El
camino que se quiere emprender es más capitalismo, esta vez de rostro
humano se nos viene a decir como apostilla inatacable del nuevo credo
Decir lo que la gente quiere oír, expresado
de modo sencillo y en binomios enfrentados que entren por los ojos es
la manera más adecuada de generar una riada de adeptos a una causa
política de nuevo cuño. Eso y tener a los medios de comunicación
abanicando tu rostro público día y noche.
En realidad, estamos ante el método por excelencia de la publicidad
comercial en combinación con la propaganda grosera de hacer acólitos en
otras esferas sociales, religiosas o de diverso signo ya sea éste
esotérico, costumbrista o de cultura de masas, esto es,
lanzar mensajes simples con gancho
que inviten al individuo en soledad a sumarse a un grupo determinado,
afín a sus intereses privados, estatus personal y necesidades naturales o
creadas en gran medida por el entorno en el que viva cada sujeto
concreto.
Todos recibimos las proclamas en soledad, aunque exista un bagaje
cultural previo que nos conecte al segmento al que se dirige cada
mensaje.
Ese lugar común sirve para interpretar lo que se nos quiere vender,
el objeto que debemos adquirir para salir de la soledad en que nos
hallamos inmersos ahora mismo. Comprar no es más que un impulso que nos
hace sentirnos menos solos, al vincularnos con una mercancía que colma
nuestros deseos externos e impulsos internos, al tiempo que ingresamos
en un club social de actores con roles similares a los nuestros: nos
vincula el objeto adquirido e idéntica capacidad de haber descifrado los
códigos secretos del mensaje publicitario.
Comprar (también ideas o proyectos políticos) es un camino seguro para burlar la soledad existencial,
una especie de sucedáneo o placebo de una vida profunda y un espíritu
crítico y libre. El capitalismo sabe perfectamente que el miedo a la
soledad es un elemento constitutivo del ser humano. Nos aterra sentirnos
solos: necesitamos del otro perentoriamente para que la vulnerabilidad
de nuestra condición sea más llevadera y menos perentoria o dramática.
Aproximarse al otro es un acto que realizamos por pura necesidad, con
naturalidad, sin prevenciones especiales o artificiales. Sin embargo,
la sociedad-mundo compleja que hoy habitamos ha desnaturalizado esa
realidad vital, desvirtuándola psicosocialmente
para así convertir al individuo aislado en un ente más maleable y sugestionable.
La soledad actual no se resuelve hablando sin más con el otro. Han
surgido mediaciones y procesos sibilinos que pretenden anular la
capacidad natural del ser humano de curar sus desajustes vitales con
remedios homeopáticos.
Tenemos que sanar nuestra soledad moral relacionándonos con otros virtuales: iconos culturales, símbolos psicológicos, marcas comerciales e ideas preelaboradas por los
mass media para calmar nuestra conciencia de irremediable existir a solas.
Cuando el vacío social, el hastío político y la crisis económica son
especialmente intensos, la soledad moral acusa un desgaste mayor, una
desazón que puede romper el orden establecido de muchas maneras.
Desde el suicidio a las actitudes críticas basadas en la razón, la pléyade de salidas es enorme.
Respuestas privadas y políticas puede haber muchas, no obstante el
caldo de cultivo de algunas encrucijadas históricas donde el horizonte
no dibuja ningún futuro halagüeño o un perfil comunitario deseable,
tiende a originar líderes mediáticos que recojan y expresen esas
zozobras con palabras amables y contundentes.
No son dirigentes que nazcan de la noche a la mañana ni por generación espontánea:
son opciones encubiertas del poder establecido (las sombras del poder)
para intentar recomponer la fractura o anomia social en un grupo de
feligreses,
fans o conmilitones donde la soledad moral
encuentre un vínculo afectivo con el otro también solo y al borde del
precipicio existencial.
No estamos ante un acontecimiento histórico singular nacido de la lucha social,
donde los agentes se van haciendo en la lucha cotidiana y en las ideas
que se van modificando, gestando y tomando cuerpo colectivamente en la
batalla sociopolítica. Este proceso permitiría conocer las realidades
contradictorias de las que emana el conflicto social, abriendo la
posibilidad de llegar mediante la razón y la crítica dialéctica a un
saber colectivo compartido.
El populismo quiere atajos, consignas, adhesiones, acción directa
que cree un campo magnético de emociones vitales para irradiar
eléctricamente a una multitud entregada a la causa. En teoría, los
populismos no tienen ideología precisa: hay que sentirlos tal cual y
consumirlos como un todo, esto es, por ejemplo,
podemos o no podemos,
un ser o no ser excluyente; no se nos brinda ni hay otra alternativa
para sortear nuestra enfermedad de soledad moral. O sí, el abismo
torticero de las castas diabólicas de la derecha más rancia y teatrera.
En los tiempos que nos ha tocado vivir, el capitalismo es el único
sistema que impera en el mundo, un modelo cerrado envuelto en una saya
grandiosa, la democracia.
No hay rival ideológico que oponer al sistema capitalista
aunque las crisis inducidas recurrentes y las guerras permanentes
locales o de baja intensidad (contra el terrorismo y otros fantasmas
imaginarios) demandarían un tipo de sociedad basada en presupuestos de
partida próximos o parecidos a las ideas comunistas, socialistas y/o
libertarias.
Sin embargo, el camino que se quiere emprender es más capitalismo,
esta vez de rostro humano se nos viene a decir como apostilla inatacable
del nuevo credo. Los populismos siempre se han basado en el sentido
común de una época dada. Y el sentido común siempre tiende a dejar las
cosas tal como manda la tradición o los cánones culturales comunes:
la plebe abajo y la elite arriba.
El latiguillo del sentido común ha jugado toda la vida en el equipo
de los ricos y explotadores, siendo la ideología predilecta de la gente
de bien, las clases medias urbanas y los intelectuales cooptados por el
sistema sometidos los tres factores sociales a los prejuicios inventados
y los intereses reales de la clase propietaria. El populismo hecho en
los laboratorios del poder o en los cenáculos subvencionados por los
medios de comunicación de masas no alumbrará izquierdas más pujantes y
trasformadoras. Tiempo al tiempo.
Las emociones muy intensas
suelen caer en el olvido tan rápidamente como vienen o surgen de la nada
(o de la coyuntura histórica).