comportamiento muy estricto, cruel y hasta asesino con frecuentes
casos de infanticidio. Todo indica, además, que apenas había mejora
sustancial en el trato cuando se pasaba de la infancia a la adolescencia
y de aquí a la juventud.
También queda establecido
de manera irrefutable que «en todas partes, en todo tiempo» han sido
las niñas, las adolescentes y las jóvenes las que peores tratos han
sufrido en comparación con los niños, los adolescentes y los jóvenes.
Ello es debido a la fusión entre el poder patriarcal y el poder adulto,
fusión de poderes que debemos descomponer analíticamente en cada
situación concreta para proceder luego a su síntesis. De entre los miles
de ejemplos que confirman lo revelado por este libro, podemos citar el
de la radical denuncia que en 1879 hizo A. Bebel (La mujer y el socialismo,
Akal, Madrid 1977) contra el sistema educativo burgués no sólo porque
su objetivo es producir «trabajadores tontos» a partir de una juventud
sometida a la ignorancia, sino también por los continuos abusos físicos
en escuelas y colegios. Abusos físicos que no han desaparecido en modo
alguno.
J. L. Murga (Rebeldes a la república,
Ariel, Barcelona 1979) ha estudiado «las posturas rebeldes pacíficas y
violentas» de la juventud en la Antigüedad greco-romana, rebeldías que
se daban incluso en los períodos de florecimiento económico porque:
«bajo el barniz brillante de la riqueza y del poder, el espíritu joven
intuye el dolor y la injusticia». A pesar de las represiones que sufren
los jóvenes temprano o tarde renacerá la semilla rebelde: «Morirán los
jóvenes contestatarios, se aplastará quizá el descabellado movimiento
rebelde, pero la semilla volverá a aparecer repentinamente - trasvasada
en otra religión, en una escuela filosófica o, incluso, en una mera
postura republicana arcaizante- como una esperanza que rebrota cuando
menos se esperaba: en los poetas, en los sabios, en los espíritus
elevados».
Uno de los episodios de
rebelión juvenil más implacablemente reprimido fue el movimiento báquico
en la Roma republicana el siglo –II, minuciosamente investigado por J.
L. Murga. M. I. Finley (El nacimiento de la política, Crítica,
Barcelona 1986), también ha estudiado este movimiento juvenil, que en sí
es un impresionante y terrorífico ejemplo de lo que es el poder adulto
en funcionamiento: la ejecución de varios miles de jóvenes del
movimiento báquico en la Roma del -186, la mayor parte de ellos
pertenecientes a las clases trabajadoras; las mujeres fueron asesinadas
en el escondido secretismo de sus familias. M. L. Finley muestra cómo
actuó al unísono el conjunto de poderes parciales romanos hasta
descubrir y matar a miles de personas en defensa del orden establecido.
Roma no disponía de un aparato policial en el sentido burgués, pero su
sistema represivo era muy eficiente, sobre todo contra la mujer joven
vigilada en todo momento.
Comenzando sus investigaciones desde la Edad Media, R. Muchembled (Una historia de la violencia,
Paidós, Barcelona 2010) desmenuza el conjunto de métodos, sistemas,
amenazas, castigos y recompensas mediante los cuales los poderes
burgueses en ascenso fueron aplacando, desviando, reprimiendo e
integrando las múltiples formas de violencia juvenil, de resistencia
pasiva o activa, material o simbólica de la juventud hasta comienzos del
siglo XXI en las barriadas empobrecidas. Sin recurrir al concepto de
poder adulto, el autor muestra cómo en cada época el poder presionaba a
las familias campesinas, artesanas, trabajadoras y obreras para que
intervinieran activamente en la represión de las complejas resistencias
juveniles y de sus formas violentas. El autor explica la desaparición
casi total de los asesinatos cometidos por jóvenes desde 1945, pero
sostiene que crecen las formas de resistencia mediante bandas juveniles:
«constituyen la forma moderna de expresión de un poderoso descontento
juvenil frente al mundo de los adultos y de la sociedad establecida».
Fue en este largo período
cuando se generalizó el mito del «instinto maternal», mito básico de la
familia autoritaria. Entre otras muchas investigadoras, Elizabeth.
Badinter (¿Existe el amor maternal?, Paidós, Barcelona 1981) ha
demostrado que el tal «instinto» es una construcción ideológica de la
familia burguesa en ascenso y Norma Ferro (El instinto maternal o la necesidad de un mito,
Siglo XXI, Madrid 1991) ha demostrado cómo fue creado durante la
génesis de la dominación social y psicológica de la mujer por el hombre.
El supuesto «instinto maternal» es inculcado en las mujeres desde su
nacimiento y reforzado siempre mediante toda clase de triquiñuelas,
artimañas y engaños. Que no exista ese «instinto» en cuanto tal no
significa que no exista amor materno-filial, sino que este debe ser
evaluado desde criterios no patriarco-burgueses sino socialistas. El
poder adulto utiliza el «instinto maternal» para fusionar la dominación
sexo-afectiva de las jóvenes con la reproducción del capitalismo. Del
mismo modo que el lenguaje machista abusa de la palabra «Amor» que
«encubre un conglomerado heteróclito» según Rosa María Rodríguez Magda (Femenino fin de siglo, Anthropos, Barcelona 1994), para manipular y confundir los sentimientos sexo-afectivos.
En el contexto de
resistencia juvenil reciente, lo máximo a que llega la pedagogía
«progresista» en lo que concierne al papel de la institución familiar
«no autoritaria» en la educación de la juventud es a los consejos que
ofrecía a finales de la década de 1960 A. S. Neill (Hijos en libertad,
Altaya, Madrid 1999) a los atribulados padres y madres sobre los actos
de «rebeldía de la adolescencia», consejos destinados a evitar que sus
hijas e hijos no cayeran en la delincuencia y en las drogas, pero en
absoluto para ayudarles a que desarrollaran una conciencia crítica y
solidaria, libre, suficientemente formada para que tuviesen una visión
político-juvenil de sus problemas y perspectivas de vida futura. La
pedagogía mostrada en este texto puede inscribirse plenamente en la muy
valiosa aportación realiza en aquellos mismos años por P. Brückner
(«Sobre la patología de la desobediencia», Psicología política,
Barral Editores, Barcelona 1971) cuando se preguntó: «¿Qué es lo que
realmente pretenden nuestros esfuerzos pedagógicos y políticos: tranquilidad o libertad?».
Constatamos con alarmada
tristeza la capacidad de recuperación del poder adulto para contraatacar
y vencer a la emancipación revolucionaria de la juventud releyendo
ahora a R. Vaneigem en su clásico texto editado en 1967, justo antes de
las barricadas del mayo francés (Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones,
Anagrama, Barcelona 1977), cuando al final del libro reproduce un
trocito de la carta de los Sans-Coulottes a la Convención, del 9 de
diciembre de 1892: «¿Os reís de nosotros? No os reiréis por mucho
tiempo». Pues bien, el poder adulto pudo recuperarse de los ataques de
la juventud revolucionaria de 1960-1970 y terminar riéndose de ella.
Recordemos que estos tres últimos textos fueron escritos a finales de
los años 60 cuando aún no se había iniciado el sistemático ataque
monetarista y neoliberal contra la juventud trabajadora y popular,
ataque que se iniciaría en su globalidad en 1973, aunque con
significativos adelantos parciales en algunos países. La recuperación
del poder adulto, la derrota de la oleada de luchas juveniles a las que
se refería R. Vaneigem fue facilitada por la nueva estrategia represora
del neoliberalismo, uno de cuyos objetivos centrales era y sigue siendo
el de generalizar la pasividad, la indiferencia y el desinterés político
de las masas explotas y de su juventud. Fue en este mismo 1973 cuando
D. Sibony («De la indiferencia en materia de política»,
Locura y sociedad segregativa,
Anagrama, Barcelona 1976) recurrió a la expresión «figura del Amo» para
mostrar cómo la negación de la dialéctica entre deseo y política sólo
acarrea el desinterés pasivo de las masas. Dos décadas después la figura
del Amo tomaba forma en Berlusconi, presidente electo de Italia gracias
al apoyo adulto y en medio de una contestación juvenil muy fuerte.
La figura del Amo, la dependencia inconsciente hacia la autoridad
protectora, es tanto más fuerte y está más arraigada en lo profundo de
la estructura psíquica de masas, en la medida en que estas sufren una
precarización creciente de su existencia. Precariedad y fragilidad
emocional van unidas. Por esto, el neoliberalismo se lanzó a fragilizar
los sujetos sociales para que no pudieran oponer resistencias coherentes
y estratégicas, como demostraron Julia Varela y F. Álvarez-Uría (
Sujetos frágiles,
FCE, México 1989). El dilema entre tranquilidad o libertad se ha
agudizado con la fragilidad creciente de la vida social. Un ser social
frágil optará por la tranquilidad en detrimento de la libertad. La
fragilidad es inseparable de la inseguridad existencial, del miedo, de
la ansiedad y de la angustia cotidiana, y es por esto que amplias
franjas sociales sacrifican sus libertades para disponer de mayor
seguridad policial y judicial que tranquilice su vida y expulse de ella
la inseguridad y todas las formas de temor.
G. Kessler (
El sentimiento de inseguridad,
Siglo XXI, Argentina 2009) ha estudiado el proceso de construcción
desde el poder de la inseguridad colectiva en Argentina, aunque sus
tesis son de aplicación general en lo básico, descubriendo que «los
jóvenes aparecen en general como el grupo más victimizado y el que menos
temor expresa, mientras que con los adultos mayores sucede lo
contrario». El autor sostiene que el concepto de vulnerabilidad es
decisivo para comprender la inseguridad adulta, y en especial la de las
mujeres jóvenes ante el riesgo de violencia sexual en cualquiera de sus
formas y ante el trato que recibirán si la denuncian. Fragilidad,
inseguridad y vulnerabilidad presionan fuertemente para sacrificar la
libertad a favor de la dura ley tranquilizadora. En la medida en que la
juventud opta por la libertad es marginalizada, perseguida y
criminalizada.
La fragilidad del sujeto juvenil obrero y popular es una necesidad
imperiosa de todo capitalismo y en especial del contemporáneo. O. Jones (
CHAVS. La demonización de la clase obrera,
Capitán Swing, Madrid 2012) ha estudiado cómo la demonización del
proletariado pasa inevitablemente por el ataque a su juventud,
criminalizándola y marginalizándola lo más posible, condenándola al paro
y al subempleo estructural en barriadas desindustrializadas podridas
por el narcocapitalismo sospechosamente introducido en masa y apenas
perseguido por la policía. Y en medio de este contexto, echándola de sus
zonas de vida cotidiana, de donde ha crecido y en donde se ha formado
colectivamente: es decir, desarraigándola interna y externamente,
condenándola al nomadismo urbano a la búsqueda de un empresario que les
explote en un trabajo-basura.
El término de nomadismo urbano juvenil también es empleado por G. Standing (
El precariado,
Pasado&Presente, Barcelona 2013), cuando analiza quienes son los
colectivos concretos que sufren con mayor daño la precarización
creciente. Sostiene con razón que en primer lugar son las mujeres y en
general todas las personas que de un modo u otro ven profundamente
cambiadas sus condiciones de existencia cotidiana, incluidas las
sexuales y afectivas, la masculinidad en el caso de los hombres. Sobre
la juventud dice que si bien siempre se ha incorporado al trabajo en una
situación precaria, en la actual fase capitalista la precarización y la
flexibilización son mucho más largas que lo requerido para formarse en
el trabajo, yendo unidas a peores condiciones salariales y sociales:
«los jóvenes se resienten de la inseguridad», de la fragilidad de sus
condiciones de malvivencia.
3. Surgimiento del concepto de poder adulto
Una de las primeras veces en las que se utilizó de manera no
sistemática el término de «poder adulto», que nosotros sepamos, fue
justo a finales de los años 90 y comienzos del siglo XXI durante unas
reflexiones en sectores de la izquierda independentista vasca, siendo a
finales de febrero de 2001 cuando este concepto aparece ya
explícitamente teorizado en un largo texto sobre
Poder adulto, prensa de ocupación e independencia juvenil
a libre disposición en internet. En esta época se debatía sobre un
conjunto de problemas que afectaban cada vez más a la juventud vasca,
como fue el ataque a la juventud gasteiztarra analizado en el texto
Gaztetxe de Gasteiz y poder adulto, de agosto de 2001, también disponible en internet.
Al final de los años 90 se endureció aún más la represión, el Estado
adaptó su doctrina represiva para «movilizar a la sociedad civil», a la
«ciudadanía democrática» contra la izquierda independentista,
reactivando grupos fascistas; eran tiempos en los que nuevas formas de
drogadicción golpeaban a la juventud a la vez que la reciente implosión
de la URSS y el auge económico espurio del ladrillazo, el dinero barato y
la especulación financiera parecían haber acabado definitivamente con
lo «peor» del capitalismo para quedar definitivamente sólo lo
supuestamente «bueno» de este sistema explotador. Todo ello en un
contexto ideológico de flatuidad intelectual, de banalidad y snobismo
superficiales aupados sobre las modas post, sobre la fácil palabrería
post-modernista, post-marxista, post-estructuralista.
Dentro de esta coyuntura que muchos creían que era el definitivo
contexto de lo que se empezaba a denominar «post-capitalismo» basado en
la «economía cognitiva» e «inmaterial», parecía de locura alucinada
empezar a estudiar qué era el poder adulto y qué función clave jugaba en
la explotación capitalista. Conviene recordar lo que sucedió después, a
comienzos del siglo XXI, con la arremetida imperialista tras el 11-S de
2001 - diseñada con anterioridad a esta fecha, no hay que olvidarlo-,
con las ilegalizaciones de los movimientos y partidos abertzales, con la
prolongada euforia burguesa por las sobreganancias financieras, con la
victoria de Zapatero en 2004, con la hecatombe definitivamente
desencadenada en 2007, etcétera.
Mientras que en sectores del independentismo vasco se debilitaba la
larga y fructífera tradición del debate organizado, fuerzas
revolucionarias internacionales, algunas de ellas integradas en el
Movimiento Continental Bolivariano bajo la influencia de pensadores como
Narciso Isa Conde y otros, recuperaron este imprescindible concepto.
También fue debatido en pueblos oprimidos por el Estado español como
Galiza y Països Catalans, lo que hizo que en 2010 se redactase un
resumen de lo reflexionado hasta entonces,
Poder adulto y emancipación juvenil
disponible en internet, texto que fue la base para otro encuentro en
2014. Por fin, después de trece años ha vuelto a debatirse en Iruñea, la
capital de Euskal Herria, en marzo pasado, y sólo muy recientemente un
prestigioso colectivo dedicado a la investigación y debate
teórico-político, y a la divulgación pedagógica de sus conclusiones, ha
decidido volver sobre la actualidad del poder adulto. Algo es algo.
Era necesario este rápido repaso porque no es lo mismo hablar del poder
adulto en la Euskal Herria de 1998-2001 que en la actual, y menos aún
es lo mismo hacerlo en las naciones y clases explotadas ahora por la
burguesía española. Los tres lustros transcurridos se caracterizan por
un empeoramiento brutal, inmisericorde, de las condiciones de vida de la
juventud trabajadora y popular. Siendo el mismo poder adulto en su
naturaleza, algunas de sus características internas y muchas de sus
formas externas se están transformando rápidamente para realizar mejor
su función.
Sin embargo, como hemos dicho arriba, la mayor parte de la izquierda
abertzale, su gran mayoría, no es consciente del poder real controlador y
represor del poder adulto-burgués. Hoy por hoy, la izquierda abertzale
apenas lucha contra este instrumento de opresión porque desconoce no
solo lo que es el poder adulto en sí mismo a lo largo de la historia,
sino que ni siquiera tiene conciencia de que existe como tal. Solamente
colectivos y movimientos muy localizados y relativamente pequeños
mantienen la lucha teórica y práctica contra partes precisas del poder
adulto, como la sexualidad patriarco-burguesa y su violencia terrorista,
pero apenas contra la familia autoritaria, pieza clave del poder
adulto; tampoco se mantiene una lucha radical contra el sistema
educativo adulto, y menos aún contra la ideología patronal que, según
veremos, en el componente decisivo del cemento ideológico del poder
adulto.
Hemos de insistir en que a pesar de haber transcurrido muchos siglos
desde las luchas juveniles en la Antigüedad, y de que ahora estamos en
otro modo de producción muy diferente al esclavista, siendo esto cierto
no lo es menos que existen tres grandes constantes básicas que se
mantienen a pesar de los cambios: una, la eficaz pervivencia adaptativa
del poder adulto; dos, sus conexiones con el poder patriarcal, dotado de
la misma capacidad adaptativa; y tres, la eficacia de ambos para
movilizar grandes fuerzas reaccionarias y represivas volcadas en primera
instancia contra la juventud y contra la mujer, pero también contra el
conjunto de las clases trabajadoras. A lo largo de los sucesivos modos
de producción, tanto el patriarcado como el poder adulto han sabido
recuperarse de sus derrotas parciales, incluso han sabido adaptarse a y
subsumirse en los nuevos modos de producción. De hecho dos de los más
fiables indicadores de que un proceso revolucionario empieza a pudrirse
en sus propias entrañas es la recuperación del poder patriarcal y
adulto.
4. Qué es el poder adulto
En el texto citado arriba -
Poder adulto, prensa de ocupación e independencia juvenil-
se ofrece una definición que sigue siendo válida y que vamos a intentar
completar con este añadido: el poder adulto es el conjunto vasto,
tentacular y generalmente invisible de relaciones de poder mediante el
cual la clase dominante, gerontocrática por lo común, castra el
potencial emancipador y creativo que late en la juventud, convirtiéndola
en una masa amorfa, manipulada y pasiva en su gran mayoría, marginando y
criminalizando a la minoría no manipulable.
La marginación de esta minoría se logra mediante determinadas tácticas
como el empobrecimiento y la precarización, con el paro juvenil
permanente; con la drogodependencia como arma de exterminio biológico y
enclaustramiento carcelario, lo que oficialmente se denomina
«delincuencia social»; con la potenciación de modas, costumbres y
«tribus» que buscan quedarse fuera de la vida social burguesa, modas a
las que se les toleran sus guetos porque en realidad son funcionales a
la reproducción del sistema adulto capitalista.
La criminalización también afecta a áreas de la marginalidad juvenil, y
cada vez más, pero opera sobre todo contra los colectivos juveniles que
avanzan en su conciencia revolucionaria y en su autoorganización al
margen de la «izquierda» reformista que ha interiorizado buena parte de
los fundamentos adultos. El poder adulto va ampliando el proceso que va
desde el control social a la represión pasando por la vigilancia en la
medida en que más y más sectores juveniles se emancipan de la alienación
que sufren, se organizan y se suman a las luchas existentes, y muy
especialmente abren frentes de lucha específicamente juveniles. Como
veremos, el poder adulto dispone de sofisticados medios de control
social para detectar lo antes posible los primeros signos de malestar y
rebeldía juvenil.
La marginación y criminalización de la juventud trabajadora y popular
van en aumento porque es el único recurso que tiene el capitalismo para
impedir que el malestar juvenil objetivo que nace del impresionante
desempleo, subempleo, empobrecimiento, precarización, falta de
perspectivas de futuro, prolongación de la vida en el domicilio paternal
en estas condiciones con los efectos que ello acarrea, incremento de la
represión sexual, etcétera, avance hasta plasmarse en conciencia
subjetiva, revolucionaria. En estas condiciones, el poder adulto activa
todos sus instrumentos de control, vigilancia y represión, de alienación
e incluso de oferta de falsas alternativas que únicamente favorecen al
sistema.
Cometemos un serio error con graves consecuencias políticas si
menospreciamos la capacidad de control y alienación del poder adulto
sobre todo en situaciones de crisis, su capacidad de adaptarse en
algunas cuestiones mientras que en otras practica una represión
selectiva contra los sectores más concienciados o incluso más amplia
como en las represiones de manifestaciones y actos y las detenciones
intencionadas o aleatorias de participantes, o en la disciplina laboral
con el despido fulminante en el trabajo submergido, o en el trabajo
legal con sus contratos-basura que el explotador puede rescindir con
cualquiera de las miles de excusas que le permite la ley.
El poder adulto ha creado una especie de burbuja flexible en grado sumo
que impide a la mayoría de la juventud crear por ella misma una visión
de futuro que no sea la burguesa, de forma que muchos jóvenes envejecen
sociopolítica y éticamente antes de ser adultos porque ha sido castrado
su potencial para autoorganizarse y crear una visión no adulta. El
adulto, dicho a grandes rasgos, no se caracteriza por su edad sino por
su apatía e indiferencia intelectual y creativa, por su incapacidad
siquiera de imaginar el potencial de la heurística, cualidad
imprescindible para la emancipación humana. El adulto no piensa en base a
la relación presente-futuro sino sólo en la de pasado-presente, a lo
sumo llega a imaginar el futuro como el presente continuo mejorado en
sus formas pero intocable en su identidad eterna. Lo nuevo desquicia y
atemoriza al adulto porque lo viejo es la esencia de su presente.
La maleable flexibilidad de la burbuja que envejece en vida a la
juventud adquiere tantas formas como necesidades tenga el poder adulto
para reproducirse. Desde las amplias libertades consumistas de la
juventud burguesa hasta las modas intelectuales que distraen a la
juventud «inquieta», pasando por la gris y anodina vida diaria de la
masa juvenil trabajadora que deambula como un zombi en un mundo que no
entiende pero que lo ve como el único posible pese a sufrirlo. Atrapada
en este universo cerrado, asfixiante e incomprensible el grueso de la
juventud cree que las alternativas posibles son las que el sistema
adulto le ofrece, sean legales, alegales o ilegales. Por si fuera poco,
en muchos casos el sistema suele mostrar comprensión y tolerancia con
los «deslices juveniles» producidos de esa «enfermedad que se cura con
el tiempo» que se identifica con «el acné juvenil» de la juventud
«fogosa e inexperta», que «sentará cabeza» con los años, pues todos los
adultos la hemos sufrido incluso con alguna «añoranza»: «¡si tuviera
treinta años menos!».
Ahora bien, en la medida en que las contradicciones del capitalismo
destrozan la normalidad idílica y ficticia, multiplicando las tensiones e
injusticias, en esta medida tienden a aumentar los grupos juveniles
críticos. Solamente cuando se llega a este punto de ebullición social
podemos estudiar seriamente cómo funciona el poder adulto porque del
mismo modo en que solo la crisis sistémica descubre qué es el
capitalismo, también solo la crítica práctica juvenil descubre qué es el
poder adulto. En realidad, el nivel de malvivencia de la juventud
obrera y popular empezó a deteriorarse bastante antes de la crisis de
2007, pero era un empeoramiento apenas visible aunque real, por lo que
muy pocos colectivos juveniles y todavía menos de los adultos de
izquierda, levantaron la voz contra el ataque capitalista.
5. Cómo funciona el poder adulto
El poder adulto capitalista funciona en estrecha conexión con otros
poderes burgueses, y mantiene relaciones de autonomía relativa con
respecto al Estado. Sintetizándolo mucho, los otros poderes que
refuerzan al adulto son: el patriarcal, el educativo e ideológico, el
religioso, el laboral-empresarial y el estatal, que es en realidad el
centralizador estratégico de todos ellos. El Estado es a la vez el punto
de bóveda y la piedra basal del sistema en su conjunto.
Hay que decir que estos poderes o sub-poderes concretos están
integrados en el sistema total de dominación, opresión y explotación
capitalista, un sistema cualitativamente superior que engloba y dota de
sentido a los sub-poderes citados, integrados en el poder de clase del
capital. No son, ni pueden serlo, sistemas de explotación independientes
y ajenos a la lógica de la acumulación ampliada del capital: es esta la
que le determina estructuralmente en las grandes líneas de evolución, y
nunca a la inversa.
En sentido general, la interacción permanente entre poder adulto
capitalista y sistema patriarco-burgués es decisiva para garantizar la
producción de fuerza de trabajo adecuada a las necesidades productivas.
Incluso cuando se rompen las unidades familiares por divorcio de los
padres, o por cualquier otra razón, quedándose hijas e hijos bajo la
autoridad de las madres, incluso en estos casos no desaparece del todo
el poder patriarcal dentro del poder adulto al ser sustituido por el
poder maternal libre ya de la insoportable presencia del padre. Y no
desaparece del todo porque el sistema patriarco-burgués es una fuerza
social objetiva profundamente anclada en la estructura psíquica
dominante, en la ideología y en la cultura dominantes, y por desgracia
también en muchas mujeres. Tampoco debemos olvidar que alrededor de esas
«nuevas familias» uniparentales femeninas, en su círculo envolvente,
domina abrumadoramente el sistema patriarcal.
La institución familiar no puede ser definida al margen del modo de
producción existente en ese momento, y al margen de las ideas políticas,
sociales, religiosas, económicas de los padres y madres que dirigen esa
familia en la medida de sus posibilidades. La familia del comunismo
primitivo era totalmente diferente a la familia capitalista, lo mismo
que lo han sido las de los modos tributarios, esclavista y feudal. En
las sociedades basadas en la propiedad privada de las fuerzas
productivas, la familia es uno de los elementos claves en la
reproducción de esa forma injusta de propiedad, injusta y oprobiosa;
pero en estos modos de producción explotadores también existen algunas
familias no autoritarias, familias que se enfrentan a la opresión, que
intentar educar una juventud progresista y revolucionaria.
Aunque el poder educativo e ideológico está dado en la esencia misma
del poder adulto y patriarcal en todas las épocas, ahora nos referimos
tanto a los aparatos estatales y paraestatales, con todas sus gamas
intermedias, de educación e ideología, como a las empresas pequeñas o
grandes de la industria cultural con sus intereses empresariales
propios, incluidos los negocios religiosos de drogadicción espiritual.
En este marco de análisis, por educación entendemos el proceso
inacabable de adoctrinamiento en los valores de la civilización del
capital, que es más que en los valores del modo de producción
capitalista. Dado que la civilización es la síntesis social de un modo
de producción, los valores de los sub-poderes que facilitan su
reproducción ampliada -adulto, patriarcal, educativo, religioso,
etcétera,- son también componentes de esa síntesis, de esa civilización.
Ahora bien, lo fundamental desde la perspectiva histórica no es la
civilización en sí sino la matriz social que asegura internamente la
reproducción del modo de producción, en nuestro caso el capitalista.
Pues bien, el sistema educativo-ideológico burgués se entronca en la
matriz social capitalista mediante la diaria e invisible efectividad del
poder adulto reforzado por el poder patriarcal.
Patriarcado, educación e ideología facilitan sobremanera el ágil
desarrollo de la explotación empresarial. El poder adulto no solo
garantiza que la impronta de la sumisión inconsciente al capital
arraigue férreamente en la estructura psíquica de las clases y naciones
explotadas en los decisivos tiempos de la socialización primaria, sino
que además garantiza luego que el orden adulto tal como lo hemos
definido arriba sea aceptado acríticamente como el único posible y
razonable, no como el menos malo de entre varios, sino como el único
posible y por tanto necesario e incuestionable. La ideología que
mitifica al empresariado y denigra al pueblo trabajador es utilizada
durante la educación infantil, adolescente, juvenil y adulta como la
virtud en sí misma dentro de la síntesis social capitalista, acompañada
en escalones más bajos por valores precapitalistas como el sacerdocio,
la carrera militar, la nobleza, honores y cargos de toda índole dados
con liturgias feudales y tributarias, etcétera.
El poder adulto, además de educar a la juventud en la suprema virtud
burguesa, el empresario triunfador, también se sostiene en este mandato
ético y axiológico en cuanto que su existencia misma depende de la
aceptación de la dictadura del salario, es decir, el poder adulto sabe
que su supervivencia depende de la explotación asalariada presente y
futura, cuando la juventud deba dejarse explotar o deba buscar un
empresario que lo explote, aceptando sus leoninas condiciones. Para
asegurar su supervivencia, el poder adulto ha de comportarse con sus
hijos e hijas como un empresario especial: exigiendo la máxima
productividad cultural y simbólica en los estudios y en la vida
cotidiana para obtener más adelante el máximo salario posible.
Aunque las hijas e hijos se «independicen» formalmente de la unidad
familiar, en la mayoría inmensa de los casos los lazos de obediencia
paterno-filial perviven disfrazados de «amor filial» capitalista a los
padres. Estos lazos de dependencia afectiva presionan para que la hija y
el hijo ansíen «triunfar en la vida» y padezcan una sensación de
«fracaso vital» si no lo lograron. La sensación de fracaso les lleva a
estos a multiplicar las presiones sobre sus correspondientes hijos e
hijas para que al menos «triunfen» ellos. Se establece así una cadena
intergeneracional de dominación ideológica burguesa basada en la
exigencia de «triunfar en la vida» según el modelo empresarial, o al
menos de no «fracasar».
Mientras que los servicios públicos, los salarios diferidos, la
asistencia social para reducir la pobreza o mantenerla congelada, y los
salarios menos injustos, es decir, el keynesianismo y el mal llamado
Estado del bienestar (¿?) han estado vigentes, en estos decenios el
poder adulto ha reducido el contenido económico de la familia
trabajadora, que es una de las tres formas de la familia
patriarco-burguesa como institución central en la reproducción
capitalista. Pero con los ataques a las conquistas sociales descritas,
con la privatización generalizada, la familia trabajadora ha de volver a
cargar sobre sí funciones económicas directas e indirectas. Lo mismo
sucede con la familia pequeñoburguesa y de «clase media» que deben
suplir con su trabajo doméstico los recortes económicos y sociales.
Solamente la familia burguesa puede mantenerse libre de estas cargas.
Del mismo modo, las nuevas tareas culturales, formativas, de reciclaje
técnico y científico, de sumidero y colchón de las crecientes
frustraciones psicológicas, afectivas y sexuales causadas por las formas
de vida inherentes a la financiarización de la sociedad, estas y otras
funciones no solo no han desaparecido ni debilitado por la crisis, sino
que se han incrementado y en las peores condiciones imaginables al no
disponer de los recursos sociales públicos del keynesianismo, al
aumentar la precarización de la vida, el empobrecimiento, etcétera. Las
familias trabajadoras son las más golpeadas por estos cambios que
multiplican las tensiones intrafamiliares tradicionales de una
institución como la familia patriarco-burguesa, y a la vez añaden
tensiones nuevas que surgen de las nuevas formas de explotación flexible
generalizada y muy en especial de la precarización definitiva de la
existencia.
El cristianismo, en su versión católica, es un sólido anclaje simbólico
del poder adulto. Decimos simbólico más que material porque la lenta
laicización de la sociedad va penetrando con enervante lentitud en la
vida cotidiana de la familia autoritaria, en la que el poder material de
la drogadicción religiosa va cediendo. Sin embargo no desaparece su
poder simbólico que es permanentemente reforzado por la alianza
Iglesia-Estado. La religión cristiana tiene uno de sus mitos más
irracionales en la Sagrada Familia patriarcal, autoritaria, racista y
asexuada. Este mito está profundamente enraizado incluso en personas
laicas y hasta agnósticas con cierta cultura eurocéntrica porque expone
uno de los principios fundadores que la civilización del capital adaptó y
subsumió procedentes de civilizaciones precapitalistas, lo que
demuestra su efectividad en el mantenimiento del orden simbólico de la
familia patriarcal en la historia. Sin embargo en la matriz social
capitalista este mito, como el irracional dogma de la Virgen María, sólo
coadyuva muy superficialmente a la reproducción ampliada.
Un ejemplo de la efectividad simbólicamente castradora de la
irracionalidad de la Sagrada Familia y de la Virgen María lo tenemos en
las resistencias tenaces y hasta fanáticas del poder adulto y del
sistema patriarcal a permitir la libre práctica de la sexualidad
emancipada de las jóvenes, infinitamente más controlada que la de los
jóvenes. Las reaccionarias «asociaciones de padres de familia», apoyadas
por la alianza Iglesia-Estado, son sub-poderes obsesionados por
multiplicar la infelicidad y la miseria sexo-afectiva de la juventud
mediante el terror ético-moral inherente a la liberticida política
antisexual del cristianismo. Y eso que solo nos hemos limitado a la
parte del consentimiento por el poder adulto del ejercicio seguro y
libre, consciente, de la sexualidad juvenil. La siempre triste y
frecuentemente trágica miseria sexual y afectiva de la juventud -abortos
ilegales, nacimientos no deseados, enfermedades venéreas, ignorancia
del poder liberador de la sexualidad, miedos profundos, creciente
machismo juvenil con tópicos falocéntricos violentos y racistas,
etcétera- exige de una intensa pedagogía sexo-afectiva que también debe
realizarse en el interior de las familias: ¿cómo reaccionará el poder
adulto cuando se empiece a exigir la práctica que esta imprescindible
pedagogía?
6. Juventud revolucionaria e izquierda adulta
Como advertía Lenin, la juventud ha de aprender por sí misma, ha de
descubrir ella misma su camino al socialismo. Los adultos sólo podemos
aconsejarles para que no cometan los errores que nosotros cometimos,
para que los eviten y no los repitan. Siguiendo este premonitor y sabio
consejo leninista, cuyo desprecio ha acarreado funestas consecuencias a
las izquierdas en sus relaciones con la juventud revolucionaria, aquí
solo adelantamos algunas reflexiones críticas sobre las relaciones entre
la izquierda adulta y la juventud revolucionaria.
Primera: la juventud ha de pedir cuentas al poder adulto por sus
errores, cobardías y pasividad, por sus traiciones en los momentos
decisivos de lucha en los que los adultos abandonaron, se rindieron o
incluso colaboraron con el sistema explotador. La juventud obrera y
popular malvive hoy debido en gran medida a la cobardía, egoísmo y
pasividad de sus padres, que no se enfrentaron al sistema cuando este
les atacó, que no lucharon por ellos ni por sus hijas e hijos hasta
vencer. En los casos en los que sí hubo resistencia, y fueron muchos
aunque desconocidos, la juventud ha de saber por qué apenas les han
contado aquellas luchas, sus lecciones negativas y positivas, por qué no
les han transmitido la memoria de lucha y de heroísmo, y la conciencia
que a ella va unida. La juventud ha de saber que sus madres y padres
sufrieron derrotas honrosas, las que a pesar de todo generan ilusión y
ánimo de seguir luchando, de transmitir dignidad y orgullo; mientras que
las derrotas deshonrosas son aquellas que se producen por cobardía, por
egoísmo.
Segunda: la juventud debe generar una conciencia política y debe luchar
contra todo apoliticismo. La política, en su sentido revolucionario, es
la síntesis de la conciencia de libertad y de los medios necesarios
para lograrla. Hay que saber que son las personas llamadas apolíticas
las que deciden el resultado último de todo conflicto social, desde los
más pequeños a los más grandes, porque el apoliticismo es la expresión
más sibilina e invisible del poder alienante de la política
contrarrevolucionaria. Pero politizar la vida juvenil es abrir un
permanente campo de batalla en el interior de la cotidianeidad familiar,
laboral, estudiantil, social en su conjunto, ya que es chocar
frontalmente con la política adulta y con su careta apoliticista. Más
temprano que tarde la politización juvenil se enfrentará a las
reacciones de las fuerzas «progresistas» y «soberanistas» aliadas con la
izquierda revolucionaria, con la excusa de que el radicalismo juvenil
«espanta votos», «aleja a sectores menos concienciados», divide con
reivindicaciones «no urgentes», etcétera.
Tercera: la politización de la vida juvenil ha de girar alrededor de
tres ejes básicos, como mínimo: la propiedad, el poder y el deseo. Los
tres confluyen en el criterio decisivo de independencia juvenil del
poder adulto. En la medida en que la juventud no asuma la necesidad de
esta independencia, en esta medida nunca podrá emanciparse. Pero
llevadas a su radical coherencia, las tres cuestionan lo esencial del
poder adulto: la propiedad colectiva de la juventud sobre sí misma niega
la propiedad capitalista, adulta y patriarcal; el poder juvenil
revolucionario niega el poder estatal reaccionario que es la forma más
concentrada y decisiva del poder adulto-burgués; y el deseo, es decir,
la conciencia de libertad como necesidad deseada vitalmente en pleno
sentido, como deseo de felicidad y autorrealización plena, niega el
deseo burgués basado en la renuncia abierta o encubierta de la felicidad
como ideal de lucha. La política del deseo juvenil es el deseo juvenil
de la política, algo inaceptable por cualquier poder adulto, también de
la izquierda biológica y mentalmente envejecida.
Cuarta: la independencia juvenil sólo puede pensarse, sentirse y
desearse en la lucha misma por conseguirla, pero ello obliga a la
izquierda adulta a reabrir antiguos campos de lucha abandonados hace
tiempo porque sólo así puede ayudar a la juventud mediante dos avances:
uno, al reabrir aquellas luchas abandonadas recupera una memoria teórica
imprescindible que la juventud ha de actualizar y enriquecer; y otro,
hace un necesario ejercicio de autocrítica frente a la juventud
revolucionaria al reconocer que ella, la izquierda adulta, los ha dejado
de lado por diversas razones que debe explicar. La inagotable capacidad
juvenil no puede desarrollarse si desconoce el pasado de lucha de otras
organizaciones juveniles anteriores, de sus logros, conquistas y
derrotas honrosas. Los silencios y olvidos de la izquierda adulta con
respecto a lo que hizo cuando fue joven fortalecen al sistema opresor.
El silencio es reaccionario, la verdad es revolucionaria.
Quinta: la izquierda adulta tiene miedo a la verdad en todo lo
relacionado con la lucha juvenil aunque diga apoyarla. Lo hace en la
medida en que esa juventud renuncia a su independencia y acepta una
simple autonomía tolerada por la izquierda adulta, cuyo afán oculto o
abierto es atarla a su «aparato juvenil» interno, supeditado no solo a
su burocracia sino sobre todo a la mentalidad adulta de esa izquierda.
Un punto decisivamente crítico en el afán burocrático de sujeción de la
juventud es el de la pedagogía del derecho humano elemental a la
rebelión contra la injusticia. Una constante de la izquierda adulta es
la relativización de ese derecho, o su negación práctica con la excusa
de que ya no es necesario el ejercicio de la rebelión, de que la
«desobediencia civil pacífica» y las «vías democráticas» no son las
mejores vías sino las únicas aceptables. El poder adulto siempre ha
negado el derecho/necesidad juvenil a la rebelión, y la izquierda
pacifista no hace sino reforzar los efectos demoledores que la renuncia
al derecho elemental a la rebelión causa en la conciencia juvenil.
Sexta: la izquierda en proceso de envejecimiento mental y político ha
de aceptar que la insurgencia juvenil es un necesario proceso complejo,
múltiple e interactivo en sus tácticas variadas, práctica necesaria para
la formación de cuadros revolucionarios de edad adulta pero de
mentalidad joven. Sin insurgencia juvenil nunca se rejuvenecerá la
izquierda que se dice revolucionaria. Una juventud obediente y
mentalmente envejecida reproducirá los valores adultos aunque en su
forma «democraticista» pero nunca revolucionaria. La izquierda debe
ayudar a la rebelde emancipación juvenil impulsando todas aquellas
conquistas sociales que aceleren su independización: domicilios o casas
subvencionadas para que las y los jóvenes rompan con la cárcel de la
familia autoritaria y vivan colectivamente, en comunas o de cualquier
otra manera. El espacio convivencial libre de ingerencias controladoras
siempre ha sido una necesidad radical de todas las juventudes ya que es
en ese espacio libre en el que ella aprende de sus errores y de sus
aciertos.
Séptima: nunca la izquierda adulta ha comprendido la importancia
central de los espacios juveniles libres. Una señal alarmante de
estancamiento y retroceso de las revoluciones es la del aumento de las
restricciones legales para crear comunas juveniles, o peor la de su
clausura. Estas restricciones van unidas al lento o rápido
restablecimiento del poder patriarcal y de su familia tradicional, al
estancamiento o retroceso de las libertades sexo-afectivas, artísticas,
culturales, pedagógicas, etc., políticas en suma. En la sociedad
capitalista, la pasividad de la izquierda adulta en la conquista de
espacios convivenciales libres se muestra en la muy tímida política
urbanística, sobre la vivienda, sobre la propiedad del suelo, sobre la
ayuda a la iniciativa juvenil, etc. La izquierda apenas se atreve a
intervenir sobre las viviendas desocupadas con criterios
democrático-radicales en beneficio de la juventud y de cualquier familia
o persona necesitada. La izquierda siente pánico cuando se le plantea
racionalizar con varemos democrático-radicales el irracional mercado de
la vivienda y el poder de las constructoras y de la banca.
Octava: pero la conquista de espacios convivenciales libres del poder
adulto directo, además de una necesidad imperiosa en sí misma, debe ir
acompañada de otra serie de conquistas socioeconómicas que garanticen
materialmente la independencia juvenil para poder embarcarse en
experiencias comunales o de vida en pareja, o individual. La
disponibilidad de un salario lo menos injusto posible, seguro, etcétera,
es un requisito previo o paralelo a la vida colectiva. Del mismo modo,
la democratización educativa y cultural, la formación sexo-afectiva
libre y responsable, el restablecimiento de las libertades ahora
reprimidas, los medios de prensa juvenil interactiva y crítica, estas y
otras necesidades juveniles urgentes deben ser impulsadas por la
izquierda. Debe hacerlo respetando la independencia juvenil, proponiendo
y argumentando pacientemente y sobre todo mediante la pedagogía del
ejemplo, nunca buscando imponer y menos aún utilizando esas propuestas
como anzuelos para atrapar a jóvenes introduciéndolos en el cesto del
«aparato juvenil del partido».
Novena: la izquierda debe asumir que semejante cambio radical en la
intervención estratégica le generará tensiones con fuerzas
«progresistas» aliadas con las que tiene pactos electo-institucionales
que, según se dice, exigen cierta «moderación en el discurso». Llegados a
un nivel preciso de acción política sistemática en ayuda a la lucha
juvenil, la izquierda debe ser consciente del dilema al que se enfrenta:
o emancipación juvenil o votos adultos. Del mismo modo toda opción
incondicional por el gradualismo electo-institucional y pacífico siempre
termina ante el dilema entre lucha de clases o voto reformista, lucha
independentista o voto autonomista, lucha antipatriarcal o voto
patriarcal, lucha de masas en la calle o voto institucionalista,
etcétera, del mismo modo en que este dilema termina surgiendo, otro
tanto ocurre en el apoyo a la emancipación juvenil. La izquierda puede
intentar torear, sortear el dilema con oportunas maniobras tácticas pero
al final le será imposible mantener esa calculada ambigüedad.
Y décima, la juventud
revolucionaria tiene la virtud de la coherencia, de la sinceridad y de
la verdad. Cualquier izquierda que manipule, tergiverse, posponga u
oculte el ejercicio práctico de la verdad abrirá un abismo insondable
entre ella y la juventud militante. Algunas lo hicieron hace tiempo y
por eso han desaparecido o están en proceso de desguace. Otras lo acaban
de abrir y no parecen dispuestas a corregir ese error suicida.