
- Cuando
acaban de desarrollarse, en Moscú y bajo la presidencia de Serguei
Lavrov, dos días de consultas entre el gobierno sirio y 32 responsables
de la oposición, en Washington casi todos desean una victoria de Bachar
al-Assad. Sólo los partidos sirios que apoyen el principio de lucha
contra los yihadistas podrán participar en un futuro gobierno de unión
nacional.
La situación en el Levante pudiera evolucionar
rápidamente gracias a la crisis de autoridad en Washington y también
al ascenso del príncipe Salman al trono de Arabia Saudita. Un posible
traspaso del poder en Israel facilitaría esa evolución.
En primer lugar, la crisis de autoridad que paraliza a Estados Unidos
sigue movilizando a la clase dirigente de ese país. Después del llamado
del presidente honorario del Council on Foreign Relations (CFR)
exhortando al presidente Obama a que se rodee de personalidades
experimentadas de ambos partidos [
1], el
New York Times dedicó un editorial [
2] a un informe publicado en octubre por la Rand Corporation [
3].
En un año, el principal tanque pensante dedicado a los temas
militares ha dado un giro de 180 grados. Según ese instituto,
la victoria de la República Árabe Siria es ahora «
la opción más conveniente» para Estados Unidos mientras que su caída sería «
el peor de los desenlaces».
Los grupos armados han perdido todo apoyo entre la población urbana,
las deserciones cesaron desde hace más de un año y el Ejército Árabe
Sirio prosigue la liberación del territorio nacional.
En todo caso, prosigue la Rand Corporation, la victoria de Siria
no beneficiará a Irán mientras el Emirato Islámico siga presente
en Irak. También pronostica que los países que hasta ahora habían estado
alimentando a los yihadistas van a dejar de hacerlo. En efecto, esos
países ya no pueden seguir abrigando esperanzas de vencer a Siria por
esa vía y ahora temen que los yihadistas se vuelvan contra ellos.
Por consiguiente, concluye la Rand Corporation, no habrá solución
negociada con los países que apadrinaron la agresión yihadista sino una
clara victoria del «
régimen», victoria a la que Estados Unidos debería tratar de asociarse.
Obsérvese el cambio radical de posición del complejo
militaro-industrial. Hace un año, la Rand Corporation aconsejaba
bombardear Siria, como se hizo en Libia, y emprender una acción
terrestre con carácter limitado para crear zonas protegidas,
administradas por los «
revolucionarios» . Pero ahora reconoce
implícitamente que nunca hubo revolución en Siria y que, luego de un
largo momento de vacilación sobre su futuro, la mayoria sunnita apoya
nuevamente la República laica.
El ambiente que hoy reina en Washington se parece al de inicios de
2006, cuando las fuerzas terrestres de Estados Unidos estaban
empantanadas en Afganistán y en Irak y Donald Rumsfeld trataba de
esconder la derrota. En aquel momento, el Congreso creó la Comisión
Baker-Hamilton. Al cabo de 8 meses de trabajo, esa Comisión concluyó que
las fuerzas estadounidenses no lograrían estabilizar los países que
estaban ocupando si no contaban con la ayuda de Irán y Siria.
El panorama de la situación militar que la Comisión describía era
tan escalofriante que los estadounidenses castigaron a George W. Bush en
las elecciones de mediano término. El presidente sacrificó entonces a
Rumsfeld y lo sustituyó por un miembro de la Comisión, Robert Gates.
El nuevo secretario de Defensa concluyó acuerdos de terreno con Teherán y
Damasco, compró a los principales grupos de la resistencia iraquí
(la zanahoria) y reforzó el numero de tropas en el terreno (el garrote)
hasta estabilizar la situación.
En segundo lugar, en Arabia Saudita, el nuevo rey Salman trató
primeramente de deshacerse de todos los antiguos partidarios de su
predecesor, llegando incluso a despedir al príncipe Miteb y al
secretario de palacio 2 horas después de la muerte del rey Abdallah.
Pero luego dio marcha atrás a esas decisiones, después de reunirse con
su amo estadounidense. Finalmente, Miteb será el único sobreviviente de
la era anterior, mientras que el príncipe Bandar ha sido descartado.
Es que Bandar alimentaba el Emirato Islámico, con ayuda de la CIA, para
mantener al rey Abdallah bajo presión a favor de los intereses del clan
de los Sudairis.
La marginalización del príncipe Bandar, exigida por el presidente
Obama, constituye probablemente el fin del predominio saudita sobre el
terrorismo internacional. Comúnmente se dice que «
a la tercera va la vencida», pero parece que en el caso de Bandar será a la cuarta:

en
2010, Bandar fue expulsado por haber tratado de organizar un golpe de
Estado pero la guerra contra Siria favoreció su retorno;

en
2012 fue víctima de un atentado en respuesta al asesinato de los
miembros del Consejo de Seguridad Nacional de Siria pero sobrevivió y
volvió a la palestra un año después, considerablemente debilitado y
paranoico;

en 2014 John Kerry exigía nuevamente la expulsión de Bandar, pero este logró volver otra vez a escena durante la crisis egipcia

y ahora su propio clan opta por sacrificarlo, lo cual no le deja perspectivas de regreso a corto o mediano plazo.
En tercer lugar, el ataque de Israel contra el Hezbollah, seguido de
la respuesta del Hezbollah contra el ejército israelí, paradójicamente
pone de relieve la debilidad de Benyamin Netanyahu en pleno periodo
electoral. El primer ministro saliente creía que la resistencia libanesa
sería incapaz de responder a la agresión y que este enfrentamiento
favorecería su propia posición con vista a las elecciones. Este error de
cálculo puede costarle el puesto, lo cual provocará gran satisfacción
en la Casa Blanca, que hace tiempo ha dejado de disimular la
exasperación que le inspira el fanatismo de Netanyahu.
Con cambios concretos en Washington, en Riad y posiblemente en
Tel Aviv, es posible concluir razonablemente que en los próximos meses
Estados Unidos concentrará sus esfuerzos en sacar al Emirato Islámico
del Levante y proyectarlo fuera de su zona de influencia, contra Rusia
y China.
Por su parte, Arabia Saudita tratará de salvar su propia autoridad en
los países vecinos, en Bahréin y Yemen, y de ayudar al mismo tiempo
al gran perdedor de la guerra contra Siria, el presidente turco Recep
Tayyip Erdogan, cuya caída Estados Unidos quiere provocar. Esa evolución
pudiera ser más o menos prolongada, en función de los resultados que
se registren en Tel Aviv. A pesar de que los yihadistas se han
convertido en una amenaza para la estabilidad de todos los Estados del
Levante, incluyendo el propio Israel, Netanyahu podría seguir poniendo
la aviación y los hospitales israelíes a la disposición de esos
elementos.
Aunque parece difícil que persista en esa actitud cuando
todos los Estados de las regiones estén combatiéndolos. Pero si
Netanyahu perdiera las elecciones, su sucesor se pondría inmediatamente a
la disposición de Estados Unidos contra los yihadistas.
Una vez más, Damasco, la ciudad habitada más antigua del mundo, habrá sobrevivido a los barbaros que pretendían destruirla.