Con cuidadoso y pre-programado aparato publicitario se está haciendo un obituario de Adolfo Suárez, la cara política más “encumbrada” de aquello que se dio en llamar “transición española”,un pucherazo político que urdieron la CIA, franquistas travestidos (como el propio Suárez), protegidos políticos de la policía franquista como Felipe González o déspotas ávidos de trincar en la nueva democracia como Santiago Carrillo. Suárez será recordado después de su fallecimiento (ya están los cortesanos, escribanos y aduladores de la transición-estafa lanzando profusión de oropeles y ditirambos), como el arquitecto de la transición española cuyo “mérito” principal fue (cito textual)“contribuir decisivamente a una Transición democrática pacífica, sin grandes traumas”.
Lo primero es evidente que resultó una completa patraña, puesto que la izquierda (los resistentes antifranquistas de verdad) fue castigada brutalmente por la policía de Suárez hasta proceder casi a su aniquilación, tanto en las calles como infiltrando a saboteadores en las formaciones políticas, además de ejecutar actos terroristas de Estado con elementos policiales o parapoliciales (Batallón Vasco-Español, asesinato de Yolanda González por el hoy asesor de la Guardia civil, Emilio Hellín, etc). De lo segundo, la ejecución de una “transición sin traumas”, decir que es una obviedad que los que verdaderamente entraron sin trauma alguno en la “democracia” fueron los elementos del aparato represor franquista (y ex falangistas de fachada amable como el propio Suárez) quienes salieron indemnes de cualquier contingencia penal. Muchos de ellos criminales (y no me refiero a los amnistiados del 77) siguieron ocupando puestos relevantes en la policía, en la judicatura o en la política.
La tan vomitivamente cacareada “transición” modélica fue un completo engaño pactado, entre otras muchas cosas, para imponer a un rey que había nombrado Franco como su sucesor, para apaciguar a los militares menos ultraintegristas, pero igualmente franquistas, para salvaguardar los delitos cometidos por la dictadura y para seguir fortaleciendo a un clero que había gozado de incontables prerrogativas jurídicas y simbólicas con la dictadura.
La “transición” o “transacción” fue vigilada, no sólo por los militares sino por los propios franquistas que fueron los que hicieron posible un cambio de régimen en el que no se ajustase cuentas para ellos mismos. Una ley de punto final no escrita, puesto que la Constitución ya se encargó de dar fe notarial de una oportuna amnesia histórica.
Por supuesto, no faltó la tutela fundamental y decisiva de una estrella invitada, con título de actor principal, en todo el proceso de desmemoria, de olvido de los crímenes del franquismo para dar cobertura formal a una “democracia” sin sobresaltos “izquierdistas”: EEUU, el fidelísimo aliado de Franco. Así pues, España debía rendir pleitesía a EEUU y a la OTAN, a la que se iba a integrar, sí o sí. Y quien mejor que la CIA para reclutar a ex franquistas, “socialistas” y ex “comunistas” con un sólo objetivo: centrifugar y dinamitar a la izquierda más combativa para borrar cualquier vestigio “revolucionario” o de ruptura con la dictadura. Cualquier desactivación “revolucionaria” era fundamental para consolidar la gran farsa ideada por EEUU, el Vaticano, Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo y todos sus secuaces.
No cabe duda alguna de que EEUU y su brazo armado la CIA, además del Vaticano, estuvieron al tanto (interviniendo activamente, para entendernos) de todo lo que aconteció en las altas cloacas del “reformismo” en los años previos a la muerte del dictador y en los posteriores, incluido el golpe de Estado del 23-F de 1981.
La transición debía de ser, sobre todo, anticomunista, tal como la habían diseñado EEUU y sus comilitones en el interior del Estado español (Cesid incluido). Para ello dispusieron de una bien medida estrategia de tensión utilizando a la banda terrorista de la OTAN, Gladio (en unión de elementos ultraderechistas españoles) para ejecutar algunos de los crímenes más conocidos de este país (Montejurra, asesinato de los cinco abogados laboralistas de Atocha en 1977). Una de las premisas que se gestaron bajo la batuta norteamericana en la dictadura franquista, a cuenta de una futura transición, es que España debería estar integrada en la órbita occidental a la muerte de Franco. Lo explica muy bien Julián Zubieta en este artículo:
En el famoso Contubernio de Múnich (1962) se pusieron en contacto el antifranquismo en el exilio y los movimientos antifranquistas del interior del país. Las negociaciones incluían las intenciones de Alemania, Francia, Italia y USA que necesitaban integrar plenamente a España en sus estructuras económicas y militares. La coyuntura anticomunista necesitaba todos los remos y la nave española navegaba al ritmo que imponían los dirigentes mundiales. Estos hechos nos indican que la Transición no fue dirigida ni ideada aquí, por lo menos, tanto como nos lo han hecho creer.
En 1974, las Juntas Democráticas negociaron la Transición, fue un proceso dirigido por las élites políticas del franquismo, que cooptaron a los reformistas de izquierdas al proceso.
Manuel Vázquez Montalbán defendía que “los sectores sociales que ganaron la guerra civil volvieron a ganar en la Transición empleando a los reformistas del franquismos y a los reformistas de la izquierda”. Desde 1953 la baza de seguir con la monarquía dinástica estaba aprobada, el único cambio que Franco propuso, y que fue aprobado, fue cambiar a Juan de Borbón (tildado de moderado) por Juan Carlos (amamantado por él). Luego, la banalización de la dictadura se ha transformado en naturalización histórica del franquismo y de su transición.
Como señala Alfredo Grimaldos, uno de los mayores desfalsificadores de la “transición”, Adolfo Suárez, fue el peón elegido para comandar el pastiche democrático de forma circunstancial. Un mediocre ex falangista puesto de forma ocasional que cuando no fue del gusto de los verdaderos poderes fácticos (incluido EEUU) fue obligado a dimitir. Suárez no fue más que un ex franquista con fecha de caducidad (Grimaldos, dixit).
La democracia suarista fue el espejo de lo que querían los EEUU: un régimen modelado al gusto del imperio donde predominó el pactismo con las oligarquías sindicales y de partidos y el aplastamiento con saña homicida de las movilizaciones y las luchas populares. La transición fue un fraude, un apaño, un contubernio donde el franquismo transmutó convenientemente a democracia porque ya se lo habían señalado desde el exterior, su gran aliado EEUU. Por eso ahora Suárez es vanagloriado hasta la náusea por toda esa pléyade de corruptos cretinos políticos y medios de manipulación masiva. Porque ellos formaron parte o son herederos de aquellos lodazales franquistas, de los que Suárez fue su partícipe principal.
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