Por Samir Amin.
Los
debates sobre el presente y el futuro de China (un poder “emergente”)
no me acaban de convencer. Algunos sostienen que China ha emprendido, de
una vez por todas, el “camino capitalista” y se propone incluso
acelerar su integración en la globalización capitalista contemporánea.
Satisfechos con dicha conclusión sólo esperan que esta “vuelta a la
normalidad” (el capitalismo, el “fin de la historia”) se acompañe del
desarrollo de la democracia al estilo occidental (múltiples partidos,
elecciones, derechos humanos). Creen (o necesitan creer) en la
posibilidad de que China alcance en términos de renta per cápita a las
sociedades opulentas de Occidente, aunque sea poco a poco, algo que yo
creo imposible. La derecha china secunda este punto de vista. Otros se
lamentan por lo mismo en nombre de los valores de un “socialismo
traicionado.” Hay quienes repiten las expresiones dominantes de la
práctica del “China de bashing”1 en Occidente. Y otros,
(quienes están en el poder en Beijing) describen el camino elegido como
“socialismo al estilo chino”, sin precisar más. Sin embargo, se pueden
discernir sus características mediante la lectura detallada de los
textos oficiales, sobre todo la de los planes quinquenales, que son
precisos y aplicados muy en serio.
De
hecho la pregunta, “¿Es China capitalista o socialista?” está mal
planteada, es demasiado general y abstracta para que cualquier respuesta
tenga sentido en términos absolutos. De hecho, China ha venido
siguiendo una vía original desde 1950, e incluso desde la Revolución de
los Taiping en el siglo XIX. Trataré aquí de aclarar la naturaleza de
esta ruta original en cada una de las etapas de su desarrollo, desde
1950 hasta la actualidad -2013.
La cuestión agraria
Mao
describió la naturaleza de la revolución llevada a cabo en China por su
Partido Comunista como una revolución anti-imperialista/anti-feudal que
caminaba hacia el socialismo. Mao nunca supuso que, después de
encargarse del imperialismo y el feudalismo, los chinos hubiesen
“construido” una sociedad socialista. Siempre caracterizó esta
construcción como la primera fase del largo camino hacia el socialismo.
Debo
destacar el carácter altamente específico de la respuesta dada a la
cuestión agraria por la Revolución China. La tierra (agrícola)
distribuida no se privatizó, sino que mantuvo la propiedad de la nación
representada por las comunas rurales y se concedió a las familias
campesinas su uso. Este no fue el caso de Rusia, donde Lenin, ante el
hecho consumado de la insurrección campesina de 1917, reconoció la
propiedad privada de los beneficiarios de la distribución de la tierra.
¿Por
qué la aplicación del principio de que la tierra agrícola no es un bien
comerciable fue posible en China (y Vietnam)? Se repite constantemente
que los campesinos de todo el mundo suspiran por la propiedad, sin más.
Si ese hubiese sido el caso de China, la decisión de nacionalizar la
tierra habría conducido a una interminable guerra con los campesinos,
como sucedió cuando Stalin comenzó la colectivización forzosa en la
Unión Soviética.
La
actitud de los campesinos de China y Vietnam (y de ningún otro país) no
puede ser explicada por una supuesta “tradición” que ignorase la
propiedad. Es el producto de una línea política inteligente y
excepcional implementada por los partidos comunistas de ambos países.
La
Segunda Internacional dio por sentada la aspiración inevitable de los
campesinos a la propiedad, lo suficientemente real en la Europa del
siglo XIX. Durante la larga transición europea del feudalismo al
capitalismo (1500-1800), las incipientes formas feudales
institucionalizadas de acceso a la tierra a través de los derechos
compartidos entre rey, señores y siervos campesinos se había disuelto
gradualmente siendo reemplazada por propiedad privada burguesa moderna,
que trata la tierra como una mercancía, un bien del que el propietario
puede disponer libremente (comprar y vender). Los socialistas de la
Segunda Internacional aceptaron este hecho consumado de la “revolución
burguesa”, aunque lo criticaran.
También
pensaban que la pequeña propiedad campesina no tenía futuro, que estaba
en las grandes empresas agrícolas mecanizadas siguiendo el modelo de la
industria. Pensaban que el desarrollo capitalista por sí mismo llevaría
a una gran concentración de la propiedad, así como a las formas más
eficaces de explotación (ver los escritos de Kautsky sobre este tema).
La historia demostró que estaban equivocados.
La
agricultura campesina dio paso a la agricultura familiar capitalista en
un doble sentido: una que produce para el mercado (siendo el
autoconsumo insignificante) y otra que hace uso de equipos modernos,
insumos industriales, y crédito bancario. Es más, esta agricultura
familiar capitalista ha resultado ser muy eficiente si se compara con
las grandes explotaciones, en términos de volumen de producción por
hectárea y por trabajador/año. Esta observación no excluye el hecho de
que el agricultor capitalista moderno es explotado por el capital
monopolista generalizado, que controla el abastecimiento por arriba de
los insumos y el crédito y por abajo, la comercialización ulterior de
los productos. Estos agricultores se han convertido en subcontratistas
del capital dominante.
Por
lo tanto, (erróneamente) persuadidos de que la gran empresa siempre es
más eficiente que la pequeña en todas las áreas de la industria, los
servicios y la agricultura, los socialistas radicales de la Segunda
Internacional, asumieron que la abolición de la propiedad de la tierra
(la nacionalización de la tierra) podría permitir la creación de grandes
granjas socialistas (análogos a los futuros sovjoses y koljoses
soviéticos). Sin embargo, no fueron capaces de poner esas medidas a
prueba puesto que la revolución no estaba en el orden del día en sus
países (los centros imperialistas).
Los
bolcheviques aceptaron estas tesis hasta 1917. Contemplaban la
nacionalización de las grandes propiedades de la aristocracia rusa,
dejando la propiedad de las tierras comunales a los campesinos. Sin
embargo, fueron sorprendidos más adelante por la insurrección campesina,
que se apoderó de los latifundios.
Mao
extrajo conclusiones de este hecho y desarrolló una línea completamente
diferente en la acción política. A principios de la década de 1930 en
el sur de China, durante la guerra civil de la liberación, Mao basa la
creciente presencia del Partido Comunista en una sólida alianza con los
campesinos pobres y sin tierra (la mayoría), mantuvo relaciones
amistosas con los campesinos medios y aisló a los campesinos ricos en
todas las etapas de la guerra, sin llegar a antagonizar con los mismos.
El éxito de esta línea prepara a la gran mayoría de la población rural a
considerar y aceptar una solución a sus problemas que no pasase por la
propiedad privada de las tierras adquiridas a través de la
distribución.
Creo
que las ideas de Mao y su implementación exitosa, tienen sus raíces
históricas en la Revolución de los Taiping del siglo XIX. Así Mao tuvo
éxito donde el Partido bolchevique había fracasado: en el
establecimiento de una sólida alianza con la gran mayoría rural. En
Rusia, el hecho consumado del verano 1917 eliminó posteriores
posibilidades de una alianza con los campesinos pobres y medios contra
los ricos (los kulaks), ya que los primeros estaban ansiosos por
defender su propiedad privada adquirida y, por tanto, prefirieron seguir
a los kulaks en lugar de a los bolcheviques.
Esta
“especificidad China” (cuyas consecuencias tienen gran importancia),
nos impide caracterizar la China contemporánea (incluso en 2013) como
“capitalista”, porque el camino capitalista se basa en la transformación
de la tierra en una mercancía.
Presente y futuro de la pequeña producción
Sin
embargo, una vez que se acepta este principio, las formas de uso de
este bien común (la tierra de las comunidades de las aldeas) pueden ser
muy diversa. Para entenderlo, debemos ser capaces de distinguir entre
pequeña producción y pequeña propiedad.
La
pequeña producción (campesina y artesanal) ha dominado la producción en
todas las sociedades del pasado. Ha conservado un lugar importante en
el capitalismo moderno, ahora vinculado a la pequeña propiedad en la
agricultura, los servicios, e incluso en ciertos sectores de la
industria. Ciertamente, en la tríada dominante del mundo contemporáneo
(Estados Unidos, Europa y Japón) está retrocediendo. Un ejemplo de ello
es la desaparición de las pequeñas empresas y su sustitución por las
grandes operaciones comerciales. Sin embargo, esto no quiere decir que
este cambio sea “progresista”, incluso en términos de eficiencia, y con
mayor razón si se tienen en cuenta las dimensiones sociales, culturales y
civilizacionales. De hecho, es un ejemplo de la distorsión producida
por la dominación de los monopolios rentistas. Por lo tanto, tal vez en
un futuro socialismo el lugar de la pequeña producción sea llamado a
reanudar su importancia.
En
la China contemporánea, en todo caso, la pequeña producción (no
necesariamente vinculada a la pequeña propiedad) mantiene un lugar
importante en la producción nacional, no sólo en la agricultura sino
también en amplios sectores de la vida urbana.
China
ha experimentado muy diversas formas de uso de la tierra como bien
común, incluso contradictorias. Tenemos que discutir, por un lado, la
eficiencia (el volumen de la producción de una hectárea por trabajador /
año) y, por otro, la dinámica de las transformaciones puestas en
marcha. Estas formas pueden reforzar las tendencias hacia el desarrollo
capitalista, que terminaría poniendo en duda el carácter no mercantil de
la tierra, o pueden ser parte del desarrollo en una dirección
socialista. Estas preguntas sólo pueden responderse a través del examen
concreto de las formas en cuestión, ya que se llevaron a cabo en
momentos sucesivos de desarrollo de China, desde 1950 hasta el presente.
Al
principio, en la década de 1950, la forma adoptada era la pequeña
producción familiar combinada con formas más simples de cooperación para
la gestión del riego, trabajo que requiere la coordinación y el uso
común de ciertos equipos. Esto se asoció con la inserción de esa pequeña
producción de la familia en una economía estatal que mantiene el
monopolio de la compra de la producción destinada al mercado y la oferta
del crédito e insumos, todos ellos en función de los precios previstos
(decididos por el centro).
La
experiencia de los municipios tras la creación de las cooperativas de
producción en la década de 1970 está llena de lecciones. No es
necesariamente una cuestión de pasar de la pequeña producción a las
grandes explotaciones, aunque la idea de la superioridad de estas
últimas inspiró a algunos de sus seguidores. Lo esencial de esta
iniciativa se originó en la aspiración a la construcción del socialismo
descentralizado. Las comunas no sólo tenían la responsabilidad de la
gestión de la producción agrícola de un pueblo grande o de un colectivo
de pueblos y aldeas (esta organización en sí era una mezcla de las
formas de la pequeña producción familiar y de una ambiciosa producción
especializada), sino que también proporcionó un marco más amplio: ( 1)
unir las actividades industriales que empleaban a los campesinos
disponibles en ciertas épocas del año, (2) la articulación de las
actividades económicas productivas, junto con la gestión de los
servicios sociales (educación, salud, vivienda), y (3) el inicio de la
descentralización de la administración política de la sociedad. Como
había previsto la Comuna de París, el Estado socialista se convertiría,
al menos parcialmente, en una federación de comunas socialistas.
Sin
lugar a dudas, en muchos aspectos, las comunas eran algo avanzado para
su tiempo y la dialéctica entre la descentralización del poder de
decisión y la centralización asumida por la omnipresencia del Partido
Comunista no siempre funcionó sin problemas. Sin embargo, los resultados
registrados están lejos de haber sido desastrosos, como nos quiere
hacer creer la derecha. La comuna de la región de Beijing, que se
resistió a la disolución del sistema, sigue registrando excelentes
resultados económicos vinculados a la persistencia de debates políticos
de alta calidad, que desaparecieron en otros lugares. Los proyectos
actuales de “reconstrucción rural”, implementado por las comunidades
rurales de varias regiones de China, parecen estar inspirados en la
experiencia de las comunas.
La
decisión de disolver las comunas, tomada por Deng Xiaoping en 1980
reforzó la pequeña producción familiar, que ha sido la forma dominante
durante las tres décadas siguientes. Sin embargo, la envergadura de los
derechos de los usuarios (comunas rurales y unidades familiares) se ha
ampliado considerablemente. Los titulares de los derechos de uso de la
tierra pueden “alquilar” la tierra (pero nunca “venderla”), ya sea a
otros pequeños productores, facilitando así la emigración a las
ciudades, en especial de los jóvenes educados que no quieren permanecer
en ámbitos rurales o a empresas organizadoras de una gran hacienda
remodelada (nunca un latifundio, que no existe en China, aunque son
considerablemente más grandes que las granjas familiares). Estas
fórmulas son el medio utilizado para fomentar la producción
especializada (como el vino de calidad, para el que China ha pedido la
colaboración de expertos de Borgoña) o para probar nuevos métodos
científicos (OGM y otros).
“Aprobar”
o “rechazar” la diversidad de estos sistemas, a priori, no tiene
sentido, en mi opinión. Una vez más, el análisis concreto de cada uno de
ellos, tanto en el diseño como en la realidad de su aplicación, es
imprescindible. El hecho es que la diversidad creativa de las formas de
uso de la tierra ha llevado a resultados increíbles. En primer lugar, en
términos de eficiencia económica, aunque la población urbana ha crecido
del 20% al 50% de la población total, China ha logrado aumentar la
producción agrícola para mantener el ritmo de las gigantescas
necesidades de la urbanización. Es un resultado notable y excepcional,
sin precedentes en los países del Sur “capitalista”. Ha preservado y
fortalecido su soberanía alimentaria, a pesar de partir de una
desventaja importante: su agricultura alimenta al 22% de la población
mundial razonablemente bien aunque sólo tiene el 6% de la tierra
cultivable del mundo. Además, en cuanto a la forma (y el nivel) de la
vida de las poblaciones rurales, los pueblos chinos ya no tienen nada
que ver con lo que sigue siendo dominante en el resto del tercer mundo
capitalista. Las estructuras permanentes, cómodas y bien equipadas, son
un contraste llamativo, no sólo con la antigua China, del hambre y la
pobreza extrema, sino también con las formas extremas de pobreza que
todavía dominan el campo de la India o África.
Los
principios y las políticas implementadas (la tierra poseída en común y
el apoyo a la pequeña producción sin pequeña propiedad) son los
responsables de estos resultados inigualables. Han hecho posible una
migración rural-urbana relativamente controlada. Compárese con el camino
capitalista, en Brasil, por ejemplo. La propiedad privada de la tierra
agrícola ha vaciado el campo de Brasil y hoy sólo el 11% de la población
del país es rural. Pero al menos el 50% de los residentes urbanos viven
en barrios pobres (favelas) y sobreviven gracias a la “economía
informal” (incluida la delincuencia organizada). En China no existen
situaciones semejantes, la población urbana está, en su conjunto,
adecuadamente empleada y alojada, incluso en comparación con muchos
“países desarrollados”, ¡sin mencionar a aquellos en los que el PIB per
cápita es semejante al chino!
El
traslado de la población desde un campo chino muy densamente poblado
(sólo alcanza niveles semejantes en Vietnam, Bangladesh y Egipto) era
esencial. Mejoró las condiciones de la pequeña producción rural,
permitió contar con más suelo. Esta transferencia, aunque relativamente
controlada (una vez más, nada es perfecto en la historia de la
humanidad, ni en China ni en ningún otro sitio), esconde tal vez la
amenaza de ser demasiado rápida. Es lo que se discute en China.
El capitalismo de Estado chino
La
primera etiqueta que viene a la mente para describir la realidad china
es el capitalismo de Estado. Muy bien, pero esta etiqueta sigue siendo
vaga y superficial, si no analizamos el contenido específico.
De
hecho, es capitalismo en el sentido de que la relación con la que se
topan los trabajadores sometidos por las autoridades que organizan la
producción es similar a la que caracteriza al capitalismo: el trabajo
sumiso y alienado, la extracción del trabajo excedente. Existen formas
brutales de explotación extrema de los trabajadores en China, como en
las minas de carbón o en el vertiginoso ritmo de los talleres que
emplean a mujeres. Es un escándalo para un país que afirma querer seguir
adelante en el camino hacia el socialismo. Sin embargo, el
establecimiento de un régimen de capitalismo de Estado es inevitable, y
lo seguirá siendo en todas partes. Ni los países capitalistas
desarrollados podrán entrar en un camino socialista (que no está en la
agenda visible hoy en día) sin pasar a través de esta primera etapa. Se
trata de la fase preliminar en el compromiso potencial de cualquier
sociedad para liberarse del capitalismo histórico en el largo camino
hacia el socialismo / comunismo. La socialización y la reorganización
del sistema económico a todos los niveles, desde la empresa (la unidad
primaria) hasta la nación y el mundo, requieren de una larga lucha
durante un período de tiempo histórico que no puede ser acortado.
Más
allá de esta reflexión preliminar, se debe describir concretamente el
capitalismo de Estado en cuestión extrayendo la naturaleza y el proyecto
del Estado, porque no hay un solo tipo de capitalismo de Estado, sino
muchos diferentes. El capitalismo de Estado de Francia de la Quinta
República desde 1958 hasta 1975 fue diseñado para servir y fortalecer
los monopolios privados franceses, no para introducir al país en un
camino socialista.
El
capitalismo de estado chino fue construido para lograr tres objetivos:
(i) construir un moderno sistema industrial integrado y soberano, (ii)
gestionar la relación de este sistema con la pequeña producción rural, y
(iii) controlar la integración de China en el sistema mundial, dominado
por los monopolios de la tríada imperialista (Estados Unidos, Europa,
Japón). La consecución de estos tres objetivos prioritarios es
inevitable. En consecuencia, permite avanzar en el largo camino hacia el
socialismo, pero, al mismo tiempo refuerza la tendencia a abandonar esa
posibilidad en favor de la consecución del desarrollo capitalista, puro
y simple. Hay que aceptar que este conflicto es inevitable y siempre
presente. La pregunta, por tanto, es la siguiente: ¿Cuáles son las
opciones concretas de China a favor de una de las dos vías?
El
capitalismo de estado chino requiere, en su primera fase (1954-1980),
la nacionalización de todas las empresas (junto a la nacionalización de
las tierras agrícolas), grandes y pequeñas por igual. Luego sigue una
apertura a la iniciativa privada, nacional y / o extranjera, y la
liberalización de la pequeña producción rural y urbana (pequeñas
empresas, comercio, servicios). Sin embargo, las grandes industrias
básicas y el sistema de crédito que se establecieron en el período
maoísta no se desnacionalizaron, aunque se han modificado las formas de
organización de su integración en una economía de “mercado”. Esta
elección se acompañó del establecimiento de medios de control de la
iniciativa privada y del potencial de asociación con capital extranjero.
Queda por ver hasta qué punto estos medios cumplen con las funciones
asignadas o, por el contrario, se han convertido en cáscaras vacías, y
la connivencia con el capital privado (a través de la “corrupción” de la
gestión) ha tomado la delantera.
Lo
que el capitalismo de Estado chino ha logrado entre 1950 y 2012 es
sencillamente increíble. De hecho, tuvo éxito en la construcción de un
sistema productivo moderno soberano e integrado en un país gigantesco,
algo comparable sólo con los Estados Unidos. Ha logrado dejar atrás la
dependencia tecnológica inicial (de la importación de modelos
occidentales, o soviéticos) a través del desarrollo de su capacidad para
producir descubrimientos tecnológicos. Sin embargo, no ha iniciado
(¿todavía?) la reorganización del trabajo desde la perspectiva de la
socialización de la gestión económica. El Plan (y no a la “apertura”) ha
seguido siendo el medio fundamental para la aplicación de esta
construcción sistemática.
En
la fase maoísta de la planificación del desarrollo, el Plan se mantuvo
imprescindible en todos los detalles: la naturaleza y la ubicación de
las nuevas inversiones, los objetivos de producción y los precios. En
esa etapa era posible, y no existía otra alternativa razonable.
Mencionaré, sin profundizar más, el interesante debate mantenido en este
período sobre si la ley del valor apuntala la planificación. El éxito
(y no el fracaso) de esta primera fase requiere alterar los medios para
llevar a cabor un proyecto de desarrollo acelerado. La “apertura” a la
iniciativa privada, desde 1980, pero sobre todo desde 1990 era necesaria
a fin de evitar el estancamiento, algo fatal para la URSS. A pesar de
que esta apertura coincidió con el triunfo de la globalización
neo-liberal (con todos los efectos negativos de esta coincidencia, a los
que volveremos) la elección de un “socialismo de mercado”, o mejor aún,
de un “socialismo con mercado “, fue fundamental para esta segunda fase
de desarrollo acelerado y en mi opinión está en gran medida
justificado.
Los
resultados de esta elección son, una vez más, sencillamente increíbles.
En unas pocas décadas, China ha logrado una urbanización productiva,
industrial, que reúne a 600 millones de seres humanos, dos tercios de
los cuales se urbanizaron en las últimas dos décadas (¡casi igual que la
población de Europa!). Se logró gracias al Plan y no al mercado. China
ahora cuenta con un sistema productivo verdaderamente soberano. Ningún
otro país del Sur (con excepción de Corea y Taiwan) ha tenido éxito en
hacer esto. En la India y Brasil, sólo hay unos pocos elementos aislados
de un proyecto soberano semejante, nada más.
Los
métodos para el diseño y la ejecución del Plan se han transformado en
estas nuevas condiciones. El Plan sigue siendo obligatorio para las
grandes inversiones de infraestructuras que requiere el proyecto:
viviendas para 400 millones de nuevos habitantes urbanos en condiciones
adecuadas, la construcción de una red sin igual de autopistas,
carreteras, vías férreas, presas y plantas de energía eléctrica, para
abrir todo o casi todo el campo chino, y para la transferencia del
centro de gravedad del desarrollo de las regiones costeras al oeste
continental. El Plan también sigue siendo imprescindible, al menos en
parte, para los objetivos y los recursos financieros de las empresas
públicas (del Estado, provincias y municipios). En cuanto al resto,
apunta posibles y probables objetivos para la expansión de la pequeña
producción mercantil urbana, así como la expansión de actividades
industriales. Estos objetivos se toman en serio y se especifican los
recursos políticos y económicos necesarios para su realización. En
general, los resultados no son muy diferentes de las predicciones
“planificadas”.
El
capitalismo de Estado chino ha integrado en su proyecto el desarrollo
de una dimensión social visible (no digo “socialista”). Estos objetivos
ya estaban presentes en la era maoísta: la erradicación del
analfabetismo, la atención básica de salud para todos, etc… En la
primera parte de la fase post-maoísta (los años 1990), la tendencia fue,
sin duda, la de descuidar la búsqueda de estos esfuerzos. Sin embargo,
cabe señalar que desde entonces la dimensión social del proyecto ha
recuperado su lugar y, en respuesta a los movimientos sociales activos y
poderosos, se espera que siga progresando. La nueva urbanización no
tiene paralelo en ningún otro país del Sur. Es cierto que hay barrios
“chic” y otros que no son nada opulentos, pero no hay barriadas pobres,
que en el resto de las ciudades del tercer mundo se han seguido
ampliando.
La integración de China en la globalización capitalista
No
podemos continuar el análisis del capitalismo de Estado chino
(denominado “socialismo de mercado” por el gobierno) sin tener en cuenta
su integración en la globalización.
El
mundo soviético había previsto una desconexión del sistema capitalista
mundial, complementando esa desconexión mediante la construcción de un
sistema socialista integrado que abarcaba la URSS y Europa del Este. La
URSS logró esta desvinculación, en gran medida impuesta por la
hostilidad de Occidente, incluso culpando al bloqueo de su aislamiento.
Sin embargo, el proyecto de integración de Europa del Este no avanzó
mucho, a pesar de las iniciativas del COMECOM. Las naciones de Europa
del Este se quedaron en posiciones inciertas y vulnerables, y a partir
de 1970 parcialmente desvinculadas, sobre unas bases estrictamente
nacionales y abiertas parcialmente a Europa Occidental. Nunca hubo una
integración URSS-China, no sólo porque el nacionalismo chino no la
habría aceptado, pero aún más porque las tareas prioritarias de China no
lo requerían. La China maoísta se desvinculó a su manera. ¿Hay que
decir que, mediante la reintegración en la globalización a partir de la
década de 1990, ha renunciado plena y definitivamente a esta
desvinculación?
China
entró en la globalización en los años 1990 mediante la senda del
desarrollo acelerado de las exportaciones de manufacturas, posibles para
su sistema productivo, dando prioridad a las exportaciones cuyas tasas
de crecimiento superaban al crecimiento del PIB. El triunfo del
neoliberalismo, favoreció el éxito de esta opción durante quince años
(1990-2005). La búsqueda de esta elección es cuestionable, no sólo por
sus efectos políticos y sociales, sino también porque se ve amenazada
por la implosión del capitalismo globalizado neoliberal, que comenzó en
2007. El gobierno chino parece ser consciente de ello y comenzó muy
pronto a intentar una corrección dando mayor importancia al mercado
interno y al desarrollo del oeste de China.
Decir,
como se oye hasta la saciedad, que el éxito de China se debe atribuir
al abandono del maoísmo (cuyo “fracaso” era obvio), a la apertura al
exterior y la entrada de capital extranjero es, sencillamente, una
idiotez. La construcción maoísta puso en marcha la base sin la cual la
apertura no hubiera logrado el éxito que ha logrado. La comparación con
la India, que no ha hecho una revolución semejante, lo demuestra. Decir
que el éxito de China se debe principalmente (incluso “completamente”) a
las iniciativas de capital extranjero el igualmente ridículo. El
capital multinacional no construyó el sistema industrial de China ni ha
logrado la urbanización y la construcción de infraestructuras. El éxito
es en el 90% atribuible al proyecto chino soberano. Sin duda, la
apertura al capital extranjero ha cumplido funciones útiles: ha
incrementado la importación de tecnologías modernas. Pero, debido a sus
métodos de asociación, China absorbió estas tecnologías y ahora domina
su desarrollo. No existe una situación parecida en ningún otro sitio, ni
en la India o Brasil, ni en Tailandia, Malasia, Sudáfrica u otros
lugares.
La
integración de China en la globalización se ha mantenido, además,
parcial y controlada (o al menos controlable, si se quiere decirlo así).
China se ha mantenido al margen de la globalización financiera. Su
sistema bancario es enteramente nacional y se centra en el mercado de
crédito interno del país. La gestión del yuan sigue siendo materia de
toma de decisiones soberanas de China. El yuan no está sujeto a los
vaivenes de las bolsas flexibles que la globalización financiera impone.
Beijing puede decirle a Washington que “el yuan es nuestro dinero y
vuestro problema”, al igual que Washington dijo a los europeos en 1971,
“el dólar es nuestra moneda y vuestro problema.” Por otra parte, China
mantiene una gran reserva para el despliegue de su sistema público de
crédito. La deuda pública es insignificante en comparación con las tasas
de endeudamiento (consideradas intolerables) de los Estados Unidos,
Europa, Japón, y muchos de los países del Sur. De este modo China puede
aumentar la expansión de los gastos públicos sin grave peligro de la
inflación.
La
atracción de capital extranjero hacia China, de la que se ha
beneficiado, no está detrás del éxito de su proyecto. Por el contrario,
es el éxito del proyecto lo que ha hecho que la inversión en China sea
atractiva para las transnacionales occidentales. Los países del Sur, que
abrieron sus puertas mucho más que China y aceptaron sin condiciones la
globalización financiera no se han convertido en atractivos en el mismo
grado. El capital transnacional no se siente atraído por China para
saquear los recursos naturales del país, ni tampoco para deslocalizar y
beneficiarse de los bajos salarios de mano de obra, sin ningún tipo de
transferencia de tecnología, ni para aprovechar las ventajas de la
formación y la integración de las unidades deslocalizadas en un
inexistente sistema nacional productivo, como en Marruecos y Túnez, ni
siquiera para crear una red financiera y permitir que los bancos
imperialistas se hagan con los ahorros nacionales, como sucedió en
México, Argentina y el sudeste de Asia. En China, por el contrario,
ciertamente las inversiones extranjeras pueden beneficiarse de los bajos
salarios y logar buenas ganancias, a condición de que sus planes
convengan a China y permitan la transferencia de tecnología. En suma, se
trata de ganancias “normales”, ¡más si la connivencia con las
autoridades chinas lo permite!
China, potencia emergente
No
cabe duda de que China es una potencia emergente. Una idea muy presente
es que China sólo intenta recuperar el lugar que ocupó durante siglos y
que perdió en el siglo XIX. Sin embargo, esta idea (sin duda correcta, y
favorecedora, por otra parte), no nos ayuda mucho en la comprensión de
la naturaleza de la emergencia y sus posibilidades reales en el mundo
contemporáneo. Por cierto, aquellos que propagan esta idea general y
vaga no tienen interés en considerar si China va a replegarse a los
principios generales del capitalismo (que ellos creen necesario) o si va
a tomar en serio su proyecto de “socialismo con características
chinas”. Por mi parte, sostengo que si China es de hecho un poder
emergente, esto es precisamente porque no ha elegido el camino de
desarrollo capitalista puro y simple, y que, en consecuencia, si
decidiera seguir ese camino capitalista, el propio proyecto de la
emergencia china estaría en grave peligro de fracasar.
La
tesis que yo apoyo implica rechazar la idea de que los pueblos no
pueden saltarse la secuencia necesaria de etapas y que China debe pasar
por un desarrollo capitalista antes de considerar la cuestión de su
posible futuro socialista. El debate sobre esta cuestión entre las
diferentes corrientes del marxismo histórico nunca se concluyó. Marx se
mantuvo indeciso sobre esta cuestión. Sabemos que después de los
primeros ataques europeos (las Guerras del Opio), escribió: la próxima
vez que envieis vuestros ejércitos a China serán recibidos por una
pancarta: “Atención, se encuentran en las fronteras de la República
burguesa de China.” Esta magnífica intuición muestra la confianza en la
capacidad del pueblo chino para responder al desafío, pero al mismo
tiempo, es un error porque, de hecho, la pancarta dice: “Se encuentra en
las fronteras de la República Popular de China.” Sin embargo, sabemos
que, en relación a Rusia, Marx no rechazó la idea de saltarse la etapa
capitalista (leáse su correspondencia con Vera Zasulich). Hoy en día,
podríamos creer que el primer Marx tenía razón y que China ha escogido
el camino hacia el desarrollo capitalista.
Pero
Mao entendió – mejor incluso que Lenin – que el camino capitalista no
conduciría a nada y que la resurrección de China sólo podía ser obra de
los comunistas. Los emperadores Qing a finales del siglo XIX, seguidos
por Sun Yat Sen y el Guomindang, ya habían planeado una resurrección de
China en respuesta al desafío de Occidente. Sin embargo, no imaginaban
ninguna otra manera que la del capitalismo y no tenían los medios
intelectuales para comprender lo que el capitalismo supone en realidad y
por qué este camino se cerró para China, y para todas las periferias
del sistema mundial capitalista. Mao, un espíritu marxista
independiente, lo entendió. Más que eso, Mao cree que esta batalla no
estaba definitivamente ganada por la victoria de 1949, y que el
conflicto entre el compromiso con el largo camino hacia el socialismo,
la condición para el renacimiento de China, y el volver al redil
capitalista ocuparía la totalidad visible del futuro.
Personalmente,
siempre he compartido el análisis de Mao y volveré a este tema en
algunos de mis pensamientos sobre el papel de la Revolución Taiping (que
considero es el origen lejano del maoísmo), la revolución de 1911 en
China, y otras revoluciones en el Sur a principios del siglo XX, los
debates en el inicio del período de Bandung y el análisis de los
callejones sin salida en el que están atrapados los llamados países
emergentes del Sur comprometidos con el camino capitalista. Todas estas
consideraciones son el corolario de mi tesis central sobre la
polarización (es decir, la construcción del contraste centro /
periferia) inmanente al desarrollo histórico mundial del capitalismo.
Esta polarización elimina la posibilidad de que un país de la periferia
pueda “ponerse al día” en el contexto del capitalismo. Debemos sacar la
conclusión: si “alcanzar” a los países opulentos es imposible, se debe
hacer algo más: se llama seguir el camino socialista.
China
no ha seguido un camino particular sólo desde 1980, sino desde 1950,
aunque este camino ha pasado a través de fases que son diferentes en
muchos aspectos. China ha desarrollado un proyecto coherente y soberano
que es apropiado para sus propias necesidades. Ese proyecto ciertamente
no es el capitalismo, cuya lógica exige que las tierras agrícolas se
traten como una mercancía. Este proyecto sigue siendo soberano en la
medida en que China se queda fuera de la globalización económica
contemporánea.
El
hecho de que el proyecto chino no sea capitalista, no significa que
“sea” socialista, sólo hace que sea posible avanzar en el largo camino
hacia el socialismo. No obstante, también sigue amenazado con una deriva
que se salga de ese camino y termine con un retorno puro y simple al
capitalismo.
El
exitoso surgimiento de China consecuencia única de este proyecto
soberano. En este sentido, China es el único país auténticamente
emergente (junto con Corea y Taiwán, sobre quienes hablaremos más
adelante). Ninguno de los numerosos países a los que el Banco Mundial ha
certificado como emergentes lo es realmente debido a que ninguno de
estos países está llevando a cabo constantemente un proyecto soberano
coherente. Todos suscriben los principios fundamentales del capitalismo
puro y duro, incluso en sectores potenciales de su capitalismo de
Estado. Todos han aceptado la sumisión a la globalización contemporánea
en todas sus dimensiones, incluida la financiera. Rusia y la India son
excepciones parciales a este último punto, pero no Brasil, África del
Sur, entre otros. A veces hay elementos de una “política de la industria
nacional”, pero nada comparable con el proyecto chino sistemático de
construcción de un sistema industrial completo, integrado y soberano (en
particular en el área de especialización tecnológica).
Por
estas razones, todos estos otros países, caracterizados demasiado
rápido como emergentes, siguen siendo vulnerables en diversos grados,
pero siempre mucho más que China. Por todas estas razones, las
apariencias de emergencia (respetables tasas de crecimiento, capacidad
de exportación de productos manufacturados) siempre están vinculados a
los procesos de pauperización que afectan a la mayoría de su población
(especialmente a los campesinos), lo que no sucede en China.
Ciertamente, el aumento de la desigualdad es evidente en todas partes,
incluyendo a China, pero esta observación es superficial y engañosa. La
desigualdad en la distribución de los beneficios de un modelo de
crecimiento que sin embargo no excluye a nadie (e incluso se acompaña
con una reducción de las bolsas de pobreza, como sucede en China) es una
cosa, la desigualdad proveniente de crecimiento que sólo beneficia a un
sector minoritario (desde el 5% al 30% de la población, según el caso),
mientras que el destino de los otros sigue siendo desesperante, es
otra. Quienes practican los ataques a China no son conscientes (o
pretenden no serlo) de esta diferencia decisiva. La desigualdad que
resulta de la existencia de barrios con casas de lujo, por un lado, y
barrios con viviendas confortables para la clase media y trabajadora,
por el otro, no es la misma que la desigualdad que se manifiesta en la
yuxtaposición de los barrios ricos, viviendas para la clase media, y los
favelas para la mayoría. Los coeficientes de Gini son valiosos para la
medición de los cambios de un año a otro en un sistema con una
estructura fija. Sin embargo, en las comparativas internacionales entre
sistemas con diferentes estructuras, pierden su significado, al igual
que todas las demás magnitudes macroeconómicas de las cuentas
nacionales. Los países emergentes (excepto China) son realmente
“mercados emergentes”, abiertos a la penetración de los monopolios de la
tríada imperialista. Estos mercados permiten que extraigan, en su
beneficio, una parte considerable de la plusvalía producida en el país
en cuestión. China es diferente: es una nación emergente en la que el
sistema hace posible quedarse con la mayoría del valor excedente allí
producida.
Corea
y Taiwán son los dos únicos ejemplos de éxito de países auténticamente
emergéntes en y através del capitalismo. Estos dos países deben su éxito
a las razones geoestratégicas que llevaron a los Estados Unidos a que
les permita lograr lo que Washington prohíbe en otros sitios. El
contraste entre el apoyo de los Estados Unidos al capitalismo de Estado
de estos dos países y la oposición extremadamente violenta al
capitalismo de Estado en el Egipto de Nasser o la Argelia de Boumedienne
es, muy esclarecedor.
No
voy a discutir aquí los posibles proyectos de emergencia, que parecen
muy posibles en Vietnam y Cuba, o las condiciones de una posible
reanudación de los avances en esa dirección en Rusia. Tampoco voy a
hablar sobre los objetivos estratégicos de la lucha de las fuerzas
progresistas en el Sur capitalista, en partes de la India, del sudeste
asiático, América Latina, el mundo árabe y África, que podrían facilitar
ir más allá del impasse actuales y fomentar la aparición de proyectos
soberanos que inicien una verdadera ruptura con la lógica del
capitalismo dominante.
Grandes Éxitos, Nuevos Desafíos
China
no sólo ha llegado a una encrucijada, sino que ha estado en ella cada
día desde 1950. Las fuerzas sociales y políticas de derechas e
izquierdas, activas en la sociedad y el partido, siempre se han
enfrentado.
¿De
dónde viene la derecha China? Ciertamente, las antiguas burguesías
compradora y burocrática del Kuomintang fueron excluidas del poder. Sin
embargo, en el transcurso de la guerra de liberación, segmentos enteros
de la clase media, profesionales, funcionarios y empresarios,
decepcionados por la ineficacia del Guomindang frente a la agresión
japonesa, se acercaron al Partido Comunista, incluso se unieron al
mismo. Muchos de ellos, (pero ciertamente no todos) siguieron siendo tan
sólo nacionalistas, nada más. Posteriormente, a partir de 1990 con la
apertura a la iniciativa privada, aparece una nueva y poderosa derecha.
No debe reducirse simplemente a “empresarios” con éxito y grandes (a
veces colosales) fortunas, fortalecidas por su clientela, incluyendo a
funcionarios del Estado y del partido, que mezclan el control con la
connivencia con, e incluso con la corrupción.
Este
éxito, como siempre, alienta el apoyo a las ideas de derecha en las
clases medias educadas en expansión. Es en este sentido la creciente
desigualdad, incluso si no tiene nada que ver con la desigualdad
característica de otros países del Sur, es un gran peligro político, el
vehículo para la difusión de las ideas de derechas, la despolitización y
las ilusiones ingenuas.
Aquí
voy a hacer una observación adicional que creo que es importante: la
pequeña producción, sobre todo campesina, no están motivada por ideas de
derechas, como pensaba Lenin (lo que sí era exacto en las condiciones
de Rusia). La situación de China contrasta aquí con la de la ex-URSS. El
campesinado chino, en su conjunto, no es reaccionario, ya que no está
defendiendo el principio de propiedad privada, en contraste con el
campesinado soviético, al que los comunistas no lograron alejar del
apoyo a los kulaks en defensa de la propiedad privada. Por el contrario,
el campesinado chino de pequeños productores (sin ser pequeños
propietarios) es, actualmente, una clase que no ofrece soluciones de
derechas, sino que es parte del campo de quienes agitan para la adopción
de políticas sociales y ecológicas más valientes. El poderoso
movimiento de “renovación de la sociedad rural” es una muestra. El
campesinado chino se encuentra en gran medida en el campo de la
izquierda, junto a la clase obrera. La izquierda tiene sus intelectuales
orgánicos y ejerce cierta influencia en los aparatos del Estado y del
partido.
El
conflicto perpetuo entre la derecha y la izquierda en China siempre se
ha reflejado en las sucesivas líneas políticas implementadas por el
liderazgo del Estado y del partido. En la era maoísta, la línea de
izquierdas no prevaleció sin luchar. Constatando el progreso de las
ideas de derecha dentro del partido y de su dirección, un poco siguiendo
el modelo soviético, Mao desencadenó la Revolución Cultural para
combatirlo. “Bombardear el cuartel genearl”, es decir, la dirección del
Partido, donde se estaba formando la “nueva burguesía”. Sin embargo,
mientras la Revolución Cultural de Mao cumplió con las expectativas
durante los dos primeros años de su existencia, posteriormente derivó en
la anarquía, vinculada a la pérdida de control por parte de Mao y la
izquierda en el partido sobre la secuencia de los acontecimientos. Esta
desviación llevó al Estado y el partido a tomar las cosas en sus manos
de nuevo, lo que dio a la derecha su oportunidad. Desde entonces, la
derecha ha mantenido una parte importante de todos los órganos de
dirección. Sin embargo, la izquierda está presente en el terreno, lo que
restringe a la dirección suprema a compromisos de “centro”, de centro
derecha o de centro izquierda?
Para
comprender la naturaleza de los desafíos que enfrenta China hoy en día,
es esencial entender que el conflicto entre el proyecto soberano de
China, tal y como es, y el imperialismo norteamericano y sus aliados
europeos y japoneses subalternos aumentará en intensidad en la medida
que China continúe con su éxito. Hay varias zonas de conflicto: el
manejo de China de tecnologías modernas, el acceso a los recursos del
planeta, el fortalecimiento de las capacidades militares de China, y la
búsqueda de la reconstrucción de la política internacional sobre la base
de los derechos soberanos de los pueblos a elegir su propio sistema
político y sistema económico. Cada uno de estos objetivos entra en
conflicto directo con los objetivos perseguidos por la tríada
imperialista.
El
objetivo de la estrategia política de EE.UU. es el control militar del
planeta, la única manera con la que Washington puede mantener las
ventajas que le dan la hegemonía. Este objetivo se persigue a través de
guerras preventivas en el Medio Oriente, y en este sentido, estas
guerras son los preliminares a la guerra (nuclear) preventiva contra
China, prevista a sangre fría, por el establishment norteamericano como
algo posiblemente necesario “antes de que es demasiado tarde”. Fomentar
la hostilidad hacia China es algo inseparable de esta estrategia global,
que se manifiesta en el apoyo mostrado a esclavistas del Tibet y
Sinkiang, el refuerzo a la presencia naval de EE.UU. en el Mar de China,
y el impulso incansable a Japón para la construcción de sus fuerzas
militares. Quienes promueven los ataques a China contribuyen a mantener
viva esta hostilidad.
Al
mismo tiempo, Washington se dedica a la manipulación de la situación
conteniendo las posibles ambiciones de China y otros países llamados
emergentes a través de la creación del G-20, que tiene por objeto crear
en estos países la ilusión de que su adhesión a la globalización liberal
serviría a sus intereses. El G2 (Estados Unidos / China) es, en este
sentido, una trampa para lograr que China sea cómplice de las aventuras
imperialistas de los Estados Unidos, y puede provocar que la política
exterior pacífica de Pekín pierda toda su credibilidad.
La
única respuesta posible eficaz a esta estrategia debe proceder a dos
niveles: (i) fortalecer las fuerzas militares de China y dotarlas de la
posibilidad de una respuesta disuasoria, y (ii) proseguir tenazmente el
objetivo de la reconstrucción de un sistema político internacional
policéntrico, respetuoso con todas las soberanías nacionales, y, en este
sentido, impulsar la rehabilitación de las Naciones Unidas, ahora
marginada por la OTAN. Hago hincapié en la importancia decisiva de este
último objetivo, que implica la prioridad de reconstrucción de un
“frente del sur” (¿Bandung 2?) capaz de apoyar las iniciativas
independientes de los pueblos y Estados del Sur. Esto implica, a su vez,
que China se dé cuenta que no tiene la posibilidad absurda de alinearse
con las prácticas depredadoras del imperialismo (el saqueo de los
recursos naturales del planeta), ya que carece de un poder militar
similar al de Estados Unidos, que en última instancia es la garantía de
éxito para los proyectos imperialistas. China, en cambio, tiene mucho
que ganar con el desarrollo de su oferta de apoyo a la industrialización
de los países del Sur, que el club de los “donantes” imperialistas está
tratando de hacer imposible.
El
lenguaje utilizado por las autoridades chinas en las cuestiones
internacionales, restringido al extremo (algo comprensible), hace que
sea difícil saber hasta qué punto los líderes del país son conscientes
de los desafíos analizados anteriormente. Más seriamente, esta elección
de palabras refuerza las ilusiones ingenuas y la despolitización en la
opinión pública.
La otra parte del problema se refiere a la cuestión de la democratización de la gestión política y social del país.
Mao
formuló y puso en práctica un principio general para la gestión
política de la nueva China que se resume en estos términos: reunir a la
izquierda, neutralizar (añado: y no eliminar) a la derecha, gobernar
desde el centro izquierda. En mi opinión, esta es la mejor manera de
concebir una manera eficaz para avanzar a través de avances sucesivos,
entendidos y apoyados por la gran mayoría. De esta manera, Mao dio un
contenido positivo al concepto de democratización de la sociedad junto
con el progreso social en el largo camino hacia el socialismo. Formuló
el método para la aplicación de esta: “la línea de masas” (bajar hacia
las masas, aprender de sus luchas, y subir nuevamente a las cumbres del
poder). Lin Chun ha analizado con precisión el método y los resultados
que hace posible.
La
cuestión de la democratización relacionada con el progreso social, en
contraste con la “democracia” desconectado del progreso social
(conectada a menudo con la regresión social), no atañe a China por sí
sola, sino a todos los pueblos del mundo. Los métodos que se deben
implementar para lograr el éxito no se pueden resumir en una sola
fórmula, válida para todo tiempo y lugar. En cualquier caso, la fórmula
que ofrecen los medios de propaganda occidentales (múltiples partidos y
elecciones) debería sencillamente ser rechazada. Más aún este tipo de
“democracia” se convierte en farsa, incluso en Occidente más que en
otros lugares. La “línea de masas” era el medio para producir un
consenso sobre los objetivos sucesivos, en constante progreso,
estratégicos. Esto está en contraste con el “consenso” obtenido en los
países occidentales a través de la manipulación mediática y la farsa
electoral, que no es más que la alineación con los requisitos del
capital.
Sin
embargo, hoy en día, ¿cómo debería reconstruir China el equivalente a
una nueva línea de masas en las nuevas condiciones sociales? No va a ser
fácil, porque el poder de la dirección, que se ha trasladado sobre todo
a la derecha en el Partido Comunista, basa la estabilidad de su gestión
en la despolitización y las ilusiones ingenuas que le acompañan. El
éxito de las políticas de desarrollo refuerza la tendencia espontánea a
moverse en esa dirección. Se cree ampliamente en China, en las clases
medias, que el camino real de alcanzar el modo de vida de los países
opulentos ya está abierto, libre de obstáculos, se cree que los estados
de la tríada (Estados Unidos, Europa, Japón) no se oponen a ello,
incluso los métodos de Estados Unidos son admirados acríticamente, etc…
Esto es particularmente cierto en las clases medias urbanas, que se
están expandiendo rápidamente y cuyas condiciones de vida han mejorado
mucho. El lavado de cerebro al que los estudiantes chinos son sometidos
en los Estados Unidos, particularmente en las ciencias sociales, junto
con el rechazo que general la enseñanza oficial falta de imaginación y
tediosa del marxismo, han contribuido a reducir los espacios para los
debates críticos radicales.
El
gobierno de China no es insensible a la cuestión social, no sólo por la
tradición de un discurso basado en el marxismo, sino también por el
pueblo chino, que aprendió a luchar y sigue haciéndolo, hasta doblar la
mano del gobierno. Si en la década de 1990, esta dimensión social había
disminuido ante las prioridades inmediatas de acelerar el crecimiento,
en la actualidad la tendencia se invierte. En el mismo momento en que
las conquistas socialdemócratas de la seguridad social se están
erosionando en el Occidente opulento, la pobre China está llevando a
cabo la ampliación de la seguridad social en tres dimensiones: salud,
vivienda y pensiones. La política de vivienda popular de China,
vilipendiada por la derecha y la izquierda europeas, sería envidiada, no
sólo en la India o Brasil, ¡sino también en los barrios periféricos de
París, Londres o Chicago!
La
seguridad social y el sistema de pensiones ya cubren al 50% de la
población urbana (¡que ha aumentado, recordemos, entre 200 y 600
millones de habitantes!) y el Plan (que sigue aplicándose en China)
prevé el aumento de la población con cobertura al 85% en el próximo año.
Dejemos que los periodistas de los “ataques a China” nos den ejemplos
comparables en los “países que se embarcaron en la vía democrática”, que
continuamente alaban. Sin embargo, el debate sigue abierto acerca de
los métodos para aplicar el sistema. La izquierda aboga por el sistema
francés de distribución basadoen el principio de solidaridad entre los
trabajadores y las diferentes generaciones – que prepara el socialismo
por venir- mientras que la derecha, obviamente, prefiere el odioso
sistema de EE.UU. de fondos de pensiones, que divide a los trabajadores y
transferencias los riesgo del capital al trabajo.
Sin
embargo, la adquisición de las prestaciones sociales es insuficiente si
no se combina con la democratización de la gestión política de la
sociedad, con su repolitización por métodos que fortalezcan la invención
creativa de formas para el futuro socialista/comunista.
Seguir
los principios de un sistema electoral pluripartidista como es abogado
ad nauseam por los medios de comunicación occidentales y los
profesionales de los ataques a China, y defendido por “disidentes” que
se presentan como auténticos “demócratas” no cumple con el desafío. Al
contrario, la aplicación de estos principios sólo podría producir en
China, ya que todas las experiencias del mundo contemporáneo lo
demuestran (en Rusia, Europa del Este, el mundo árabe), la
autodestrucción del proyecto de emergencia social y renacimiento, que
es, de hecho, el objetivo real de la defensa de estos principios,
enmascarada por una retórica vacía (“no hay otra solución que las
elecciones multipartidistas”). Sin embargo para contrarrestar esta mala
solución no es suficiente el retorno a la posición rígida de defender el
privilegio del partido, en sí esclerotizado y transformado en una
institución dedicada a la contratación de funcionarios para la
administración del Estado. Algo nuevo debe inventarse.
Los
objetivos de re-politización y la creación de condiciones favorables a
la invención de nuevas respuestas no se pueden obtener a través de
campañas de “propaganda”. Sólo pueden ser promovidas a través de las
luchas sociales, políticas e ideológicas. Esto implica el reconocimiento
previo de la legitimidad de las luchas y de la legislación sobre la
base de los derechos colectivos de organización, expresión, y proponer
iniciativas legislativas. Esto implica, a su vez, que el propio partido
esté involucrado en estas luchas, es decir, reinventar la fórmula
maoísta de la línea de masas. La re-politización no tiene sentido si no
se combina con los procedimientos que fomenten la conquista gradual de
la responsabilidad de los trabajadores en la gestión de su sociedad a
todos los niveles: de empresa, local y nacional. Un programa de este
tipo no excluye el reconocimiento de los derechos individuales. Por el
contrario, supone su institucionalización. Su aplicación permitiría
reinventar nuevas formas de utilizar las elecciones para elegir a los
dirigentes.
Samir Amin
Marzo 2013
Traducción: Asociación Cultural Jaime Lago
Agradecimientos
Este
trabajo debe mucho a los debates organizados en China
(noviembre-diciembre de 2012) por Lau Kin Chi (Universidad Linjang, Hong
Kong), en asociación con la Universidad Suroeste de Chongqing (Wen
Tiejun), Renmin y Universidades Xinhua de Beijing (Dai Jinhua, Wang
Hui), la CASS (Huang Ping) y a las reuniones con grupos de activistas
del movimiento rural en las provincias de Shanxi, Shaanxi, Hubei, Hunan y
Chongqing. Dirijo a todos ellos mi agradecimiento y espero que este
artículo sea de utilidad para sus deliberaciones en curso. También le
debe mucho a la lectura de los escritos de Wen Tiejun y Wang Hui.
Notas
1. El “China bashing”
o ataques a China se refiere al deporte favorito de los medios de
comunicación occidentales de todas las tendencias, incluyendo, por
desgracia, de izquierdas que consiste en denigrar sistemáticamente,
incluso criminalizar, todo lo hecho en China. China, exporta chatarra
barata a los mercados pobres del tercer mundo (esto es cierto), un
crimen horrible. Sin embargo, también produce trenes de alta velocidad,
aviones, satélites, cuya maravillosa tecnológica de calidad es elogiada
en Occidente, pero es a lo que China no debería tener derecho. Parecen
pensar que la construcción masiva de viviendas para la clase obrera no
es más que el abandono de los trabajadores a barrios pobres y comparan
la “desigualdad” en China (las casas de la clase trabajadora no son
urbanizaciones de lujo) a la de la India (urbanizaciones de lujo junto a
barrios marginales), etc… Los “China bashers” halaga a la opinión
infantil que se encuentra en algunas corrientes de la “izquierda”
occidental: ¡si no es el comunismo del siglo XXIII, es una traición! Los
ataques a China participan en la campaña sistemática de mantener la
hostilidad hacia China, en vista de un posible ataque militar. Esto no
es más que una cuestión de destruir las posibilidades de una auténtica
emergencia de un gran pueblo del sur.
Fuentes
- El camino de China y la cuestión agraria
- Karl Kautsky, sobre la cuestión agraria, 2 vols. (Londres: Zwan Publications, 1988). Publicado originalmente el 1899.
- Samir Amin, “La Comuna de París y la Revolución de Taiping,” Pensamiento Crítico Internacional, de próxima publicación en 2013.
- Samir
Amin, “La Revolución de 1911 en una perspectiva histórica mundial: una
comparación con la restauración Meiji y las revoluciones en México,
Turquía y Egipto”, publicado en chino en 1990.
- Samir
Amin, acabar con la crisis del capitalismo o terminar con el
capitalismo? (Oxford: Pambazuka Press, 2011), capítulo 5, “La cuestión
agraria.”
- La globalización contemporánea, el desafío imperialista
- Samir
Amin, A Life Looking Forward: Memorias de un marxista Independent
(Londres: Zed Books, 2006). “El despliegue y la erosión del Proyecto
Bandung”, en el capítulo 7,
- Samir
Amin, la ley del valor en todo el mundo (Nueva York: Monthly Review
Press, 2010), “Las iniciativas del Sur”, 121ff, sección 4.
- Samir
Amin, la implosión del capitalismo contemporáneo (New York: Monthly
Review Press, de próxima publicación en 2013), en el capítulo 2, “El
Sur: Surgimiento y lumpendesarrollo.”
- Samir
Amin, Más allá de la hegemonía de EE.UU. (London: Zed Books, 2006). “El
proyecto de la American Ruling Class”, “China, el socialismo de
mercado?”, “Rusia, fuera del túnel?”, “India, una gran potencia?” Y
“multipolaridad en el siglo 20.”
- Samir Amin, Capitalismo Obsoleta (London: Zed Books, 2003), capítulo 5, “La Militarización del nuevo imperialismo colectivo”.
- André Gunder Frank, reoriente: Economía Global en la Era Asiática (Berkeley: University of California Press, 1998).
- Yash Tandon, Ending Aid Dependence (Oxford: Fahamu, 2008).
- El desafío democrático
- Samir Amin, “El fraude de la Alternativa Democrática y universalista,” Monthly Review 63, no. 5 (octubre de 2011): 29-45.
- Lin Chun, La transformación del socialismo chino (Durham, NC: Duke University Press, 1996).