5 mayo, 2014
Una clase acelerada de geopolítica. A
eso estamos asistiendo desde hace algo más de dos meses, justo cuando
comenzó la crisis de Ucrania, junto a la constatación –inapelable- de la
decadencia y declive de EEUU como superpotencia. Sin embargo, la
situación a la que estamos asistiendo tiene un calado mucho mayor en el
tiempo que esos dos meses largos y hay que remontarse algo más atrás,
casi un año. Con la crisis de Ucrania (un país fallido, donde el único
poder es el que representan los neonazis amparados por Occidente) ha
habido quien ha centrado el foco de la atención en si EEUU era capaz de
derrocar tres gobiernos a la vez –Siria, Ucrania y Venezuela- pero no en
lo realmente importante: la chulería y prepotencia estadounidense le ha
llevado a cometer un error de grueso calibre, del que ya no se va a
reponer: enfrentar a dos grandes potencias, China y Rusia, de forma
simultánea y eso ha reforzado la alianza entre ellas.
La actualidad que nos marcan los medios
corporativos capitalistas no debe hacernos olvidar que todo lo que está
aconteciendo tiene unos orígenes, que no son otros que la aprobación, en
enero de 2012, de la nueva Doctrina de Seguridad Nacional de EEUU en la
que se certifica el “giro” hacia Asia por parte de una superpotencia en
decadencia acelerada (1). Era el último intento de mantener el dominio
mundial y conviene realizar una lectura del artículo mencionado para
tener unos antecedentes de lo que está ocurriendo ahora.
En esa DSN Rusia sólo jugaba un papel
secundario. EEUU consideraba que estaba neutralizada en el Occidente
europeo –rodeaba de bases de la OTAN por todos los lados, menos por uno:
Ucrania- y sólo tenía que preocuparse por los países orientales
(Turkmenistán, Azerbaiján, Uzbekistán, Kirguizistán, Tayikistán) para
que no tuviesen la tentación de caer en la órbita de Moscú, ya aislada
del resto de Europa. Por lo tanto, siguió adelante con su política
asiática azuzando las tensiones con China, negando las reivindicaciones
de Beijing sobre el Mar de China o exacerbando las disputas entre este
país y Filipinas y Vietnam. La prepotencia estadounidense ha sido tal
que o no se ha percatado de que tanto Moscú como Beijing habían tomado
buena nota de lo que significaba esa DSN o ha hecho caso omiso
considerándolo, poco menos, que un juego de críos. Y eso pese a que el
acercamiento entre los dos países, escenificado para los profanos en los
vetos conjuntos a las pretensiones occidentales sobre Siria, se
fortalecía con cada iniciativa estadounidense.
La colaboración entre Rusia y China ha
ido cada vez a más. Lejos parece que están los enfrentamientos
ideológicos y políticos de la década de 1960 y nunca han estado más
cerca que ahora. Mientras Occidente azuzaba a los neonazis de Kiev a la
revuelta en lo que considerada último movimiento para cerrar el cerco
contra Rusia, Moscú y Beijing realizaban maniobras militares conjuntas
(dos en lo que va de año) y estrechaban lazos económicos, políticos y
militares (la última reunión entre los jefes de los respectivos
ejércitos se produjo durante los Juegos de Invierno de Sochi) que se
sancionarán de forma definitiva en la visita que Putin va a realizar a
China este mes de mayo. Rusia está preparando el terreno para un
progresivo cierre de la UE al gas ruso y nada menos que el 30% de la
producción de gas y petróleo va a ir destinada a China, país que ve los
cielos abiertos con la crisis de Ucrania porque, de un plumazo, mata una
de las bazas de EEUU: el cerco marítimo a China. EEUU tiene en la
actualidad el 60% de toda su flota de combate en los mares asiáticos y
podrían dificultar el suministro energético y de alimentos que llega a
China de otros continentes como América Latina o África. Pero el acuerdo
con Rusia hace ineficaz ese bloqueo porque los dos países tienen
frontera terrestre.
Con la retaguardia segura, Rusia ya sólo
tenía que preocuparse por el flanco occidental, donde EEUU movía sus
piezas para completar el control del tablero de ajedrez del que hablaba
Brzezinski: Ucrania. Primero, quitando a Rusia su acceso al mar
Mediterráneo (no lo pudo hacer en Siria, donde Rusia mantiene la base de
Tartus); segundo, poniendo la OTAN a las mismas puertas de Moscú. Así
que no había tiempo que perder y Rusia actuó en consecuencia, con
determinación y con dureza. Como dice un refrán, “los rusos tardan mucho
en ensillar, pero luego montan deprisa”.
Masivo rechazo a Occidente
Hay un dato que conviene resaltar: la
anexión de Crimea a Rusia, previa votación en un referéndum de
autodeterminación, contó con el apoyo unánime de todo el parlamento
ruso, desde la derecha nacionalista hasta los comunistas. Este dato es
crucial para entender lo que está pasando en Rusia y el por qué de la
actitud de Putin. Ese apoyo unánime no es más que la constatación de un
sentimiento, cada vez más extendido entre los rusos, de romper cualquier
vínculo con las instituciones europeas a quienes consideran –con toda
la razón- como “los perros falderos de EEUU” (2). Desde hace dos meses
no hay encuesta en la que no aparezca un número cada vez mayor de rusos
que no quieren saber nada de Occidente (72%, cinco puntos más que en
2013) mientras que aumenta de forma significativa el de quienes apuestan
por “un camino de desarrollo propio” (46%, en 2006 este porcentaje era
sólo del 15%) sin descartar “el retorno de Rusia al socialismo” al que
aspira el 28%, cuatro puntos más que en 2013 (3). Por si todo ello fuese
poco, una nueva encuesta certifica que el 56% de los rusos consideran
que la famosa “perestroika” de Gorbachov “causó más daño que provecho”
para el país (4). Estas son algunas de las razones por las que hoy la
tercera ciudad de Rusia en número de habitantes, Novosibirsk –un millón y
medio de habitantes-, cuenta con alcalde comunista desde el 9 de abril
de este año ganando ampliamente a la candidatura de Rusia Unida, la
formación de Putin.
Está claro que Putin está aprovechando
el momento y, de esta forma, romper de forma definitiva con cualquier
veleidad “euro-yeltsinista” en Rusia. Los “liberales” pro-occidentales
están en las catacumbas en estos momentos y sin posibilidad alguna de
recuperar la influencia que tuvieron durante la presidencia de Yeltsin
o, en menor medida, pero la tuvieron, durante la etapa en la que
Medvedev fue presidente (ahora es primer ministro). Este sector abogaba,
entre otras cosas y sin entrar en consideraciones de política interna,
por una mayor colaboración con la OTAN o una alineación sin fisuras con
Occidente en lo referente a la cuestión nuclear de Irán –Medvedev
incluyó los misiles S-300 en el material bloqueado como consecuencia de
las sanciones aprobadas por la ONU pese a que no es material ofensivo,
sino defensivo y, por lo tanto, no incluido en las sanciones (5)- y no
se opuso a la agresión militar occidental contra Libia (recuérdese el
enfrentamiento, público, que tuvieron Medvedev y Putin sobre este tema).
Como bien entendieron Rusia y China tras
la aprobación de la DSN de Obama, la UE no pinta nada a nivel
geopolítico y sólo hay que tener en cuenta a EEUU. De ahí que ambos
países hayan incrementado sustancialmente su presupuesto de defensa que,
en el caso de Rusia, ha llegado hasta extremos muy similares a los que
tuvo el Ejército de la URSS. Esta es la razón por la que EEUU no sabe
muy bien qué hacer tras el puñetazo encima de la mesa dado por Putin y
se limita a movimientos prácticamente simbólicos con la OTAN, pero sin
una estrategia clara, puesto que no todos los integrantes europeos de la
OTAN están por la labor de molestar a Rusia. Es el caso de Alemania.
Pongamos, por ejemplo, el caso de las
famosas sanciones. Las que ya han impuesto tanto EEUU como la UE son de
risa, y “las serias consecuencias” –el mantra recurrente occidental- a
las que se enfrentaría Rusia si la crisis sigue adelante no son más que
humo. No es la primera vez que los occidentales se tienen que tragar sus
bravatas. Ya ocurrió en 2008, cuando Rusia intervino militarmente tras
la agresión de Georgia contra Osetia del Sur, y lo mismo cuando los más
aguerridos congresistas de EEUU pidieron al gobierno de Obama la
imposición de sanciones por el apoyo de Rusia a Siria o por otorgar
asilo a Snowden.
Rusia no es otro país más, de esos que
Occidente –que dice representar los “valores democráticos”, como acaba
de demostrar en Ucrania respaldando un gobierno filofascista- suele
incluir en su lista de imposición de sanciones si no hacen lo que
Occidente dice que hay que hacer. Aunque haya sido un país cándido,
incluido Putin, como cuando aceptó plagar Asia Central de bases
estadounidenses con la pretendida misión de “combatir el terrorismo” a
raíz de la invasión a Afganistán en 2001. Esa candidez ha desaparecido y
ya nada será igual.
La crisis de Ucrania ha dejado bien
patente que Rusia ha vuelto a lo más alto de la geopolítica. Ya lo había
hecho con Siria, pero ahora ha dado un paso más. Está escenificando que
está madura para romper con la dependencia occidental y recuperar el
componente nacional de toda la industria. Esta fue una de las
consecuencias que, para Rusia, tuvo el ingresar en la Organización
Mundial del Comercio. Hoy no es pequeño el número de historiadores que
consideran que los logros de la política de industrialización de Stalin
en la década de 1930-1940 se explican por los bloqueos comerciales y
crediticios occidentales contra la URSS. El resultado es que la URSS
supo aprovechar la situación para crear un poder económico e industrial
que le permitió ganar la II Guerra Mundial pese a la brutal invasión
nazi. No es infrecuente leer este símil en los periódicos rusos y no es
porque nos acerquemos a una nueva conmemoración, el 9 de mayo, de la
derrota nazi.
Téngase en cuenta la encuesta antes
mencionada y los últimos movimientos rusos. Ha habido analistas que han
considerado la conferencia de Ginebra sobre Ucrania como una “cesión” de
Rusia frente a las presiones de Occidente. Sin embargo, no es más que
un movimiento geopolítico inspirado en Lenin, un paso atrás cuando antes
lo que se ha hecho ha sido dar dos pasos hacia adelante: un retroceso
táctico cuando se ha ganado una posición estratégica. La retirada
táctica de Rusia ha sido aceptar en la mesa al gobierno filofascista de
Kiev, al que había negado –y sigue negando- cualquier representatividad,
y la ganancia estratégica es que en dicha conferencia no se ha dicho ni
una sola palabra sobre Crimea. Si es que ha habido retroceso, puesto
que ese gobierno filofascista está sumido en un absoluto caos y
asistiendo impotente al fortalecimiento gradual y constante de la
resistencia popular antifascista –y sí, prorrusa- en el Este. Aquí
también hay una cierta confusión entre quienes dicen que esta
resistencia popular está alentada por oligarcas y la realidad, donde
quien está haciéndose con el control son milicias y movimientos
claramente populares y de corte socialista. Las banderas con la estrella
roja de cinco puntas sobre la bandera rusa son cada vez más patentes.
Además, el gobierno filofascista de Kiev no es nada de fiar (¿o no hay
que recordar que un día antes del golpe contra Yanukovich la llamada
“oposición” que hoy forma ese gobierno filofascista había firmado otro
acuerdo certificando la celebración de elecciones y el levantamiento de
las protestas del famoso Maidan?) como acaba de quedar claro con el
ataque a un puesto civil en Slavianks en violación flagrante de lo
acordado en esa conferencia.
Rusia, ahora, devuelve la jugada porque
en ese acuerdo lo que se recoge es el desarme de los neonazis, algo que
ni siquiera se plantean los títeres de Kiev y sus patronos occidentales
que, por el contrario, insisten en que quienes se tienen que desarmar
son las milicias populares de Donetsk y otros lugares. Pero, algo que ha
pasado desapercibido, este acuerdo de Ginebra se produjo casi en el
mismo momento en el que Putin recomendaba a las empresas rusas anular su
registro en el extranjero y llevar sus acciones a la Bolsa de Moscú
para protegerse así de posibles sanciones futuras y “proporcionar
seguridad económica al país” (6).
La hipótesis de la autosuficiencia
industrial, en absoluto descartable, serviría para que Rusia completase
el “giro asiático” que está poniendo en marcha con la Unión
Euroasiática… y el reforzamiento de su alianza estratégica con China y
los BRICS.
El fin de Occidente: el acuerdo ruso-chino y los BRICS
Porque este es el otro componente del
tablero ucraniano: pese a las alucinaciones occidentales sobre la
existencia de un malestar en Pekín por el movimiento de Moscú, y ponen
como “ejemplo” la abstención en la ONU –por esa regla de tres, también
habría que hablar de malestar de Israel con EEUU puesto que también se
abstuvo en la votación de la Asamblea General que rechazó el referéndum
de autodeterminación de Crimea-, China está con Rusia.
Sólo hay que leer lo que publican
periódicos como el “Diario del Pueblo”, el órgano de expresión del
Comité Central del Partido Comunista: “Las teorías políticas, económicas
y de seguridad de la Guerra Fría aún influyen a mucha gente en su
concepto del mundo, y algunos occidentales siguen imbuidos de
resentimiento hacia Rusia” (7). O la agencia estatal “Xinhua”: “Rusia
podría no estar más tiempo interesada por competir por la preeminencia
global con Occidente, pero cuando esto se refiere a la limpieza del caos
que Occidente creó en su patio trasero, los líderes rusos una vez más
dan prueba de su credibilidad en la planeación y ejecución de acciones
eficaces para contrarrestarlo” (8). ¿Aún hay dudas? Pues la coincidencia
de criterios a nivel de ministros de Asuntos Exteriores entre los dos
países, Sergei Lavrov y Wang Yi, es total respecto a Ucrania (9). Entre
otras cosas, porque también China tiene que enfrentarse a una mentalidad
de “guerra fría” como sucedió cuando en julio del año pasado amplió su
Zona de Identificación de la Defensa Aérea en el Mar de China
Meridional, movimiento que fue rechazado por EEUU y sus aliados, como
Japón. Y, por si todo ello fuese poco, aquí está el esclarecedor
artículo de un general, Yang Yucai, integrante del Grupo de Estudios de
Crisis del Ejército Popular de Liberación: “la alta eficiencia de la
Administración Putin en la gestión de la crisis regional es
impresionante; esta alta eficiencia se deriva de una institución de
seguridad unida, de un alto nivel de planificación estratégica y de una
sólida base jurídica [en referencia a la defensa del derecho
internacional]. China debe sacar sus conclusiones al respecto” (10).

Muy atrás están ya las críticas que
China realizó a Rusia por la guerra de Georgia (2008) puesto que China
siempre ha insistido en la no injerencia en los asuntos internos. Porque
nada en la situación actual de Ucrania garantiza a China que el
gobierno filofascista que se ha instalado en Kiev cumpla los acuerdos
firmados en diciembre de 2013 con Yanukovich por los que ambos países se
convertían en “socios estratégicos” garantizando la inversión china en
áreas como infraestructuras, aviación, industria aeroespacial, energía,
agricultura y finanzas por un importe de 30.000 millones de dólares. Los
chinos tienen muy presente lo que pasó en Libia (2011), donde los
acuerdos que había firmado con Gadafi fueron “suspendidos” –y no
reanudados hasta ahora- por el gobierno títere impuesto por Occidente.
Además, China está deseosa de aumentar su cooperación energética con
Rusia. El comercio entre los dos países no ha hecho más que crecer desde
2011, estipulándose que en 2020 se alcanzarán los 200.000 millones de
euros (11) con un dato significativo: rusos y chinos ya vienen poniendo
en marcha que ese intercambio comercial no tiene por qué estar basado en
el dólar y hay datos concretos de utilización de sus propias monedas
(rublo y yuan) en este intercambio.
Un aspecto importante de esta
cooperación hace referencia al suministro de petróleo y gas y Rusia
encuentra un consumidor ávido de ambos productos en China, a un nivel
muy superior al que ambos países tienen ahora, como ya se ha dicho más
arriba y que se sancionará en la visita de Putin a Beijing en mayo. Y a
la inversa. Anticipándose a la supuesta retirada de capital europeo y
estadounidense de Rusia si la cosa en Ucrania va a más, los chinos ven
el cielo abierto para sus inversiones: “se creará un vacío que debe ser
rellenado porque Rusia necesita inversiones foráneas; todo eso abre
oportunidades para inversores chinos” (12). Vamos a ver cómo en la
visita de Putin estos factores aparecen en primer plano.

Pero, con ser importante esta alianza,
que pone fin a la supremacía occidental, no lo es menos que se está
reforzando como nunca el eje BRICS, del que Rusia y China son los
principales motores. El enojo de los BRICS ante la falta de interés de
Occidente en ir más allá de la palabrería –en 2010 se acordó reformar el
sistema de cuotas del FMI, acorde con el mayor papel económico de los
países BRICS, sin que hasta el momento haya habido iniciativa alguna en
ese sentido- está generando movimientos inéditos a nivel geopolítico: ya
hay un Banco Mundial alternativo, el Banco de Desarrollo de los BRICS,
con capital de 50.000 millones de dólares y será en junio, tras el
mundial de fútbol de Brasil, donde en la cumbre que ha de celebrarse en
este país se dé un paso más reforzando dicho banco y ampliando a otros
países su ámbito de intervención. Al mismo tiempo, en la última reunión
del FMI (11 de abril), los BRICS no sólo criticaron el estancamiento a
la reforma de cuotas que impone Occidente sino que dieron un ultimátum
para su reforma con la amenaza, también, de poner en marcha una
“alternativa al viejo sistema” en la que ya se ha dado un primer paso:
un fondo de reservas propio en el que desaparece el dólar y se relega al
euro en favor de las monedas nacionales de los BRICS, al tiempo que se
apuesta por la internacionalización de la moneda china, el renminbi
(yuan).
El fin de una era
Gramsci dijo hace 100 años que la crisis
se produce cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo lo termina de
nacer. En eso estamos. La postura de Rusia en Siria y ahora en Ucrania
es un claro desafío a la prepotencia hegemónica estadounidense, aunque
en este último país se está defendiendo del “castigo” que pretendía
imponerle EEUU por haberse atrevido a desafiar la hegemonía
estadounidense para reemplazarla por un sistema multipolar –que no es lo
mismo que “multilateral”- donde se respete el derecho internacional.
Está claro que ya no va a haber una vuelta atrás en el viejo orden
mundial y que esta es una de las razones por las que los filofascistas
de Kiev y sus patronos occidentales aceptaron ir a la mesa de
negociaciones con Rusia.
Estamos asistiendo al nacimiento de una
nueva era donde se cuestiona, cuando no se rechaza, el paradigma
occidental envuelto en valores que sólo sirven a una minoría pequeña,
arrogante y capitalista tal y como hoy se entiende la globalización
neoliberal. EEUU sabe que ya no tiene el poder que tenía y se defiende
como una fiera herida, lo que le hace mucho más peligroso. Por eso no
sería extraño que dentro de poco asistiésemos a un contraataque contra
Rusia que no será ni en Siria –donde los “contras” puede que estén
recibiendo material sofisticado, y es muy aleccionador ver las páginas
web de los neonazis ucranianos “hermanando” sus “luchas” en Siria y
Ucrania- ni en Ucrania –un país que no es país, en bancarrota y
desestructurado- sino en la retaguardia rusa de Asia Central. EEUU tiene
que dejar este verano la base de Manas en Kirguizistán y Rusia ya ha
tomado posiciones en dicho aeropuerto junto a un sustancioso acuerdo
comercial firmado con el país ex soviético. Otras antiguas repúblicas de
la URSS están mirando con mucha atención lo que ocurre en Ucrania, y
EEUU lo sabe como ya indicaba en la DSN de 2012.
Por lo tanto, será aquí donde EEUU
intente responder a Rusia. Más en concreto, en Turkmenistán. En este
país ya se vienen produciendo curiosos ataques provenientes de
Afganistán y no será sorprendente que se incrementen en los próximos
meses oscuros episodios de violencia que serán utilizados para que el
gobierno turkmeno, formalmente neutral, se vea desestabilizado y tenga
que optar entre EEUU –que ya ha ofrecido su colaboración militar para
“combatir a los terroristas afganos”- o Rusia.
El nuevo mapa geopolítico está tomando
forma; el nuevo orden, también. No va a ser un proceso ni fácil ni
tranquilo pero, por el momento, Rusia y China tienen en sus manos las
principales cartas de la baraja y las están jugando bien. Tanto que
periódicos como el International New York Times (nombre actual del
Internacional Herald Tribune) se ven obligados a editorializar sobre la
crisis de Ucrania haciendo un llamamiento a la clase política
estadounidense sobre “los fallos” cometidos por EEUU y la UE en el
espacio post-soviético, y no sólo en Ucrania, en lo referente al
aislamiento y cerco a Rusia –“EEUU y la UE actuaron alegremente sin
tener en cuenta las consecuencia de sus actos”, dice textualmente-, para
terminar diciendo que “en Ucrania estamos viviendo una crisis del viejo
orden que exige nuevas formas de pensar, nuevas precauciones, una nueva
comprensión de los profundos desafíos de este interregno histórico”.
Porque, en caso contrario, y tras reconocer que “la influencia [de EEUU]
en el extranjero sigue disminuyendo”, llegamos a una situación en la
que “asistimos al desmoronamiento del status quo” –en referencia al
predominio de EEUU- que el periódico estadounidense identifica con un
“desorden internacional sin precedentes desde 1930” (13).
EEUU y la UE cada vez pintan menos en la
escena geopolítica. Siguen siendo actores importantes, pero ya no
cruciales. Ahora hay otros que están, cuando menos, a su mismo nivel si
no por encima. Tal vez sea una simple anécdota, pero una muestra de cómo
asistimos a un nuevo tiempo lo acaba de proporcionar el Movimiento
Nacional para la Liberación de Azawad, la organización tuareg del norte
de Mali, al solicitar el apoyo de Rusia a su estado, proclamado el 6 de
abril de 2012, y que está siendo combatido por el gobierno de Mali
–formalmente hay una tregua desde junio de 2013- con el apoyo de
Francia.
Notas:
(1) Alberto Cruz, “La nueva estrategia
de defensa de EEUU: el último intento por mantener el dominio mundial”,
http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1355 (2) RBC Daily, 7 de
abril de 2014. (3) Ibid. (4) Novosti, 28 de abril de 2014. (5) Irán ha
puesto una demanda millonaria contra Rusia por incumplimiento de
contrato. Rusia sabe que va a perder la demanda y está negociando la
entrega a Irán de otros misiles de capacidad similar, como los Tor,
aunque Irán rechaza un cambio insistiendo en los S-300. Con la crisis de
Ucrania se ha vuelto a hablar de un acuerdo Rusia-Irán sobre el tema,
sin especificar en qué consistiría aunque se dice que incluiría la
compra de petróleo iraní a pesar de las sanciones, así como la
construcción de mini-refinerías o la explotación de yacimientos de gas
en territorio iraní. (6) Bloomberg, 9 de abril de 2014. (7) Diario del
Pueblo, 26 de febrero de 2014. (8) Xinhua, 8 de marzo de 2014. (9) Efe, 3
de marzo de 2014. (10) Global Times, 22 de abril de 2014. (11) Alberto
Cruz, “La cooperación entre Rusia y China: el nuevo enfoque
geoestratégico que pone fin al poder de Occidente”
http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1291 (12) Diario del
Pueblo, 13 de marzo de 2014. (13) Internacional New York Times, 16 de
abril de 2014.