Juan Pastor.
La realidad es injusta. La política busca compensar la injusticia de
la realidad con una sociedad justa. El capitalismo, sin embargo, es un
sistema injusto (dominación de una mayoría por una minoría, sumisión de
los intereses comunes a ciertos intereses privados), que nos lleva a una
sociedad injusta, y en ningún momento lo esconde, es más, justifica su
injusticia aludiendo a que es reflejo de la naturaleza (ley de la selva,
lucha por la supervivencia…). El capitalismo busca el beneficio de unos
pocos a costa de la mayoría (que unos pocos vivan muy bien y el resto
mal o muy mal). Para ello el capitalismo necesita privatizar: que sea de
unos pocos lo que antes era de todos [1]. Así funciona el capitalismo:
privatizar los beneficios (por ejemplo, la sanidad) y socializar las
pérdidas (por ejemplo, las de los bancos). No es de extrañar que la
política (la organización de la polis, es decir, de lo público, lo que
es de todos) quede sometida a la economía (la gestión de tu casa, es
decir, de lo privado).
¿Por qué seguimos aferrándonos al capitalismo si es un sistema
injusto que no para de generar deshechos humanos? ¿Por qué desconfiamos
de los políticos pero seguimos confiando en el capitalismo? Si el
capitalismo nos lleva a una sociedad injusta, ¿por qué preferimos
entonces una sociedad injusta, si ya Rawls nos mostró que lógicamente es
preferible una sociedad justa?
Pues porque no somos lógicos sino psicológicos.
La lógica y el sentido común son los grandes problemas de la
izquierda anticapitalista, porque no somos lógicos sino psicológicos, y
el capitalismo es muy débil lógicamente; pero es casi insuperable
psicológicamente, pues es muy difícil luchar contra una ilusión (estar
arriba, consumir como los ricos). El éxito del low cost pone de
manifiesto que tenemos que gastar menos pero no queremos consumir menos.
Es más fácil derrotar una idea que un deseo (triunfar, hacerse rico,
ser élite) o un sueño (el sueño americano). Si algo nos ha demostrado el
Estado de Bienestar es que el obrero deseaba ser burgués. Al menos
vivir como él (la envidia al burgués acaso sea mayor que el orgullo de
serlo). Por ello, creo que todo movimiento social contra el capitalismo
debe atacar no tanto su “lógica” (acumulación, crecimiento…) como su
“psicológica” (mostrar la falacia del “sueño americano”)
Algún día habrá que hablar de la importancia del cine de Hollywood en
la interiorización del sueño americano (en la construcción de
subjetividades capitalistas). A fin de cuentas, casi nadie se ha leído a
Milton Friedman; pero todos hemos visto Pretty Woman. Mientras haya
hombres que sueñen ser como Richard Gere (un tipo rico que ha triunfado
especulando y despidiendo trabajadores), mujeres que sueñen que se les
aparezca un Richard Gere que les salve, o mujeres y hombres dispuestos a
hacerle la pelota a quien sea que tenga dinero (espeluznante la escena
de los dependientes de una tienda de moda haciéndole la pelota a Julia
Roberts), el capitalismo seguirá siendo, para la mayoría de la
población, el menos malo de los sistemas políticos. ¿Es este el futuro
que quieren algunos para nuestro país, hacerle la pelota a cuanto
turista con dinero venga a visitarnos?
En el viejo sistema feudal, dos personas vivían bien, los señores, y
el resto, los siervos, luchaban penosamente por sobrevivir. El sistema
era inamovible: los hijos de los señores serían los nuevos señores y los
hijos de los siervos los nuevos siervos. El comunismo (y el anarquismo)
nos propone un mundo justo donde ya no habrá siervos ni señores, lo que
es irrefutable lógicamente. El capitalismo, por el contrario, mantiene
la injusticia feudal; pero nos promete que esta injusticia puede
favorecernos (el sueño americano es una promesa de éxito y ascenso
social), pues ahora ya no van a ser dos sino ocho los que van a vivir
muy bien, pues es indiscutible que el capitalismo genera riqueza, y
alguna de esas nuevas plazas para nuevos ricos puede ser nuestra si nos
esforzamos, si somos disciplinados, hacemos sacrificios y trabajamos
mucho y bien. La injusticia del capitalismo es su debilidad lógica, así
como su gran potencia psicológica: lógicamente es preferible una
sociedad justa; pero psicológicamente preferimos una sociedad injusta
porque queremos que esa injusticia nos favorezca (queremos vivir muy
bien, ser ricos [2]) y, lo que es más importante, creemos que la
injusticia nos va a favorecer.
Y lo creemos, entre otras cosas, además de por sesgos psicológicos
como la ilusión de invulnerabilidad (¿Quedarme fuera? Eso no me va a
suceder a mí) o un “optimismo ilusorio” cara al futuro que rompe el velo
de la ignorancia de Rawls, porque nos hemos creído (hemos
interiorizado) los grandes mitos, más bien falacias, del capitalismo: el
mito de la libertad de mercado (¿cómo podemos hablar de mercado libre
en un sistema dominado por monopolios y oligopolios?), el mito de la
igualdad (de oportunidades) y, sobre todo, el mito del self-made man, el
hombre hecho a sí mismo (el capitalismo no existe sin subjetividades
capitalistas). Hablo de ese hombre que se moldea a sí mismo… y solo; un
sujeto aislado, abismado en su crecimiento personal; un sujeto asocial y
ahistórico que busca solo, en soledad y a partir únicamente de su
voluntad individual, crecer y enriquecerse hasta alcanzar la mejor
versión de sí mismo. Hablo de un individuo narcisista que, en última
instancia, se realiza consumiendo, no sólo productos y servicios sino
además experiencias e identidades. Como no puede ser de otra manera, el
capitalismo es el terreno en el que más y mejor crecerá este “hombre
hecho a sí mismo”; por ejemplo: realizándose en su puesto de trabajo. La
contribución de cierta psicología, pensemos en ese género literario que
son los libros de autoayuda, a la interiorización de este mito es
incuestionable.
El capitalismo se basa en la competición y el beneficio (económico y a
corto plazo), conceptos que aparecen ligados: si te esfuerzas, compites
y ganas (si triunfas), llegarás a rico. No olvidemos que con el
capitalismo ya no hay ricos y pobres sino vencedores y perdedores
(losers). Y mientras haya personas que admiren a los triunfadores
(empresarios, ladrones, futbolistas), el capitalismo seguirá siendo un
muerto que goce de una envidiable salud.
Algún día habrá que hablar del deporte, tan sospechosamente parecido a
la vida. En el deporte, como en la vida, uno gana y el resto pierde, y
además, como dice la canción de Abba, el ganador se lo lleva todo. Nos
dicen que el deporte es una buena manera de educar a los niños. Y es
cierto, por su extraordinario parecido con nuestra forma de vida
capitalista: la mayoría se quedará por el camino; pero los ganadores
ganarán mucho dinero en muy poco tiempo. El deporte es una buena manera
de convertir niños solidarios y cooperativos en adultos egoístas y
competitivos. El modelo a seguir por nuestros niños es Cristiano
Ronaldo, un tipo egoísta, egocéntrico, ególatra… pero, eso sí,
extremadamente competitivo; todo un ganador. Esto es lo que necesitamos
para salir de la crisis: menos artistas y más deportistas. No creo
equivocarme si digo que tipos como José Mouriño o Lance Armstrong, para
los que sólo importa ganar, sea como sea, pues el fin justifica los
medios, son tan representativos del capitalismo actual como Emilio
Botín, Milton Friedman o George Soros.
Todo esto puede ayudar a explicar por qué a menudo los obreros votan a
sus enemigos: no quieren pertenecer al club de los obreros, desprecian a
los suyos más aún que los propios burgueses (la envidia a los ricos
acaso sea más fuerte que el orgullo de serlo). Por eso, mientras haya
obreros, o hijos de obreros, que se avergüencen de su condición,
mientras el sueño de tantos ciudadanos sea que les toque la lotería para
poder vivir como los ricos, a poder ser de las rentas, la muerte del
capitalismo seguirá siendo una noticia notablemente exagerada. Una
imprescindible solidaridad entre perdedores sólo será posible cuando
comencemos, de una vez por todas, a aceptar nuestra derrota, lo que
exige dejar de lado engaños del tipo: es sólo una mala racha, una
crisis, nunca llovió que no parase…
Los noventa no van a volver. Ni para mí que entonces era guapo y las chicas me miraban por la calle, ni para nadie.
Y si hay alguien que aún cree ingenuamente que somos muchos, incluso
mayoría, por el hecho de que las calles se llenen de gente, plantearía
lo siguiente… ¿Cuántos de los indignados lo que están en realidad es
frustrados porque han sido educados para consumir pero no podrán
hacerlo, porque han sido formados para ser élites pero no tendrán un
trabajo acorde con su formación, luego no podrán vivir y consumir como
habían soñado; porque son gente de clase media que soñaba ser clase alta
y se encuentra ante la cada vez más seria posibilidad de convertirse en
clase baja? Recuerdo que los indignados no eran antisistema sino
‘arreglasistema’ (No somos antisistema, el sistema es antinosotros), y
si estaban indignados era porque no se rescataba al Estado del
Bienestar, esa apuesta estratégica para salvar el capitalismo y
enfrentar la amenaza soviética. De hecho, siempre he percibido cierta
añoranza por los tiempos de bonanza económica anteriores a la crisis.
Los jóvenes del Mayo francés no querían ser como sus padres; los jóvenes
del Mayo español lo que querían era vivir como los suyos, para lo que
necesitaban salvar el capitalismo, reformarlo para poder participar de
él. 15m: reinicia el sistema. No se trata de cambiar el sistema
capitalista sino de reiniciarlo, pues se ha producido un error del
sistema y se han olvidado de invitarnos a la fiesta del consumo, fiesta
que llevamos esperando desde niños.
Notas
1. Lo que es de todos no es de nadie y no se gestiona eficientemente,
mejor que la propiedad sea privada, así el individuo, que es egoísta,
al buscar su propio beneficio lo gestionará mejor, lo que, por la mano
invisible del mercado, redundará en el beneficio general.
2. Hablo de los demás, claro, no de mí.