- Giorgio Napolitano
Mientras que desde la Libia en llamas miles de
hombres, mujeres y niños empujados por la desesperación tratan cada día
de atravesar el Mediterráneo –y muchos de ellos pierden la vida en el
intento–, en Italia, el presidente Giorgio Napolitano lanza una
advertencia. «¡Cuidado con los focos [de tensión] que nos rodean!», comenzando por «la inestabilidad persistente y la fragilidad de la situación en Libia».
Lo que no dice Napolitano, como tampoco lo dice la gran mayoría de
los gobernantes y políticos, es que Italia desempeñó precisamente un
papel determinante en la creación –en 2011– del «foco» libio al
favorecer la agresión externa contra Libia, agresión entre cuyas graves
consecuencias se cuenta la hecatombe de migrantes que hoy vemos en el
Mediterráneo.En la costa sur del Mediterráneo, justo frente a la costa de Italia, teníamos un Estado que, según las cifras del Banco Mundial correspondientes al año 2010, presentaba «altos niveles de crecimiento económico», con un aumento anual de su PNB ascendente a 7,5% y que registraba «elevados indicadores de desarrollo humano», como el acceso universal a la enseñanza primaria y secundaria y un 46% de acceso a la enseñanza superior.
A pesar de las desigualdades, el nivel de vida de la población libia era notablemente superior al de los demás países africanos. Prueba de ello es el hecho que unos 2 millones de migrantes, en su mayoría africanos, encontraban trabajo en Libia. Aquel Estado, además de ser un elemento de estabilidad y desarrollo en el norte de África, había favorecido con sus inversiones la creación de organismos –como el Banco Africano de Inversiones (con sede en Trípoli, Libia), el Banco Central Africano (con sede en Abuya, Nigeria) y el Fondo Monetario Africano (con sede en Yaundé, Camerún)– que en un futuro podían hacer posible la autonomía financiera de África.
Sectores tribales hostiles a Trípoli recibieron un volumen de financiamiento y armas destinado a favorecer en Libia la consolidación de la «primavera árabe», que desde el inicio se presentó bajo la forma de una insurrección armada [1], provocando así la respuesta del gobierno libio, y el Estado libio fue destruido durante la guerra de 2011: a lo largo de 7 meses la aviación de guerra de la OTAN y Estados Unidos realizó 10 000 misiones de ataque en las que fueron utilizados más de 40 000 bombas y misiles.
Italia participó en esa guerra implicando en ella sus bases y sus fuerzas militares, pisoteando así el Tratado de Amistad, Asociación y Cooperación que había firmado con Libia.
El mismo presidente de Italia, Giorgio Napolitano, declaraba entonces, el 26 de abril de 2011:
«En recuerdo de las luchas de liberación y del 25 de abril, no podíamos mantenernos indiferentes ante la reacción sanguinaria del coronel Kadhafi en Libia. De ahí la adhesión de Italia al plan de intervención de la coalición bajo la dirección de la OTAN.»Durante la guerra fueron infiltradas en Libia fuerzas especiales, entre las que se encontraban miles de comandos qataríes, mientras que se proporcionaba financiamiento y armas a grupos islamistas que unos pocos meses antes todavía eran considerados como terroristas. Es altamente significativo el hecho que las milicias de Misurata que lincharon a Kadhafi también se apoderaron del aeropuerto de Trípoli. Se formaron entonces los primeros focos del Emirato Islámico, que posteriormente fueron introducidos en Siria, donde formaron el grueso de las fuerzas yihadistas que más tarde iniciaron la ofensiva contra Irak, desempeñando así un papel perfectamente coherente con la estrategia de Estados Unidos y la OTAN consistente en favorecer la destrucción de Estados a través de la guerra secreta.
«Hoy resulta evidente que cada Estado fallido se convierte inevitablemente en un polo de acumulación y de difusión mundial del extremismo y la ilegalidad», nos dice ahora el presidente [italiano] Giorgio Napolitano.
Queda por determinar cuáles son realmente los «Estados fallidos». Y no son seguramente Libia, Siria o Irak, países que, situados en áreas ricas en petróleo y teniendo una posición geoestratégica importante, se hallan total o parcialmente fuera del control de Occidente y se convierten por ello en blanco de guerras tendientes a destruirlos.
Son en realidad las grandes potencias de Occidente las que, traicionando sus propias Constituciones, han fracasado como democracias, volviendo al imperialismo del siglo XIX.
OTRA HUMANIDAD ES NECESARIA
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