Publicado en: 30 abril, 2015
“Me quemaban el culo con velas y me
restregaban ortigas por mis partes por orinarme en la cama”; “lo que le
hice a este señor sé que se llama felación, pero yo entonces no tenía
ni idea”; “pensé en suicidarme. Que un niño con 12 años piense en eso es
muy duro”. Son algunos testimonios de los centenares de miles de niños y
niñas que pasaron gran parte de su infancia, cuando no toda, encerrados
en internados y centros de beneficencia durante el franquismo y los
primeros años de la democracia. Allí fueron víctimas de palizas, violaciones, trabajo esclavo y vejaciones,
en unos centros que el régimen utilizaba para su propaganda. Unas
dramáticas experiencias vitales que quedaron sepultadas por el silencio y
que recoge el documental Los internados del miedo, realizado
por dos de los periodistas que más han documentado la barbarie de la
dictadura en España, Montse Armengou y Ricard Belis, y que este martes
estrena el programa Sense Ficció de TV3.
Los testimonios que han podido recabar
destacan por su crueldad y evidencian la impunidad con la que órdenes
eclesiásticas que cobraban por cada niño que acogían, e incluso
funcionarios del Estado, actuaban contra unos menores que no tenían
manera de defenderse ni denunciar. “Me llevaron a Sant Boi. A veces yo
le contestaba a la monja y me castigaban con electrochoques,
pero no porque estuviera loca, sino como castigo”, relata en la cinta
Julia Ferrer, sobre su experiencia en la Casa de la Caridad de
Barcelona. “Venía el sacerdote con la mano bajo la sotana, tocándote y
tocándose él, teniendo un orgasmo. Y a este mismo señor al día siguiente
lo veías dando misa a las 8 de la mañana. Mi creencia en Dios quedó
trastocada”, explica Joan Sisa, que pasó varios años en las
instalaciones Llars Mundet de la capital catalana, un internado
inaugurado por Franco para acoger a niños procedentes de familias
desestructuradas.
Algunos de los afectados dan fe de la explotación laboral a la que fueron sometidos. “Yo fui vendido.
Me sacaron del colegio y me llevaron a León a cuidar ganado a los
montes completamente solo, con 13 años”, cuenta José Sobrino, uno de los
afectados. “Nos hacían lavar de la mañana a la noche con sosa.
Me quedaron las manos llenas de agujeros, con sangre y pus. En el
colegio éramos esclavas”, afirma Isabel Perales sobre sus años en el
centro religioso Ángeles Custodios de Bilbao.
Otros
testimonios relatan palizas cotidianas y vejaciones delante de los
demás niños. “Un aspecto en el que hemos incidido bastante es en que no
se trataba de castigos que se estilaban en la época, como podía ser
pegar con una regla en la mano en la escuela, sino que rayan la tortura:
los apaleaban de forma cruel, los humillaban en
público, de manera que les han quedado secuelas terroríficas o les daban
una comida infecta y si vomitaban les obligaban a comérselo, con el
discurso aquél de ‘con el dinero que nos costáis y lo que hacemos por
vosotros’”, expone Armengou. “Estamos hablando de mucha maldad, de mucho
desprecio. Y un impacto muy fuerte para nosotros ha sido comprobar que
este tipo de abusos tuvieron su auge en los 60 y 70, pero también se produjeron a principios de los 80.
Con la amnistía del 77 mucha gente salió a la calle, pero en cambio
estos niños continuaron encerrados en una especie de cárceles”, apunta.
La extensión del fenómeno
“El régimen franquista se encargaba de
la beneficencia y la asistencia social, pero en la mayoría de casos era
una beneficencia falsa, con ánimo de adoctrinamiento y formación
ideológica. Además, había sido el régimen el que había creado esa
situación: niños desvalidos porque los padres estaban en las cárceles, o
porque se habían separado y la madre perdía la custodia, incluso
abandonados porque la madre no podía soportar el estigma de ser madre
soltera”, detalla Armengou. “Existía un organismo terrorífico, el
Patronato de Protección de la Mujer, que se creó, textualmente, para
‘proteger a la mujer caída o en riesgo de caer’; pero ese centro que iba
encaminado a la prevención de la prostitución acabó siendo un
contenedor donde fueron a caer niñas en exclusión social, adolescentes con inquietudes políticas, o menores que habían sido violadas por algún familiar y se habían quedado embarazadas. A quienes encerraban era a las víctimas”, subraya la documentalista.
A pesar de no ser un fenómeno que
sucediera en todos los internados, colegios religiosos, orfanatos,
preventorios antituberculosos o centros de Auxilio Social, los casos de
abusos físicos, psíquicos, sexuales, de explotación laboral y prácticas
médicas dudosas ocurrieron en multitud de ellos. Tanto que después de
elaborar documentales como Los niños perdidos del franquismo, Las fosas del silencio o el retrato del Valle de los Caídos Abuelo, te sacaré de aquí, es el trabajo con el que sus autores se han encontrado más casos entre conocidos y allegados.
“Mucha gente nos ha dicho que su padre, su hermano, un amigo… ha pasado
alguna experiencia no demasiado agradable en uno de esos internados. Es
el documental en el que nos ha pasado más”, asegura Armengou.
Sin reparación
Los autores del documental contactaron
con algunos de los presuntos responsables de esos abusos para corroborar
las historias y contrastar información, pero estos no aparecen en la
cinta, que se centra en dar voz a las víctimas. Algunas de ellas se
encuentran adheridas a la querella argentina por los crímenes del
franquismo, pues afirman no creer en la justicia española. Hubo quien
recientemente acudió a la justicia eclesiástica que, “aunque parezca
extraño, es mucho más dura que la civil para casos de abusos, con plazos
de prescripción mucho más amplios”, señala Armengou, aunque los casos
se cerraron al haber fallecido los presuntos culpables.
Al contrario de lo que sucedió en Irlanda, donde tanto el Estado como la Iglesia han condenado los casos de abusos a menores, en España el Estado ni siquiera ha escuchado a las víctimas.
Es mediante trabajos como éste que, por primera vez, sienten que
alguien se interesa por ellos y se atreven a desvelar sus traumas.
Armengou destaca el cariño que reciben por ese trabajo: “Una vez más nos
hemos encontrado unas muestras de agradecimiento brutales por parte de
la gente. Con todas las dificultades continuamos haciendo una apuesta
por estos temas, pero es increíble que tengamos que seguir haciendo de
bomberos, de UVI y de primeros auxilios sobre la verdad y la reparación
en este país. A nivel profesional es muy enriquecedor. Pero como
ciudadana es una vergüenza”.
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