19 de abril de 2015
Por Cultura Proletaria
“Recordando la
batalla a orillas del Volga, debo detenerme por un momento en una
cuestión importante que, en mi opinión, no ha recibido gran atención en
la literatura de la guerra y que, a veces, sin razón, es despreciada, en
un intento de sacar conclusiones de nuestra experiencia en ella. Estoy
pensando en el enorme papel desempeñado en la guerra por las mujeres, no
solamente en la retaguardia, sino también en la línea del frente.
Soportaron las dificultades de la vida militar del mismo modo que los
hombres y los acompañaron a Berlín.
Hubo muchas mujeres en la historia militar, desde las marketankti de
los tiempos de Pedro el Grande y Suvorov hasta las guerrillas de 1812,
las hermanas de la caridad en la defensa de Sebastopol y de Port Arthur,
las mujeres de la Primera Guerra Mundial, que recordamos como dedicadas
y valientes patriotas rusas. Pero en ninguna guerra anterior habían
desempeñado las mujeres un papel tan importante como en la guerra
germano-soviética de 1941-1945.
A pesar de que, en
el pasado, muchas mujeres habían servido en el ejército y en la línea
del frente por su propia iniciativa, las mujeres soviéticas partieron al
frente convocadas por el Partido y el Komsomol (1), profundamente
conscientes de sus deberes en la defensa de los intereses de su país
socialista. Habían sido preparadas para esto por nuestro Partido
Comunista, porque en ese momento, nuestro Estado era el único en el
mundo en donde las mujeres disfrutaban, de acuerdo con la Constitución,
de los mismos derechos que los hombres.
Aún hay quienes
probablemente no comprendan que lo hicieron como constructoras del
socialismo y defensoras de los intereses de los trabajadores. Es por
ello que, en la guerra contra los invasores nazis, vimos a las mujeres
soviéticas sirviendo como enfermeras, llevando decenas y centenas de
heridos a la retaguardia, como médicas, realizando intervenciones
quirúrgicas bajo el ataque aéreo de la artillería, o como operadoras de
telefonía y de radio, cuidando de las conversaciones operacionales y de
la gestión en la batalla. Las vimos trabajando en los comandos y en las
organizaciones políticas, donde realizaban trabajos de administración
militar y educaban a las tropas en el espíritu de la tenacidad en el
combate. Quien quiera que visitase el frente veía a mujeres trabajando
como artilleras en unidades antiaéreas, como pilotos combatiendo contra
los ases alemanes, como comandantes de buques blindados, en la Flota del
Volga, por ejemplo, transportando cargas desde la margen izquierda la
margen derecha, ida y vuelta, en condiciones increíblemente difíciles.
No exagero al decir que las mujeres lucharon junto a los hombres en todas partes durante la guerra.
Se debe recordar
también que, a mediados de 1942, cuando nuestros ejércitos se habían
retirado a una línea que corría por Leningrado, Mozhaysk, Voronezh,
Stalingrado y Mozdok, dejando áreas densamente pobladas en manos
enemigas, se necesitaban nuevos reclutas. Las mujeres, en masa, se
presentaban voluntarias al ejército y esto hizo posible restaurar, en
toda su eficiencia, nuestras unidades y establecimientos.
Teníamos unidades
enteras (como las baterías antiaéreas y los regimientos nocturnos de
bombardeo PO-2) en las que la mayoría de los artilleros y de las
tripulaciones estaban constituidas por mujeres. Y es de justicia decir
que estas unidades cumplieron sus tareas tan bien como las unidades en
las que predominaban los hombres. Podemos tomar, por ejemplo, dos tipos
de trabajo en las operaciones de defensa; la artillería antiaérea y las
comunicaciones.
La mayoría de los
artilleros en el cuerpo de defensa antiaérea de Stalingrado, tanto de
las baterías antiaéreas como de los focos de atención, eran mujeres.
Pero la eficacia de estas tripulaciones y baterías no era de ningún modo
inferior a la eficacia de las unidades antiaéreas que vimos en Don y en
otros puntos del frente, donde la mayoría de la tripulación eran
hombres. En términos de tenacidad y abnegación en la batalla contra los
aviones alemanes, las tropas antiaéreas femeninas a orillas del Volga
eran modelos de coraje. Se aferraban a sus armas y seguían disparando
incluso cuando las bombas estallaban a su alrededor, cuando parecía
imposible, no sólo disparaban con un puntería certera, sino que se
quedaban junto a los cañones. Envueltas en fuego y humo, en medio de
explosiones de bombas, aparentemente sin tener conocimiento de las
columnas de tierra que saltaban en el aire alrededor de ellas, se
mantenían firmes hasta el final. Las incursiones de la Luftwaffe (2) en
la ciudad, a pesar de las fuertes pérdidas entre las tropas antiaéreas,
eran siempre recibidas con fuego concentrado, que por lo general tenía
gran número de bajas entre los aviones atacantes. Nuestras artilleras
antiaéreas derribaron docenas de aviones enemigos sobre la ciudad en
llamas.
Las tropas del 62º
Ejército jamás olvidarán como las tropas antiaéreas resistieron en la
estrecha franja de tierra a orillas del Volga y lucharon contra los
aviones enemigos hasta el último disparo.
En octubre de 1942
encontré una batería que contenía cinco chicas, muy jóvenes todavía,
pero aguerridas y valientes. Jamás olvidaré la tristeza que se dibujó en
la cara de una chica rubia a la que, después de disparar contra una
formación de nueve aviones enemigos y derribar uno de ellos, una de las
compañeras le dijo que, en su opinión, podría haber derribado dos o tres
más.
Las chicas de las
unidades antiaéreas de la ciudad no cerraban los ojos ante el peligro,
no cubrían sus cabezas ni corrían a protegerse, incluso en los días en
los que el enemigo hacía más de 2.000 salidas aéreas.
Estoy seguro de que
no había soldado en en 62º Ejército que tuviese algo que reprochar a
las mujeres que, con ellos, defendían su tierra natal.
Las unidades de
comunicaciones del 62º Ejército se componían principalmente de mujeres,
que realizaban con dedicación sus instrucciones. Si las enviábamos a un
puesto de comunicaciones, podríamos estar seguros de que las
comunicaciones estaban aseguradas. La artillería y los morteros podían
disparar contra el puesto, los aviones podían lanzar bombas contra él,
las tropas enemigas podían cercarlo, pero, al menos que recibiesen
órdenes para hacerlo, las mujeres no abandonaban su puesto ni incluso
delante de la muerte.
Conozco el caso de
una chica que había estado en un puesto de comunicaciones cerca de la
estación de Basargino, una joven llamada Nadia Klimenko. Sus compañeras
habían sido asesinadas o heridas, pero ella permaneció en su puesto y
siguió informando de lo que sucedía en el campo de batalla. Este fue su
último informe al centro de comunicaciones del Ejército: “No
hay nadie más en el puesto. Estoy sola. Obuses explotan alrededor… A la
derecha puedo ver coches con cruces pintadas en movimiento, con la
infantería detrás… Es demasiado tarde para que me vaya. ¡No me importa
que disparen! Continuaré informando del mismo modo. ¡Escuchen! Un coche
se aproxima a mi puesto. Dos hombres saltan de él… Están mirando hacia
atrás. Pienso que son oficiales. Vienen hacia mí. Mi corazón dejó de
latir por miedo a lo que pueda pasar…. ” Este fue el final. Nadie sabe qué pasó con Nadia Klimenko.
(…)
A menudo recuerdo
las condiciones en las que nuestras camaradas tenían que trabajar y
vivir. En los combates de la ciudad nadie les hizo refugios o
trincheras; ellas mismas, solas, o en conjunto, cavaron trincheras y
sobre ellas pusieron una fina cobertura de todo lo que pudieron
conseguir, y durante meses vivieron juntas en estas trincheras. A menudo
eran enterradas donde trabajaban.
En octubre, cuando
el enemigo destruyó todos los refugios del QG, las condiciones en que
las mujeres trabajaban y vivían en la orilla derecha se volvieron aún
más difíciles. Trabajaban en sucios y polvorientos refugios, descansaban
al descubierto, comían lo que podían conseguir y durante muchos meses
no veían el agua caliente.
Como quiera que la
veamos, la vida era dura y difícil para las mujeres en el frente. Pero
ellas no se dejaban vencer por las dificultades y realizaban sus tareas
militares con integridad y abnegación.
En la división de
Batiuk había una enfermera llamada Tamara Shmakova. Yo la conocí
personalmente. Ganó fama por su capacidad para retirar soldados
gravemente heridos de la línea del frente, cuando parecía imposible
levantar un dedo, ni siquiera por encima del suelo.
Se arrastraba hasta
el herido, se tendía a su lado y le observaba sus heridas. Habiéndose
informado de su estado, decidía entonces qué hacer. Si el soldado estaba
tan gravemente herido que no podía continuar en el campo de batalla,
tomaba medidas para evacuarlo inmediatamente. Para sacar a un soldado
del campo de batalla se necesitan por lo general dos hombres, con o sin
camilla. A menudo, sin embargo, Tamara lo hacía sola. Lo que hacía era
ponerse debajo del herido y arrastrarse de nuevo hacia atrás, teniendo
encima un peso, a menudo, el doble del suyo. Pero, cuando el herido no
podía ser levantado, abría una manta, lo enrollaba en ella, y de nuevo,
arrastrándolo, lo llevaba a cuestas.
Tamara Shmakova
salvó muchas vidas. Muchos hombres que están vivos hoy le deben la vida.
Los soldados salvados de la muerte, a menudo, ni siquiera sabían el
nombre de la chica que los rescataba. Actualmente trabaja como médica en
el distrito de Tomsk.
Había muchas
heroínas como Tamara en el 62º Ejército. Más de mil mujeres fueron
condecoradas. Entre ellas estaban María Ulyanova, que se empeño en
participar en la defensa de la Casa del Sargento Pavlov de principio a
fin. Valia Pakhomova, que retiró a más de un centenar de heridos del
campo de batalla. Nadia Koltsova, dos veces condecorada con la Bandera
Roja. La Dra. María Velyamidova, que curó heridas de cientos de
soldados, bajo el fuego, en posiciones avanzadas, y muchas otras. ¿No
fue una heroína Lyuba Nesterenko, que, el en edificio atacado por el
teniente Dragan, curó las heridas de cientos de guardias y, sangrando
profusamente, murió con un vendaje en la mano junto a un camarada
herido?
Recuerdo las
mujeres trabajaban en los batallones de sanidad de las divisiones y en
los puntos de evacuación en las orillas del Volga; cada una de ellas, en
cada noche, trataba y curaba las heridas de un centenar de soldados.
Hubo ocasiones en que el equipo médico de cualquier punto de evacuación
enviaba, en una sola noche, de dos a tres mil heridos al otro lado del
Volga. E hicieron todo esto bajo el incesante bombardeo y fuego de todo
tipo de armas…
Este era el tipo de mujeres que teníamos delante”.
1.- Komsomol. Unión de Jóvenes Comunistas Bolcheviques.
2.- Lutwaffe. Avión de combate nazi.
Extraído de las Memorias del Mariscal Vasily Ivánovich Chuikov, comandante del 62º Ejército de Stalingrado
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