Blog de Miguel Ángel Villalón
En los países occidentales, como es el
nuestro, el modo de producción capitalista se ha desarrollado tanto que
ya no da más de sí. Promovió el progreso material y espiritual como
nunca antes, pero se está convirtiendo en el mayor factor de regresión.
Empresas gigantescas que tropiezan con mercados endeudados e
insolventes; antiguas reservas coloniales que se ponen en pie y se
convierten en competidoras capitalistas aventajadas; etc. A “nuestros”
capitalistas, no les queda otra salida que explotarnos más para sostener
su guerra comercial con el resto del mundo, a la vez que preparan lo
necesario para transformarla en una guerra sensu stricto, la única en la que serían más fuertes.
Por eso, las desigualdades sociales, las
contradicciones entre las clases van a crecer y, tanto para defendernos
como para vencer de la manera más rápida y menos dolorosa, los
trabajadores asalariados debemos desarrollar cuantitativa y
cualitativamente nuestra organización como clase: asambleas, comités,
sindicatos, cooperativas, asociaciones diversas y, sobre todo, un
partido revolucionario que sea nuestro Estado Mayor en esta lucha.
Desarrollar la organización obrera exige superar errores, discrepancias,
conflictos, etc., que tienen su origen en la falta de experiencia y en
la influencia de otras clases sociales sobre nuestra forma de pensar.
En el tratamiento de las contradicciones
internas a nuestras organizaciones, no hay que empezar por los
reproches subjetivos, morales, sino por comprender la realidad de la que
emanan tal como es, para poder transformarla paso a paso y superar así
aquellas contradicciones. Por supuesto que, para esto, la crítica es
necesaria, pero, situada fuera de la realidad es un arma incompleta,
ineficaz y destructiva. “Cada militante del partido -según
Lenin- tiene defectos y aspectos negativos en el trabajo, pero cuando se
critican o examinan los defectos en los organismos centrales del
partido hay que ser prudentes y no exceder el límite donde comienza la chismografía.”[1]
Nos hallamos en un momento de cambio en
la correlación entre las clases sociales: el viejo equilibrio entre la
burguesía y las “clases medias” (que incluían a una parte considerable
de la clase obrera) se ha roto y, de ahora en adelante, va a prevalecer
la lucha. Sin embargo, las generaciones actuales de proletarios no son
plenamente conscientes ni están preparadas para ello. Por eso, su
actitud mayoritaria es defensiva o incluso resignada. Quienes se asocian
para luchar arrastran hábitos propios de la pequeña burguesía con la
que habían compartido ciertas condiciones de vida: tendencia a la
conciliación, a la pusilanimidad, a la comodidad, a la soberbia
individual, al elitismo, etc. Además, el enemigo procurará distraernos
de nuestros intereses de clase para enfrentarnos entre nosotros por
motivos nacionales, religiosos, corporativos,… Finalmente, los que
tenemos cierta experiencia militante estamos marcados por las parcas
dimensiones de cada una de estas experiencias y los prejuicios que tales
estrecheces han inculcado en nosotros. En definitiva, todavía tenemos
mucho que transformarnos para poder desarrollar la lucha de clases hasta
el fin, hasta liberarnos del yugo capitalista.
Más que nunca, cuando se trata de
reconstruir y reunificar lo que ha sido destruido y dividido a lo largo
de varios decenios, debemos tratar con el máximo de paciencia, de
táctica y de tacto también las relaciones entre los militantes y
procurar la empatía a la hora de ejercer la crítica cuando consideramos
que incumplen sus obligaciones y funciones. El grado en que podemos
ejercer el principio de la crítica y de la autocrítica depende
necesariamente del grado de desarrollo general del movimiento obrero.
Los comportamientos de los miembros de las organizaciones obreras deben ajustarse a lo que nos exige la lucha de clases[2].
Pero, tampoco debemos tomar como invariables dichas exigencias, porque
cometeríamos un error de dogmatismo. En este sentido, las referencias a
Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao, etc., han de tomarse como relativas.
No existe un único comportamiento militante aceptable para todos los
lugares y tiempos. La dirección política tiene que esforzarse primero
por comprender la situación de la que partimos y las posibilidades
reales que ésta nos brinda para ir forjando paso a paso las actitudes
que mejor sirvan para avanzar hacia la emancipación de la clase obrera.
En resumen, tiene que esforzarse por tener una concepción materialista
dialéctica del problema.
Según Engels, “… los hombres, sea
consciente o inconscientemente, derivan sus ideas morales, en última
instancia, de las condiciones prácticas en que se basa su situación de
clase: de las relaciones económicas en que producen y cambian lo
producido… rechazamos toda pretensión de querer imponernos como ley
eterna, definitiva, y por lo tanto, como ley moral inmutable, cualquier
moral dogmática bajo el pretexto de que también el mundo moral tiene sus
principios permanentes, que están por encima de la historia y de las
diferencias nacionales. Por el contrario, afirmamos que hasta hoy toda
teoría moral ha sido, en última instancia, producto de una situación
económica concreta de la sociedad.”[3]
Lenin concreta así esta observación:
“Sólo podemos construir el comunismo con el material creado por el
capitalismo, con el perfeccionado aparato que se modeló en un ambiente
burgués y que -por lo que se refiere al material humano de dicho
aparato- está por consiguiente, inevitablemente impregnado de mentalidad
burguesa. Eso es lo que dificulta la construcción de la sociedad
comunista, pero es también lo que garantiza que puede ser y será
construida. En realidad, lo que diferencia al marxismo del antiguo
socialismo utópico, es que este último quería construir la sociedad
nueva, no con la masa de material humano producido por el capitalismo
sanguinario, sórdido, rapaz y mercantilizado, sino con hombres y mujeres
muy virtuosos, criados en invernáculos especiales. Todos comprenden
ahora que esta idea absurda es realmente absurda y todos la han
desechado, pero no todos quieren o pueden analizar a fondo la doctrina
opuesta, marxista, y pensar cómo se puede (y se debe) construir el
comunismo con la masa de material humano corrompido por cientos y miles
de años de esclavitud, servidumbre, capitalismo, por la pequeña empresa
individual y por las guerras de todos contra todos por una posición en
el mercado, o por mejores precios para sus productos o su trabajo.”[4]
¿Cómo hacer nacer lo nuevo de lo viejo?
¿Cómo hacerlo en el caso concreto de las contradicciones en las actuales
organizaciones obreras? Tendremos que probar distintas medidas sobre la
marcha, pero creo que atinaremos mucho más si meditamos antes sobre la
siguiente reflexión de Marx y Engels : “… el delito no debe ser
castigado en el individuo, sino que hay que destruir las raíces
antisociales del crimen y dar a cada hombre el margen social necesario
para la manifestación vital de su ser. Si el hombre es modelado por su
ambiente, será necesario modelar su ambiente humanamente. Si el hombre
es social por naturaleza, sólo desarrollará su verdadera naturaleza en
la sociedad, y el poder de su naturaleza tiene que ser medido, no por el
del individuo concreto, sino por el de la sociedad.”[5]
Por consiguiente, como regla de partida,
no se trata de obligar al individuo militante, sino de modelar la
organización obrera, de fijar las tareas y funciones en ella, de manera
que el militante pueda desarrollar su naturaleza social como proletario,
como miembro de una clase social cuyas condiciones de vida le empujan
naturalmente hacia la revolución, el socialismo, el comunismo. Así lo
expresaba Krúpskaia: “Debemos aspirar a vincular nuestra vida personal
con la lucha, con la edificación del comunismo. No significa, por
cierto, que debamos renunciar a nuestra vida personal. El Partido
Comunista no es una secta y por ello no puede predicarse un ascetismo
semejante.”[6]
Teniendo en cuenta lo anterior,
nuestras actuales organizaciones no pueden prosperar si no reconocen la
existencia y legitimidad temporal de ciertas contradicciones “de
principios” en su seno, si no adoptan la actitud más pedagógica posible
hacia las manifestaciones de atraso, ya sean espontaneístas o
dogmáticas, para corregirlas. Todavía estamos lejos de la necesaria
reanimación de la revolución proletaria mundial, la cual no se producirá
automáticamente, sino que dependerá de que acertemos en resolver los
millones de detalles, de contradicciones, que encontremos en nuestro
camino.
[1] Carta de Lenin a P. N. Lepeshinski, 1905, Obras Completas, t. XXXVIII, p. 135, Ed. AKAL.
[2]
“La lucha de clases continúa y nuestra tarea es subordinar todos los
intereses a esa lucha. También a esta tarea subordinamos nuestra moral
comunista. Decimos: es moral lo que sirve para destruir la antigua
sociedad explotadora y para unir a todos los trabajadores alrededor del
proletariado…” (Lenin, Tareas de las Uniones de la Juventud, 1920, t. XXXIII, p. 433-434)
[3] Engels, Anti-Dühring
[4] Lenin, Pequeña estampa que ilustra grandes problemas, 1918-19, Obras Completas, t. XXX, p. 249.
[5] Marx y Engels, La sagrada familia
[6] Krúpskaia, Discurso pronunciado en el VI Congreso de toda Rusia de la Unión de la Juventud Comunista, 1924
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